En las últimas décadas venimos asistiendo a algo que parece irremisible: la fusión de la literatura y el periodismo. Ese periodismo de ofrecer el dato frío y la visión objetiva, de no cargar el texto de adjetivos y de contar las cosas tal cual tomando distancia con la noticia se va diluyendo poco a poco y prima la opinión sobre la información y el chusco ‘clickbait’ frente al titular.
El periodismo le suele sentar bien a la literatura (eso lo sabemos desde que Truman Capote se sacara de la manga su ‘no ficción’) pero, al revés, la fórmula no suele funcionar bien salvo en honrosas excepciones. Es decir: el exceso de literatura mata la objetividad y obliga al lector a chapotear hasta la costa de la objetividad quitándose de encima un buen número de opiniones ofrecidas por el autor del texto o el firmante del reportaje televisado.
Sin embargo, a veces, el asunto de narrar un hecho real como si fuera una ficción funciona muy bien. Es el caso de documentales como ‘The Jinx’ (Andrew Jarecki, 2015)‘, ‘Making a Murderer’ (Moira Demos y Laura Ricciardi, 2015) o ‘O.J.: Made in America’ (Ezra Edelman, 2016). Y quizás funciona porque lo que narran estos tres documentales son casos tan extraños, retorcidos, tan pegados a lo que creemos solo posible en el campo de la ficción y, por tanto, con tantas aristas y detalles que es necesario afrontar su narración como si de una obra de ficción se tratara. Tanto es así que, antes de rodar ‘The Jinx’, Andrew Jarecki ya rodara ‘Todas las cosas buenas’ (2010) que era la versión based on a true story del caso del millonario (presuntamente) asesino Robert Durst; que ‘Making a murderer’ vaya a tener una segunda temporada y que haya rumores sobre una posible adaptación cinematográfica y, claro está, que ‘O.J.: Made in America’ se parezca tanto a ‘American Crime Story: The Peopler vs. O.J. Simpson’ aunque el documental se centra en la biografía completa del ex jugador de la NFL y actor y la serie de Scott Alexander y Larry Karaszewski repasa solamente el caso del famoso juicio en el que el deportista fue absuelto del asesinato de su ex mujer y su amante. Ambos tienen a sus espaldas, como guionistas, un buen puñado de brillantes biopics: ‘Ed Wood’ (Tim Burton, 1994), ), “El escándalo de Larry Flynt’ (Milos Forman, 1996), ‘Man on the Moon’ (Milos Forman, 1999) y ‘Big Eyes’ (Tim Burton, 2014). Detrás de ellos se encuentra Ryan Murphy, un showrunner en racha desde que hiciera ‘Nip/Tuck’ en 2003 y que, actualmente, es el responsable de ‘American Horror Story’ y ‘Scream Queens’ y es uno de los tipos que más sabe de televisión del mundo.
El resultado de ‘American Crime Story’ es brillante. Los guiones son excelentes, los hechos están narrados de forma minuciosa y las interpretaciones de Cuba Gooding Jr., Sarah Paulson, John Travolta y David Schwimmer están a niveles estratosféricos. Eso en lo formal. La serie cumple con creces en eso de contarnos los hechos extraordinarios que rodearon el caso criminal más mediático de todo el siglo XX. Por si no los recuerdan les ponemos en antecedentes:
El 12 de junio de 1994 la ex mujer del ex jugador de fútbol americano O.J. Simpson, Nicole Brown, es hallada muerta en su domicilio junto a Ronald Goldman (su pareja de aquel entonces). En los días posteriores el caso se pone rocambolesco cuando Simpson es acusado del asesinato y decide comenzar un juego del ratón y el gato con las autoridades que le lleva primero a no entregarse de forma voluntaria y, luego, a intentar uno de los intentos de fuga más torpes de la historia del crimen contemporáneo. Cubierto informativamente hasta en sus detalles más tontos, el juicio reduplicó el efecto mediático hasta convertirlo en un fenómeno global del que recibíamos información, incluso, en nuestro país donde O. J. nunca había sido una celebridad y solamente era identificado como ‘el actor negro que sale en Agárralo como puedas’. Pese a que todo estaba en su contra O.J. Simpson (y su equipo legal) supieron manejar el asunto tan bien que fue absuelto de todos los cargos lo que provocó una ola de indignación (entre algunos blancos) y una ola de alegría (entre algunos negros).
Hay que decir que el veredicto de inocencia de O.J. no hubiera sido posible si en 1992 los policías que apalearon a Rodney King (un taxista con antecedentes penales) hubieran sido condenados por darle una paliza de muerte a un tipo indefenso. El caso de King provocó disturbios (adjetivados como ‘raciales’…para diferenciarlos de los ‘no raciales’, entendemos) y,durante el juicio, se puso de manifiesto que el Departamento de Policía de la ciudad actuaba, normalmente, de forma racista y desplegando un exceso de fuerza. Si el precedente del Caso O.J. fue este caso criminal que asentó la defensa del deportista basándose en que toda la investigación había sido una persecución racista de una estrella de la comunidad negra estadounidense lo cierto es que el ‘Caso O.J.’ fue el detonante de la actual situación de los medios de comunicación, al menos en parte, y esto es algo que cuenta muy bien la serie.
Siempre había habido casos judiciales mediáticos pero, lo cierto, es que hasta la fecha no se había producido un interés tan inusitado por un caso. Mucho menos se había tenido en cuenta ‘el valor informativo’ de las fugas en coche de los delincuentes grabadas desde helicóptero y, tampoco, se había registrado un seguimiento ‘minuto a
minuto’ de un caso de estas características.
La inclusión del personaje de Robert Kardashian (David Schwimmer), mejor amigo de O.J. Simpson y papá de las luego famosas Hermanas Kardashian, dan buena cuenta de este punto tan interesante para comprender ‘American Crime Story’, de su acertado punto de vista en torno a que ya no hace falta hacer nada de relevancia para ser famoso. Es más, que puedes hacer algo horrible (asesinar a tu ex mujer y a su novio) y salir indemne por el simple hecho de ser famoso porque la fama es un status social nebuloso conceptualmente pero muy palpable en realidad.
Más brutal resulta la conclusión de que los medios son los Tribunales contemporáneos y que tenerlos como aliados te librará de muchos problemas. Ellos serán los que se encarguen de perseguir a los fiscales, de presionar a los jueces y de mostrar la mejor o la peor cara de ti encargándose de reducir a los seres humanos a personajes y las espinosas circunstancias de un doble asesinato en ingredientes narrativos del melodrama. En contraposición a un sistema público de justicia cada vez más esclerotizado y sensible a movimientos políticos externos, completamente indefenso ante los terremotos mediáticos sobrevuela un enemigo privado, armado con recursos, alimentado con millones de dólares al que no le hace falta negar la evidencia, solo le hace falta poner toda su máquina a trabajar para explotar todas las posibles debilidades del enemigo.
En Estados Unidos, incluso en nuestro país (echen cuenta de la cantidad de casos judiciales y policiales que se tratan como historias de ficción en los magacines matinales de TV), no es extraño que el caso de los Hermanos Menéndez -los herederos de un espectacular patrimonio que asesinaron a su padre a tiros en la mansión familiar en 1994 – ocupara y fuera tratado como el caso de O.J. y que todo lo que rodeó al intento de impeachment del presidente Clinton por su relación con Monica Lewisnky tuviera un tratamiento informativo parecido: puertas de los juzgados convertidas en circos, abogados soltando discursos sobre la honradez, medios ávidos por dar salida a cualquier información por idiota que parezca, declaraciones de los implicados y la sensación de vértigo, nerviosa, que se traslada a la audiencia.
Al fondo de todo eso, algo que explora con más calma ‘O.J.: Made in America’, está la figura triste de O.J. Simpson. Un hombre desarraigado de su propia cultura e inmerso en una especie de ensoñación constante. Un tipo ensimismado en la idea de que, finalmente, había podido trascender a la imagen tradicional del ciudadano negro de los Estados Unidos, que se había quitado la miseria a dentelladas y que había conseguido habitar entre los blancos sin provocar rechazo, seguramente, porque ni él era consciente de que existiera este rechazo. Un protagonista triste de una tragedia en la que se vio obligado a abrazar el discurso antirracista que tanto odiaba.