El cantautor Victor Jara fue detenido el 11 de septiembre de 1973 en la Universidad Técnica del Estado y trasladado al Estadio Chile donde fue torturado durante cuatro días. Su cuerpo apareció tirado en la calle del día 16 del mismo mes con 44 impactos de bala. Le faltaba la lengua que sus captores le habían arrancado cuando todavía estaba vivo. También algunos dedos. Pinochet era más consciente que nadie, seguramente porque lo había aprendido de su admirado General Franco, de que la violencia brutal y administrada de forma aparentemente arbitraria siembra el pánico que, a su vez, ofrece la sumisión necesaria para mantener a un dictador en el poder. El cuerpo inerte de Jara y su lengua desaparecida fueron un mensaje que llegó alto y claro a los músicos chilenos.
Claudio Narea (guitarra), Jorge González (voz) y Miguel Tapia (batería) eran tres chavales que se conocieron en el colegio gracias a que los tres eran fans de KISS. Aquel encuentro había ocurrido en la anterior década y, durante años, fueron perfilando la necesidad de montar una banda propia. Tras muchos cambios y muchos dolores de cabeza y muchas discusiones –algo que marcaría el destino y la carrera del grupo- se formaron como trío y se hicieron llamar Los Prisioneros.
Frente a los cantautores (francamente valientes) y los músicos de corte más profundamente político, con letras más profundas y mensajes más directos (todo lo directo que se puede ser en una dictadura que, según la comisión Valech –la última oficial- alumbró un total de 3.065 muertos y desaparecidos y unas 40.000 víctimas repartidas entre presos políticos, torturados, detenidos ilegalmente, etc.), Los Prisioneros fueron un grupo que prefirió el sarcasmo y el punk. Dispararon contra todos hasta el punto de que la dictadura los consideraba sospechosos por izquierdistas y la oposición al régimen, en su mayoría, los consideraba derechones o, al menos, blanditos con la dictadura.
Antes de alumbrar ‘La voz de los 80‘, su primer álbum que saldría originalmente en formato cassette (única y exclusivamente), el grupo se hizo famoso por convertir cada concierto en una performance de la contrariedad y la adivinación: ¿Estaban diciendo algo? ¿Se estaban callando como ratas? ¿Eran conservadores? ¿Eran marxistas-leninistas?
Lo cierto es que, por aquellos años, la filosofía de Los Prisioneros, que alguno de sus miembros originales ha reconocido de “poco espíritu político” (algo negado por alguno de los otros dos…de forma equidistante y casi usando los mismos argumentos…en diferentes etapas de su vida post-Prisioneros) se puede establecer a partir de una base casi sardónica: “Que Pinochet esté matando gente no quiere decir que no podamos reírnos de todo lo que se mueve…incluso de nosotros o de nuestro público”. ¿Es posible bromear a costa de la estupidez, propia o ajena, cuando hay un dictador en el poder? Parece que se puede.
Influenciados por The Clash y los grupos de la Movida Madrileña (el padre del manager de la banda se trajo un montón de discos de Madrid para venderlos en su tienda), Los Prisioneros editan este disco con su primer single, ‘La voz de los 80′, que se ha convertido en un himno generacional en Chile. Riffs de guitarra chirriante, ritmo machacón y un grito de rabia tras otro, contra lo establecido, contra los rockers y los punks, por las ocasiones perdidas…una letra que, efectivamente, puede leerse como ustedes quieran pero que condensa un “algo” que no gusta a la dictadura, claro está. En una de sus apariciones en TV, durante un maratón televisivo benéfico, cuando comienza a sonar la canción la señal se pierde y comienzan a emitirse anuncios. Mucho peor sería que, algunos años después, Miguel Tapia, el batería, denunciara que habían sufrido un intento de secuestro (desmentido por los otros miembros de la banda…a veces).
Pese a vender oficialmente sólo 1.000 copias de este primer trabajo (en cassette y solo en cassette…en la reedición de la misma la cifra ascendería a 105.000…incontables las copias pirata que se distribuyeron), Los Prisioneros se hacen muy famosos. Junto al primer single destacan canciones como ‘¿Quién mató a Marilyn?’ (“La prensa fue/o la radio tal vez”), ‘Brigada de negro’, ‘Paramar’ o ‘Nunca quedas mal con nadie’ quedan para siempre en la historia de la música chilena. Esta última es una patada contra los músicos “comprometidos” que más que una cuestión política parece la típica pelea entre folkies y punks. Por mal que suene: Los Prisioneros acusan a más de uno de intentar ligar y posturear a costa de la política. ¿Les suena?
Sí, que se viva en una dictadura no quiere decir que no nos podamos quejar de estas cosas y más cuando “tu mensaje no molesta”, otra de las acusaciones vertidas.
‘Sexo’ es otra canción que le trae problemas a ‘Los Prisioneros': es censurada en todo el país. El grupo se larga de una entrevista en la cadena Universidad Católica porque no les dejan tocar el tema. Nunca se podrá saber si el trío actuó con candidez pensando que no habría problema en cantar dicha canción en una televisión católica o si todo atendió a una gamberrada en forma de acto de rebeldía o de gran operación de márketing.
Los Prisioneros volverían a grabar un dísco de estudio a comienzos de 1985. Se tituló ‘Pateando piedras’ y redirigía la gamberrada hacia otros territorios sonoros hasta el punto de incluir sintetizadores y tener una tendencia pop más marcada. Sin embargo el grupo alcanza una concienciación más visible con ‘Muevan las industrias’ y ‘El baile de los que sobran’ dos canciones que critican la crisis económica –el régimen pinochetista fue un campo de pruebas de los papás de los actuales #LET que aprovecharon para ensayar con diversos experimentos sobre la inflación de la moneda, por ejemplo- mientras que se ciscan en las “elites intelectuales” (algo pijas) con ‘¿Por qué no se van?’.
Se convierten oficialmente en el grupo más vendido de la historia de Chile (disco de platino incluido) y comienzan a hacerse un hueco en los países latinoamericanos pese a permanecer en una especie de semi censura que incluye un casi veto institucional que no les permite acceder al 100% a los medios de comunicación masivos. Pocos fans pero muy leales y patinazos ante grandes audiencias en Uruguay y Argentina donde su discurso, que no incluye oficialmente una postura política, no cala del todo. Sí lo hacen en Perú que es un país con una curiosa tradición punk que se inició con los míticos Los Saicos en 1964 (escuchen ‘Demolicion‘, hagan el favor).
Los Prisioneros soportan la frustración de este “casi famosos” entre tensiones internas y broncas con grupos como Soda Stereo de los que dicen: “Este es el tipo de rock que le gusta a Pinochet”.
En 1988 el grupo lanza ‘La cultura de la basura‘. Es un año complicado en Chile porque el panorama político comienza a moverse, al fin. Pinochet decide someter su mandato a un referéndum popular (otra cosa que aprendió de su amigo Franco) para así postergarse en el poder intuyendo que era una cita “electoral” que no podía perder. La oposición, que engloba a varias posturas políticas que van desde sectores moderados de la democracia cristiana hasta los temidos comunistas, consigue un frente común y aprovecha la oportunidad que el régimen pinochetista le ofrece para publicitar la opción del “No”: quince minutos diarios en la televisión nacional. En una franja nocturna, claro está. En un horario con poca audiencia, por supuesto.
La campaña del “NO” se le encarga de tapadillo al publicista René Saavedra, hijo de exiliado que regresó a Chile, que elige una línea curiosa: la campaña del NO escapa de mensajes políticos directos y se centra en términos publicitarios perfectamente fáciles de entender para una audiencia poco politizada y asustada: Pinochet es la tristeza y el NO es la posibilidad de la alegría. El slogan, el jingle y el propio anuncio publicitario (“Chile, la alegría ya viene”) son de un estilo naïf que, en un principio, desespera a los partidarios de aprovechar la oportunidad que da el dictador para dar a conocer los datos escalofriantes de muertos, asesinados y presos políticos. Los 15 minutos de espacio electoral se conforman en una especie de píldoras que mezclan conceptos publicitarios, noticias censuradas y contenidos que parecen una especie de clip de vídeo comprimido de una programación de cadena de televisión regular. Los Prisioneros estrenan en el espacio electoral, llamado ‘Teleanálisis’, dos videoclips que atienden a ‘Sexo’, éxito de su primer disco que se emite por primera vez en televisión nacional, y ‘Maldito sudaca’ que está incluido en su nuevo disco. El disco se distribuye con dificultad en Chile cuando Los Prisioneros, a principios de año y en plena promoción, aseguran que votarán NO a Pinochet. El grupo es censurado oficialmente y de todas las fechas contratadas para la gira solo pueden hacer siete de ellas.
El disco fracasa en muchos aspectos. Primero en el artístico donde los tres prisioneros no se ponen de acuerdo en ningún momento. La grabación resulta costosa, abrupta y está trufada de broncas criminales entre los miembros. El resultado es un playlist irregular sin dirección concreta donde se acumulan los conceptos y la diversidad de los ritmos que conforman el recorrido sonoro de la banda pero que se ofrecen de forma independiente. Este es uno de los motivos por los cuales no se incluye la canción ‘We are sudamerican rockers’ –un hit incontestable- que pasa a editarse como single promocional en otros países y que no se incluye en la discografía oficial de la banda hasta la salida de su recopilatorio del 89.
Pese a todo lo que sí se impone es la filosofía de Los Prisioneros, se impone la ironía y el sarcasmo del grupo que son las dos premisas que René Saavedra, de forma convenientemente azucarada, incluye en su exitosa campaña del “NO”. Punto para los punks. El plebiscito alumbra un resultado sorprendente: Se impone el rechazo a Pinochet por un 56%. Pese a los movimientos de la dictadura, una parte del ejercito se pone a favor del resultado y la democracia llega a Chile, oficialmente, en 1990.
En el 89 Los Prisioneros comienzan a resquebrajarse. Jorge González se lía con la mujer de Claudio Narea, Claudia Carvajal, lo que provoca una bronca fenomenal entre los dos cuando el grupo está de gira. El tercer miembro, Miguel Tapia, no se entera de nada. A finales de ese año González va a casa de Narea para que sellen la paz haciendo un trío junto a la ex esposa de este. Narea se niega. Ese misma noche González se corta las venas y se toma una dosis letal de Valium que no acaba con él. Cuando se recupera le pide a Narea que hagan las paces y le convence para que acuda al local de ensayo para escuchar unas demos. Narea acepta por amistad y porque su situación económica no es buena.
González sigue cobrando derechos de autor pero ni él, ni Tapia tienen acceso a esos ingresos. El caso es que Narea se sienta a escuchar las nuevas canciones mientras va desentrañando que los temas que escucha están inspirados en su ex mujer. Por si fuera poco, mientras, González se ausenta continuamente para hablar con Claudia. Finalmente Narea se larga prometiendo que no volverá a tocar con el grupo.
En 1990, sin embargo, Los Prisioneros siguen vivos sin Narea y publican ‘Corazones’, un disco intimista que incluye una gran canción: ‘Tren al Sur’. Después de un año de cambios continuos en la formación se anuncia el final de la banda. Antes de que ocurriera Los prisioneros y el nuevo grupo de Claudio Narea, Profetas y frenéticos, coinciden en un concierto en elñ Estadio Chile. En la ultima canción de la noche Jorge González se enfrenta al público que corea el nombre de Narea y sale del escenario tirando la guitarra al suelo.
La banda volvería a hacer una intentona de reunión entre los años 2001 y 2003 que se convirtió en un lío tras otro y supondría la segunda salida de Claudio Narea de la formación. Entre medias Jorge González tendría tiempo a ser condenado por qubrantar la ley de seguridad del Estado tras unas declaraciones en las que cargó contra algunos de los empresarios que se habían enriquecido con la dictadura y dijo que todos los chilenos eran unos “ladrones” además de afirmar que, a veces, se avergonzaba de su nacionalidad.
Entre 2004 y 2006 Los Prisioneros Jorge González y Miguel Tapia volverían a reunirse para grabar un disco, que nunca se llevó a cabo, y hacer una gira que incluyó a España en su recorrido pero de la que ninguno de ellos guarda ningún buen recuerdo.
EL grupo más importante de la historia de Chile abandonaba por la puerta pequeña los escenarios muchos años después de que Claudio Narea dijera eso de que “nadie quiere tocar con Los Prisioneros porque somos el pasado, somos el rock latino y eso ya ha muerto”. Sentimentalmente unidos a la trágica dictadura y a uno de los periodos más oscuros y sanguinarios de la historia universal y las viejas canciones dejaron de tener sentido fuera de ese contexto y perdieron gas entre la nueva audiencia crecida en un país sin ataduras. El discurso oculto o reinterpretado de la banda perdió valor y, como dijo Narea en su biografía con amargura: “Nuestra banda será recordada siempre por los que vivieron la dictadura, precisamente por eso, porque había dictadura y no se podía hacer casi nada, salvo cantar canciones de Los Prisioneros. No tengo ni idea si la fama y la popularidad de la banda hubiesen sido igual sin los milicos, pero me da la impresión de que no”.
Recordemos también que la primera premisa para hacer rock es no tomarse demasiado en serio. El legado de Los Prisioneros está ahí como un recuerdo feliz de un periodo amargo que todavía puede disfrutarse a poco que uno tenga un poco de oído.