De la mano del autor, un conocido periodista musical, amigo de esta casa, tenemos el raro privilegio de entrar en el restringido y fabuloso ‘sancta sanctorum’ de Julio Iglesias, su legendaria mansión de Indian Creek, en Miami. Una oportunidad para conocer más de cerca al cantante, sun seductor septuagenario que, más allá de los clichés y tics de latin lover desfasado, se revela como un anfitrión encantador, cercano y bromista. En la era de los memes, aquí está el rey.
POR LINO PORTELA
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En realidad nunca me gustó Julio Iglesias. Admiro -o más bien adoro- lo que se podría llamar ‘el concepto’: esa imagen de vividor sinvergüenza de buen corazón, con el pelo engominado hacia atrás, traje impecable y algo antiguo; con mujeres bellas alrededor y capaz de provocar aquello de lo que hablaba el periodista Juan Cueto sobre él: “Toda persona baja la guardia al menos una vez al día y cede a sus bajos instintos”. Julio con su carácter expansivo, algo facha, bromista y arrollador es quizá el único hombre de la tierra capaz de suplicar por el amor de una mujer y no quedar como un llorica desgraciado. Un ídolo.
Nunca imaginé que una de sus canciones, ‘Un día tú, un día yo’ (con ese sonido Philadelphia tan reconfortante) sería sintonía de mi programa de radio, ‘Portela de Noche‘ (junto a Mauro Canut en nanosonico.com). Y ahora estoy orgulloso. A todos los invitados que han pasado por allí le hemos preguntado por yulious. De Falete a Santi Balmes. Más de 100. Y nunca creí que todos tenían buena opinión sobre él. Será el concepto. O así.
Tampoco entraba en mis planes de vida brindar efusivamente por España con champán del bueno. No soy de esos, pero lo hice una vez y no creo que vuelva a hacerlo. Fue en noviembre de 2011: en Miami, con Julio Iglesias, en su casa. Y me vine arriba: “Por España”, solté tan contento. ¿Qué iba a decir sino? ¿“Por Suecia”? ¿“Por Corea del Norte”? La ocasión era única, ¿no creen? Entonces no lo sabia, pero estaba seguro que algún día lo contaría. Ese momento ha llegado: ésta es la historia de cómo pude ver a escasos centímetros el carácter seductor, peculiar, algo pendenciero e impetuoso del cantante español más conocido y vendedor el mundo. Esta es la historia de una cena a la que asistí, casi por casualidad, cuando su discográfica de toda la vida, Sony Music, me contrató para entrevistarlo. Julio Iglesias estaba a punto de publicar su disco de grandes éxitos regrabados con la tecnología actual y necesitaban un periodista para preguntar en un vídeo, de respuestas promocionales, y distribuirlo por todas las televisiones del planeta. Es también una curiosa historia en la que se mezcla el viagra y la política; el vino, Zapatero y sexys azafatas de vuelo. Disfraces de Spiderman, Sabina, Serrat y gordos “mariquitas”. En ella veremos a Julio explicar, con un trocito de cangrejo de río pegado al carrillo, lo poco que se valora en España su carrera musical y lo importante que es que la costa levantina sea una zona de servicios. También veremos cómo su mujer Miranda me ofreció ver cómo dormían sus hijos pequeños y que todos los clichés que se cuentan sobre Julio son ciertos. Entonces todavía no se habían puesto de moda los famosos memes (“la que no folle que no entretenga…” “Follas poco… Y lo sabes!”, recuerdan, ¿verdad?). La realidad, les aseguro, supera a la leyenda.
A más de 45.000 pies de altitud, en medio del atlántico, mi inesperada compañera de viaje, la periodista Rosa Villacastín, abre fuego con el anecdotario de Julio: “Estaba yo en una cena y me suena el móvil. Número desconocido. Al otro lado del teléfono se escucha una voz que pregunta: ‘Rosa, ¿quién es el mejor cantante del mundo?’ Yo no sabía qué responder ni quién me llamaba y digo: ‘Joan Manuel Serrat. De pronto oigo: ‘Rosa, eres una hijadep…’ Era él, claro”.
Con Rosa me alojo –cada uno en su habitación– en el mejor hotel de Miami y con la segunda botella de Lambrusco la conversación se anima: “Es un tipo peculiar. Nos conocemos desde hace mucho tiempo y es capaz de acaparar siempre la atención. Es arrollador. Tiene un magnetismo especial que lo hace único. También lo tenía su padre [el Doctor Iglesias Puga; Papuchi, claro]. Todavía recuerdo el día que me vino a buscar a la redacción de la revista donde yo trabajaba entonces en la calle Serrano. ‘Baja, Rosa’, me dijo. ‘Que quiero darte un sorpresa’. Y vaya si me la dio: me llevó a dar una vuelta por la ciudad en su nuevo descapotable rojo. Por supuesto que llamábamos la atención. Pero fue divertidísimo”.
Rosa Villacastín conoció a Julio Iglesias en Benidorm en 1968, cuando ganó el Festival Internacional de la Canción con ‘La vida sigue igual’, una de las pocas compuestas por él. Entonces Julio era sólo un joven que acababa de salir de un aparatoso accidente de tráfico que le retiró de la que fue su principal vocación: ser portero del Real Madrid. El accidente, en septiembre de 1962, casi le deja paralítico y durante la recuperación aprendió a tocar la guitarra. 50 años después Julio todavía arrastra una cojera y practica natación a diario por recomendación médica. Sus andares poco tienen que envidiar a los de Iggy Pop. El accidente cambió su vida pero fue el principio de la carreras más sorprendentes de un artista Español. No es una exageración: en el verano pasado Julio actuó en Rumanía, Líbano o Grecia. Antes estuvo en Panamá, EEUU, Nicaragua, México, Reino Unido, Irlanda, Canadá… En España ofreció dos conciertos (Alicante, 5 de agosto; Marbella, 13 de agosto) antes de volver a tocar en Brasil. A sus 70 años estará de gira todo el año. Repito: todo el año. Exactamente igual que en 2013 y seguramente haga este año. “No sé hacer otra cosa que cantar”, me dijo una vez en Valencia. “¿Qué quieres? ¿Qué me quede en casa tocándome el pito? No podría”. Luego volveremos sobre ese tema (su pito y su carrera musical), pero ha llegado la hora de la entrevista. Son las 6 de la tarde y Julio aparece en el inmenso plató que se ha preparado en un estudio a las afueras de Miami. Se oye una voz reconocible que pregunta en voz alta: ¿Dónde está Lino, el periodista ese que sabe tanto de música?” Glups.
Julio aprieta la mano con firmeza, mira a los ojos y le gusta dar una palmada en el hombro para ganar confianza. Se ha aprendido mi nombre (una técnica muy antigua, ahora estúpidamente en desuso por cantante jóvenes), lo que le hace ganar el primer asalto. “Muchas gracias por venir desde España, Lino. Vamos a hablar de música, ¿verdad?”, ordena. Durante la hora de entrevista quedan varias cosas claras: Siempre ha hecho lo que le ha dado la gana y lo sigue haciendo. Tiene dinero para que vivan varias generaciones de la familia Iglesias, pero se lo ha ganado trabajando, cantando en cualquier rincón del mundo. Sigue haciendo giras tan extensas que harían sacar la lengua a grupos jóvenes actuales. También que Julio presume de no haber sido nunca un buen cantante. Asegura que de joven cantaba peor que ahora y que con la edad ha aprendido a educar su voz, como dos de sus grandes ídolos Elvis Presley y Frank Sinatra. “Yo he aprendido a cantar más tarde. A conocer mi voz. Antes no tenía ni puta idea”, asegura. Julio es seguro, confiado, sabe que lleva las riendas de la conversación. También sabe hacer preguntas que cortan la respiración: “Rosa, Lino, ¿tenéis algo que hacer esta noche? ¿Os venís a cenar a casa? Llamo y digo que nos preparen algo informal”. Quince minutos después estoy sentado en un todoterreno junto a Rosa Villacastín con destino a la isla de Indian Creek de Miami –recientemente se ha cambiado de casa- , la lujosa urbanización al norte de la ciudad.
El Hola!
El coche lo conduce Jorge Iglesias, su simpático sobrino, confidente y asistente personal. Juntos, dicen, ven televisión y comentan la actualidad española (no es difícil imaginarlos a los dos con el mando a distancia entre la barbilla y el pecho viendo los telediarios en TVE Internacional). Jorge conduce lento, extrañamente lento. Tiene su explicación. Ha dejado tiempo suficiente para que su tío llegue a casa antes que nosotros, se duche y nos reciba con una impresionante estampa sacada de la revista Hola!
Julio abre la puerta con el pelo mojado, un pantalón de lino, una camisa azul oscuro y una sonrisa de oreja a oreja. A su lado está Miranda Rijnsburger, exmodelo holandesa de 49 años, de sonrisa deslumbrante y ojos azules, a la que su marido llama cariñosamente ‘mami’. Al lado sus hijos más jóvenes: las educadas gemelas Victoria y Cristina, rubias de ojos azules; Miguel Alejandro, de incipiente sombra en el bigote y aspirante a cantante, y el pequeño Guillermo que, disfrazado de Spiderman, se me agarra a una pierna.
Es de noche y no veo la parte exterior de la casa. ¿Tendrá una piscina con forma de riñón que habla, tal y como arranca la imprescindible novela de ficción ‘¡Oh, es él!‘, de Maruja Torres? El salón es amplio, con colores cálidos, decorado con buen gusto al estilo español. Pregunto donde está el servicio con la débil esperanza de que me lleven al baño conyugal. Evidentemente no ocurre y entro al pequeño aseo de la entrada. Al salir encuentro a Julio a punto de descorchar una botella de champán. “Sigo todo lo que ocurre en España. Amo a España”, le está contando a Rosa Villacastín. “Y me duele. Somos un país con grandes posibilidades y no las aprovechamos”.
Julio Iglesias y Zapatero.
En 2011 la Infanta Cristina no había sido imputada, pocos habían oído hablar de Barcenas, de los ERES de Andalucía y el único Pablo Iglesias conocido era el fundador del PSOE. Pero la crisis ya había enseñado sus dientes y faltaban pocos días para que Zapatero dejase de ser Presidente del Gobierno.
“¿Qué opinión tienes sobre Zapatero, Julio?”, me oigo decir de pronto en voz alta. “No ha sido mal presidente… pero lo que se hable en esta cena es off the record, ¿no?”. La quizá inoportuna pregunta me hace recordar una de las historias más surrealistas que he escuchado sobre Julio Iglesias. Cuentan que cuando en 2004 Zapatero accede al gobierno y retira las tropas españolas destacadas en Irak, la Administración Bush, molesta por el asunto, busca alguien que interceda ante Zapatero. Alguien con la suficiente entidad para pueda hacer recapacitar al recién elegido presidente español. Adivinen a quién encontraron. Imposible corroborar si alguna vez existió esa llamada de teléfono. “José Luis, ¿qué tal? Soy Julio, quería comentarte un tema. ¿Te pillo liado?”. ¿Se imaginan?
Volvamos a la realidad. Nos habíamos quedado con la botella de champán abierta y el brindis (“Por España”). En el comedor nos presenta a los demás comensales que nos acompañan esta noche. “Tú, Lino, siéntate aquí a mi derecha. Tú, Rosa, a mi izquierda”, organiza Julio. Junto a Rosa se sienta Miranda y en el sentido de las agujas del reloj encontramos a Jorge Iglesias, a dos chicas (jóvenes, altas, preciosas…, nunca supe quien eran; ¿sus coristas?) y a su lado un señor orondo con cara de tipo simpático.
– “Este es el periodista más maricón de todo Miami”, dice Julio. Todos estallan en risas, incluido el señor que afirma con la cabeza. Luego me entero que es un periodista de una canal latino de prensa rosa. Un tipo simpático y, al parecer, gay.
Julio lleva las riendas de la conversación. Habla rápido, es ágil, listo, vacilón, dice tacos, lo que le humaniza, y mientras elige el vino (tinto) intercala algunas de sus aventuras. “He cambiado mucho de cuando era joven. Por ejemplo: ahora me aterra volar. No me gusta y me da ansiedad cuando hay turbulencias en el avión [privado, claro]. Antes me daba igual: mi único interés cuando subía a un avión era ligarme a la azafata para follármela en el baño. Ah, la Viagra, qué gran invento”. Todos ríen. Yo también, que la historia tiene su gracia, mientras nos sirven el primer plato: cangrejos de rio. Prefiero esperar a que Julio ataque, por aquello de donde fueses haz lo que vieres. Y lo hace. Se come el cangrejo a chupetones (como debe ser) mientras habla de la amistad que le une a Villacastín: “Rosa es muy muy roja, pero es una gran periodista. Es una tía de puta madre” Los dos se ríen y Julio le besa la frente.
De pronto, uy, en medio de la conversación miro a Julio y veo un trozo de cangrejo que se ha quedado pegado en su moflete. Ay, madre, ¿cómo le voy a decir que se lo quite? Paso, paso… Minutos después desaparece el trozo y respiro tranquilo cuando se pone a hablar de España (“Pocos han comprendido que la costa levantina debe ser una zona de servicios”) y de su música: “Joder, yo he actuado con Diana Ross, Willie Nelson, Steve Wonder, los Beach Boys, Charles Aznavour y con ¡Lola Flores! Pero nunca con Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat. Y me encantaría, los admiro mucho, pero ¡no sé por qué coño estos cabrones no quieren cantar conmigo!”, dice medio en broma medio en serio.
A Julio le molesta lo poco que valoran los españoles su carrera discográfica. Quizá no haya embajador más conocido en el mundo que él y aquí estamos más preocupados por su vida, sus hijos (con los que guarda una estrecha relación; sí, también con su hijo Enrique) y si sigue o no enamorado de Isabel Presley. Pero Julio es el músico español más conocido del mundo. De Nashville a Tokio. De Sabannah a Kuaka Lumpur. La realidad es demoledora: en 45 años de carrera ha vendido 300 millones de discos, lo que lo coloca en la lista de los diez artistas más vendidos ¡del mundo!, solo superado por Elvis, The Beatles, los Stones o Bruce Springsteen.
Julio no para de hablar. Quizá el mejor anfitrión que haya visto nunca. Miranda sólo lo interrumpe cuando terminamos el café: ¿Queréis ver como duermen los niños? Ay, yo no, pienso; pero al ver como Rosa Villacastín se levanta como un muelle ilusionada, hago lo mismo. De pronto noto una mano sobre mi hombro. “Tú donde vas? Quédate aquí con los hombres. ¿Para qué quieres ver como duermen los niños? “Pues es verdad, Julio. Yo era por ser educado, pero en realidad no tengo mucha curiosidad”, respondo.
Se hace tarde y no hay plan de pasar a los gin tonics. “¿Nos hacemos unas fotos?”, dice el cantante para anunciar que la velada ha terminado. Todos pasamos por el photocall improvisado, con su mujer como fotógrafa. Por supuesto, Julio tuerce la cara y sólo enseña su lado bueno.
Fernando Esteso
La última vez lo vi a fue hace dos años en el camerino del Palau de les Arts, de Valencia. Tenía que escribir un reportaje para El País y él estaba, como no, vestido de blanco, sudado y recibiendo a los muchos que pasaron a saludarte tras el concierto. Con todos bromeaba y a todos besaba. También al actor Fernando Esteso que pasó a saludar tras hacer cola pacientemente y hacerse una foto con dos rubias despampanantes (no es difícil imaginar la escena, ¿verdad? “Pórtate bien. Fernandito”, le dijo Julio a Esteso. “Tú eres el jefe. Hemos crecido juntos y aquí seguimos, dando guerra ¿eh, Fernando?”. El actor asiente y luego recibe un beso en la frente de Julio. En el pintoresco besamanos también estaba el cantante Manuel Tenorio, que se acerca a mostrarle sus respetos: “Soy un gran admirador tuyo”, le dice. Julio lo agradece y se dirige a la despampanante novia de Tenorio. “Hola guapa, ¿te folla bien? Porque eso es muy importante…” Todos se ríen y ella responde: “Claro que sí”. Aquella podría haber sido una buena imagen para un meme. Y lo sabes.
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