Grúas a pares, fondos abisales de juguete, la casa de don Jacinto Benavente, una luna de sangre, … Esta es la historia de ‘Llévame muy lejos’, el videoclip que grabamos para Amaral.
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“El cuerpo humano es el carruaje; el yo, el hombre que lo conduce; el pensamiento son las riendas, y los sentimientos, los caballos”. Platón*
*Esta frase la hemos cogido un poco a boleo, pero, ¿y el empaque que da empezar un texto con una cita de Platón, eh?
Noche del domingo 27 de septiembre.
Toda España está pendiente de los resultados de las Elecciones Autonómicas catalanas (que si sí, que si no), en los que se mide el sentir separatista de la nación.
Esa noche, además, toda España está pendiente del cielo, a santo de un fabuloso eclipse lunar, la Superluna, la Luna de Sangre, que tardará 33 años en repetirse.
Menudencias.
Esta noche se cuecen asuntos muuuuucho más importantes.
La noche del domingo 27 de septiembre es la noche en que grabamos un videoclip con y para Amaral. A-MA-RAL. Primera división, palabras mayores, asunto serio, cosa fina, poca broma. Como diría James Cagney, “¡Mamá, estoy en la cima del mundo!”.
–Hola, Eva, disculpa pero el chófer de nuestra limusina nos ha llamado diciendo que la policía lo tiene retenido en no sé qué club, y no sonaba al RACE, así que hemos tenido que venir nosotros.
–No pasa nada.
Esta fue la excusa que tuvimos que improvisar para justificar el hecho de pasar a recoger a una de las artistas más prestigiosas del país en un modesto y baqueteado utilitario en cuya parte trasera suelen viajar dos mocosos descerebrados, con lo que eso –envoltorios de caramelos, migas, trocitos de plastilina, migas, piezas de juguetes, migas– implica.
Recogemos a Eva (quien para los estándares de una estrella de rock femenina, sean cual sean esos estándares, no nos hace esperar demasiado) en su casa en el centro de Madrid. Después vamos a por Juan, que vive cerca. Luego ponemos rumbo a una finca en la localidad serrana de Galapagar cuyo bosquecillo hace las veces de set de rodaje en este segundo día de grabación. Por costumbre, proponemos ir escuchando el Carrusel Deportivo a todo volumen, pero nuestros ilustres ocupantes, gente juiciosa, prefieren ponerse al tanto de lo que ocurre en Cataluña.
La cosa había empezado un día antes, el sábado 26, en un plató de 1500 metros cuadrados de superficie en Fuenlabrada (puro Hollywood) con más de 20 profesionales listos para la acción. Hay montadas dos grúas –“Será por grúas” es uno de nuestros lemas–, una para la cámara y otra para suspender en el aire a Amanda Solar, la actriz protagonista, a la que haremos todo tipo de perrerías. También hay una piscina tipo estoycontoy de 3.000 litros de capacidad –una birria– llena de un agua que, de forma inexplicable porque la hemos visto salir clara del grifo, adquiere un inquietante color parduzco. Pese a nuestros esfuerzos, no hay forma de calentarla, algo de lo que puede dar fe la sufrida Amanda.
La culpa de todo este rollo-remojo no es del todo nuestra, ojo. En una reunión previa al rodaje, los Amaral, que nos dieron libertad creativa absoluta, tan sólo dejaron caer: “Por alguna razón, visualizamos algo bajo el agua”. De ahí que nuestra Jessica Bermúdez (alias ‘JessVeryWell’ o ‘laYesi’, según se porte), además de coordinar la superproducción, se encargara de facturar un estupendo guión de tintes onírico-submarinos. Y de ahí que montáramos semejante pifostio (por cierto, ¿existe la palabra pifostio?). Sea como sea, el pifostio incluye a Eloy, un técnico de Efectos que se ha traído varios ventiladores (para reproducir el movimiento ondulante de la ropa sumergida en líquido), una máquina de humo (encargada de difuminar la luz para darle ese toque acuático-nocturno) y unas partículas de plástico (a la manera de las que, por lo visto, flotan en las profundidades) que hará volar agitando un abanico. Se da un garbo con el abanico que ni Eugenia de Montijo. Qué tío.
Por allí también pululan los especialistas Cuco y Álex, de The Stunt Club, responsables de que nuestra heroína, Amanda, baje y suba hasta a cinco metros de altura suspendida en el aire sujeta por unos cables delgadísimos unidos a unos arneses ocultos entre sus ropajes… y no se mate. De hecho, ellos, que saben de qué va la vaina, eran los que sugerían, pasado un rato, que bajáramos a Amanda. Aunque debe ser jodido estar colgada a peso muerto por una especie de fideos del 4, ella no se quejaba.
Quien sí se quejaba era Imanol Nabea, el director de fotografía (recién llegado de Dublín de trabajar en el debut cinematográfico del hijo de Ridley Scott), y con razón: la idea original del vídeo era en blanco y negro pero Vico, el colorista (recién llegado de rodar dos publis para Nike con Jeff Cronenweth, el director de fotografía de David Fincher), hizo una versión en color sobre la marcha tan “acojonante” que terminó siendo la versión definitiva.
En fin, que tras 12 horas de grabación para apenas un minuto de imágenes, se dio por terminada la primera sesión de rodaje. La magia del cine… es lo que tiene, ¿verdad, Amanda?
Y llegamos a la noche de marras. Por la Finca el Torreón –un casuplón de granito de principios del siglo pasado rodeado de 50.000 metros cuadrados de bosque de pino que perteneció a DON Jacinto Benavente– deambulan no menos de 50 personas entre músicos, equipo técnico y un montón de extras que hemos llevado para que hagan bulto y no dejen ni una miga ni tampoco una gota del catering, como debe ser. Eso sí, como primera medida asaltamos la nevera de los anfitriones en busca de cerveza en tanto en cuanto se enfrían las nuestras. ¡Un saludo, anfitriones!
El equipo toma posiciones y comienza el rodaje, en el que destaca poderosamente la iluminación, mediante focos fijos y también a golpe de travelling. Buen trabajo, chavales. Batería, bajo y guitarra hacen lo suyo mientras les grabamos, la mayoría de las tomas cámara al hombro. A Eva se le notan las tablas y canta como si aquello fuera un concierto. “Esta tía mueve el cuello a tal velocidad que parece un latigazo”, comenta alguien. Por su parte, Enrique Torralbo, el director, mira monitores con gesto severo mientras se sujeta la barbilla con la mano y compone su mítica y estudiada pose “Kubrick” (la borda).
Avanzamos hacia la madrugada. De vez en cuando miramos hacia la luna y decimos, “Ooooooh”. Un puñado de extras hacen botellón en uno de los bancos en los que se sentaba el Nobel a escribir. Al rato, les toca rodar a ellos. Son las últimas tomas del rodaje. El equipo, con cara de sueño, se va dispersando.
Amanece en la sierra de Guadarrama y en la finca sólo quedan el Director y la Directora de Producción, encargados de dejar el bosquecillo tan limpio como lo habíamos encontrado. ¿Gente de su posición realizando labores de limpieza? Pues sí. Si no de qué nos iba a llegar para tanta grúa.
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