ILUSTRACIÓN: JORGE ESTEBAN
Es martes 9 de noviembre de 2016, un día histórico para despertar en Santa Barbara, California. Me levanto nervioso y excitado. Voy a vivir mis primeras Elecciones en Estados Unidos y me siento como un niño pequeño en las horas previas de una excursión del colegio. He pasado quince días incomunicado en las montañas del norte de California preparando un reportaje y he alargado unos días más el viaje para vivir esta experiencia, que está a años luz de nuestro universo peninsular.
Preparado. Salgo de casa un pelín fuera de control. No pasa mucho rato mientras conduzco por las calles con nombres españoles y vascos de esta ciudad de ensueño para darme cuenta del fiasco que va a ser el día. Empieza mal y va a acabar peor.
Comienzan a evaporarse mis ideas previas. No hay apenas gente por las calles, ni el colorido típico que uno espera encontrar en este país. El tráfico es incluso menor que otros días. Primer bajón de la jornada. Es martes, día de labor, y la gente está haciendo sus cosas. No es como en España, en un clásico domingo de elecciones. Cero ambiente. Conduzo y conduzco y conduzco y conduzco. Y nada. Mi excitación comienza su descenso al averno.
Aparco en el Junior High School De Santa Barbara, donde estudia la chavalada (de mayoría latina, por cierto), antes de ir al High School del pueblo, que por cierto es “The home of the Dons“, ¡Toma! En su enorme patio hay una clase de gimnasia y una vez dentro, las aulas siguen su curso habitual como un día cualquiera. Los alumnos no se inmutan por la presencia de votantes. Aunque también es cierto, que no hay ni dios aquí. Segundo bajonazo. Apenas hay diez personas votando al mismo tiempo. Es mediodía.
La tranquilidad y el silencio reinan en el aula con las urnas. Un chico con la edad justa para poder votar (18 años) pero no para poder beber alcohol (21 años) recibe en la puerta y te confirma si estás en la lista y puedes votar. No se pueden hacer fotos, no hay ruido, no hay compromisarios de partidos dando guerra. Por no haber, no hay ni Policía. La mesa electoral está formada por gente muy mayor que se ofrece voluntaria para tal menester. Una mesa paralela llena de comida para picar que han traído de casa, recuerda que esto es América. Un señor latino de unos cuarenta años lidera la mesa y rompe la monotonía elevando un poco la voz con palabras en español. Un poco de sal y pimienta para este guiso tan soso.
Sólo hay una papeleta y es enorme. Esto anima la jornada. Los americanos, con una larga tradición democrática y muy prácticos para todo, aprovechan las Elecciones para votar sobre otros asuntos de carácter nacional, pero también sobre su Estado, su Condado e incluso la propia ciudad. Además de los nombres de los candidatos a la Presidencia, que son siete aunque parezca que Hillary Clinton y Donald Trump son los únicos; se votan más de veinte cuestiones de índole diversa. Desde si se erradica la pena de muerte hasta si debe ser obligatorio que los actores porno se pongan condón para trabajar o la prohibición de las bolsas de plástico en los comercios. Eso sí, ninguna ‘Proposition’ (así se llaman) es más relevante este año que la Proposition 64, la que pregunta si se legaliza la marihuana para fines recreativos (en California ya es legal para fines médicos). Al final de la jornada se recibirá el (ultra)show de Trump ya como Presidente electo con el humo de la hierba ya legal en California.
Rellenar la papeleta íntegramente lleva su tiempo. Unos biombitos de cartón endebles ofrecen la mñinima intimidad para escribir sobre ellos. La gente parece venir bastante informada y documentada sobre todas las cuestiones que se preguntan y si tienen dudas sobre algunas las dejan en blanco. Es otra de las grandes lecciones del día para un español. Una vez, realizado el arduo trabajo de votar, se introduce la papeleta (el papelón más bien) en una caja de cartón que no está en la Mesa Electoral sino en otra mesita del aula. Te dan una pegatinilla redonda que dice”I Vote” al introducir el voto y, hala, a la fresca.
La apatía reinante en esta jornada, que ya no es tan excitante para mí, reside en que California en general y Santa Barbara en particular apostaban por Bernie Sanders como candidato demócrata, frente a una Hillary Clinton que es vista aquí como una candidata de derechas, amiga de las grandes corporaciones, y de la que se piensa incluso que hizo tongo en su victoria frente al bueno de Sanders en este Estado. Predominan las pegatinas pro Sanders en mucho vehículos todavía. Dicen “FeelTheBern”. De Donald Trump ni se habla. Es el mismísimo Belcebú. Así que si las opciones son Clinton vs Trump (Nope vs Noper les dicen también), pues como que no apetece mucho votar. Será un gran error, viendo después los resultados, comenta mucha gente.
California es el Estado más rico, más poblado y que más representantes tiene a su vez en las Elecciones. Quien gana aquí, tiene 55 votos electorales de los 538 totales. Es una feudo demócrata de principio a fin. Realmente parece otro país y cada vez hay más voces que así lo reclaman. Están lejos de la toma de decisiones del país y les disgusta incluso gente como los Clinton
La comida mexicana en California es de otra dimensión. Muy rica, barata y en cantidades desproporcionadas, como todo aquí. En el fabuloso y económico Cesar’s Place se pueden comer unos tacos de pescado y gambas de quitar el hipo. Una michelada en una copa digna de un obispo acompaña una tertulia en la que reina la indiferencia antes las Elecciones. Ni los latinos, ni la gente blanca (hay muy poca población de color en la ciudad) no se pueden ni imaginar a estas horas del día lo que va a suceder.
Vuelta al coche. Aquí andar es una extravagancia. Y todo sigue igual. Me entero que mucha gente ha votado también por correo para no romper su rutina laboral. Y los pocos picos de votantes se producen antes, durante la comida (hacia las 12 AM), y después del trabajo. Los colegios cierran a las siete de la tarde. La diferencia horaria con la Costa Este es de tres horas y mientras los rezagados de California todavía votan, se empieza vislumbrar la hecatombe de color rojo que comienza a teñir los mapas de las televisiones de todos los bares de la ciudad. La gente empieza literalmente a aullar. Tercer mega bajón del día y no será el peor.
A las 17:30 ya es de noche y hago tiempo comprando vino rico de esta zona, que pese a no gozar en España de tanta fama como las de Napa (más al norte), tiene más bodegas y es donde se rodó ‘Entre Copas‘, que se sepa. Vino tinto de Paso Robles, Santa Ynez y Santa Marta, regiones fabulosas del ‘Camino Real’, la histórica ruta entre las misiones de San Diego al sur y San Francisco al norte. ¡Hics!
La tradición aquí invita a seguir el resultado con los amigos en bares o en en casas. Nada que ver con España. Mis amigos californianos piensan que me gustará el ‘Press Room‘, un pequeño y ruidoso bar de estilo ingles con pósters de Happy Mondays drogados como ratas, los Sex Pistols llamando a la anarquía y el papa frita de Morrisey rompiendo la magia. Todo un detalle. Así son los americanos: atentos, amables, educados y alegres. En esto último coinciden con nosotros.
En el reino de la comida orgánica, impera la cerveza artesanal. Las IPAs de California son buenísimas. Hay que tener cuidado porque a la tercera estás vuelta al aire. No tenemos ningún cuidado porque las tres enormes televisiones con la CNN, la BBC y la NBC escupen un color rojo que no descenderá en las dos próximas horas. Son las ocho de la tarde y la gente berrea ante la pesadilla que se avecina.
Los ánimos se van caldeando; las conversaciones saltan de los grupos de amigos a los nuevos amigos de al lado y la parroquía sale a fumar en uno de los pocos sitios de la ciudad donde fumar en la puerta no te hace sentir como un apestado. La pesadilla va tomando forma: Clinton, 180; Trump, 202. La totalidad de los clientes es demócrata y jalean medios borrachuzos cuando las pantallas dan como ganadora en un Estado a Clinton. Cosa que sucederámuy pocas veces. Hay un resquicio de esperanza en un momento de la noche y el ambiente llega a su apogeo cuando Clinton gana en California. Los 55 votos lectorales del Estado colocan momentáneamente a Clinton rozando las pelotas de Trump. Todo el ‘Press Room’ quiere que se las patee, pero la euforia dura segundos. Comienza el cuarto y definitivo bajón del día.
Huele a cangelo y a marihuana. La gente abuchea cuando Trump gana en un Estado y conforme el mapa de América se tiñe de rojo sangre, la gente comienza a engañarse diciendo primero que todo esto es una broma; que es vergonzoso que esto suceda en América, intolerable, después, para acabar acto seguido gritando, aullando que California debería independizarse. Predominan los treintañeros y cuarentones, universitarios, cuyo entorno en las redes sociales no es precisamente simpatizante de Trump y que para nada presagia que esta broma de campaña electoral iba a tener un final tan espeluznante. Frente al estupor general, los ojos vidriosos y al mismo tiempos abiertos como platos, les recuerdo para animarles que en Italia gobernó Silvio Berlusconi hace unos años y que en España hay una valla en Ceuta y Melilla. No parece surtir efecto. Buen intento.
A las 22:30 ya está todo el pescado vendido y bajo una banda sonora de comedia romántica barata, Donald Trump aparece con su disfuncional familia haciendo el paseíllo para dar su primer discurso como ganador. No sabemos qué ha pasado con el gentío de su familia que caminaba tras él, ya que el plano sólo muestra a Mike Pence, el segundo de Trump, con un corte de pelo horrible a un lado y al rubiales de Barron, el hijo de diez años del magnate y su tercera mujer Melania, a otro. Ni rastro del resto de la comitiva. La clientela comienza a envidiar que al día siguiente me marche del país, aunque aún no ha digerido la derrota. No acaban de creer que esto ha pasado. Pero así es. ¡HICS!
Al día siguiente, la trompa a todos los niveles de la tarde noche anterior cobra toda su esplendor. Toda esa América blanca, sin estudios universitarios, que no usa las redes sociales y se informa por televisión, que vive en pueblos y ciudades más pequeñas del millón de habitantes. Toda esa inmensa América situada entre ambas costas ha dado un puñetazo en la nariz, de esos que te hacen ver las estrellas, al resto de americanos que no podían ni pensar que un empresario multimillonario, sin experiencia política, racista, sexista, bravucón, mentiroso y machista sea el nuevo presidente de su país. Y todavía menos en California. Mi avión despega de Los Angeles. Trumpin’ USA.