Ha tenido que ser Emma Cline, una escritora novel, la que ponga a Charles Manson en su lugar tras más de cincuenta y siete años debajo de los focos. La autora ha entendido mejor que nadie en ‘Las chicas‘ (Editorial Anagrama) que Manson y su organización ya no son más que una referencia para medir a otras matanzas, a otras sectas y a otros líderes de cultos destructivos.
Pese a todo se aprovecha del barullo de que los misterios sigan siendo misterios y de que, todavía, exista controversia sobre los hechos y sobre la naturaleza misma de ese grupito de hippies impresionables que Manson puso a su servicio, que manipuló para que robaran, mataran y se vengaran por él.
¿Qué pasó en la Familia Manson para que las cosas se desmandaran de ese modo? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Los supervivientes balbucean avergonzados, aterrorizados por su pasado y el titiritero de Manson calla. Posiblemente por la cuenta que le trae, por miedo a que abrir la boca de más nos revele su verdadera identidad. Sin ser el tema principal de su novela parece que la autora lo explica sutilmente: Lo que pasa es que la gente es joven, que la gente está perdida y que la gente joven y perdida haría cualquier cosa para ser aceptada. Lo que incluye el hurto, el robo, la prostitución o el asesinato. Que hubo algo ahí, Manson, que manipuló todos esos sentimientos encontrados de la inmadurez para usarlos en su propio beneficio. Primero solamente para proveerse de comida, un techo y sexo y, después, para proveerle de la venganza que descargó sobre aquellos que responsabilizaba de sus propias frustraciones. Sin más, porque cuanto más avanzamos en el conocimiento de Evie, la protagonista de ‘Las Chicas’, más nos alejamos de la idea de que Charles Manson fuera la mente criminal más astuta de la historia porque, total, solo engañó a unos cuantos críos que no podían afrontar la soledad y prefirieron agarrarse a un delincuente majareta a tomar sus propias decisiones.
Evie es una adolescente normal que comienza a vivir las primeras amarguras de encaminarse a la vida adulta cuando, en su camino, se cruza un grupo de chicas que, simplemente, la fascinan. Rápidamente cae seducida por Suzanne, la que parece ser la que lleva la voz cantante. Ella es la que la introduce en el grupo, más grande, que dirige un personaje atormentado y manipulador llamado Russell.
Todos los hechos que se narran, un trasunto en forma de reconstrucción de la vida diaria de la Familia Manson, queda al fondo de la historia que ayuda a sostener: la vida de Evie y la explicación que le encuentra la Evie, ya madura, a todo lo que le pasó cuando era joven.
Un testimonio que recuerda, narrativamente, al tono amargo y tristón de la protagonista de ‘Tenemos que hablar de Kevin‘ (Lionel Shriver)y, en cierto modo, está dispuesto a la manera en la que los hechos históricos (verídicos) sirven como explicación y trasfondo del devenir del protagonista de ‘Zeroville‘ (novela de Steve Erickson donde también aparece tímidamente la Familia Manson…aunque casi todo aparece tímidamente en la novela).
‘Las chicas’ es una novela sobre la adolescencia y la fascinación o, mejor, de cómo las mujeres viven su paso de la adolescencia a la edad adulta. Es una novela que va de crecer y de los tropiezos que se cometen en ese desarrollo personal. Va sobre las formas retorcidas que tiene la gente de encontrar la felicidad y que la definición de libertad es diferente para todo el mundo.
Más allá de eso es interesante descubrir que Cline le cede los trastos y el protagonismo a los personajes femeninos y analiza, con la distancia de ponerle ficción en medio, el comportamiento y una teoría más que solvente sobre lo que llevó a todas aquellas mujeres de aspecto saludable (mental y físico) a cometer crímenes, a revolverse de ese modo, a quitarse la insatisfacción de los hombros y, por escalofriante que parezca, a aceptar de buen grado una situación a todas luces infame a cambio de aceptación y cariño pero, por doblemente escalofriante que parezca, también porque fueron felices en el crimen y vivieron, a su modo, la ficción más vendida en los años 60: la de la vida en grupo. Aquella posibilidad de vivir, para siempre, acompañado por una gran pandilla.