El escritor catalán Kiko Amat hace ejercicio de memoria y masoquismo en ‘Chap Chap’, su última antología confesional.
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Dicen que Kiko Amat es ese chaval de Barcelona que sabe de pop y escribe con gracia. A él le gusta resaltar el término chaval con cierta ironía. Pero no es tan viejo, sólo le gusta aprovechar el tiempo. Tanto, que parece haber adelantado su obra póstuma. Chap Chap (Blackie Books) no es un recopilatorio al uso, es la antología de una vida donde todo, lo bueno y lo malo, tiene cabida. Y a juzgar por la crisis que sufre su autor, es todo un varapalo para el ego. Todavía no se ha recuperado, pero el día que hacemos la entrevista, Kiko se siente feliz, o eso cree, porque en su cabeza suena Happy, de Ned’s Atomic Dustbin.
¿En qué momento alguien decide recopilar su trabajo para flagelarse de esta manera?
Me gustan los ómnibus de articulistas ingleses, aunque no tengan demasiado comentario extra. Empecé a pensar en los míos, a la que vi la panoplia de bochorno y ridiculez. Como si revisitaras la borrachera inmunda que tuviste la noche pasada, donde le tocaste las tetas a la novia de tu mejor amigo y prorrumpiste en gritos nacional-socialistas. Al día siguiente, tu cuerpo conspiraría para hacerte olvidar lo que ha pasado. Pero yo todo esto lo he hecho por escrito. Vi que el libro no era una recopilación, era un libro confesional que explicaba otra cosa, explicaba un fulano.
Y tras esta retrospectiva, ¿has localizado el origen de toda esa maldad?
Hay un fenómeno que me llena de terror animal y fascinación, que es insultar creyendo que estás elogiando. Esto es de majaras. Me parece la máxima chifladura cuando un tío, que más o menos es fan, me dice que ‘Rompepistas’ es su libro favorito pero ‘Cosas que hacen bum’ es una basura. Creía que era un fenómeno de adolescente moderno, hasta que vi que yo también lo hacía. Hay un artículo sobre el sello Spicnic que me llena de un bochorno inquietante. Va sobre gente que admiraba y en cambio es una ristra de espeluznantes insultos. Por eso no me hablaban una época, ahora lo entiendo todo.
Suena un poco justiciero.
Es lo que decía Morrisey, la crueldad empieza en casa. Esto no lo sabía hace años. Mi talante juvenil era humillar al contrincante, dejarle al borde del sollozo. Una cierta madurez te hace ver que si hay que efectuarse una crucifixión, ha de empezar con una auto crucifixión.
¿Ésta es tu forma de pedir perdón?
No, ese es el titular delicioso, el que gusta: Kiko Amat pide perdón. No es exactamente así, es un acto de cierta contrición, de decir: He aquí un nota. Ya hemos visto las pruebas y las he comentado. El perdón me la suda. Suficiente tengo con haberme dado cuenta.
Siempre he pensado que cuando alguien no quería hablar, describir la situación que lo rodeaba era la opción de emergencia. Pero en tus artículos es un recurso habitual
¿Sabes qué pasa? Esta gente es eminentemente poco interesante, por definición. La fama te puede deslumbrar, pero la ilusión se acaba muy rápido. A mí, Juliette Lewis diciendo que le chupó el dedo a Robert De Niro no me impresiona en absoluto. A la hora de recopilar estos artículos, vi que la entrevista era lo de menos, era la coartada. Son columnas disfrazadas. La excusa para contar lo que quiero.
¿Alguna vez te has autocensurado para que aceptaran tus artículos?
No, y he tenido la suerte de que no me censuraran. Excepto una vez, en un artículo sobre Stuart Christie, un escocés anarquista que intentó matar a Franco de una manera completamente enloquecida. Una chapuza de peli. Creo que al final de un párrafo puse que había que matar a Aznar. Era apología del terrorismo. Lo cambié y puse que había que matar a Franco pero ya no tenía gracia, ya no era tan ‘diver’.
Veo que el humor no es opcional.
¡Claro!Creo que aquí hay humor, pero viene de ser un país un poco subdesarrollado. Si eres una potencia como Inglaterra, a lo mejor adquieres ese saber estar por encima de todo. Los ingleses tienen muchos defectos pero la solemnidad no es uno de ellos. Siempre se auto defenestran. Yo he mamado directamente de ellos y del talante de mi pueblo natal. Nunca he visto a ningún amigo llorar, ni nunca he escuchado penas. El talante de mi pueblo consiste en desmenuzar la pesadumbre, reírte de ella y hacerla pública. El gatillazo de la noche anterior mejor lo cuentas y además en plan heroico.
Ese yo tan inglés suele ser motivo de críticas.
Sí, a mí esto me deja perplejo. La crítica habitual es que hablo de mí mismo ¿Ahora descubrís esto? Obviamente, si eres refractario al yo, te van a entrar unas terribles diarreas solamente con leerme, porque está patente en cada frase. La primera vez que me dijeron que no podía poner un yo literal, me quedé de piedra. El supuesto de la objetividad me parece una falacia. Por eso mis artículos nunca hacen alarde de ello. Yo no tengo la verdad absoluta, tengo la capacidad de gritar más fuerte que el otro.
Y a la hora de escribir, ¿cuáles son tus referentes?
La primera voz es la oralidad de mi pueblo y la gente con la que crecí. Luego están los columnistas ingleses que siempre leo: Caitlin Moran, Jon Ronson, Julie Burchill o Charlie Brooker. Charlie Brooker es el mejor, es el primer cretino de sus escritos. Aparte, está la gente que consigue hacer divertido cualquier tema. Eso sí que es guay. Cuando escribes sobre algo que no te interesa lo más mínimo y lo que sale es súper ‘diver’. Eso separa a los hombres de los niños.
El título de ‘Chap Chap’ está cerca de convertirse en el mayor secreto del pop.
Para un tío bocazas como yo, que no se calla nada, los secretos son una cosa admirable, casi prohibitiva. John Fante, uno de mis héroes, tenía un tatuaje, el número 3641 y murió sin que nunca nadie conociera su significado. A la segunda copa, yo se lo estaría contando a todo el mundo y haciendo un artículo sobre el tatuaje secreto. Me gustaba que ‘Chap Chap’ fuera una cosa mía. Aparte, la gente me dice cosas mucho más poéticas. Un colega me preguntó si era mi sonido chapoteando en el fango. Otro, que si era el sonido de las lágrimas de mi vergüenza ¡Esto es cojonudo! Ahora ya no puedo desvelarlo.
‘CHAP CHAP’, de Kiko Amat (Blackie Books)
Entrevistas disfrazadas, crónicas auto protagonizadas y artículos socarrones con una pizca de crueldad y mucha autoflagelación. Una antología reposada y confesional que recorre la actividad periodística de Kiko Amat y explica su existencia en el mundo hasta el punto de ocasionarle una crisis existencial. ¿Héroe o víctima? ¿Genio o cretino? ¿De lengua viperina o humor adelantado? Quien sabe. Lean ‘Chap Chap’ y sobre todo, diviértanse.
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