Allá por 1994 el director Nacho Cerdá estrenó ‘Aftermath’. Es el segundo corto de una trilogía formada por ‘The awakening’ (1990) y terminó con ‘Génesis’ (1998) que consiguió la nominación al Goya. ‘Aftermath’ estuvo muchos años rulando por festivales nacionales e internacionales y consiguió mucha repercusión y mucho escándalo. Había gente que salía mareada de la sala o que se ponía a gritar a la pantalla. No hablamos de gente mayor o, a primera vista, muy pacata. Hablamos de gente joven, con pinta de culta y cinéfila que sentía que lo que estaba viendo le agredía intelectualmente.
El cortometraje de Nacho Cerdá, una pieza de culto fuera de nuestro país, añadió a la controversia el hecho de ser mudo. No hay palabras y no hay declaraciones de principios que puedan influir en el ‘diálogo’ que se establece entre las imágenes y el espectador que tiene que juzgar no lo que se le está narrando (es tan ‘gráfica’ que no es necesario) si no la ‘moraleja’, si la hubiese, de lo que se le está narrando (y ahí ya la cosa resbala).
¿De qué va Aftermath? Les ofrezco una sinopsis muy reducida: Un forense practica tres autopsias a tres cadáveres diferentes y se encariña físicamente con uno de ellos.
A servidor de ustedes le hizo gracia que las escenas de la violación de un cadáver (un muñeco muy fiel a la realidad hecho de un producto revolucionario en aquel entonces llamado Skinflex III, un uretano moldeable que, al fraguar, parece músculo humano) provocaran más cabreos que las escenas finales de la película. No les haré ni un cochino spoiler.
Como espectador me crié en una época en la que el cine era mucho más violento, donde las críticas a la violencia de ‘Logan’, por ejemplo, hubieran sido tomadas a pitorreo. No hablo de un mundo mejor, claro está, bien sabe dios que eran tiempos oscuros en los que la ausencia de internet nos obligaba a buscarnos las cosas raritas (desde películas de Jorge Grau hasta unas revistas Fangoria viejas) en los lugares más inhóspitos (videoclubs chungos, mercadillos, listas de correos…)
De aquella época son ‘Alicia’ y ‘Días sin luz’ de Jaume Balagueró, “El Trivial Exterminador” de Borja Crespo , ‘Háchame’ de Koldo Serra…sólo apunto los más notables pero, la verdad, había muchos mas. Se vivió un romance con el gore, el terror y la Serie B (visibilizado por la revista Fantastic Magazine pero alimentado desde fanzines, programas de radio de emisoras locales etc.) en la década de los 90. Estaba de moda ver cine un poco chungo y era fácil .
Es evidente que eso me ha vacunado un poco, no diré del todo porque, viendo el primer episodio de la serie ‘The Knick’, me dio una lipotimia que me dejó postrado durante unos segundos. Tampoco lo pasé bien viendo ‘Turistas’ (2012, Ben Weathley).
Acudí a ver ‘Crudo’ con ganas de reencontrarme con el cine gore de antaño. Todo quisque estaba advirtiéndonos de los mareos que tenía la gente en las salas y de la violencia y sanguinolencia de las imágenes que se mostraban. Lo mío es el morbo cinéfilo así que acudí a verla para salir con la sensación de que era demasiado viejo para entender una película que, al parecer, había gustado mucho pero que a mi me dejó con una enorme sensación de ni fú ni fá.
Yo creo que una sensación lícita porque ni me alcanzó el mensaje, si es que lo hay que no lo tengo claro, ni me pareció una película excesivamente bruta. Para no viajar colgándonos de rama en rama semántica: A nivel discursivo no cumple y, a nivel de peli de terror, es una cosa como floja de verdad.
Como ya saben ‘Crudo’ es la primera película que dirige en solitario la parisina Julia Ducournau. La cosa gira alrededor de Justine, la hija menor de un matrimonio estrictamente vegetariano que comienza la carrera de veterinaria en la misma facultad que su hermana mayor, Alexia. Allí sufre el cambio de domicilio, las novatadas, las gamberradas y le cuesta integrarse en un entorno que, tradicionalmente, rechaza a los retraídos y a los empollones. Por culpa de una novatada Justine sentirá que se le abre un apetito nuevo y voraz y no solo de productos vegetales o indicados para dietas veganas.
A partir de ahí la película se dispara en todas las direcciones posibles y las secuencias se suceden, un tanto, de forma gratuíta y pretenden hilarse al modo en el que lo hace Gaspar Noé (homenajeado desde los créditos): casi sin conexión aparente. Tampoco descartaría que la directora y guionista fuera, también, una fan incondicional de ‘Spring Breakers’ (2012, Harmony Korine) y hubiera quedado prendada de sus imágenes a cámara lenta y su pretendida falta de hilo conductor. También del hecho de que la película de Korine falló en la transmisión de su mensaje: si director decía que iba de esto y de aquello pero, en realidad, nada se veía en pantalla. Ergo, si hay que explicarlo cuando para el creador resulta tan evidente su intención es porque algo ha fallado.
Así, como comprenderán, la trama no avanza porque no hay una trama clara. Las cosas circulan entre el cambio de dieta de una vegetariana que se convierte en caníbal, sus barullos con los otros estudiantes en plena etapa de novatadas y las broncas con su hermana. A esas alturas, como espectador, te das cuenta de que hay que se comprensivo con la obra de un director novel que ha intentado meter muchas cosas en su primer trabajo y acaba por no contar nada o, por lo menos, no contarlo bien. Un ejemplo: el número de secuencias que terminan con alguien dando un portazo y/o un grito para abandonar el plano y cortar toda acción es tan alto que, al final del metraje, resulta un running gag.
En el terreno discursivo tampoco es que Julia Ducournau tampoco es que acierte mucho. Hay, incluso, cierta mala conciencia pues la película, pese a la etiqueta de ‘experimental’ que algunos le han colgado, tiene un final que explica con una conversación metida por calzador (también hay varias) y un plano final todo lo que hemos visto. Dicha conversación se carga toda posibilidad de que hayamos asistido a una película simbólica, a una larguísima metáfora sobre crecer, sobre el heteropatriarcado, sobre la pérdida de la virginidad o sobre las malas relaciones que se producen en el seno de las familias. De hecho es que Ducournau nos lo intenta explicar todo a la vez y el resultado es desalentador porque, finalmente, no podemos quedarnos con nada. ¿Sirve la metáfora del canibalismo? Bueno, un poco trillada sí que está. No especialmente por el cine de zombis donde el zombi es el mensaje. Pero sí en películas como ‘Canibal’ (Manuel Martín Cuenca, 2012), que rinde bien a nivel provocar asco y miedo al espectador (en el buen sentido), y en todo el cine de Cronenberg o Lynch podemos ver paralelismo caníbales que han rendido mejor en el sentido en el que lo utiliza ‘Crudo’, en eso de ser una metáfora sexual. Un poco en la línea de ‘El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante’ (Peter Greenaway, 1989) donde se usaba en ese sentido y con un poco más de ambivalencia.
‘Crudo’ es una película floja, en todos los sentidos. Es una película de una directora novel que ha cometido todos los errores de los directores noveles a nivel narrativo y discursivo y que no alcanza a los adjetivos con los que se la ha tildado y que han puesto las expectativas de los espectadores muy por encima de que se encontrarán en la sala. La peor parte, y perdonen que hable de mi, me la llevo yo porque me ha hecho sentir, de repente, un poquito mayor. Si esto es lo que esta generación considera ‘violento’, ‘sangriento’ o ‘polémico’ en lo que a ficción se refiere creo que vengo de un planeta que ya no existe. Me da miedo pensar que los nervios estén tan a flor de piel o, peor, que los adjetivos ya no tengan el mismo significado o, peor, que manejemos muy mal los adjetivos con la intención de atraer a más gente al cine.
No me siento engañado, ni decepcionado, fui a ver una película y me encontré con otra y, aunque intenté rebuscar en la película que estaba viendo la película con mensaje que intentaba encontrar tampoco la vi por ninguna parte. Vi una película flojucha y poco más que solo un moralista o una persona muy, muy sensible calificaría negativamente de ‘gore’.
De verdad que me hubiera encantado ver a gente marearse, ver a gente escandalizada con lo que estaba viendo, de algún modo me hubiera gustado que la película me hubiera agredido y haber salido de la salda gritando a la pantalla. Quería que ‘Crudo’ me zarandera agarrándome por los hombres. No soy un rival especialmente duro, otras pelis lo consiguieron ya. Esta ni me ha rozado. Una pena.