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Puede que, como sugiere Valdano, el de México 86 fuese “el último Mundial romántico. Luego vendría el de Italia, que, honrando a la más pura tradición del anfitrión, fue el más conservador y especulador de la historia. El siguiente sería en América, sede que dejaba implícita, por la escasa tradición futbolística de Estados Unidos, que el fútbol empezaba a ser otra cosa”. En cualquier caso, los sucesos que se narran a continuación por boca de sus protagonistas, si son románticos no dejan de ser esperpénticos: tensión por no haber cerrado el tema de las primas, improvisación, desplazamientos intempestivos, residencias de ínfima categoría y un hotel “conquistado” en plena noche a los inminentes rivales en aquel Campeonato: los temibles –aunque licenciosos– daneses. España, finalista dos años antes de la Eurocopa de Francia, pasaría por encima de ellos el día en que Butragueño marcó cuatro goles para, eso sí, caer después ante Bélgica, en cuartos y en la tanda de penaltis, tras un fallo de Eloy Olaya. La peripecia completa de aquella Copa del Mundo se narra en el estupendo y revelador ‘Cuando éramos los mejores (pero no ganábamos nunca)’ (Debate), de los periodistas Luís Martín y Santi Giménez, del que extraemos íntegro el siguiente y jugoso capítulo, titulado de forma elocuente ‘El hotel de las cucarachas’.
Una casa de putas perdida en medio de la nada
Cualquier miembro de la expedición española que viajó a México a quien se le pregunte por una anécdota del Mundial ’86 coincide en relatar la misma: la del hotel de las cucarachas. Todos tienen una aventura en ese establecimiento en el que la selección vivió una de las noches más caóticas de toda su historia.
Tras ganar a Argelia en Monterrey en un partido jugado a las doce del mediodía que certificaba el paso de España a los octavos de final, Muñoz no quiso perder el tiempo ni regresar a La Trinidad. El plan de la selección fue comer en el aeropuerto de Monterrey y tomar un vuelo a México D. F., hacer noche en la capital y al día siguiente trasladarse a Querétaro para presenciar el Dinamarca-Alemania del que tenía que salir el rival de España en octavos. El partido decidía el primero de grupo y ese equipo mantendría el privilegio de no cambiarse de sede.
La cosa empezó torcida, pues la salida del avión que debía trasladar a la selección se retrasó y toda la expedición tuvo que quedarse cuatro horas en el aeropuerto. El caso es que los jugadores, agotados y mal comidos después del partido ante Argelia, que se jugó a más de 33 grados, no llegaron hasta el aeropuerto Benito Juárez hasta pasadas las diez de la noche.
La idea era que el equipo se alojara en un hotel de Fiesta Americana, una zona cercana al aeropuerto, pero ante el retraso del avión y para evitar sobresaltos (e impedir que los jugadores se encontrasen con sus mujeres, como algunos sospechan), Muñoz decidió no hacer noche en México, sino que ordenó que se cancelara la reserva del hotel del aeropuerto y que buscasen un hotel en Querétaro para esa misma noche, pues quería asegurarse llegar a tiempo al partido entre daneses y alemanes. Querétaro está a 220 kilómetros por carretera de D. F. Nadie les quitaba tres horas de autocar.
Los jugadores, que ya se veían en la cama, protestaron tímidamente, pero no sirvió de nada. Julián del Amo hizo las gestiones con la organización para que les habilitasen por el procedimiento de urgencia los hoteles que la FIFA tenía en Querétaro. Pero ahí surgió el primer problema. Sólo había dos hoteles bloqueados en Querétaro. En uno, estaban los alemanes y no cabía nadie más. En el otro, estaban los daneses. Se trataba de un establecimiento muy grande, pero los daneses se negaban a compartirlo con España en vísperas de un partido tan importante. La organización les dijo a los españoles que primaba el criterio de los que tenían que jugar y les recomendó que se quedasen en México y que al día siguiente ocupasen en Querétaro el hotel que dejaría libre la selección que perdiera el partido y tuviera que cambiar de sede.
Pero Muñoz no estaba para gaitas. Quería ir como fuera a Querétaro y se le había metido entre ceja y ceja que había que ir a dormir cerca del escenario del partido. Julián del Amo, a ciegas, empezó a buscar un sitio donde pasar la noche y contrató un hotel absolutamente desconocido.
Los jugadores llegaron al establecimiento reservado absolutamente destrozados. Ni Urruti, que era la alegría del autocar, tenía ganas de hacer bromas. Llegaron al hotel, pasaron por recepción, el hotel pintaba mal, desconchados, manchas de humedad, antiguo, pero les dio igual. Todos querían coger la cama lo antes posible.
De pronto empezaron a oírse gritos. Poli Rincón, con su prosa directa, es el que mejor describe la escena: «El hotel ya pintaba mal en la recepción y en los pasillos, pero cuando entramos en la habitación fue asqueroso. El suelo estaba lleno de cucarachas, cientos de ellas. En las paredes, en el lavabo, en la pared encima de la cama… yo empecé a matarlas y les dije a los demás: «Dormir no sé si vamos a dormir, pero cena ya tenemos». La gente no puede hacerse una idea de dónde nos metieron. Seré claro: era una casa de putas perdida en medio de la nada y sucia a más no poder».
Los jugadores ya no aguantaron más y se amotinaron. Dijeron que ahí no se quedaban, Muñoz sabía que no podía decirles nada porque tenían toda la razón. Eran más de las tres de la mañana y había que buscar otro hotel. Julián del Amo, que estaba hundido porque había sido él quien había llevado a los jugadores, hacía de tripas corazón y se puso manos a la obra buscando otro hotel. Los jugadores, mientras tanto, habían vuelto a cargar las maletas en el autocar y esperaban sentados a que les encontraran un hotel.
Las gestiones del eficiente Julián del Amo dieron resultado y encontraron un establecimiento cercano al que llegaron sobre las cinco de la madrugada. Era el hotel de Dinamarca, la Hacienda Jurica, de 182 habitaciones, que estaba ocupado a la mitad de su capacidad. Se consideraba la opción menos mala para pasar una noche de urgencia. Faltaban dos horas para que saliera el sol y los jugadores se conjuraron para entrar en las habitaciones y meterse en la cama sin encender la luz. Muchos durmieron con el chándal puesto. En cuatro horas tenían que estar de pie. A las diez de la mañana el autocar partió de nuevo rumbo al estadio de La Corregidora, a las doce empezó el Dinamarca-Alemania. Después del partido, España podría ocupar el hotel del perdedor. Es decir, o se quedaban en la Hacienda Jurica, o se trasladaban al hotel de los alemanes. O eso es lo que pensaban.
La conquista de la sala de billar
El partido lo ganó Dinamarca, por lo que todo el mundo dio por hecho que España ocuparía el hotel de Alemania, pero los alemanes dijeron que ellos de su hotel no se movían y se generó un problema que derivó en una situación absolutamente insólita. Dinamarca y España, rivales en octavos de final, deberían compartir hotel durante tres días. Y no sólo los jugadores, también la prensa española se alojaba en el mismo establecimiento.
Cuando los daneses llegaron a su hotel tras el partido lo primero que vieron fue una montaña de maletas que ocupaban la recepción. Cuando se enteraron de que era el equipaje de los españoles se pusieron como una moto. Y cuando encima se enteraron de que en el pack iba incluida la prensa, ya fumaban en pipa.
Removieron Roma con Santiago para tratar de deshacer esa situación. Hablaron con la organización, con el director del hotel y con los responsables de España, sin éxito. Tendrían que acostumbrarse a convivir con los españoles. Les habían salido unos vecinos molestos en la que consideraban que era su casa, pues llevaban casi un mes viviendo en Hacienda Jurica.
«La primera impresión que tengo de la convivencia con ellos es que a nosotros Miguel Muñoz no nos dejaba ver a nuestras mujeres y que los daneses llevaban un mes compartiendo hotel con las suyas. Recuerdo siempre la imagen de llegar a la piscina y ver a Elkjær Larsen tomando el sol en la piscina fumando como un carretero mientras se bajaba una copa de coñac. “Joder —pensé—; a éstos les ganamos, pero se han pasado un Mundial de puta madre”», recuerda Míchel.
Zubizarreta añade: «La convivencia fue extraña. En principio no teníamos que coincidir demasiado porque el hotel era muy grande y tenía dos alas bien diferenciadas. Ellos estaban en una y nosotros en otra y en medio estaba el jardín, la piscina y las zonas comunes como el bar y la sala de juegos. Ahí sí que había convivencia. Y claro, ellos que eran así como educados y prudentes se encuentran con un grupo que se habla a gritos,con los periodistas arriba y abajo todo el día. En menos que canta un gallo, el grupo que formaban Míchel, Gordillo, Poli, Urruti, Julio Alberto y algún otro, que eran los que más morro tenían, ya se habían hecho los dueños de las zonas comunes. Encima, como hablaban español con los camareros, les entendían mejor. Estoy convencido de que el partido ante los daneses se empezó a ganar en la sala de billar; ahí es donde Míchel y Gordillo se hicieron los amos».
«Un día, nada más acabar el entrenamiento el Gordo me dice: “vamos al billar; hay que ocupar la mesa antes de que lleguen los vikingos”», y yo le contesto que no tengo ni idea de jugar al billar, pero él me dice que da igual. A la primera bola que intento jugar, se me va el taco y le hago un siete descomunal al tapete. Nos empezamos a descojonar mientras intentamos disimular el roto de alguna manera. Cuando llegaron los
daneses ya vieron que esa zona la habían perdido completamente», explica el centrocampista madrileño.
Gordillo fue también protagonista de los días en Querétaro, ya que su lesión ante Irlanda no mejoraba y el sevillano empezaba a tener la sensación de que tenía algo grave porque no podía ni correr; incluso sospechaban de una pequeña fractura de peroné. El doctor Guillén le examinaba constantemente y casi cada día se lo llevaba a hacer radiografías a ver si detectaba alguna dolencia, sin éxito. No obstante, el jugador, en medio de la impotencia y la desesperación, veía cómo cada vez que trataba de ejercitarse al mismo ritmo que el resto de sus compañeros tenía que parar a causa de los dolores.
Más allá de estos hechos, la convivencia con los daneses era muy correcta. Gallego hace hincapié en que «eran unos tipos muy majos y a algunos ya les conocíamos porque habíamos coincidido en la Eurocopa de Francia y también en partidos de club. Gente como Morten Olsen, Lerby, Arnesen o Simonsen nos tenían muy vistos y a veces incluso nos tomábamos un café juntos».
Además, durante la estancia de ambas selecciones, Kate, la mujer del ex jugador del Valencia Frank Arnesen, tuvo que ser ingresada en un centro hospitalario con indicios de meningitis. Ese hecho unió a los jugadores de ambos equipos porque los españoles, que conocían a Frank de su paso por España, estuvieron muy pendientes de él, y eso sirvió para limar asperezas. Finalmente, todo quedó en una falsa alarma y Kate, tras un par de días en observación, pudo regresar a la Hacienda.
El problema estaba en el seleccionador, ya que todo lo que sus jugadores tenían de simpáticos lo tenía el entrenador danés de huraño. Sepp Piontek podía llegar a tolerar la presencia de los jugadores, pero la de los periodistas españoles corriendo por los pasillos para ocupar la centralita, el conmutador le llamaban, no lo soportaba. Le sacaba de quicio.
Cuando no se entrenaban o les ocupaban el billar a los daneses, los españoles se entretenían volviendo a hablar de las primas. Una vez superada la primera fase, comenzó de nuevo el bucle de las negociaciones. A pesar de las intensas reuniones, en Tlaxcala sólo se había firmado un acuerdo por los primeros partidos. A partir de Argelia, una vez superada la primera fase, se debería empezar a negociar partido por partido por si las emociones del juego no eran bastante. No eran conscientes de que estaban a punto de vivir uno de los días más emocionantes de sus vidas.
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