Aprovechando el advenimiento de la quinta y esperada temporada, analizamos los vaivenes de una serie que ha conseguido remontar el vuelo.
Por ÁNGEL RAMOS
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La apuesta de AMC fue bastante clara: adquiriremos los derechos de The Walking Dead, el cómic creado por Robert Kirkman, pero queremos que no sea “otra producción de zombis” y, por ello, vamos a encargarle la adaptación a un tipo de prestigio. Nada más y nada menos que a Frank Darabont.
Todo correcto. Otra ración de tele de la buena. Nada de decapitaciones sin ton, ni son. Nada de “matar matar matar” porque sí, vamos a ofrecerle a los espectadores de la serie un espectáculo con zombis pero también un marco para reflexionar sobre hacia donde va Estados Unidos y, por ende, el mundo en general si no conseguimos tomar conciencia de nuestra frágil posición frente a los retos del futuro y unirnos frente a los posibles enemigos que la naturaleza o, peor, nosotros mismos, hayamos creado y quieran destruir esas cosas que tanto amamos y que hemos construido un poco mal pero con mucho cariño y muy buenas intenciones ya sea la familia, la sociedad, la democracia occidental o, yo que sé, la televisión de pago.
La fórmula del “entretenimiento inteligente” fue la apuesta de AMC que confiaba en que Darabont sería el tipo indicado para hacer atractiva una serie de género, de género zombi, a aquellos espectadores no iniciados en dicho género.
Hay que decir que Darabont se entregó en cuerpo y alma a esta misión. En cierto modo es lo que ha venido haciendo desde sus comienzos: engrandecer al género fantástico y de terror a costa de sacarle los colores a los que piensan que es solamente un entretenimiento ligero para adolescentes o postadolescentes o espectadores con Síndrome de Peter Pan. Como muestra un botón: Darabont fue el tipo que incluyó una cita de Edgard Allan Poe en el comienzo del guión de Pesadilla en Elm Street 3 (Por dios, la tercera parte, ni siquiera la segunda, la tercera) para darle un tono elegante e intelectual a la saga de Freddy Krueger -”Sueño. Esos pedacitos de muerte. Cómo los odio”-. Más conocido es el hecho indiscutible de que, en sus manos, Stephen King se ha convertido en “algo más” que un escritor de novelas de terror y que sus tres adaptaciones (Cadena perpetua, La Milla verde y La Niebla) se convirtieron en tres estupendas reflexiones sobre su país de origen. Fue Darabont el tipo que nos reveló de manera fehaciente que los cuentos de terror estaban más unidos a la actualidad y a las grandes cuestiones de lo que jamás habíamos pensado.
The Walking Dead arrancó como una adaptación mayestática y de referentes shakesperianos de lo que, en principio, a ojos de los no iniciados, era un cómic (dirigido a la chavalada) sobre un pequeño grupo de supervivientes de un planeta tomado por las hordas zombis. Ardua tarea pues el tono del cómic, ya de por sí, algo introspectivo y adulto -no le quitemos mérito a Robert Kirkman- ha acusado siempre un tono más cercano al cómic de autor que al de superhéroes.
Las dos primeras temporadas acusaron esa necesidad de alcanzar al público adulto, de hacer acopio de aliados en el enemigo y dejó a los fans del género un poco ahítos de decapitaciones y sangre a raudales. Una vez más, así como por enésima vez, las redes sociales y los foros y los blogs y todos esos inventos de espíritu francamente volatil echaron a arder y se comenzó a mascar la tragedia: aquello era demasiado blando, demasiado lento y demasiado reflexivo.
Posiblemente Darabont no ha sido capaz de acertar con el tono, tampoco con la ayuda de los otros tres guionistas de la serie entre los que se encuentra el propio Kirkman, y la serie ha acusado mucho el hecho de ser una especie de remedo de Hamlet donde los personajes, en demasiadas ocasiones, deciden sentarse a charlar sobre el propio objeto de la supervivencia o sobre si es lícito ir por ahí arrancando cabezas.
A mediados de la segunda temporada, y aunque Darabont había aparecido en la Comic Con para anunciar las novedades de la serie (La Comic Con es esa feria de cómic que, por arte de magia mercantil se ha convertido en el show running más grande del universo), AMC decidió prescindir de sus servicios y decapitarlo como máximo responsable de la producción aduciendo que The Walking Dead era una máquina de perder dinero.
Digamos que “perder dinero” es un eufemismo en los tiempos que corren que podría traducirse como: esta es una producción muy costosa y muy dificultosa y que conlleva un trabajo enorme que no está dando los suficientes beneficios o, por lo menos, no los que esperábamos en apartados tan importantes como ventas a otras cadenas, VOD o merchandising.
Es posible que, en otros tiempos, estos pequeños beneficios no hubieran resultado un problema y sí un éxito: hemos arriesgado a la hora de producir una serie como esta y le sacamos un dinerete. Todo bien. Además nutre a la AMC de mucho prestigio. Pero, en la actualidad, la tele ya no es el refugio de actores de medio pelo y de estrellas cinematográficas cuyas carreras van de capa caída si no una parte importante en el reparto de los beneficios del show bussiness (descartado ya casi el cine, ya se compite solamente con los videojuegos) y, claro está, AMC ya había dado en el clavo produciendo prestigio a raudales, nada más y nada menos que Mad Men y Breaking Bad. La primera por ser una producción tanto o más arriesgada que The Walking Dead pero muy atractiva para el departamento de post venta ( y derechos de emisión) y la segunda por ser un éxito inesperado por completo ya que había comenzado de forma muy renqueante en todos los aspectos pero había ido cogiendo fuerza a medida que iba avanzando con unos costes de producción muy aseaditos.
Así, con el divorcio de Darabont (que ha llegado a demandar a la cadena reclamando una indemnización por despido improcedente y el 12´5 de los esperados beneficios) y AMC, The Walking Dead ha ido ganando en acción y perdiendo en discurso. O, mejor, es posible que todo el discurso que podría hacerse de The Walking Dead y todas las veces que podría repetirse lo de “malos son los zombis pero peores los humanos que te cruzas en este mundo postapocalíptico”, ya se repitió lo suficiente en las primeras temporadas y ya no hay manera de repetirlo o de buscarle acomodo en una línea de diálogo más sin que alguien sufra un síncope.
Quizás, hasta la fecha, The Walking Dead, ha sido demasiado avara a la hora de regalarnos a los grandes personajes del cómic. Quizás la carta de ir escondiéndose las cartas buenas (la aparición de Michonne o de El Gobernador resultaron un tanto tardías) para dar el golpe en una mano magistral que dejara a la audiencia completamente boquiabierta tardó demasiado en aparecer y, por tanto, la serie ha sesteado hasta la actualidad provocando dudas entre los fans del cómic (cada día más desesperados) y la alegría de los haters (ese grupo que uno nunca sabe si es una minoría muy ruidosa o una mayoría estable) que han visto que la serie no ha acabado de arrancar del todo.
Por suerte la cuarta temporada resultó definitiva. No le quitemos mérito a Darabont (que ha firmado 52 de los 52 guiones de la misma) y digamos que esta sí ha sido un acierto. Dividir a los personajes en pequeños grupos multiplicó las tramas -es complicado encontrar tramas en un mundo postapocalíptico donde hay cada vez menos humanos- de la serie dotándola de más acción, más violencia, más desmembramientos y más sangre.
Es así como una serie que, hace un par de años, corrió el riesgo de ser ominosamente cancelada ha renacido -paradójicamente yendo de zombis tiene su mérito- y que, incluso, AMC haya anunciado su intención de crear un spin off de la misma en la que se seguirán las andanzas y desventuras de un grupo diferente de supervivientes. Hecho este que le quita un poco de hierro al asunto ese de que la serie arrojaba pérdidas o, mejor, que AMC está haciendo todo lo posible para rentabilizar todo el atrezzo, maquillaje, decorados etc. de la serie para explotarlos en una nueva producción.
El final “en alto” de la cuarta temporada (con los personajes principales atrapados en un vagón de tren estacionado en una vía muerta de ese nuevo complejo llamado TERMINUS) nos ha dejado con ganas de saber cómo arracará esta nueva temporada y como volverá a reunirse todo el grupo o de qué forma se establecerán las nuevas alianzas entre los personajes (otra de las tramas que se ha explotado más en la anterior entrega). Ya centrados por completo en la supervivencia, sin más, veremos a los nuevos personajes que se incorporarán este año. Los rumores apuntan al fichaje del actor afroamericano Tyler Williams (protagonista de la injustamente tratada “todo el mundo odia a Chris”) como uno de los nuevos personajes para interpretar a un personaje que no se sabe si será una mezcla de varios originales del cómic o una nueva creación y la ya anunciada participación de Seth Gilliam (más prestigio, Gilliam fue actor en OZ y The Wire) en el papel del Padre Gabriel Stokes este sí personaje original de la serie.
Por lo demás las cosas seguirán en su sitio y The Walking Dead, la serie, correrá paralela al éxito de The Walking Dead, el cómic, donde se van revelando posibles informaciones sobre las nuevas historias y las nuevas tramas pero, la verdad, no muchas porque ya parecen casi dos producciones completamente separadas una de la otra y donde no se sigue el principio de fidelidad que rige entre Canción de hielo y fuego y Juego de Tronos.
AMC puede respirar tranquila: ha superado la prueba del tiempo pese a que ahora se enfrente a una demanda millonaria por parte de los representantes legales de Darabont y parece que las cosas van viento en popa porque ha recuperado al grupo de fans que era el objetivo. Los ejecutivos de la cadena podrían haber sacado esa moraleja de la misma serie: sobrevive el que es capaz de sobreponerse a cualquier cosa y no duda en apretar el gatillo o coger la maza. En este caso el damnificado no fue un zombi si no Darabont. Pero, ya sabes, tanto en un mundo postapocalíptico como en el mundo de la actual televisión hay que dejar algunos cadáveres atrás para seguir caminando entre los vivos…y los muertos.
Zombis & Infectados & Endemoniados
1. George A. Romero: Él es el responsable del zombi clásico. Antes de La Noche de los muertos vivientes (1968) nadie le había prestado atención a este monstruito y, mucho menos, había pensado en convertirlo en uno de los monstruos modernos. En la saga original que ha ido completando con el paso de los años (La noche de los muertos vivientes, Zombi. El Regreso de los muertos vivientes, El día de los muertos, La Tierra de los muertos, El diario de los muertos y La Resistencia de los muertos entre 1968 y 2009) resumió todo el corpus de los zombis/muertos vivientes. En cada una de las películas mejoró al zombi dándole un nuevo carácter hasta el punto de que se sacó de la manga que el zombi podía ser educado pues tenía una especie de memoria residual. En toda la obra de Romero, y lo demuestra con cada estreno, se adelanta unos pocos pasos al resto de creadores de zombis o subespecies zombis.
ZOMBI: lento, idiota, podrido en parte, recién salido de la tumba, andares torpes. Emite una especie de grito gutural cuando descubre a una víctima a la que devorar. Parece una persona que hubiera pasado 72 horas ininterrumpidas en un after de la peor categoría ingiriendo garrafón y cocaína al 12% de pureza cortada con matarratas, cal y laxantes prohibidos por la OMS. La mejor manera de quitárselos de encima es corriendo y, si no se puede correr, golpeándoles en la cabeza con saña.
2. Danny Boyle: El director británico responsable de “Trainspotting” decidió darle una vuelta de tuerca al género con “28 días después” (2002) y darle un aire nuevo llevando a la gran pantalla un guión del Alex Garland cuya novela, “la Playa”, había sido adaptada por Boyle al cine en 2000. El asunto era que una plaga de zombis destruía el Reino Unido debido a que un grupo animalista liberaba a unos monitos “infectados” por un virus parecido al de la rabia. La escalofriante película, rodada en formato digital y con aires de “cinema verité” en sus escenas más chungas tuvo una celebrada secuela dirigida por el realizador español Juan Carlos Fresnadillo titulada “28 semanas después” en la que el horror volvía a apoderarse de la audiencia.
EL INFECTADO: Para esta definición, definitivamente, vamos a tener que introducirnos en las sutilezas del mundo freak, en el de los verdaderos connosieurs del mundo zombi. Vamos a intentar explicarnos: en 1973 George A. Romero estrenó una película titulada The crazies en la que los habitantes de un pueblo se infectaban con un virus militar parecido al de la rabia que los convertía en sádicos asesinos. Es decir: uno está vivo y coleando, coge un virus y sin morirse del todo o sin estado catatónico aparente pasa a contraer una enfermedad parecida a la rabia. En 28 días después, en el comienzo de la misma, parecía que eso ocurría con los primeros infectados por los monos. Tanto es así que, al igual que aquellos personajes de Romero, estos conservaban la virtud de correr a velocidad “Usain Bolt” para atrapar a sus víctimas y mascarles la nuez.
Es decir: un zombi es un muerto que revive. Un infectado es un vivo que contrae un virus y se convierte en una cosa parecida a un zombi pero no en un zombi del todo.
En todo caso: un infectado tiene el mismo aspecto fatal que un zombi. Sin más. Es igual de chungo y tampoco puede comunicarse o moverse con otro afán que no sea el de matar a todo lo que esté todavía vivo en su radio de acción y, al igual que el zombi clásico, transmite su enfermedad a través de la mordedura o cuando una víctima ingiere sin querer algo de su sangre o traga un poco de carne pútrida. Para aniquilarlo hay que actuar de la misma forma: atizándole en la cabeza. CLASSIC.
3. Jaume Balagueró/Paco Plaza: Aunque “No profanarás el sueño de los muertos” (Jorge Grau, 1974) es reconocida como la primera incursión del cine español en el universo zombi (muertos que vuelven a la tumba debido a una máquina de ultrasonidos) -es un clásico desgraciadamente más reconocido fuera de nuestras fronteras que dentro de las mismas- fueron los directores Jaume Balagueró y Paco Plaza los que consiguieron el taquillazo con la saga “REC” donde una reportera que acompaña a un grupo de bomberos que acuden a una llamada de socorro en un céntrico edificio de Barcelona descubre que el lugar está habitado por zombis…o algo extrañamente parecido a los zombis. El misterio seguiría en REC 2, donde la acción se centraría en un grupo de operaciones especiales que invade el edificio en las horas posteriores y seguiría en REC 3 pero, esta vez, dentro de un complejo hostelero donde se celebra una boda. La cosa parecía que iba a parar ahí pero el 31 de octubre se estrenará REC 4: Apocalipsis donde se retomará a Manuela Velasco, primera protagonista de la saga.
EL ZOMBI INFECTADO Y ENDEMONIADO: Volvemos a pisar el terreno de lo puramente “freak”. En primera instancia los zombis de REC son simplemente zombis. O eso parece. Son muertos que resucitan tras ser infectados por un virus. He aquí la cuestión. Son infectados por un virus y, por tanto, serían infectados. De hecho algunos de ellos pasan por el estado catatónico necesario para alcanzar la categoría de zombis y otros ni siquiera lo necesitan. La cosa se complica con la subtrama de carácter religioso que Balagueró y Plaza integraron en la historia principal. Al parecer el virus, de algún modo, tiene un carácter sobrenatural y demoniaco pues las criaturas reaccionan ante imágenes de cruces o cuando escuchan pasajes de la Biblia hasta quedar paralizados. Hete aquí que Plaza y Balagueró (da igual el orden) dan una vuelta de tuerca al asunto sacándose de la manga al zombi infectado y endemoniado. Por si las dudas: tienen un aspecto igual que el de los zombis. Tienen algunas aptitudes de infectados, otras de endemoniados…eh…bueno, son muy completitos.
CURSO DE SUPERVIVENCIA ZOMBIE
“Guía de supervivencia zombie”: El libro de Max Brooks, hijo de Mel Brooks, fue escrito según su autor de pura chiripa, como una broma. Una de esas bromas para entretenerse con los amigos. Es, efectivamente, una guía de supervivencia específicamente detallada para sobrevivir a un apocalipsis zombi. Un apocalipsis de zombis clásicos. Incluso se permite el lujo de contarnos que el virus que afecta a estos pobres diablos se llama Solanum y a hacer toda una descripción de su sintomatología como si de una enfermedad real se tratara. Cuenta el propio Brooks que, cuando el libro se publicó y se enfrentó a una gira por distintas universidades -algo muy típico en los Estados Unidos- se dio cuenta de que la carga irónica de su libro (el hecho de que la audiencia se lo tomara, como él esperaba, a coña) fue sustituída por una serie de preguntas de los asistentes de lo más complicado y técnico tipo: ¿Qué espada es la más adecuada para cortar una cabeza? O ¿Qué marca de abono es la mejor para crear un huerto urbano?
Fue entonces cuando Brooks tomó conciencia del fenómeno y que, en cierto modo, el género zombie era visto por muchos como una fantasía que, sin embargo, tenía posibilidades de hacerse realidad por encima de cualquiera de las otras fantasías de terror creadas desde el siglo XIX hasta nuestros días.
De esa amenaza que algunos percibían como real fue de donde Max Brooks extrajo el nervio para escribir su imprescindible “Guerra Mundial Z”.
Por si tú eres de ese grupo, de los que cree que algún día la cacareada Droga Canibal o un virus de laboratorio o una mutación de alguna cepa de gripe escondida en algún laboratorio convierte a un alto porcentaje de la población en muertos vivientes lo mejor es que adquieras el volumen y te prepares para la peor de las catástrofes.
“SHAUN OF THE DEAD”: Posiblemente la película de Simon Pegg y Edgard Wright sea lo más cercano a un apocalipsis zombie que se ha retratado nunca. Es más, hay quien piensa que muchas personas intentaría sobrevivir a una amenaza semejante tomando las mismas decisiones tontorronas que los dos protagonistas de la película (rescatar a tu novia, matar a tu padrastro, intentar atrincherarte en tu bar preferido, parar un momento para degustar un cornetto etc.). Es por ello que el visionado de esta película se hace imprescindible para los que se preparan para semejante contingencia pues, de ella, extraerán la interesante moraleja de que hay que mirar al apocalipsis con una sonrisa y que de peores batallas hemos salido. Por si fuera poco “Shaun of the dead” insiste en la posibilidad, ya adelantada por Romero, de que los zombis podrán adiestrarse en un futuro para llevar a cabo engorrosas tareas como alinear los carritos del supermercado o ser usados como compañeros de consola y videojuegos. Una joya épica.
DON JUAN DE LOS MUERTOS: El cubano Alejandro Burgués quiso (y consiguió) dirigir esta película de género -algo inusitado en el cine cubano- donde se pone de manifiesto que el género zombi sirve para muchas cosas, entre ellas, para servir como comparación de la situación de la isla caribeña…o no. No queda del todo claro porque el cuento de Burgués, cómico y algo amargo, tiene mucho que ver con el hecho de que en el fondo no se sabe muy bien si se ríe del sistema cubano o de la situación que ha creado o, por ende, de los que han decidido contra viento y marea azotarlo. Por si las dudas no fueran suficientes Burgués pone de manifiesto que un grupo de cubanos que han sobrevivido al castrismo y a todos los aislamientos y boicots internacionales posibles serían los más capacitados para sobrevivir a una hecatombe de estas características y que lo harían, sorprendentemente, instaurando un servicio de limpieza de zombis. No deja de ser curioso que una película cubana, hecha dentro de un régimen comunistas, trate sobre los avatares de unos tipos que deciden abrir una empresa que se dedica al exterminio de zombis molestos para la tranquilidad de sus clientes. La cinta resulta tan curiosa como imprescindible.
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