Coincidiendo con la controvertida entrega del Premio Nobel de Literatura 2016 a Bob Dylan, rescatamos un interesante artículo sobre un momento clave en la carrera del galardonado poeta y cantante.
Sexta entrega de ‘Canciones Encadenadas’. La historia en tres actos de cómo Bob Dylan a punto de arrojar la toalla en 1987, deprimido a más no poder, tiene una epifanía y reaprende a cantar y a tocar la guitarra. Y da comienzo el ‘Never Ending Tour’.
PRIMER ACTO. LA GRAN CRISIS. Bob Dylan no tenía que haber aceptado aquella gira junto con The Grateful Dead en 1987. Es justo lo que pensó mientras se escapaba calle abajo al comenzar los ensayos con la banda en San Rafael (California). Los Dead haciendo gala de su locura habitual querían tener un repertorio no ya largo sino infinito. Y si alguien tiene un repertorio de quitar el hipo, ése era Dylan.
Pero Dylan se encontraba ante un abismo. Sufría una abismal crisis treinta años después de estar girando y publicando discos. Décadas después de haber sido considerado el Mesías, de haber cambiado la música popular del siglo XX para siempre. Bob Dylan iba a arrojar la toalla.
En mitad de una gira de 18 meses con Tom Petty & The Heartbreakers estaba pensando en abandonar los escenarios. Para siempre. No tenía ganas de interpretar canciones que, en algunos casos, sólo había tocado en el estudio de grabación tras componerlas. Su repertorio de aquella gira sólo incluía veinte temas.
SEGUNDO ACTOR. EL VIEJO CANTANTE DE JAZZ. Caminando calle abajo tras huir del ensayo, escuchó música de jazz en un tugurio. Entró y, de repente, tuvo una revelación al escuchar al conjunto. El mundo se detuvo y el entendió todo al instante. Era como si el cantante le hablara directamente a Dylan. “Así deberías hacerlo”, le decía el viejo cantante de jazz. Dylan se dió cuenta de que le estaba enseñando algo que él tenía y que había perdido al interpretar una canción. El mojo, quizás. Y ahora, volvía a recuperarlo. En un tugurio de San Rafael. Aún se pregunta si le habían echado algo en la bebida.
Regresó a los ensayos con The Grateful Dead. Y puso en marcha lo aprendido horas antes en los conciertos con la banda hippie. Y también lo hizo en la reanudación de la gira con Tom Petty. Les retó a tocar cualquier canción de su basto repertorio. En los primeros cuatro conciertos, interpretaron 80 canciones diferentes. Pese a todo, Dylan continuaba en sus trece de aparcar su carrera.
El 5 de octubre de 1987 ante 30.000 personas en la Piazza Grande de Locarno (Suiza) todo se fue al garete. Y acto seguido subió a los cielos. Dylan fue a abrir la boca para cantar y nada salió de ella. Con la banda tocando y a punto de entrar en un ataque de pánico de los que hacen historia, invocó a una suerte de resorte interior para expulsar a esa especie de demonio y de su ser brotó una energía desbocada que ni él mismo alcanzó a comprender de dónde carajos brotaba. Se quedó temblando mientras su voz despegaba hacia las alturas. Ante un gentío. En directo. Dylan lo recuerda como si se hubiera convertido en otro músico con nuevas facultades surgidas de su interior. Una epifanía en todo regla.
Dylan terminó la gira con Tom Petty en diciembre de 1987 y acto seguido le pidió a Elliot Roberts, manager de Neil Young y organizador de aquél tour y el de los Dead, que le organizara doscientos conciertos al año a partir de la primavera siguiente. Su decisión de retirarse podía esperar. Comenzaba, sin que en aquél momento Dylan fuera consciente, el ‘Never Ending Tour‘.
TERCER ACTO. A LA MANERA DE LOONIE JOHNSON. En la espera ante el comienzo de la gira, Dylan tuvo un accidente, que acabó con su mano destrozada y un yeso cubriendo su brazo. Le hizo pensar que su estilo a la guitarra era muy simplón y se le ocurrió probar, así como había hecho en los meses anteriores con su voz, un nuevo método que a principios de los sesenta le enseñó Loonie Johnson y que jamás había puesto en práctica. Una manera de tocar la guitarra basada en un sistema ternario en vez de en uno binario. Décadas atrás no lo puso en práctica en parte porque no lo entendió y, en parte, porque necesitaba rasguear la guitarra para acompañar sus letras. Pero en aquél momento de su vida, Dylan pensó que sería su tabla de salvación. Era un sistema que no tenía que ver con la técnica, perfecto para guitarristas cantantes. Más allá de explicar cómo funciona este método, éste le permitió volver a interpretar su repertorio de manera diferente creando además en el público la sensación de asistir a algo nuevo mientras el cantante no se moría de asco al regresar una vez más a su cancionero. Dylan descubrió que el ‘Rumble‘, de Link Wray, estaba hecho de esta manera y Martha Reeves hacía lo propio.
Con este método y la mano enyesada, comenzó de nuevo a componer canciones de manera fluida. De aquí surgió su álbum ‘Oh, Mercy‘, de 1989, que grabó en Nueva Orleans con Daniel Lanois. Pero esta es otra historia.
Las historias aquí narradas las cuenta el propio Bob Dylan en el volumen uno de sus fantásticas ‘Crónicas‘, que publicó en 2004. Todavía no ha llegado el volumen dos, pero todos los días enciendo una vela rogando a los dioses para que aparezca.
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