La neovirgen de España vuelve a sorprendernos con su homenaje circense de baratillo al clásico Disney. Nada nuevo bajo nuestro sol.
Por Ángel Ramos. ILUSTRACIÓN: Perrraca Abisal
EL CASO FRONZE
Dicen, las malas lenguas, que Walt Disney no era muy dado a reconocer el trabajo ajeno de tal modo que es imposible saber qué personajes fueron idea del tío Walt y cuáles pertenecían al ingenio de algunos de sus muchos (y normalmente anónimos) trabajadores. Tal era la obsesión del creador norteamericano por este asunto que, bastantes años después de su fallecimiento, siguió firmando como autor los cortos de animación del estudio lo que fue, paradójicamente, la base de esa leyenda urbana que dice que su cuerpo permanece congelado a la espera de que la ciencia médica avance hasta el punto de revivirlo y convertirlo en inmortal.
¿De donde viene esa obsesión? Muy sencillo. En los años 20 Disney y Ub Iwerks crearon un personaje llamado “Oswald the lucky rabbit”. Como no contaba con el dinero suficiente se asociaron con el productor Charles Mintz que enredó a los dos creadores para que le vendieran el personaje mientras que, a su vez, este revendía los derechos de distribución a la potente Universal que, también, estafó a Mintz y recompró todos los derechos de reproducción del conejo Oswald para arrebatarles el personaje y encargarle la producción de los dibujos a un hombre de la casa: Walter Lantz, creador de “El pájaro loco”.
Universal se quedó con todo el pastel y Disney sin un centavo. Para quitarse el mal sabor de boca Walt creó (dicen que en compañía de otros) a un ratón llamado “Mortimer”. Este no era más que un rediseño de Oswald más estilizado, con las orejas redondeadas y una cola de ratón. La leyenda dice que Lillian Disney, la mujer de Walt, fue la que insistió para que se rebautizara al personaje como Mickey. Lo que no es leyenda es que Walt Disney le puso la voz al personaje durante 17 años.
Aunque Mickey y Minnie aparecieron por primera vez en el corto “Plane Crazy” la compañía Disney sigue empeñada en que celebremos el cumpleaños de su personaje más conocido el 18 de noviembre, fecha en la que se estrenó “Steamboat Willy” que ha quedado para la historia como el debut oficial de Mickey.
Mientras que Walt estuvo entre nosotros su estudio fue uno de los más ricos de todo el mundo y, como saben, debió su riqueza tanto a las taquillas de sus películas como a la diversificación de su negocio que incluyó la construcción de Disneyland (el mítico parque de atracciones que abrió sus puertas en 1955 y que fue el único que pudo disfrutar en vida) y la extensión de todo tipo de licencias para juguetes, material escolar, golosinas, productos de alimentación y, claro está, espectáculos. No es que a Walt le hiciera gracia todo esto, siempre temió que alguien pudiera arrebatarle a alguno de sus personajes, pero lo cierto es que estuvo a punto de llevar a la compañía a la quiebra con la costosa producción de “Fantasía” (1940) y tuvo que ceder en este aspecto. Walt, que no era un genio de las finanzas y que solía derrochar bastante dinero, se las apañó, sin embargo, para dejar a los estudios en una buena posición económica tras su fallecimiento.
Desgraciadamente la mala política de producción de los estudios (que decidieron abandonar la producción de cine de animación para centrarse en el cine de actores reales y captar así a un público más juvenil que infantil y, oh locura, perdieron millones de dólares en la realización de una serie –francamente buena, por cierto– de documentales divulgativos de naturaleza) provocó que durante los 60 y 70 su política de venta de derechos de imagen para explotación se aligerara de modo considerable y diera paso a la producción en masa de productos de mala calidad con el sello Disney, antes impoluto, y otras creaciones loquísimas.
En nuestro país la primera persona que compró una licencia para explotar la imagen de Disney fue Emilio Santamaría conocido promotor, manager musical (de Mocedades entre otros) y padre de la cantante Massiel. Comercializó unas marionetas muy populares en la España del subdesarrollo, y más allá, que tenían el cuerpo de tela y la cabeza de plástico blando. Un producto humilde y sencillo cuya explotación estuvo pasando, durante años, de mano en mano (una de ellas fue la de uno de los primeros promotores de las veladas boxísticas de “Poli” Díaz, “El Potro de Vallecas”) y que también fue reproducido por empresas jugueteras de nuestro país sin ningún tipo de licencia.
A mediados de los 80, cuando Walt Disney Studios, era un muerto viviente llega a la presidencia Michael Eisner. Eisner, un cambio sorpresivo porque Disney siempre había tenido fama de ser una compañía reacia a contratar ejecutivos judíos, revitaliza la compañía estrenando dos grandes éxitos: “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” (1988) y “La Sirenita” (1989). Después, además de expandir el negocio hacia la construcción de parques de atracciones, encuentra un nuevo accionariado en los emiratos árabes y en las pujantes fortunas del lejano oriente y, claro está, se lanza a una persecución sin precedentes en la recuperación de derechos de emisión, explotación e imagen de todos sus personajes iniciando una batalla legal sin cuartel para recuperar el mayor activo de la compañía.
Pese a todo Disney no es capaz de controlar su imagen y cientos de miles de productos y “reinterpretaciones” de sus personajes salen al mercado gracias al concurso de esta industria del entretenimiento de “Serie B” que es China y países de su alrededor.
Tampoco en España estamos cortos en ese sentido. En nuestro país, donde no respetamos mucho la autoría (algo que tiene que ver con que todos contamos chistes y todos hacemos gracias en las celebraciones familiares y que nuestra televisión, fiel reflejo de nuestra sociedad, se alimenta de productos copiados de la TV USA y personajes que parecen amateurs todo el tiempo), siempre nos ha parecido bien ofrecer un sustituto del original. Algo que beneficia tanto al empresario (que gana un dinero) y al consumidor (que, por unos euros menos, disfruta de un simulacro de la experiencia de disfrutar del original.
Antes de que los clubes de fútbol tomaran conciencia de la cantidad de dinero que se estaban perdiendo era normal que se vendieran, incluso en los grandes almacenes de postín, algo parecido a las camisetas de los equipos oficiales. ¿No se lo creen? ¡Díganselo al simpar periodista Tomás Roncero! Es muy aficionado a aparecer con camisetas del club de sus amores en los programas de TV que frecuenta, incluso en los vídeos que nos ofrece desde la redacción del diario As, vestido con camisetas que se parecen a las que lleva Cristiano Ronaldo pero que, en realidad, son unas que ha hecho una peña madridista de algún encantador pero recóndito rincón de La Mancha.
Los que ya tenemos una edad vivimos y disfrutamos (bueno, eso un poco menos) de toda una producción de ropa de marcas que parecían la real pero que, acercándote un poquito, ya te dabas cuenta de que no lo eran: NIQUE, ADISHAS, LEWI´S…¡Incluso las españolas J´HAYBER o YUMAS! ((mucho más asequibles) tenían “marcas hermanas” como JAIBER o LLUMAS (no es coña). En la red encontrarán ustedes a un montón de extranjeros contrariados colgando fotos de productos APEL MAZINTOS y sus famosos E-PADS pero, en realidad, a un español madurito (e interesante…it´s not negotiable!) todo este mercadeo pirata no le debe de extrañar lo más mínimo.
¿Nos va a asustar ahora que el mítico Circo Alaska contrate como estrella invitada a Leticia Sabater para protagonizar el musical “FRONZE”? ¡No, hombre! De hecho, el circo en España (En todo el mundo, ya saben que el inventor del circo moderno, P.T. Barnum, decía que “nacía un idiota cada tres minutos”) siempre ha sido muy tendente a vendernos sus espectáculos con unos carteles que no correspondían, no del todo al menos, con la realidad. Cuando había más circos girando por nuestra España, y era más fácil ver este tipo de carteles, lo normal es que te quedaras mirando y pensaras: “¿Cómo narices van a traer ese cocodrilo gigante hasta este sitio? ¿En qué piscina? Si llevamos regando los huertos con orines desde hace dos temporadas” (los niños de los 80 hablábamos así antes de hacernos todos de La Movida madrileña). Pero ibas porque, eh, LA ILUSIÓN. Luego, en realidad, el cocodrilo era más pequeño y lo llevaba un señor atado con una cuerda y hacía con que luchaba con él y, bueno, LA ILUSIÓN.
Con tus vaqueros LEWI¨S y tus LLUMAS en los pies, quizás después de haberte comido una hamburguesa en el bar reconvertido en hamburguesería de tu barrio al que el hijo del dueño ha rebautizado como JOSE´S (En honor a Wendy´s) o como McJOSE o BURGUER JOSE (porque Jose no se corta y pasa de adquiir una franquicia) te encaminabas al videoclub para disfrutar de una película y allí era donde surgía la magia.
Juan Piquer Simón, un avispado director y productor, produjo “Supersonic Man” (1979). Sin temor a equivocarnos podríamos decir que es una “explotation” de “Superman” (1978). De hecho, en nuestro país, se estrenaron casi a la vez y se hicieron la puñeta mutuamente en taquilla. Siendo un niño disfruté de un programa doble de un cine de verano donde proyectaron las dos y, a día de hoy, no sé decirles si la gente aplaudió más al musculoso Christopher Reeve o a la turgente Diana Polakov (nota para amantes del gossip: fue pareja sentimental de Ramoncín).
Juan Piquer Simón, cuya carrera merece un homenaje y un larguísimo post, insistió mucho en vida de que “Supersonic Man” era una idea anterior a “Superman”, que se le había ocurrido hacía muchos años pero que no tuvo el dinero suficiente para afrontar el proyecto. Daba igual que “Superman” fuera una adaptación de un comic de 1932 y él hubiera nacido en 1935….de hecho repitió la jugada con “La grieta” (1990) que era una “explotation” (oficialmente…pero…eh…es un poco plagiete…nota para amantes del gossip: Pocholo Martínez-Bordiú sale haciendo un papel notable, de Sven. Un marinero sueco). Las malas lenguas dicen que Simón y algún que otra estrella del genero de “Terror et Fantastiqué” patrio usaban la siguiente táctica: aprovechando que las películas extranjeras tardaban de uno a dos años en estrenarse en España viajaban a los USA, veían lo que estaba más de moda, lo que partía la pana y hacían una versión.
Cuando no podíamos producir la película, directamente, las distribuidoras españolas o italianas (muy avispadas) le cambiaban el título a las pelis para que parecieran lo que no eran: así en el videoclub de tu barrio podías disfrutar de “Terminator 2”, “Alien-2” o titulazos así que no tenían nada que ver con las películas americanas.
Y llegando al fondo de la cuestión hay que hacerse las siguiente pregunta: ¿No es Leticia Sabater un fake en sí mismo? ¿Podríamos catalogarla de actriz? ¿De actriz de musical? ¿De cantante? ¿O es otra cosa? ¿No son muchos de nuestros artistas tristes remedos de las grandes estrellas internacionales? ¿No seguimos teniendo la manía de decir “El Messi de Puertollano” cuando un chaval de las categorías inferiores despunta? ¿De que nuestra crítica nos insista en que tal grupo malasañero son “los nuevos Bon Iver”? ¿A cuantos cantantes españoles se les ha puesto la etiqueta de ser los “Dylan españoles?
Pues eso, si el Circo Alaska pasa por su localidad lleven a sus pequeñuelos a ver FRONZE y luego pónganles el original y que ellos comparen. A lo mejor hasta lo disfrutan o, a lo mejor, les ponen una demanda en cuanto tengan edad penal para hacerlo.