El libro que hoy les traemos es la historia de una trayectoria fugaz narrada sin dramatismos. Es el libro que Andrés Barba ha escrito sobre Pablo Angulo, pintor y escultor madrileño. Se titula: ‘Te miro para que te quedes‘. Un texto inclasificable entre el ensayo, el diario y la novela realista en el que el autor desmenuza su relación con el protagonista.
El trabajo de Andrés Barba es complicado porque Pablo Angulo es un amigo íntimo y tiene que distanciarse de lo personal. Es complicado porque su amigo falleció el 4 de abril de 2015. Bien podría el narrador haberse dejado arrastrar por la tristeza o disimular lo personal de la narración bajo un manto de falsa frialdad profesional. Por suerte para el lector no lo hace y la figura de su protagonista emerge de las páginas con absoluto realismo como un retrato fiel plagado de las alegrías y pequeñas decepciones que conforman nuestras relaciones íntimas.
‘Te miro para que te quedes’ es, por partida doble, una narración que trata de acercarnos la figura de un artista pero también el compendio de explicaciones que nos damos a nosotros mismos cuando nos sorprende la tragedia del fallecimiento de un amigo. En esa línea, paralelamente, Andrés intenta explicar al Pablo Angulo amigo y al Pablo Angulo artista y como la trayectoria de ambos personajes , irremediablemente, se va contagiando la una de la otra.
Como artista la trayectoria de Pablo Angulo fue corta, su vida intensa como se adivina en el texto de Barba. No estaría bien hablar de una obra inacabada. Es erróneo pensar en que un artista se deja algo detrás de sí una vez que nos abandona. El corpus de la obra de Pablo es la que es, ocupa unos años, tiene un número determinado de trabajos, un público que la puede disfrutar y un recorrido que los críticos pueden pesar y medir. Da igual también si el público es mayor o menor. La presencia de espectadores no altera la calidad de una obra, tampoco la opinión de los críticos. La obra es la que es y la vida es la que es también. La de Pablo se estira hacia la escultura y la pintura. Se expande hacia el dibujo casual y, de cuando en cuando, hacia la literatura. Lo hace con el nervio que uno no le confiere a una persona grande físicamente como Pablo. Uno de las constantes del Pablo artista y del Pablo humano: no parece encontrar algo que ocupe su atención, que lo obsesione y que consuma su tiempo por completo. Las cosas parecen absorberlo a él, sus cuadros parecen alimentarse de él, sus obras parecen quedarse con pedazos grandes de su persona y, sin embargo, imperceptibles para los que le rodean. Las grandes obras, por tanto, quedan siempre pospuestas por miedo a que lo devoren, por miedo a que se queden con él para siempre. La premisa del Pablo Angulo que comparten artista y ciudadano de a pie es que todo es fugaz, que nada está completo del todo, que todo se queda una parte de ti.
Las dudas del artista, las dudas del ser humano. Las dudas del amigo que escribe un texto sobre un amigo con el que comparte un amplio trecho de su vida y se pregunta si llegó a conocerlo del todo y si pudo ayudar en algo, si pudo posponer el final de Pablo, el humano angustiado que lucha denodadamente porque no nada se note, por llevar su nervio por dentro, en procesión mientras emerge una obra que también se aleja de su trayectoria vital, que sirve más como salvavidas, como clavo ardiendo al que agarrarse, que como vía de escape.
‘Te miro para que te quedes’ es un libro vibrante, tan realista que se sucede como lo hace la vida real: intercalando sin un orden premeditado las escenas cómicas, íntimas, las anécdotas juveniles y las trágicas…aunque tampoco se puede hablar de tragedia porque la vida del artista y la del ser humano contuvieron la tristeza a raya con pequeñas obsesiones como la música (un capítulo aparte merecería la melomanía de Angulo), las colecciones de coches en miniatura (la obsesión casi infantil por lo jugable y lo coleccionable que compartía con el también escritor Santiago Lorenzo, amigo íntimo) o la cocina. Una vida corriente y, a la vez, brillante. Una vida desconocida (también artística) que se torna como un homenaje a la heroicidad de estar vivo, de permanecer, de coexistir con los parámetros de una realidad que no nos deja conforme y que tenemos que alterar a base de crearnos un espacio artístico, ético y estético que coincida con nosotros mismos.
El texto es también el mejor homenaje, el mejor ejemplo, de la propia carrera de Pablo Angulo: consigue concentrar mucho talento en muy poco espacio. Consigue dar pinceladas certeras para retratar al personaje principal y pasa por encima de la figura de Pablo Angulo una pátina que nos hace apreciar cada pliegue de la personalidad y de la concepción artística que desplegó: personal, pegada a su concepción de la vida, una suerte de costumbrismo mágico que convertía las vistas cotidianas y los personajes cotidianos en protagonistas épicos.
Para ilustrar la obra Barba usa bosquejos y dibujos que Pablo fue haciendo cuando pinchaba en la parte baja de la Sala Costello de Madrid. Un cuaderno vital que comenzó en 2006 y que estiró durante toda su vida y que no ha podido ver publicado en su conjunto.
Era una pena que la vida de Pablo Angulo pasara desapercibida, sería demasiado egoísta que solo pudieran disfrutarla sus amigos y familiares. Pocos de los que miraban sorprendidos a la cabina de Contra Club cuando Pablo lanzaba ‘Psychokiller’ de Talking Heads (un viernes, no muy tarde, en medio de una selección de música hecha para bailar desesperadamente) sabían que era pintor, escultor, escritor…ahora ya lo saben. Nunca es demasiado tarde.