Mi padre y mi tío Jesús, que tenía una pequeña bodega en Canillejas, nos llevaron a mis primas y a mi a ver ‘Los Santos Inocentes’. Ellos habían ido la noche antes con mi madre y con mi tía Maribel a la Gran Vía, creo que al Capitol. Vinieron claramente impresionados. Mi tío Jesús hizo suya una frase de Paco “El Bajo”, el personaje interpretado por Alfredo Landa, y la soltaba cada vez que algún asunto no le gustaba mucho: “No me gusta como caza la perra, señorito, me parece que es un poco carrilana”. Creo que media España la adoptó también.
Mi madre estaba embarazada de siete meses. La película se estrenó a principios de abril del 84 y mi hermana nacería de parto prematuro a mediados de mayo. Al día siguiente teníamos programada una de aquellas visitas culturales que mi padre y el tío Jesús nos regalaban cada domingo: un museo, una exposición, un parque, una ruta por Madrid, un garbeo por el Rastro etc. Las tardes las rematábamos yendo al cine (Al Aragón o al Salamanca), Mi prima Chus, la mayor, nos llevaba a sus dos hermanas y a mi a ver alguna película. Aquel domingo fuimos por la mañana al Parque del Capricho y por la tarde al cine. Con los padres. Sin palomitas. A ver un dramón rural. Así era ser hijo de progres.
Recuerdo el Capitol petado, incluso en la primera sesión, y que estaba en silencio. En la sala había humo porque se podía fumar. Un vicio más silencioso que las palomitas que, en aquella sesión no infantil, brillaban por su ausencia. Yo, con diez años, vi aquel espectáculo completamente acojonado. Sin más. La malicia de todo, la injusticia,
Entonces llegó la escena. Aquella escena en la que Azarías (interpretado por Paco Rabal) engañaba al Señorito Iván (Juan Diego) y lo colgaba de una encina por haber disparado a su mascota, a la Milana bonita. Entonces algo se apoderó de la sala y todo el mundo aplaudió mientras el personaje el hijo de la marquesa, el heredero de aquella finca enorme de Alburquerque (Badajoz), la localización original de la película, pataleaba hasta quedarse inmóvil. Muchos años después le diría a Juan Diego lo que mi padre y mi tío comentaron después de ver la película: “Aquí se terminó la Transición”. Eran gente optimista.
A mí la película me gustó por muchas cosas. En aquel momento porque le había gustado mucho a mi padre y porque me sorprendió ver a Alfredo Landa tan serio. Había visto a algunos Azarías en mi vida. Tontos de pueblo andrajosos, mal vestidos, pobres de solemnidad. A veces obsesionados por una monomanía que me resultaba cómica: colarse en el campanario para tocar las campanas a destiempo, llevarse a los perros de caza ajenos para dar un paseo, sentarse a comer un trozo de pan en la plaza. Hombres entrañables de fuerza bruta y mentalidad infantil. Buenos salvajes, casi siempre inofensivos. A veces temibles y violentos por alguna contrariedad cotidiana.
Conocí a algunos personajes reales parecidos al Señorito Iván, ya en el declive. Cuando ya mandaban menos, cuando echaban espumarajos por la boca porque un rojo con el que no se entendían había ocupado la alcaldía del pueblo donde solían contratar a los currantes de la finca que, como decía el Señorito Iván, ya no tenían ninguna voluntad de sacrificio. A uno muy conocido de estos pagos le partió la boca una mujer a la que tocó el culo. Se creía que tenía derecho porque su abuela y su madre habían trabajado en su casa. La mujer había roto aquella maldición marchándose a trabajar a Madrid. A una fábrica.
Conocí también a muchos personajes sumisos como Paco “El Bajo” y a muchos tipos, administradores de fincas, que se comportaban como capos de campos de concentración. Ya de forma un poco ridícula porque era tiempo de cooperativas, porque la emigración cambió las dinámicas de poder, porque las fincas se trocearon y se vendieron o se tecnificaron, porque dejó de ser legal la esclavitud.
Me había fijado menos en las Régulas de este mundo. Régula era el nombre del personaje que intepretaba Terele Pávez, aquella mujer seca, seria, displicente, silenciosa y vestida permanentemente de negro. Me había fijado poco pero ha habido muchas a mi alrededor. Conocí a muchas Régulas. Mujeres abnegadas y silenciosas que hacía poco tiempo habían abandonado el campo para instalarse en alguna zona del extrarradio llevando consigo sus costumbres o se habían quedado cerca de la finca donde nacieron pero habían podido comprarse una casa en un pueblo cercano. Mi abuelo Zacarías nació en una finca. En su partida de nacimiento se puede leer el nombre de la finca y, después, el nombre del pueblo. Aquí hay todavía fincas que son como provincias pequeñas, atravesadas por riachuelos, que llegan hasta donde se pierde la vista. En algunas de ellas todavía se pueden ver casas pequeñas (a veces la cosa se solucionaba con un chozo) donde vivían familias desconectadas del mundo, que trabajaban por la comida, por un poco de dinero que se daba como propina, cuyos hijos heredaban el trabajo de los padres.
Terele Pávez interpretó a la perfección a aquella mujer. A aquella Régula silenciosa que arrastraba la tristeza de tener que cargar con “La niña chica”, la pequeña de la casa, aquejada de una terrorífica parálisis.
En mayo del 84, en el Festival de Cannes, ni Terele Pávez, ni Juan Diego, fueron galardonados con el premio a la mejor actriz o al mejor actor. La Palma de Oro se la llevó “Paris, Texas” de Wim Wenders, que es una película que habla de otros dolores profundos más contemporáneos y más estilizados que el dolor de contemplar el drama de haber nacido esclavo, de ver la España del subdesarrollo, aquella cosa escalofriante que parece lejana pero que existió hasta muchos años después de que este país diera sus primeros pasos para modernizarse. Fue una decisión injusta. Mi padre tenía una explicación: “no se lo dieron porque no fue capaz de captar el acento extremeño y porque destaca, joder, hace de mujer humilde pero tiene una fuerza acojonante”. Creo que mi padre tenía razón solo al 50%. Alfredo Landa tampoco tenía acento extremeño.
La historia familiar de Terele Pávez la persiguió por siempre. Su padre, Ramón Ruiz Alonso fue todo un personaje en su época. Tras declararse la II República era tipógrafo de profesión e ingresó en las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas (JONS) fundadas por Ledesma Ramos. Dos años después es el propio Gil-Robles el que le encarga a Ruiz Alonso que reclute a algunos militantes para hacer trabajos de propaganda en la calle. Agitación contra los sindicatos marxistas que se traducían en palizas y escaramuzas varias. Ese mismo año abandona Madrid para instalarse en Granada donde trabaja para el periódico católico El Ideal. Allí se matricula en la Universidad como estudiante de Ciencias Sociales y es elegido como diputado por la CEDA. Sus trifulcas en el congreso y sus declaraciones contra los partidos de izquierdas le hacen ganarse el apodo de “El obrero amaestrado”. Furibundo derechista es uno de los implicados en el golpe de estado del General Franco en el 36 al que llega de la manera más estúpida: había conseguido revalidar su escaño de diputado pero se comprobó que en la circunscripción de Granada había habido tongo electoral. Las elecciones se repitieron pero Ruiz Alonso perdió el escaño. Le queda la duda de si todo es un complot rojo o de si su partido, la CEDA, lo ha vendido porque su actividad parlamentaria se basaba en “todos los días, un plátano”. El caso es que se sale de su partido e intenta ingresar en Falange. Habla con José Rosales, hermano del poeta Luis Rosales, y le dice que hable con José Antonio Primo de Rivera, se vende como un elemento valioso y pide, a cambio, el sueldo que le daba la CEDA: 1.000 pesetas. A Rosales aquello le parece una chaladura y lo manda por donde ha venido. Sin embargo, recién comenzada la guerra, sí milita en Falange. Después participa activamente en las sacas franquistas. El 16 de agosto denuncia que Luis Rosales esconde a rojos en su casa. Espera que allí se encuentre García Lorca y también Fernando de los Ríos, el famoso diputado socialista y fundador de la Institución Libre de Enseñanza donde Lorca había sido estudiante junto a Dalí y Luis Buñuel. Solo encuentran a Lorca que, días después, es fusilado en Viznar junto a tres anarquistas: el maestro de escuela Dióscoro Galindo y los banderilleros Joaquín Argollas y Francisco Galadí. Los tres anarquistas.
Se sospecha que Ruiz Alonso pensaba que, con aquella delación, los hermanos Rosales (Luis y su hermano Miguel y a la postre José Rosales que le había negado su ingreso en Falange) también serían encarcelados por colaboracionismo. Se equivoca.
Tras aquello Ruiz Alonso se alista para ir al frente y funda el Batallón “Pérez del Pulgar” famoso por protagonizar uno de los episodios más absurdos de la Guerra Civil. En aquel batallón se alistan, sobre todo, ex militantes izquierdistas. Cuando se establecen en el Frente la mayoría de los 500 hombres que componen el batallón se pasan al lado republicano y se descubre que la mayoría de ellos se habían alistado por escapar de las sacas de Granada y poder irse al lado republicano. El batallón se disuelve y Ruiz Alonso se marcha a Salamanca a trabajar en la oficina de propaganda franquista. Al poco de estar allí Dionisio Ridruejo lo cesa de forma fulminante porque Luis Rosales le cuenta su implicación en el asesinato de Lorca que ambos entienden como una pérdida irreparable. Después de aquello Ruiz Alonso cesa en cualquier cargo público y no vuelve a tener un papel de relevancia en la administración franquista. El único dato reseñable es que, cuando llega la democracia, emigra a Las Vegas (Nevada, USA) y reside en casa de su hija María Julia, la única de sus cuatro hijas que no se dedicaría a la interpretación. Fallece en 1978 sin poder volver a visitar Villaflores, el pueblo de Salamanca donde nació, donde ha tenido una calle con su nombre desde que fuera diputado allá por 1933 y que fue retirada antes de que entrara en vigor la Ley de Memoria.
Terele Pávez y sus hermanas
A Terele Pávez y a sus dos hermanas, Elisa Montés y Emma Penella, lo de ser artistas les viene de su vía materna. Su abuelo fue Manuel Penella Raga compositor de las óperas ‘El gato Montés’ y ‘Don Gil de Alcalá’, su tía materna fue la actriz cómica Teresita Silva. Las tres hermanas decidieron usar otros apellidos para evitarse que el apellido paterno las persiguiera para siempre.
Terele era la pequeña de las cuatro. La más revoltosa. La más anárquica. Dicen que es la que más talento atesora de las tres pero, en realidad, destaca menos que sus hermanas porque se pierde más, porque resulta más ingobernable. Se multiplica entre el teatro, el cine y la televisión. Bebe mucho. Bebe de siempre. Sus allegados dicen que demasiado. Vive siempre a salto de mata. Incluso cuando está casada. Su innegable talento, a veces, no es crédito suficiente para que este o aquel director la llamen para trabajar. Jamás en protagonistas, claro. Nadie es capaz de atreverse a darle un protagonista por si las moscas. Una de sus amigas más cercanas cuenta una anécdota tremenda: recibe una llamada de una tercera que le pregunta por Terele, esta le dice que no sabe donde está. La otra le explica su drama. La actriz ha dejado a su hijo, Carolo, en su casa para un fin de semana y el niño ya lleva un mes con ella. No sabe qué hacer.
Terele sale mucho. Demasiado. A veces lleva a Carolo con ella que se duerme en las barras de los bares, de las cafeterías. Se niega a que sus hermanas le presten ayuda. Vive enfrentada con la vida, como quiere y con quien quiere.
Mario Camus, el director de ‘Los Santos Inocentes’, cuenta otra anécdota: la actriz se pierde por los pueblos cercanos a Alburquerque, donde se rueda la película, y se olvida de rodar. Mantiene a la Guardia Civil alerta para que la busquen por los locales abiertos de las dos provincias más grandes de España haciendo las labores de ayudantes de producción. En uno de los pueblos cercanos los vecinos recuerdan que invitaba, que charlaba con todo el mundo, que se empeñaba en hacer esperar a la pareja de guardias. Paco Rabal, su compañero en el rodaje, cuenta que tenía un talento inmenso. Como todo el mundo.
El éxito de ‘Los Santos Inocentes’ no es suficiente para centrar la vida de Terele Pávez que en 1985 es contratada por Pedro Costa para interpretar a Pilar Prades, la envenenadora de Valencia, en uno de los episodios más memorables de una de las series de televisión más memorables de la historia: ‘La Huella del Crimen‘. Ese mismo año hace ‘Requiem por un campesino español‘. Después se pierde en peores papeles.
Álex de la Iglesia
Sería septiembre de 1994 cuando estoy en el apartamento dúplex que Álex de la Iglesia ocupa en el Edificio España de la Plaza de España de Madrid. La casa está en penumbra, las paredes están decoradas con los storyboards de ‘El Día de la bestia‘. Hemos quedado para tomar una cerveza, o dos. La película es una coproducción entre Iberoamericana Films, la productora de Andrés Vicente Gómez, y Telecinco. En todas las veces que he hablado con Alex en ese tiempo el reparto ha cambiado mil veces porque todo el mundo quiere opinar sobre los actores de esta película que todo el mundo espera como agua de mayo. Esa noche me dice que quiere contar con Terele Pávez para hacer uno de los papeles. Todo me suena a chino porque no sé nada de la película y no he leído el guión. “La tía es muy buena”. Lo dice con mucha seriedad porque creo que adivina que mi cara es de que no me creo lo que acaba de decir.
Terele hace su último trabajo en 1993, un protagonista en un episodio de la serie ‘Cuentos de Borges’ (una coproducción con Iberoamérica y TVE), y lleva dos años parada. Conozco poco a Alex, apenas de nada, pero en este tiempo se le han escapado proyectos como ‘Yo quiero tener un millón de amigos’ –un proyecto comentado en prensa pero que nunca se llevó a cabo- y hay rumores sobre una posible adaptación de ‘Ranxerox’, de Liberatore. Lo que sí ha hecho ha sido rodar el material para el juego ‘Marbella Antivicio’. ‘El día de la bestia’ es su vuelta a la gran pantalla. Nos tomamos una cerveza en el italiano que había en su edificio. Me cuenta que Terele va a hacer el papel de la dueña de la pensión de Madrid donde va a parar el cura que va en busca del diablo. Se convierte en un fetiche de Álex y, al año siguiente, también en el fetiche del director Gerardo Vera que la elige para interpretar el papel de Celestina en la adaptación cinematográfica de ‘La Celestina‘. Borda el papel. Al año siguiente, en el 97, rueda a las órdenes de Agustí Villaronga una película casi desconocida titulada ‘99.9′. vuelve a regalarnos su talento infinito.
En 2008 vive su peor momento reciente cuando un paparazzo la graba sentada en la Plaza de Santa Ana junto a Manolito, un homeless que duerme en la plaza. La imagen es terrible para los espectadores que la recuerdan de interpretar a la madre de Antonio Alcántara en ‘Cuéntame‘. Trasiega cerveza. Trasciende, no sé a qué coño, que el bocadillo que se come el indigente se lo ha comprado la actriz en un bar de las cercanías. Carne para la picadora mediática. Sus conocidos le quitan hierro al asunto, por dos razones: no quieren dañar más la imagen de la actriz a la que tildan de bohemia y otro porque están acostumbrados a esta estampa. El mismo día que se estrena ‘Los Santos Inocentes’, en el 84, una tipa con pista de mendiga recorre las colas de un cine de Gran Vía. La gente se queda petrificada porque reconocen a Terele Pávez como esa mujer que les demanda algo de dinero suelto para poder comer. Muchos piensan que es una retorcida operación de márketing. La actriz pide cuando se queda sin dinero para seguir bebiendo. Una mala costumbre. No es raro verla por las terrazas de la Plaza Mayor reclamando dinero de los turistas, comiéndose las sobras de los platos. Ese mismo año Alex de la Iglesia le da un papel en la serie ‘Plutón BRB NERO”. Terele, que consiguió el Premio a la mejor actriz de reparto del Sindicato del Espectáculo (Los Goya de entonces) en 1969, no volvió a ganar nada hasta 1997 en la que la Unión de Actores la premió por su trabajo en ‘La Celestina’. Ganaría su único Goya por ‘Las brujas de Zugarramurdi‘, en 2014.
En agosto se ha ido Terele Pávez, a la edad de 78 años, con una película por estrenar este año (‘¡Ay, mi madre!‘, De Frank Ariza) y con muchas dudas sobre por qué alguien con tanto talento optó por sabotearse con tanto ahínco. Sus hermanas dicen que la sombra de su padre es indispensable para entender la tragedia de Terele. Ella misma, en 1993, en el programa de entrevistas que Jesús Quintero realizó para Antena 3, ‘La Boca del Lobo’, hablaría largo y tendido, y con dos copas, de la figura paterna, de que sus hermanas y ella habían sido perseguidas por el crimen de Lorca y negando que su padre fuera un inductor tachándolo de alguien que, simplemente, cumplía órdenes. Terele nunca se quitó ese demonio de encima y la ha perseguido hasta el final de sus días. Ella, tan enérgica, que era capaz de dotar de una tensión especial a cualquier personaje, que era tan grande cuando las circunstancias se lo permitían quedó destruida por la memoria de un tipo mediocre cuya única labor importante fue participar en el asesinato de un escritor notable y, paradójicamente, ser el padre de tres grandes actrices de nuestro cine. Quizás esa fue la peor herencia paterna: ser capaz de lo peor y de lo mejor. Terele también fue capaz de lo peor y de lo mejor. Pero a ella se lo perdonaremos siempre. Por su Régula, por su Celestina, por su Maritxu, por su Rosario, por su Pilar Prades. Por lo mucho que nos hizo disfrutar.
[ ILUSTRACIÓN: GUACIMARA VARGAS ]