El Carnaval del infarto (que no carnaval de infarto)
I
Ha sido muy comentado
un cierto vídeo de Pedro Jota,
al que dirige El Mundo
lo habían puesto mirando a Rota.
Cómo sería la negra
que la llamaban Exuperancia,
mientras que su mujer,
polvo de diseño y poca abundancia.
Como eres un criticón
Y hasta un poquito mamón,
Te lo tienes merecido…
So, cabrón.
Tu cuerpo es tuyo na’ más,
haz lo que te dé la gana..
Cada uno se quita
como prefiere las almorranas.
(Cuplé de “Las Vedettes”; Carnaval de Cádiz, 95)
Saber, claro que sabía que existían. Los había visto todos los años en la televisión y hasta su madre subía el volumen, cada vez que aparecían cantando sus chirigotas. Sí, chirigotas. Siempre son chirigotas. Cuando te hace gracia lo que escuchas en la tele que cantan en Cádiz pero no tienes la inquietud de irte a verlos, todo lo que cantan los gaditanos en su carnaval son chirigotas.
– Qué gracia tienen, ¡si es que no pueden negar que son andaluces!
El Carnaval de Cádiz era una gran juerga con chirigotas, fuera lo que fueran, hasta que en la barra de la Venencia un madrileño de Malasaña le cantó el cuplé aprendido por las callejuelas de La Viña. También tuvo que traducirle algunas frases y cantarlas muy despacito para que ella entendiera toda la letra. Él lo había aprendido muchos años antes, cuando acababa de empezar a trabajar en el periódico de la escandalera, en el que todos habían visto a su jefe con el corsé, armado con un arnés. Lo que ya no podía asegurar era quién montaba a quién, porque jamás había visto el vídeo.
– No me interesa la vida privada de los demás. Quiero hacer en la cama lo que me salga de los cojones.
Ella tampoco lo había visto; pensaba lo mismo. Defendía hacer lo que le diera la santa gana en la cama.
Todo. Sí.
Lo dijo mientras le mordía el cuello, tocaba cachete por debajo de la falda, así, rapidito… Y la invitaba al próximo; en dos semanas.
– A quitarte esta cara de borde..
II
Dos mudanzas después volvería a ponerse su vestido de novia. Recordaba que tenía un tirante roto; lo había destrozado la noche del estreno en aquella azotea infernal, en la que supo desde la segunda hora de la fiesta, que aquella boda era una pantomima. Ese mismo vestido; volvía a ponérselo. El dineral que costó limpiarlo para quedarse post-eternum impecable, guardadito. Tenía un vestido de novia que la transformaba Ava Gardner y de eso quería disfrazarse el próximo Carnaval de Cádiz. De novia.
Él estaba más nervioso. No dejaba de moverse por el apartamento pequeñujo en el que vivían, contándole a su hijo de seis años cómo iban a pasárselo en el Carnaval, el primero para el niño.
– Yo me pondré detrás de la barra del Garbanzo Negro. Que la calle está en cuesta; no te creas. Estás todo el rato en tensión, como en un partido… Y te vienen todos los gaditanos a vacilarte, porque como dijo El Mosquito “El Carnaval de Cádiz es el parque temático del vacile”. Allí, venga a poner rebujitos. Con la camiseta de Mágico..
– ¿Quién es Mágico?
Si algo le gusta a este niño es que en los relatos del padre haya una referencia futbolera en la que pueda lucirse. El padre narra como nadie las buenas jugadas en el campo y analiza como pocos la vida a través de los comportamientos de los equipos. Se había criado escuchando los partidos por la radio; no tenían televisión. Y los domingos con su padre, pegados al aparatillo, adquirió verbo para narrar la vida y verso que fuera un argentino el que les permitía imaginar las jugadas.
– Me llamarán todos Mágico, me cantarán sus cuplés, vendrán las niñas con lomo a vacilarme con el rebujito y yo estaré con los músculos de las piernas en tensión porque pondré los minis en cuesta..
José Alberto González Barillas, “Mágico”, uno de los mejores jugadores de fútbol. Salvadoreño. Creativo, distinto e incapacitado para entrenar. Al que había visto jugar en el Bernabéu. Al que había entendido cuando pisó el primer Carnaval en la ciudad en la que había demostrado toda su soberbia y vileza personal, sus ganas y hambre de golferías. Y que en el campo hacía lo que mejor sabía: hacer explotar una grada. Con su camiseta ponía copas en una de las barras de la calle Sacramento, desde por la mañana hasta la noche, procesionando como penitente de la santa cofradía del Garbanzo Negro. Ese sería su domingo de Carnaval.
Y eso que el día anterior sería el del disfraz. El de “reventar tu vestido de novia, llevándolo por fin con el que te quiere de verdad. Los hay que eligen Las Vegas para hacer el paripé. Yo quiero en un Carnaval. Este año bajamos todos”.
Quien se perdiera aquel Carnaval, iba a tener que escucharlo el resto de sus días, porque sería uno de esos fogonazos que iluminan un antes y un después: el primero del niño, el Carnaval del vestido de novia, las gafas de Johnny Deep en “Charlie y la fábrica de chocolate”.. El Carnaval que hubo que elegir: O escritorio en el que escribir tu primera novela o los billetes para el Carnaval de Cádiz para los tres. Uno, dos y tres, ida y vuelta. El año que follar adquiría dimensiones casi épicas. No porque escasearan, más bien porque se empeñaron en que parecieran las últimas.
– Le he dicho al médico que entienda que puedo morir de un infarto. Bajo al Carnaval de Cádiz con mi hijo; necesito saber si lo que tengo es un tumor. Morir en Cádiz antes que sufrir donde sea… Pero es Seguridad Social, no me lo van a adelantar.
La misma camiseta desde hacía ya un porrón de años, con la que bajaba al Cádiz a regalárselo, a enloquecer y a llorar. Solo que este año era el primero que el hijo viviría la liturgia de la redención de los pecados de aquella familia. Cádiz es una ciudad sagrada en la que los pecados se comen a dentelladas reencarnados en erizos, ortiguillas y chicharrones. Los que se compran en la calle y se devoran mientras escuchas lo que cantan.
El disfraz de Ava Gardner se le había quedado grande; ya no estaba reventona. Fue una buena elección para aquel uno de septiembre en el que lo estrenó, en una azotea de Almería con un tipo que no había dejado ni una sola secuencia de metraje en su vida. Tirante y pedrería, perfecto. A ver cómo se las arreglaba para estar guapa sin morirse de frío, con lo mal que llevaba siquiera el poniente.. A base de chicharrones del Manteca, no quedaba otra. Eso y todo lo que saliera del mar y se cruzara por su camino.
– ¿Y qué cantan en el Carnaval, papá?
– El Carnaval es el momento en el que te disfrazas de lo que quieras con tal de que purgues lo que lleves dentro, chaval. No sabes lo que se siente escuchando a un grupo cantar lo que se ha inventado tu amigo, el Calvo, hasta que no se te plantan todos delante para regalarte una letra que solo un gaditano puede entender.
Un día que estaba posesa
Vi un camarón también poseído,
Que me contaba al oído
Tó los amores que había tenío.
De pequeño hacía wind-surf,
¡Vaya camarón más pijo!
Se ligó una peaso gamba,
modelo en Romerijo.
La caballa fue solo un revolcón
de barbacoa en el Carranza…
Una familia lo asesinó.
Ahora eres feliz,
Se ha vuelto homosexual,
Lleva cerca de seis meses
Viviendo juntito a un carajo de mar.
Al de Malasaña le costó terminar de cantarle a su hijo el cuplé de las Posesas. No porque no lo recordara, que a la perfección. Se le atragantó el recuerdo de la primera vez que había entendido de tirón la letra de un cuplé pa’ los de Cadiz na’ más.
¿Acaso no vieron a Ava Gardner reventarse el vestido comiendo erizos en la Viña? Para que él reventara, si tenía que reventar, viéndola abrir la boca y metiéndose la carne roja en la boca. Dejándose encima de la carne de los labios, la otra carne, la del bicho, como cuando era la carne de su propia polla. Era verle la boca e imaginar cómo se la comía. Carne de toda la carne del Carnaval.
– Me tiré del puente del Canal, cuando sube la ola, entendí la letra del cuplé de las Posesas y utilicé el de Pedro Jota para que quisieras tener tu primer Carnaval. Éste quiero que sea con los dos, que sea con todos los que se han apuntado.
El Carnaval del tumor, el vestido de novia, el de los billetes pagados con el dinero del escritorio de la primera novela que no… El primero del niño y el del infarto.
Si no quedaba otra que comerse una mierda, elegían tentar a la suerte de que el destino les concediera un final mucho más cinematográfico.
Celia Blanco es periodista, escritora y también una tuit star en @latanace. Ha publicado ‘Con Dos Tacones‘ (Esfera de los Libros) y puedes escucha su voz en ‘Contigo Dentro‘ de cadena Ser y en ‘Ya Veremos‘ de M80.