Extracto de ‘Solos‘, de Paloma Bravo (Ediciones Alfabia). Páginas 109-114.
El salón.
Los cuatro.
En esta reducción de fiesta a intimidad, de gran grupo a cuatro almas, Javi está mutando en robot monotemático. Cuando convocan en casa suele habermás gente y más desorden, nunca se ha dado esta combinación equívocamente simétrica. Javi, deportista y juguetón, lo ve, o quiere verlo, como un partido de tenis. Dobles mixtos: dos parejas, una recién follada y algo abatida, otra con una vida erótica que él imagina más libre, desenvuelta y sabrosa que la suya. Javi, además y por razones obvias, no quiere que el partido se juegue en su campo. Se siente algo culpable y sabe que Elena anda desfondada, así que insiste con saques asesinos.
−Ana, Tomás no me quiere decir dónde conoce tías. Dímelo tú, dame tus pistas: ¿dónde ligas?
−¿Por qué? ¿Quieres apuntarte?
−¡Ostras! ¡Otra vez! ¡Repetís las mismas frases!
−Te mando unos cuantos links. ¿Te apetece el rollo match.com para relaciones duraderas o una de esas webs para infidelidades?
Elena parece recuperada y se incorpora a la conversación.
−No, pásale esa que es una app. ¿Tinder? Ésa en la que ves quién de los que andan cerca quiere follar… Ojo, que se te conecta con Facebook y allí estamos todos.
−Sí, conozco a una mujer a la que le entran los maridos de todas sus amigas. Dice que pasa mucha vergüenza ajena.
A Javi empieza a no hacerle gracia. Tiene esa ingenuidad temeraria: pregunta en broma lo que le da miedo que le contesten en serio.
−Que no, hombre, que funcionan. Mira, el fotógrafo colgó un post que se titulaba «Me urge mujer borde», y allí estaba yo.
−Pues eso. ¿Tú qué dirías que necesitas?
−Que yo no necesito nada. Lo preguntaba por Tomás.
−En serio, Javi. Que es por ayudarte. ¿Quieres que te redacte yo el perfil?
−Pre-gun-ta-ba por To-más −repite Javi deletreando cada sílaba para quitarse de encima recelos y tentaciones.
Tomás está sentado en el brazo del sofá y sonríe impermeable.
Ana le devuelve la sonrisa y sigue:
−Tomás es el que no necesita nada. A él no le urgen las mujeres. Ni bordes ni de ningún otro tipo.
Tomás es el único hombre que conozco que está solo del todo y porque quiere.
−No está solo, tiene a sus amigos −protesta Elena, ingenua y algo empanada. Elena no es tonta, pero a veces le gustaría serlo.
−No hablo de eso. Lo que digo es que los hombres casi nunca están solos, sino en distintos grados de separación. Estén como estén con sus parejas, no se separan hasta que ellas les dejan o ellos encuentran a otra que les arrastra a una nueva relación.
−Ya estamos con los arrastres −refunfuña Javi.
Elena inclina la cabeza. Javi busca su mirada y, al no encontrarla, se lanza:
−Es que estás generalizando, Ana, y no te pega.
Javi cede.
−¿Has estado solo alguna vez?
−No. La verdad es que no. Pero mi caso no es la norma.
Javi no encuentra apoyos: Elena ahora examina el horizonte por la ventana de la terraza; Tomás sonríe al universo. Ana sigue:
−Yo sólo digo que es agotador que a las mujeres se nos exija poner toda la energía en seducir a un tío y remolcarlo a músculo hasta que lo instalamos en «una relación».
Tomás la mira. Sigue divertido.
Javi le da la mano a Elena, como si discrepara.
−Le has visto apenas dos veces, no tienes ni idea de si te gusta el tipo, y ya tienes que estar tirando tú
−Eso ya lo has dicho antes.
−Vale, pues me repito, pero es que a mí también me gusta dejarme llevar.
−(…)
−Y sentirme querida.
−(…)
−Y, si no, como ellos, prefiero simplemente follar.
Ana está exhausta, pero le queda un último átomo de energía para mirar a Tomás:
−¡No lo digas!
−Lo estás diciendo tú −calla Tomás.
−¿El qué? −preguntan Elena y Javi a la vez.
−Que soy andrógina, que soy como un tío.
−«Andrógina». Yo sólo he dicho «andrógina».
Afortunadamente no eres como un tío.
Ana se acerca a Tomás y se sienta encima de él. Hay mucha, muchísima complicidad entre ellos (nos repetimos, pero es que la amistad es tan importante como el amor; y más, mucho más), y Javi y Elena, algo azorados, vuelven a apretarse la mano. Elena se pone de pie de un salto.
−Un minuto, que voy al baño −dice Ana.
* * *
La conversación en el salón es sobre locales de comida preparada. Cómo aparecen sitios buenos que, rápidamente, degeneran con indolencia en el mismo sabor industrial apelmazado y empiezan a rellenar el sushi con queso Philadelphia.
Qué poco pega el sushi con un queso de untar. Y qué me decís de la moda de las panaderías artesanales en los barrios pijos. La cantidad de celíacos por metro cuadrado que, paradójicamente, despiertan a la enfermedad en esas mismas calles. Peor es la moda de las tiendas que no consiguen decidir su identidad, las que ponen a la venta, simultáneamente, tres vestidos, dos teteras y un sofá, y abren sólo seis horas por semana.
−Es como si fueran tiendas subvencionadas−apunta Tomás.
−Sí, como si fueran propiedad de las hijas hippies de marquesas que conservan palacetes llenos de trastos polvorientos, marquesas que veranean en Biarritz mientras sus hijas vacían los trasteros.
Javi intenta volver a hablar de sexo, o de amor, sin distinguir entre los dos sustantivos ni entre los dos deseos. Sabe que su intento es un poco suicida y, para que no le estalle en la cara, proyecta y procura, con gran previsión, empezar por las declaraciones de amor en twitter y las separaciones que los nuevos políticos anuncian por Facebook. Javi utiliza tres adjetivos: improcedente, exhibicionista e infantil. Tomás se encoge de hombros. Elena también. Discrepan y están dispuestos a confrontar a Javi:
−¿Qué querías que hicieran?
−No sé. Pero es un poco impúdico que nos metan en su vida.
−No nos metieron ellos. Ya nos habían metido los medios.
−Exacto, estoy de acuerdo. Normal que quieran controlar el mensaje.
−Además, se separan sin hijos y sin hogar compartido. No hay discusiones de dinero. Un comunicado en una red social y te vuelves a la campaña electoral.
−¿Y el desamor?
−«El desamor en los tiempos de Facebook».
−Como la novela aquella de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera.
−Ojalá.
Vuelve a pitar un whatsapp en el móvil de Ana y Tomás se abalanza a por él antes de que Javi pueda interceptarlo. Sin mirar la pantalla ni leer el mensaje, deja la copa en la mesa y se adentra por el pasillo para encontrarse con la dueña del aparato.