Cometí hace tiempo la maldad de definir a ‘Fear the walking dead’ (se emite por AMC, los lunes) como ese pariente lejano al que aprecias pero que bebe un poco. Es decir: sabes que te cae bien y que no te importa estar un rato con él pero sabes que, tarde o temprano, te va a meter en un pequeño lío. Como tantas otras veces me tuve que tragar mis palabras. Digamos que, como muchos fans de ‘The Walking Dead’, esperaba el spin off de la serie con el hacha levantada. ¿Qué tenía que aportar a la serie original más allá de una remota promesa de explicar de 9 venía el virus? ¿Y qué más da de donde venga el virus si ‘The Walking Dead’ se alejó definitivamente de esa trama cuando estalló el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta allá por la primera temporada? ¿Y cuando apareció Eugene Porter, el personaje tímido-asperger de la mullet, contando que conocía el lugar donde se estaba trabajando para la cura no nos sonó a todos al típico rumor que se extendería como la pólvora por el páramo del apocalipsis pero que no tenía fundamento alguno? ¿Para qué queríamos ‘Fear the walking dead’?
Bien, nadie lo sabe pero ahí estaba. Su primera temporada fue un tanto difusa. Comenzaba en Los Ángeles, en los primeros días de la infección y se centraba en la vida de la familia formada por dos divorciados cuyos hijos tenían una diversidad de problemas que iban desde la incomunicación adolescente hasta el consumo de drogas. Nada del otro mundo, la verdad. Tras asimilar que el mundo está derrapando hacia el abismo conocen a una familia hispana también en problemas. Y aquí comienzan las primeras risas: familias hispanoamericanas donde sus miembros hablan, cada uno, con un acento de un país hispanoparlante diferente y, claro está, el más doloroso “personajes latinos que hablan español con un cerrado acento estadounidense porque los actores que los encarnan han nacido y crecido en USA y tienen un conocimiento leve de la lengua de sus padres”. El efecto no mejora cuando se visiona la serie en versión doblada y los personajes latinos adquieren el acento de aquel viejo anuncio de tomate frito (“¡Cuate, aquí hay tomate!”). Mala cosa esta que los productores norteamericanos tienen que comenzar a mirar porque todo huele un poco a desconocimiento cultural un poco doloroso. Por nuestra parte tendríamos que revisar nuestra política de doblajes.
El caso es que la primera temporada de ‘Fear The Walking Dead’ fue ganando velocidad añadiéndole clásicos del género como unos militares un poco chungos y la inclusión de un ‘buscavidas’ con un plan, Victor Strand, interpretado por el guapísimo actor afroamericano Colman Domingo. A partir de ahí la cosa comenzó a rular pese al segundo problema de ‘Fear The Walking dead’ que comparte con todas las cosas que, hasta la fecha, hemos visto firmadas por Robert Kirkman: el ritmo y la forma en la que se van ofreciendo las tramas. ‘TWD’ arrastró ese problema durante dos temporadas (la segunda y la tercera) en la que se puso a prueba la paciencia de los espectadores y la poco apreciada, hasta la fecha, ‘Outcast’ tiene uno de esos bajones fenomenales propios de las producciones mal adaptadas del ritmo del cómic al ritmo televisivo. Es posible que sea fácil aceptar que un cómic por entregas tenga unos cuantos números en los que no ocurra nada o se atienda a tramas menores. En la tele todo es diferente y cuesta acostumbrar al espectador a episodios donde parece que nadie quiere dar un paso al frente y hacer avanzar la trama porque, en realidad, no hay material de calidad para rellenar los episodios que se han firmado. Un ejemplo: puedes leer de tirón 10 o 12 números de un cómic de tirón (en el caso de ‘TWD’ la empresa no te llevará más de dos horas) pero es más complicado ver 10 o 12 episodios de una serie de tirón obviando que en la mitad de ellos no va a ocurrir nada de interés.
Pero ‘Fear The Walking Dead’ funciona. También pese al otro problema manifiesto que es el de la falta de presupuesto. Es un poco cutrilla, en general. Sobre todo si la comparas con la serie madre o con otras producciones que hay por ahí. Vale que al fan, al auténtico fan, que deglute cualquier cosa del género eso le trae al pairo porque antes de que el género zombi se convirtiera en un éxito mundial, ‘Guerra Mundial Z’ de Max Brooks mediante (recomendabilísima novela, peor adaptación) y concedámosle ese mérito también a ’28 días después’ (Danny Boyle, 2002), lo cierto es que las pelis de muertos vivientes a duras penas salían de los ajustados presupuestos de la Serie B y de los circuitos de programaciones veraniegas y producciones que iban a parar directamente a vídeo de alquiler. Es decir, el aficionado a los muertos vivientes ha endurecido el ojo ante los maquillajes cutres y los FX de trapillo sin pestañear aceptando como natural que era algo que inherente a este tipo de producciones. Como ejemplo de esto: ‘Z Nation’ (2014), que estrenará este año su tercera temporada, es una serie espectacular que juega en esa división de producción pobretona que, sin embargo, va como un tiro gracias a explotar consecuentemente todas las fortalezas de la lucha entre caminantes y supervivientes.
Volviendo a ‘Fear The Walking Dead’ podemos decir que ha ido ganando en intensidad y calidad cuanto más se ha ido alejando de los Estados Unidos y ha ido trasladando su acción al vecino México. Sin duda. El spin off tiene bastante sabor mexicano. A veces, ya lo hemos comentado, un poco el sabor mexicano que creemos que tiene la comida mexicana y que, en realidad, es más ‘Doritos Tex Mex’ que otra cosa pero ha sabido añadir zombis, personajes interesantes y una especie de nueva visión del fenómeno zombi en el que este se mezcla con la religión y la sesuda discusión sobre lo que es vida, sobre lo que es vida inteligente y, sobre lo que tiene que protegerse y no. Un bonito lío con el que han transcurrido los episodios y en los que hemos asistido a la capacidad de Kirkman para explorar las repercusiones psicológicas que tendría una tragedia de estas características en los supervivientes. El regalo ha venido de la lucha sin cuartel establecida por los hermanastros de la familia: Nick Clark (Frank Dillane) y Chris Manawa (Lorenzo James Henrie) y de cómo se han tomado todo el tema este de que los muertos hayan salido de sus tumbas. No contaremos nada, preferimos no spoilear, pero ya les decimos que ambos personajes se han convertido en una parte importantísima de la serie. Mucho más el interpretado por Frank Dillane que, como los buenos ciclistas, ha partido desde el fondo del pelotón y se ha convertido en el protagonista del arranque de esta nueva entrega de episodios incluidos en la segunda temporada. Si algo tiene de ‘realista’ la serie es que a un ex yonki acostumbrado a sobrevivir con lo mínimo le va a ser más fácil ganarse el sustento en un mundo apocalíptico que a un ciudadano completamente integrado. Algo de esto, de esta idea, reside en la ‘latinización’ de ‘Fear The Walking Dead’ que apuesta más por la supervivencia del mexicano medio –se da por hecho que acostumbrado al terror y a buscarse la vidilla- que a la del estadounidense medio que parece desentrenado después de años y años de sobrealimentación y vacunas.
En el fondo esa es la idea que subyace en toda la serie: los zombis permitirán que los pobres hereden la Tierra. Un poco traído por los pelos, un poco dejando entrever la imagen un poco chunga que los latinos tienen en USA –un poco menos insultante que lo de Trump y su muro de hormigón- y explotando muy bien la certeza de que no podríamos alejarnos de nuestra casa más de un kilómetro sin ser devorados por nuestra incapacidad para sobrevivir.
En general a ‘Fear The Walking Dead” le pasa como a los zombis que no sabes como se mantienen en pie pero se mantienen en pie. Échale la culpa a los misterios del fansismo o que, en el fondo, la serie ha sabido sacar fortalezas de todas sus evidentes flaquezas o que, en realidad, las flaquezas no son tan importantes en un producto de entretenimiento que, en el fondo, pretende ser mucho menos profundo, intelectual y contemplativo que ‘The Walking Dead’ que, de cuando en cuando, nos sorprende con una o dos moralejas más allá de que el hombre es un lobo para el hombre. La serie se ha enmendado, ha conseguido sobrevivir a la falta de punch de sus comienzos y ya toma carrerilla aprendiendo de la serie de la que es hijastra: ha divivido al grupo de supervivientes para duplicar las posibilidades de que haya acción lo que fue la salvación de la serie que tiene al sheriff Grimes como protagonista.
Sobre la promesa de que ‘Fear the walking dead’ resolverá el enigma de la procedencia del virus (entendemos que si los zombis no son corredores la infección se debe al Solanum descrito por Max Brooks en su ‘Guía de supervivencia zombi’) no hay noticia. Hay un indicio, una especie de metáfora que también nos vamos a ahorrar desarrollar no porque no confiemos en nuestro olfato si no porque, en general, nos parece feo desvelársela y no concederles a ustedes la sabiduría, el criterio y el espabilo vital que demuestran al ser fieles lectores de DON. No les decimos más. Seguramente esta serie no les cambiará la vida pero como decía aquel personaje femenino mexicano de ‘Nadie Hablará sobre nosotras cuando hayamos muerto’ (Agustín Díaz Yanes, 1995) refiriéndose a la Biblia: “Comienza un poco mal pero luego se entona”. Disfruten antes de que un zombi irrumpa en su casa reclamando su ración de sesos.