Ilustración: Guacimara Vargas
Carrie Fisher siempre percibió a la saga de ‘La Guerra de las Galaxias‘ como una jaula. Es posible que esto resulte incomprensible para los tiempos y los gustos actuales pero, allá por el final de los 70 y el comienzo de los 80 (años en los que arranca la popularidad de todo el asunto), se consideraba que solo los actores flojos, aquellos que no tenían la capacidad interpretativa suficiente, quedaban eternamente atrapados en personajes escritos para la TV (La Tripulación de ‘Star Trek’, los vaqueros de ‘Bonanza’…) o condenados a interpretar papeles en películas de género fantástico que, por aquel entonces, no estaban demasiado bien vistas.
El actor que quedaba ahí, quedaba también condenado a un status de famoso un poco cutre, ya saben, amas de casa enganchadas a culebrones de TV y adolescentes amantes de la ciencia ficción. Ambos dos nichos de mercado un tanto despreciados en aquella época. Con el tiempo se descubrió que eran estupendos nichos de mercado y la cosa creció y creció. Sobre todo en el segundo grupo, el más ávido de construir una fantasía completa, una experiencia única. ‘No a mi costa’ pareció decir Carrie Fisher durante toda su vida algo quejosa (bastante) de que George Lucas la hubiera convertido en un icono que no recibía un solo centavo por ser la fantasía de millones de fans. Constancia dejó de ello en ‘Wishful drinking‘ (su divertidísima autobiografía) donde arremetió definitivamente contra aquel dichoso bikini metálico de bailarina árabe y aquellas escenas de ‘El Retorno del Jedi’ en las que se la veía atada como una mascota a un gigantesco monstruo de látex llamado Jabba-El-Hutt. Lo del bikini no fue tan problemático en aquella época como el estilismo capilar ‘Dama de Elche’ con el que, confesó, siempre se sintió ridícula pero contra el que no protestó por miedo a que Lucas se enfadara con ella y la despidiera.
Quizás para ella esas escenas eran la plasmación de su pesadilla profesional: siempre estaría encadenada a aquel monstruo de la cultura popular. Si al menos aquello le hubiera reportado dinero (Alec Guinness fue el único actor de la primera trilogía que acordó recibir un pequeño porcentaje de los derechos de la película, un 2´5, que con el tiempo le convirtió en multimillonario) o la posibilidad de hacer otros papeles…pero, en realidad, la Princesa Leia solo le dio mucha fama pero muy poco trabajo o, al menos, muy poco trabajo en las producciones en las que le hubiera gustado trabajar.
Carrie Fisher siempre aspiró a más. Era famosa nada más nacer por ser la hija de dos celebridades (el cantante Eddie Fisher y la actriz Debbie Reynolds). Eddie fue un cantante de éxito que se divorció de Debbie para casarse con Elizabeth Taylor con la que mantuvo una accidentada vida marital complicada por el alcohol y la cocaína que terminó abruptamente cuando Liz se enamoró de Richard Burton. Las dos ex mujeres de Eddie se harían grandes amigas. Carrie Fisher escribiría el guión de ‘Esas chicas fabulosas‘ (2001, Matthew Diamond) donde ambas trabajarían juntas.
Siempre quiso enterrar su etiqueta de ‘hija de famosos’ bajo un mar de lecturas y luchó lo que pudo contra un desorden de la personalidad grave (reconoció su bipolaridad en 2004) atragantándose con alcohol, estupefacientes y amantes. Siempre incómoda con todo aquello, siempre esperando que la oportunidad llamara a su puerta puede decirse, también, que su carácter le hizo desechar papeles en películas como ‘La princesa prometida’, ‘Terminator’, ‘Acusados’…
Incómoda y cómoda con la fama. Siempre dividida en la bipolaridad de ser feliz y de ser tremendamente desgraciada. Sin término medio. Una generación entera de talentos cómicos la recibió en su seno convirtiéndose en musa de Chevy Chase (con el que rodó ‘Under the rainbow’, donde tuvo un más que aceptable papel cómico) y después en la de Belushi y Aykroyd que le regalaron un papel a su medida en ‘Granujas a todo ritmo‘: la amante despechada de Jake Blues que lo persigue incansablemente para asesinarlo. En aquella película le pasaron dos cosas chocantes: se enamoró de Dan Aykroyd con el que estuvo prometida (Aykroyd la salvó de la muerte al sacarle de la boca un trozo de comida con el que se estaba ahogando) y Belushi le pidió encarecidamente que dejara la cocaína porque ‘tenía un problema’. Sabiendo que John Belushi fallecería dos años después a causa de una sobredosis (una mezcla letal de heroína y cocaína llamada `speedball’) podemos hacernos una idea de la magnitud del problema de la actriz.
Todos recuerdan a Carrie Fisher como un encanto, como una gran compañera de trabajo y, también, como una chiflada monumental. El cómico Steve Martin escribió en Twitter que, cuando era joven, Carrie Fisher era la más bella criatura que había visto en su vida y que se rebeló como alguien ingeniosa y brillante. Ni que decir tiene que, casi al momento, tuvo que borrar el tuit porque lo de ‘most beautiful creature’ no le sentó nada bien. Es posible que se haya malentendido a Steve Martin y la forma en la que definió el primer contacto con Carrie Fisher y como dejó huella en él. No fue el único.
Cuando rompe su compromiso con Dan Aykroyd para irse a vivir con Paul Simon (una personalidad tremendamente apacible) todo el mundo se mira contrariado. La relación con el músico se alarga durante muchos años. Se casan en 1983 y se divorcian en 1984 pero mantienen una relación inconexa hasta, más o menos, 1991. Simon, como todos los demás antes, se lleva una parte de Carrie Fisher con él. La plasma en dos canciones ‘Heart and Bones’ (que da título a su disco de 1983) y ‘She Moves On’ (incluida en ‘The Rythm of Saints’ de 1990). Entre medias el músico le dedica unos versos de ‘Graceland’, single principal de uno de los mejores discos de la historia: ‘Graceland’, editado en 1986.
‘Hay una chica en Nueva York/que se llama así misma ‘El trampolín humano’/Y, a veces, cuando caigo, vuelo o caigo en la confusión/Digo/Eso es lo que ella significa/Ella significa que todos ‘saltaremos’ en Graceland/Y veo desamor/Es como una ventana en tu corazón/Todo el mundo te ve saltar en pedazos/Todo el mundo siente el viento soplar…”
Y, posiblemente, no hay mejor manera de explicar a Carrie Fisher y su papel dentro de la cultura popular más allá del papel que la encumbró a una fama que siempre rechazó. Siempre fue una presencia de esas que iluminan, de esas que dan tanta luz que temes que te vaya a fulminar a su paso. Será por eso que siempre prefirieron que trabajara como ‘arregladora’ de guiones (eso que en Hollywood se llama ‘script doctor’) de diversos libretos que renqueaban (‘Hook’, ‘Sister Act 2′, ‘Crueldad intolerable’) y que, siguiendo un poco la estela setentera, permaneciera en ese papel secundario y brillante de gente como Hal Ashby -el director que le dio su primer papel serio en ‘Shampoo’, donde hacía casi de sí misma- que estaban llamados a reinar pero que nunca superaron su tumultuosa vida personal.
Para el recuerdo queda ‘Postales desde el filo‘, su primer intento de autobiografía, donde se caricaturizaba por primera vez como la hija de una estrella tan puesta que era incapaz de encontrar trabajos más allá de lo tremendamente cutre, que había quedado atrapada en esa tierra de nadie de la fama y, a partir de ahí, toda su recuperación como personaje público determinante en diversas causas. La más importante de todas: sacarle los colores a la industria hollywoodiense y reivindicarse más allá de ser una “action figure” encima de la repisa de los nerds de medio mundo.
Carrie siempre representará la brillantez de cierta forma de locura que solo daña al que la traslada, la oportunidad perdida y, sin duda, muchísimo talento completamente desperdiciando bien por los errores propios, bien por haber nacido en una época en la que el talento femenino era bastante menos apreciado que en la actualidad, en una época en la que era una condena encasillarse en un papel de una película de aventuras que significó el despertar sexual de millones de espectadores en todo el mundo.
En lo íntimo, creo que la actriz, la escritora y la celebridad a la que un planeta entero llora significó la expresión de una generación de artistas rebeldes que se apoderaron, durante un breve espacio de tiempo, de la maquinaria hollywoodiense, de la mayor máquina de entretenimiento del planeta. Un soplo de aire fresco entre la debacle de los grandes estudios y el resurgimiento de los nuevos gigantes que llenaron los bolsillos de productores como George Lucas que comenzó desdeñando el cine comercial y ha acabado llorando por los rincones su decisión de vender ‘Star Wars’ a los estudios Disney. Carrie siempre será la última grandísima chiflada de una generación de chiflados, una de sus últimas supervivientes, una de los últimos adalides de que podían hacerse las cosas de otro modo. Por desgracia, la rebelión fue convenientemente aplastada y no, precisamente, por un dichoso bikini metálico.
Carrie siempre será nuestra chalada favorita. Esperamos que nos esté esperando en Graceland.