Vamos a tener que irnos acostumbrando a que las películas biográficas no sean biográficas del todo. La culpa la tiene el caudal infinito de información que nos regala internet. No tiene mucho interés ir a ver una película basada en una biografía contada de forma lineal cuando con dos o tres golpes de ratón tenemos a nuestra disposición todos los datos que necesitamos de un personaje. Además en diversos colores, con diversas tonalidades y con un número infinito de interpretaciones. Tampoco es que las películas hayan sido nunca una fuente fidedigna de información –son obras de ficción que están sujetas al cartelito de “algunos nombres se han alterado por expreso deseo de los implicados y algunas situaciones se han simulado a favor de hacer más atractiva la trama”- pero, hasta hace poco, sí nos servían para establecer al menos el interés o los primeros pasos para conocer a un personaje.
Esto que intento explicar se ve a la perfección, si ponemos bajo la luz las tres biografías cinematográficas que giran alrededor de la figura de Steve Jobs: ‘Piratas de Silicon Valley’ (Martyn Burke), ‘Jobs’ (Joshua Michael Stern, 2013) y ‘Steve Jobs’ (Danny Boyle, 2015). La primera es una emocionante biografía que cuenta la batalla entre Jobs y Bill Gates, es una película más convencional en el sentido en el que juega bastante bien con la ficción mientras que las otras dos son dos hagiografías que se centran en el descubrimiento personal –la primera- y en la consecución de la grandeza personal mientras que la última es una especie de pieza teatral que intenta desentrañar al personaje y conocerlo a través de un juego de claroscuros aparentemente intrincado, es decir, justificar por qué se comportó mal con todos los que le rodeaban.
‘Miles Ahead’ es un buen ejemplo de cómo el género autobiográfico ha girado hacia un territorio raro en el que los elementos de ficción sirven para apuntalar una anécdota real que, finalmente, resulta definitiva para comprender al personaje y sus motivaciones. En este caso las del músico Miles Davis. Un trabajo titánico pues Davis fue complejo y hermético. No es raro que le gustara tanto el flamenco y los flamencos pues, por su forma de conducirse, bien podríamos confundir su carácter con el de otros músicos de raza como Paco de Lucía, Enrique Morente o Camarón de la Isla.
Como saben Miles Davis pasó cinco años encerrado y sin grabar nada. Absolutamente nada. Un silencio larguísimo para un músico que había tenido una carrera tremendamente prolífica que le obligaba a sacar un disco cada pocos meses. De pronto, nada. Un divorcio. Una adicción a las drogas y al alcohol de esas de campeón del mundo y, claro está, lo que no sabemos es si fue una consecuencia u otro de sus males: la pérdida absoluta del pulso musical. El miedo. La desesperación por no seguir siendo el mejor. También la conciencia de que la música había cambiado tanto que quizás había que reinventar el jazz otra vez para hacerlo encajar en el nuevo público o en los nuevos gustos.
Todo esto, y alguna cosa más, se explica en ‘Miles ahead’ una película dirigida, escrita e interpretada por Don Cheadle que triplica su papel no sabemos si por sus ansias de reivindicarse como uno de los grandes actores actuales (para nosotros ya lo es). Como siempre a este que escribe le disgusta un poco que, semejante talento, no encuentre un panorama de producción más interesante para multiplicar su presencia. Cheadle ha querido componer una pieza de jazz, una película en forma de pieza de jazz para ser más exactos. Por un lado ha colocado bien las piezas de la narración para que resulte enérgica y competente, ha cuidado los pequeños detalles como los enlaces de las diferentes secuencias que viajan adelante y atrás en el tiempo sin hacer molesto el recurso del flashback y, en general, consigue una narración consistente en la que, en ningún momento, la cosa pierde interés. Bien por él. Por otro lado consigue también que parezca improvisada, que parezca una de esas famosas variaciones de Miles con las que regalaba al público de sus directos; uno de esos momentos mágicos en los que el trompetista se perdía en sí mismo. En definitiva: viendo ‘Miles ahead’ uno tiene la sensación de que está bien conseguido ese efecto de que todo está ahí puesto por casualidad pese a que, al final de la película, uno se lleva una conclusión bastante acertada de quién era y qué puesto ocupó el músico americano. Cheadle, de manera abierta, reivindica al músico que decidió hacer lo que le dio la gana. Una pena que en la narración se haya obviado la influencia casi definitiva de la irrupción de los músicos latinos en el panorama jazzístico mundial y que, en ningún momento, se hable de Jerry González, de Paquito de Rivera o de Gato Barbieri (entre otros) que, posiblemente, fueron los que obligaron a salir a Miles Davis de la madriguera y dar un golpe en la mesa publicando ‘The man with the horn”. Había, de algún modo, que reivindicarse. También flota en ‘Miles ahead’ la necesidad del artista de reinventarse continuamente y de no perder el hilo de los acontecimientos. Como no, la capacidad de Davis para innovar y para amar sus obras más aparentemente experimentales como ‘Sketches for Spain’ (uno de los mejores discos de la historia, de obligada escucha para cualquier adulto que como tal se considere) frente a la obra más clásica donde también se desenvolvió con elegancia.
En el camino del reparto Cheadle ha optado por Ewan McGregor como protagonista. Un McGregor que vuelve a hacer un papel de sinvergüenza con melena como el que desarrollara en una de sus primeras películas, ‘Tumba abierta’ (Danny Boyle, 1994), y que cumple con solvencia. Pese a todo, el cariño de este que escribe se lo lleva el actor Michael Stuhlbarg que va camino de convertirse en uno de esos secundarios de lujo y que, en esta ocasión, hace un papel que nos hace recordar a los currantes chungos de la industria musical de ‘Vinyl’. Ni Emayatzi Corinealdi, la coprotagonista femenina, ni Keith Stanfield, el otro secundario, consiguen completar un trabajo muy digno de mención. Posiblemente porque el empuje del protagonista es de tal magnitud que apenas deja sitio para nada más. De hecho, si la película hubiera sido más arriesgada bien podría haberse rodado como la experimental ‘Nightingale’ (Elliot Lester, 2014) contando con un solo protagonista y casi personaje único. Tampoco hubiera deslucido a la historia.
La única metedura de pata es que el final de ‘Miles ahead’ resulta deslavazado. Sí, sabemos que el jazz es así y que la película, en general, es una reivindicación de la obra de Miles Davis como algo inmortal y que, de algún modo, sigue desarrollándose en el nombre de otros músicos pero nos quedamos con esta anécdota: saliendo de la sala de cine había unos chavales discutiendo sobre si el músico que salía al final era el verdadero Davis o Cheadle haciendo de Davis llevando un chaleco con la inscripción #SocialMusic (el nombre que Miles Davis usaba para su música). Uno de ellos comentó: “si Twitter se inventó en 2007 o 2008 esta actuación tiene que ser de después porque si no no llevaría un chaleco con un hashtag bordado. Es decir o se ha muerto hace poco o está vivo”. No hacía falta confundir al personal hasta el punto en que tengan que sumergirse en la wikipedia porque, sinceramente, la mayoría no lo hará. En fin. Si escuchan a alguien decir que Miles Davis está vivo díganle que pasó a mejor vida, para nuestra desgracia, en 1991. Mucho antes de que Twitter estuviera inventado.