Alan Moore se despide del cómic. Dice que le quedan unas 250 páginas de viñetas más y que luego cerrará para siempre su faceta de guionista de historietas. Dice que lo hace porque el panorama le parece desalentador y conformista y porque quiere dedicarse de lleno a escribir novelas y a estudiar con más profundidad la brujería y los hechizos. Buena noticia para brujos, brujas y wiccanos que podrán contar con la inteligencia del creador inglés casi a tiempo completo porque también quiere seguir publicando novelas.
Para iniciarse en esta nueva etapa nos regalará ‘Jerusalem”, una novela minuciosa y mayestática (este es el adjetivo que mejor define la obra de Moore) que parece escrita, como decía Sánchez Ferlosio, a la totalidad. Como impulsada por la necesidad de intentar captar toda la realidad, cada detalle de la narración, intentando que nada se caiga de los renglones del libro. Se basará en su ciudad natal y en la que ha residido siempre, Northampton, y tendrá como objetivo redescubrirnos la naturaleza mística de la existencia cotidiana. El título es un homenaje al famoso poema de William Blake del mismo nombre (Y caminaros esos pies en tiempos remotos/sobre el verde de las montañas de Inglaterra…) y recibe influencias de el “Ulises’ de Joyce y ‘La broma infinita’ de Foster Wallace.
Cuando Moore abandone el cómic se cerrará definitivamente un capítulo brillante que comenzó a mediados de los 70 y que popularizó el término “cómic para adultos”. Las historietas pasaron de ser material alimenticio para infantes y preadolescentes y, de pronto, crecieron. A ello, además de Moore, contribuyeron gente como Segura, Druillet, Moebius, Corben, Ezquerra, Crumb…bueno, sería injusto no hablar de que esos autores le deben algo al ‘Spirit’, de Will Eisner o a ‘El Eternauta’ de Hector Germán Oesterheld que se adelantaron, con mucho, a su tiempo.
Moore es hijo y padre de la contracultura del mismo modo que, en el tebeo, ha cumplido un papel de destructor y creador. Lo echaron del colegio por trapichear con LSD cuando contaba con quince años. Pasó a adolescencia de aquí para allá, experimentando con los límites de su tolerancia y, entendemos, expandiendo la mente. No debemos de obviar ese detalle que es crucial para el cambio de paradigma en la cultura popular: el consumo de drogas. Abrió puertas cerradas, animó percepciones, encendió hogueras intelectuales… y como toda revolución se cobró víctimas. Criador de contradicciones vitales, además de su dualidad protagónica parece tocado por el don de llevarnos la corriente, lo que para uno fue veneno a él le conectó de un modo íntimo con el mecanismo creativo, le hizo pensar de otra manera, le hizo ampliar sus horizontes. Alan Moore deviene en ese tipo con pinta de ser el iluminado principal de una secta, que habla como un zumbado y que sugiere que tiene una especie de percepción sensorial que se declara anarquista y Brujo del Caos pero que, sin embargo, es un autor erudito y ordenado en su narración, completamente preciso. Cada pieza de cada trabajo de Moore parece ocupar un espacio y un lugar predeterminado. Si le preguntas a él seguramente te dirá algo como que todo está ahí y que solo hay que saber ordenarlo. Los profanos, los que nunca hemos sido llamados a atravesar las puertas de la percepción preferimos pensar que es un grandísimo intelectual, un incansable lector y un trabajador nato. Si algo nos ha enseñado Moore es que para instaurar el caos es necesario un plan. Un plan como el de Ozymandias en ‘Watchmen’, una estructura perversa de piezas de dominó que van cayendo irremediablemente.
Moore cambió el paradigma del cómic con ‘V de Vendetta’ y nos regaló una obra tan gigante (mayestática, insistimos) como ‘From Hell’ donde reconstruyó para nosotros la Inglaterra Victoriana y nos regaló una reflexión aterradora: Jack El Destripador no fue más que un reflejo siniestro de una época siniestra, un monstruo que nos dejó la sensación constante de que la única razón para que el fuerte aniquile al débil es que puede hacerlo. En su otro papel fue capaz de revivir a Superman e impulsó a Batman hasta el siglo XXI con “La Broma asesina” o revivió viejos mitos en “La Liga de los hombres extraordinarios”.
Su legado parece infinito y se ha multiplicado el poder de su iconografía. Contestó con un lacónico “tenía que ocurrir” cuando le preguntaron sobre la presencia de jóvenes con máscaras de Guy Fawkes protestando en manifestaciones antisistema y, desde su prespectiva, no ha hecho más que irnos adelantando el mundo que vivimos y el que nos espera.
‘The Mindscape of Alan Moore’, documental sobre el autor de ‘Watchmen’. Incluye subtítulos en español.
Moore, pese a su discurso de lo caótico, ha dado pasos en el establecimiento de una separación de las artes declarando, a quien quisiera escucharlo, que no había manera de que ciertas historias, ni siquiera las suyas, funcionaran bien en diferentes soportes en forma de adaptación. No hay nadie que haya hablado peor de sus adaptaciones cinematográficas como el propio Alan Moore que, por el carácter de su obra, debe de pensar que la imagen animada, el formato cinematográfico clásico no deja nada a la imaginación, es incapaz de captar sus sutilezas, sus referencias y su discurso. La imagen representa la realidad. La realidad es vista, por tanto, como algo estático, como un aburrido continuo que solo puede avanzar y sobre el que no se puede discutir. Una base débil para imaginar. En ese sentido el cómic es más sugerente, el dibujo es más sugerente, más primitivo, más natural. Incluso siendo también imagen evoca otras realidades e interpretaciones. En ese sentido hay que destacar, pese al rechazo de su autor, el remate con el que James McTeigue finaliza ‘V de Vendetta’ (2005). Hasta los últimos minutos de la misma la cinta transcurre como una obra de acción que ha aprovechado el material de la obra original que hacía avanzar la acción como una película de acción muy clásica. Un buen trabajo que despierta rechazos entre los más fans del cómic. Pero, en su último tramo, ocurre algo maravilloso: (ATENCIÓN QUE VIENE EL SPOILER) los edificios de Londres, aquellos que son una representación del poder, van siendo demolidos por el protagonista mientras se disparan los fuegos artificiales al ritmo de la Obertura 1812 de Tchaikosvky. Un ¿homenaje? A la escena final de ‘El club de los chalados‘ (Harold Ramis, 1980) en la que Bill Murray hace estallar un campo de golf para conseguir cazar a un escurridizo topo. Con esta referencia velada la realidad, el sentido de la película convierte a la adaptación del cómic de Moore al propio Moore, diluye el tono de película de tiros y restituye el espíritu del propio cómic.
Con Moore se marcha una de las grandes personalidades del cómic y también un modo de ver el noveno arte. Se larga el último chiflado. Un tipo que consiguió que obras con referencias intrincadas, con complejas narrativas funcionaran como piezas comerciales. ¿Se imaginan que, de pronto, los productores y editores deciden dejar de jugar sobre seguro y comienzan a creer en que es posible avanzar, ampliar las miras, dejar atrás el pasado que es bueno para las ventas pero letal para la creación?
Moore se marcha sin que haya, a la vista, un sucesor. Lo necesitaríamos cuanto antes. También es verdad que, nuestra corta prespectiva, nos impida ver que ya está entre nosotros y que está a punto de regalarnos un nuevo ‘Capitán Britania‘. Seguramente Moore ya lo ha visto en sus sueños, en esas cabezadas amables que debe echarse. Con 62 años uno de los pocos espíritus libres que anda pululando, y publicando por ahí, ha decidido cambiar su vida, largarse del cómic (que nunca dio la sensación de gustarle mucho y al que siempre regaló comentarios bastante distantes y amargos…ojalá todo lo que se hace con desgana fuera así de bueno) y seguir una senda como escritor, mago y, vayámonos agarrando: el cine. La prespectiva de un Alan Moore metido a cineasta nos deja babeando, la más posible faceta de guionista para televisión (que tampoco es descartable) nos provoca ganas de ir al bosque, hacer un círculo mágico y bailar desnudos para que la deidad de turno nos conceda nuestro deseo. Por lo pronto ha dejado el consumo de LSD y ya solo le pega a las setas mágicas. El que fuera hijo de la contracultura y se ha convertido en el padre de la misma, el tipo que salió de la experimentación artística, la poesía psicodélica, los ritos mágicos pretende recoger todo lo aprendido y comenzar de nuevo para seguirnos flipando. Aún más.
ILUSTRACIÓN: GUACIMARA VARGAS