La cita con Patricia Valley es a las siete de la tarde en la Puerta del Sol. Estamos en plena ola de calor sahariano. A pesar de que los termómetros digan que sólo estamos a 44 grados, la plaza, literalmente, hierve. Un hervor como de postapocalipsis nuclear, suponemos, o aún peor. El redactor, que sólo ha tenido que recorrer 200 metros –cuesta abajo– desde el Cuartel General Don, llega empapado en sudor y se encuentra bajo la inclemente solana con una Patricia impoluta, ideal con su faldita de tenista y su top de tirantes metalizado, sin un pelo fuera de su sitio y sin el menor atisbo de transpiración o sofoco, apoyada en una preciosa bicicleta blanca.
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- ¡¿Has venido en bicicleta desde Legazpi?!
– Sí.
La bicicleta, para más inri (signifique lo que signifique “inri”), no tiene marchas. Antes, durante lahora de la siesta, habíamos intercambiado güasaps para concertar la cita. Patricia se disculpó por la poca agilidad de sus respuestas: “Es que estoy corriendo”. ¿Correr? ¿Pedalear? ¿Con este calor? A bote pronto, preguntamos con asombro:
- Pero, qué pretendes, ¿estar aún más buena?
– Nooo, para nada. Hago deporte para poder beber toda la cerveza que quiero y comer todo lo que quiero y para no comerme la cabeza.
Suena razonable.
A todo esto, ¿quién es esta suerte de dinámica it girl con las hechuras de Farrah Fawcett-Majors, buen diente y amante de la cerveza? ¿Quién diablos es Patricia Valley?
Patricia es la hija de Javier y Lola, la hermana mayor de Javi, nacida en León en marzo del 90, Piscis por tanto, ex alumna de las Dominicas de la Anunciata, con cuyo coro llegó a girar por Francia y hacer alguna grabación, licenciada en Periodismo, lectora, cinéfila y musicómana, un culo inquieto (y muy bien puesto) al que le encantan sus amigos, el muesli, la soledad, tomar el sol durante horas y perder el tiempo tirada en la cama mirando al techo.
Pero Patricia también es, y esta es la razón de que esté en nuestra portada, el mejor efecto especial de ‘Vale‘, la película-spot de Alejandro Amenábar para Estrella Damm, cuyas campañas se han convertido en la versión playera del anuncio de Freixenet. Al cierre de esta edición –apocalíptico e infernal, para variar–, el minifilm estaba a punto de alcanzar los seis millones de reproducciones. El reclamo femenino es Dakota Johnson, pero la que llama la atención es Patricia: una explosiva belleza rubia de aires californianos en la que es imposible no fijarse salvo que uno sea ciego.
Somos muchas cosas; pero no ciegos (aunque puede que alguna vez lo hayamos estado un poco). Queríamos a Patricia. Necesitábamos a Patricia.
Y Patricia vino un día a nuestro Cuartel General con su representante –y tocaya– a conocernos. Y, unos días después, Patricia estuvo ocho horas en un chalet con piscina dejándose hacer fotos y grabar vídeos y ese día, además de trabajar, compartimos una barbacoa y unas cervezas y unos viajes en coche.
Y poco después fue cuando nos encontramos en la Puerta del Sol bajo un sol abrasador blablablá. Mantuvimos una hora y pico de animada charla, apenas interrumpida por un par de buscavidas ambulantes, tres llamadas de teléfono y un hilo musical con Extremoduro a todo trapo (–Qué pereza Extremoduro, –Ya, vámonos a otro sitio, –Venga, –Vale). Y nos contó que es actriz incipiente, que su vocación fue relativamente tardía. “Mis padres se empeñaron en que llevara una vida normal, cosa que agradezco mucho, así he entrado en este mundo con la cabeza más fría. Aunque te queda la duda… ¿Y si hubiera empezado antes? Lo de la interpretación me lo planteé tarde, siempre estuvo ahí, latente, pero fui autoengañándome hasta que un día pensé que no me veía a mi misma en un trabajo de nueve a cinco”, dice. Tampoco se veía de psicóloga, carrera que abandonó al mes de empezar: “Me metí mal informada, pensaba que era otra cosa, en cuanto vi que había mucha ciencia lo dejé y me metí en Periodismo porque me gusta mucho escribir”. Esta carrera la empezó en Salamanca, la terminó en Barcelona y la finiquitó tras dos meses de practicas. “Para saber que no era lo que quería, tenía que probarlo”, razona.
Se vino de Barcelona a Madrid, donde tiene buenos amigos, transformó el Valle de su apellido en Valley y recorrió la senda del casting. “Lo primero que me salió fue publicidad, he hecho bastante. Recuerdo una campaña de Tuenti, salir del Metro en Gran Vía y ver mi cara cubriendo el edificio de Telefónica, daba cosa”. Gracias a su contacto con la productora Globomedia, accedió al casting de Estrella Damm, un escaparate de primera. “Me planté allí sin ninguna expectativa”, recuerda de un rodaje que la pondría en contacto con la Primera División del cine español. “Fueron un par de semanas de rodaje, lo pasé genial. Y Amenábar, un tío que ha hecho todo lo que ha hecho, no está nada endiosado. Nunca pensé que en un rodaje así iba a haber tan buen rollo, aunque al ser publi imagino que hay menos tensión”. En el anuncio sale en la cama con Quim Guitiérrez. Y este otoño la veremos liándose con Andrés Velencoso en un episodio de la serie B&B.
Aunque está peleando por hacerse un hueco en el cine, Patricia se aleja del cliché de aspirante a actriz que vive presa de la ansiedad, no se pierde un photocall y frecuenta el mundillo de los actores. “Al contrario, salgo por patas, lo digo abiertamente. Que por norma tengas que ir a donde están los de tu medio, meterte en el ajo, ir a eventos, hacerte ver… ¿Ein? Pero si voy en chandal y bicicleta, eso me lo salto”.
Quizá sea porque a Patricia –admiradora de Naomi Watts, Marion Cotillard y Natalie Portman– también le gusta escribir y está loca por hacer música. ¿Guapa y apañada? ¿Pero qué te has creído? “Ser guapo es un accidente, no lo has elegido. Se dice que te facilita mucho las cosas. Hombre, para que te dejen entrar a un garito o que el taxista te abra la puerta, sí. Pero para tener credibilidad por ejemplo si escribes poesía… pues no. En España, si eres actor tienes que ser actor, y si eres músico o escritor, lo mismo”.
Lo de juntar letras le viene de pequeña, ya fuesen encendidas cartas de amor a un tal Gabriel, al que conoció a los 10 años en un viaje de esquí, o cuentos escolares merecedores de aprobación pública. “En clase me aburría, me cuesta mucho mantener la atención, así que durante las clases escribía, hacía descripciones de profesores que me caían mal, hasta que uno me pilló”. Hoy desahoga su pulsión escritora en el blog ‘Los nativos de nowhere’.
La niña Patricia estudió siete años solfeo y violín –“Se me daba fatal”–, estuvo en un coro –“Cantábamos en latín, yo era mezzosoprano, la segunda voz, aquello me comió mucho tiempo de mi infancia”– y se inició en el rock gracias a la colección de discos de su padre: Judas Priest, Led Zeppelin, Jethro Tull, Pink Floyd… Hoy Patricia, que viene de flipar en el Sónar y cita durante la entrevista a James Blake, Massive Attack, Portishead, John Talabot, Pional o su amigo Ed is Dead, está loca por hacer música. Para arrancarse le falta encontrar un partner in crime. “La música es lo que más me pone, esta mal que lo diga porque soy actriz, pero le tengo mucho respeto”, confiesa.
Nuestra relación con Patricia no acabó ahí, cuando pulsamos stop en la grabadora. Patricia madrugó otro día y se fue a una fábrica donde grabamos un vídeoclip con ella. Y Patricia nos contestó un cuestionario tirando a absurdo. Y Patricia nos preparó una lista musical. Y Patricia nos escribió un estupendo texto en clave íntima sobre sus filias y fobias. La verdad es que la hemos acosado, exprimido. Como si no quisiéramos acabar con ella.
En su Instagram, Patricia se califica de “professional hater” pero, aunque nos duela llevarle la contraria, esta chica es un amor.
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