Si han leído que y ya pintan canas, a lo mejor se han quedado con cara de vaca que mira pasar el tren. No se preocupen si no entienden nada, el mundo parece un lugar infausto para los que nacieron antes de Internet (y después de los dolores, que diría Chiquito de la Calzada) pero solo hay que centrarse en la idea de que lo que ha cambiado es el canal de comunicación y la cantidad de ella que recibimos pero que, en el fondo, las cosas son un poco igual que cuando ustedes y yo bailábamos ‘Let´s twist again’ de Chubby Checker remezclado por Jive Bunny & The Mastermixers en nuestras fiestas del cole.
Siempre han existido leyendas urbanas y siempre hemos escuchado contarlas. Nadie sabe muy bien de donde salían pero, un buen día, alguien llegaba al circulito de las amistades y contaba que un primo suyo que un amigo de un primo había ligado un una muchacha en una discoteca y que se había despertado cuatro días más tarde en una bañera llena de hielo sin un riñón. La historia se multiplicaba y se contaba como cierta. A veces, la mayoría de las veces, solía llegar como cierta a revistas como Pronto o Nuevo Vale que también se encargaban de extender noticias escandalosas sobre famosos que solían extraer de publicaciones sensacionalistas extranjeras.
Internet ha mejorado la fórmula hasta el punto de que el inquilino actual de la Casa Blanca se ha valido de toda esa red de mentiras y de leyendas urbanas para ganar unas elecciones. Como decimos siempre: ama el juego y odia a los jugadores. No podemos echarle la culpa al medio, hay que castigar el mal uso.
A un nivel juvenil, mucho más inocente, en la red se entretejen foros y páginas de aficionados al género que han agrandado las fronteras de la creación literaria. Los fan fics, esas producciones literarias que comenzaron a pulular a comienzos de siglo y que estaban protagonizadas por personajes literarios creados por terceros (Sherlock Holmes, por ejemplo) revivían en manos de escritores anónimos, fans de las sagas literarias etc. que, por su cuenta, deciden contar historias diferentes, con otros enfoques y otras perspectivas sobre esos mismos personajes. Un mundo apasionante, el mundo fan lo es, que ha encontrado en Internet un terreno abonado para la escritura cooperativa que resulta inabarcable y, en cierto modo, muy atractivo pues hace que los propios autores tomen conciencia de las lecturas que tiene su obra.
Dentro del mundillo fan fic está el creepypasta que recibe su nombre de la primera página que comenzó a publicar historias de terror colaborativas y que es un cruce de caminos entre la leyenda urbana tradicional y las nuevas relecturas de una generación mucho más influida de lo que pensamos por el terror gótico y romántico.
‘Candle Cove’, la primera temporada de ‘Channel Zero’, es una historia que gira alrededor de un viejo programa de televisión que provocaba la fascinación absoluta de los pequeños de la casa. Es una historia inventada (aunque hay gente que cree que el mito es real) que tiene todos los ingredientes que uno espera de una historia de terror de esas de provocar insomnio: desapariciones, monstruos, conflictos, cosas chungas, cosas inquietantes etc.
La historia es la primera de la saga de terror creada por Nick Antosca para el canal Sy-Fy (en nuestro país se puede disfrutar a través de HBO) y fue creada para la red por Kris Straub. La protagonizan Paul Schneider y Fiona Shaw. La sinopsis es sencilla e inquietante: Un psicólogo vuelve a su casa de la niñez para investigar la desaparición de su hermano gemelo y descubre que todo es un asunto que tiene que ver con el Más Allá.
El resultado es un trabajo que podría haber formado parte de ‘American Horror Story‘, sin dudarlo, un resumen de todas las cosas buenas y terroríficas que esconde el mundo creepypasta y cómo el pánico, el genuino pánico audiovisual, sigue vigente sin muchas alteraciones pero rodeado de una nueva dimensión plagada de reinterpretaciones increíbles sobre los viejos míticos y enriquecida por una nueva cultura visual donde el espectador poco acostumbrado al género puede sufrir un estallido de neuronas. ‘Candle Cove’ es la mejor oportunidad para pasar un rato malo pasándolo pipa pese a lo contradictoria que pueda sonar esta sentencia.
Terror minimalista, concentrado, bajonero y de puñalada fácil te esperan en una serie hecha con la única intención de que tengas una isquemia cerebral del susto. Usando lo básico y dejándolo todo a la interpretación más simple y directa ‘Candle Cove’ es una de las sorpresas de la temporada, un viaje de mal rollo por las cositas chungas de la infancia, por las cosas tétricas que solo vemos cuando somos niños. Mientras veía el primer episodio recordé que una prima mía, muy fan de ‘Barrio Sésamo, entraba en pánico cuando salía una pieza de un muñequete-marioneta que pretendía enseñarnos las letras. Era el muñeco que enseñaba la letra Ñ. Miraba a cámara y decía ‘EEÑEEE’ y lo repetía dos o tres veces. Mi prima, literalmente, se subía por las paredes como un gato y salía berreando pasillo arriba. ¿Qué vio ella en aquella imagen que no veíamos los demás? ¿Cómo era posible que si repetías ‘EEÑEEE’ delante de ella intentara atizarte con lo primero que encontraba a mano?
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‘Candle Cove’ es ese mal rollo y mucho más, es la puerta del cuarto que se balancea en la madrugada haciendo chirriar el gozne, es la casa silenciosa en la que suena un crujido, es el monstruo que se esconde dentro del armario. Échenle un vistazo.