A poco más de 100 kilómetros de la costa de Siria se encuentra ya un Estado miembro de la Unión Europea, la República de Chipre. Esta isla del Mediterráneo oriental, situada igualmente a tiro de piedra de países como Turquía, Líbano, Israel, Egipto o Grecia, no aparece en los diarios, sin embargo, como destino en la crisis de refugiados en Europa. Las duras leyes de asilo chipriotas y el miedo de los refugiados a quedarse encerrados en la isla han conseguido que apenas lleguen embarcaciones a las costas chipriotas. Las cifras oficiales de refugiados llegados a Chipre están muy lejos de los datos de la Europa continental y, por tanto, el país se queda fuera de las rutas habituales de las mafias, que centran sus esfuerzos en otras vías, principalmente hacia territorio griego desde Turquía.
La isla sí es en cambio un atractivo destino para turistas de sol y playa. Rusos y británicos en la parte griega, y anatolios en la fracción turca del norte. En ambos lados, la vida en los resorts low cost se desarrolla ajena a un pasado que nunca pasa en esta isla puente entre Europa, Asia y África. Sin embargo, por fin Chipre vuelve a ser noticia. En las últimas semanas se han intensificado las negociaciones para alcanzar un acuerdo de paz entre las comunidades turcochipriotas y grecochipriotas, y poner fin así a una herida abierta durante más de 43 años. Chipre es uno más de esos conflictos internacionales olvidados en los que ni el petróleo ni los intereses económicos aceleran la agenda diplomática.
El Problema de Chipre
La historia de Chipre es una cronología de invasiones y ocupaciones. En el siglo XIII a. C., los griegos se establecieron en la isla. Por ella pasaron sucesivamente Alejandro Magno, el Imperio romano, los cruzados al mando de Ricardo I Corazón de León y los venecianos hasta que fue conquistada por el Imperio otomano, que en 1878 entregaría la isla al Imperio británico hasta su independencia en 1960.
En aquel momento, en la isla convivían dos comunidades, la grecochipriota y la turcochipriota, con aspiraciones igualmente diferenciadas: mientras la mayoritaria población de origen griego anhelaba su incorporación a Grecia (enosis), la minoría turca era partidaria de la escisión política de ambas comunidades (taksim).
El 15 de julio de 1974, la extrema derecha chipriota daba un golpe de Estado contra el cardenal Makarios, primer presidente de la República de Chipre, quien se había adherido al Movimiento de Países No Alineados, y a quien Estados Unidos llegó a calificar como “el Castro del Mediterráneo”. El golpe contra Makarios fue alentado por la Dictadura de los Coroneles griega. En respuesta, Turquía reaccionó invadiendo el norte de Chipre: la conocida como ‘Operación Atila‘. Se produjo una limpieza étnica; más de 200.000 grecochipriotas fueron expulsados de sus hogares. Desde entonces, las dos comunidades se hallan separadas política y geográficamente.
Las consecuencias de la invasión turca se mantienen inmutables a día de hoy. El Gobierno turco sigue controlando un tercio de la isla. En estos años de conflicto se han producido alteraciones demográficas impulsadas por Ankara; las sucesivas oleadas de campesinos llegados de Anatolia, unas 115.000 personas, han reforzado la turquización del norte de la isla, con la consiguiente destrucción de la memoria cultural griega.
Zekai Altan, que regenta junto a su mujer un pequeño hotel ecológico en el pueblo turcochipiotra de Kumyali, da cuenta de ello: “Yo soy turcochipriota, no soy turco. Nací en Limasol (en el sur de la isla) y hablo también griego. Cada vez llegan más colonos turcos que se cierran en sus tradiciones, en su islamismo y esto nos aleja aún más de la realidad chipriota que tenemos en común las dos partes”.
La respuesta es muy distinta cuando se les saca el tema a los parroquianos que frecuentan uno de los bares de Drouseia, un pequeño pueblo de calles empinadas y casas encaladas en la sureña península de Akamas. La mayoría prefiere ignorar la pregunta y mirar para otro lado. Los pocos que hablan zanjan rápido la cuestión: “Nosotros somos los únicos chipriotas”. Cambian de tema enseguida para alardear de la designación de la cercana ciudad de Pafos como Capital de la Cultura Europea 2017 o para hacer bromas con el dueño del local que se vanagloria de haber luchado en la Segunda Guerra Mundial.
No en vano, la marginación a la minoría turcochipriota en Chipre era un hecho antes de la invasión. En 1964, los turcochipriotas habían sido obligados a marcharse de 136 de las 226 de las aldeas donde convivían con los grecochipriotas. Desde ese año hasta 1974, fecha de la invasión turca, muy pocos pudieron regresar a sus hogares.
Nicosia, la última capital dividida
Cuando uno aterriza en Chipre, no lo hace en Nicosia, sino en la turística ciudad de Larnaca. La capital no cuenta con aeropuerto internacional. La vergüenza de la isla, la conocida como Línea Verde, una zona desmilitarizada que separa la isla en dos bajo mandato de la ONU (la UNFICYP), se erige en la capital chipriota en un muro de facto.
Un paseo por Nicosia (Lefkosia en turco) nos retrotrae inmediatamente a las imágenes de la ciudad dividida más paradigmática de nuestra historia reciente: Berlín. A lo largo de estos 43 años se ha abierto un total de ocho pasos fronterizos en la ciudad. Turistas y locales los cruzan a diario para ir a trabajar o hacer compras. Sin embargo, la barrera física sigue existiendo; la necesidad de portar el pasaporte para pasar de un lado al otro, los edificios vacíos de la zona de exclusión y las fuerzas especiales que custodian las casetas de vigilancia recuerdan que la división no es una mera atracción turística.
Las llamadas al canto desde los minaretes del lado turco se mezclan con el ruido de las bulliciosas terrazas de los restaurantes del lado grecochipriota del centro de Nicosia. En este lado de la verja, tiendas de las grandes cadenas comerciales que podemos encontrar en cualquier urbe europea, banderas de la República de Chipre y el Gran Templo de Makarios presidido por el busto del cardenal; al otro lado, casas de cambio que sacan tajada de desorientados turistas, banderas turcochipriotas (la misma bandera que la turca pero con los colores invertidos) ondeantes en los tejados y una grandiosa estatua de Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna. Diferencias de forma de una realidad no tan lejana.
Hacia la resolución del conflicto
La última Asamblea General de las Naciones Unidas de Nueva York del pasado mes de septiembre se preludiaba como crucial para el futuro del Chipre moderno. El hecho de que la Asamblea coincidiese con el fin de los mandatos tanto de Ban Ki-moon como de Barack Obama invitaba al optimismo, aunque la crisis de los refugiados relegó el conflicto a un segundo plano. La chipriota es una de esas patatas calientes que ha ido pasando de un Secretario General de las Naciones Unidas a otro (en 2004, el Plan de Kofi Annan de reunificación votado en referéndum fue rechazado por el 75 % de los grecochipriotas). De hecho, se trata del segundo asunto por resolver más antiguo en la agenda de la ONU, solo superado por la ocupación de Israel en los territorios palestinos y seguido por la de Marruecos en el Sáhara Occidental, conflictos también con sendos muros de la vergüenza.
Las conversaciones entre el primer ministro grecochipriota, Nicos Anastasiades, y el líder turcochipriota, Mustafa Akinci, han ido avanzado desde septiembre a lo largo de rondas sucesivas, las últimas celebradas en Ginebra y con Antonio Guterres como flamante Secretario General de la ONU. Ambas partes están de acuerdo en la creación de un nuevo Estado federal bizonal y bicomunal. El principal escollo por el momento lo constituyen las “garantías de seguridad” que reclama Turquía y que pasan por mantener los más de 30.000 soldados turcos desplegados en el norte de la isla. Como en cualquier proceso de negociación, los tira y afloja surgen de ambas partes. Hace unas semanas las conversaciones para la reunificación sufrían un traspiés importante al confirmar el líder turcochipriota que no acudiría al encuentro semanal con Anastasiades. Esta vez, la conmemoración de los grecochipiotras del referéndum de 1950 en favor de la anexión con Grecia ha tenido la culpa. Las reuniones se han reanudado esta misma semana en Nueva York en un clima de confianza, y contando con la presencia de los países terceros garantes (Reino Unido, Turquía y Grecia), que jugarán un papel clave en la resolución del conflicto.
En un mundo donde algunos quieren seguir construyendo muros más altos y se redoblan las fronteras entre países, la posible reunificación de Chipre supondría un enorme impulso en favor de las libertades y el reconocimientos entre los pueblos. Zekai Altan, que además de encargarse de su hotel rural, es autor del libro ‘Gizemli Kıbrıs‘ (‘El misterioso Chipre’) y profesor de la Eastern Mediterranean University en Famagusta (Norte de Chipre), es un buen ejemplo de este sentimiento: “Me gustaría volver a vivir algún día en un Chipre unido en dos estados federales. El final de toda esta locura está cerca”. Alkan es un activista defensor de las tradiciones y cultura de la región de los Karpas a la que el turismo de masas todavía no ha llegado. Aquí, en la península más remota del Mediterráneo oriental, los burros le ganan la partida a los coches. Grecochipriotas y turcochipriotas están hoy más cerca que nunca de recomponer una identidad de siglos de historia común, cercenada por un muro durante más de cuatro décadas.
Un reportaje de Fèlix Beltran (editor de textos y gestor cultural) y Carolina Jiménez (periodista y comisaria de arte).