En octubre de 2012, hace exactamente dos años, Pep Guardiola le comunicaba a su amigo Manel Estiarte su decisión, sorprendente para todos, de irse al Bayern de Munich. Lo que sigue a continuación es un relato pormenorizado de aquellos acontecimientos. Se trata de un extracto del libro ‘Herr Pep‘ (Corner), del periodista Martí Perarnau, quien durante un año contó con el privilegio de disponer de acceso directo al esquivo entrenador. El resultado es un libro muy recomendable para los que abominan del fútbol.
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Momento 3. Al Bayern
«Prepárate, Manel. He elegido el Bayern.»
Nueva York, octubre de 2012
En Pescara, al noreste de Italia, Manel Estiarte sonríe. Breve en las llegadas y largo en los adioses, piensa. Al final no será Inglaterra, sino Alemania.
La conversación tiene lugar en octubre de 2012, a los cinco meses de haber abandonado el Barça. Durante dicho tiempo, Pep ha recibido varias ofertas: del Chelsea, del Manchester City, del AC Milan y, por descontado, del Bayern. En realidad, no son ofertas económicas, sino cartas de amor, propuestas de proyecto con las que enamorar al técnico más laureado, que ha dejado en el Barça un palmarés extraordinario.
La despedida en Barcelona fue larga y difícil. Guardiola argumentó los motivos del adiós a su amigo Estiarte antes de hacerlo frente al club o al propio Tito Vilanova, el segundo entrenador, su sucesor. Lo explicó con muchas palabras, pero la realidad se podía contar de forma escueta: desgaste. Después de cuatro años de intensidad máxima, Pep se había vaciado mental y físicamente. Estaba exhausto. Había dado cuanto tenía y se sentía incapaz de aportar más.
No era el único motivo, desde luego. Durante cuatro años había tenido que ejercer como técnico, líder, portavoz, presidente virtual e incluso organizador de viajes. Primero lo hizo bajo la presidencia de Joan Laporta, un volcán de energía, capaz de lo bueno y de lo malo al mismo tiempo, eléctrico, contradictorio y procaz; y más tarde, bajo la de Sandro Rosell, un hombre que esconde la frialdad del tecnócrata bajo un maquillaje melifluo, capaz de ofrecer dos rostros a la vez. En ese tiempo, Guardiola había tenido que compensar el descaro histriónico de Laporta con sobriedad y responder al espíritu timorato de Rosell con una sobredosis de energía. La relación con ambos presidentes había sido cualquier cosa menos fácil de llevar.
Hacia Laporta sentía gratitud. No eran grandes amigos, pero le agradecía la doble oportunidad que le había brindado: primero, dirigir el equipo filial, el Barcelona B, al que ascendió desde la difícil Tercera División, un éxito que Pep siempre ha considerado como uno más en su palmarés; y segundo, entrenar al equipo profesional un año más tarde. Su agradecimiento era sincero y profundo, y se extendía al director deportivo, su antiguo compañero de equipo en el Dream Team de Cruyff, el escurridizo extremo Txiki Begiristain.
Los años bajo el mandato de Laporta no fueron sencillos pese al éxito incontestable. El equipo iba por un camino y el club, por otro. En lugar de manejar una barca ligera, el entrenador sentía que estaba al mando de un trasatlántico torpe. Cada movimiento era dificultoso, ya fuese trasladar los entrenamientos a la nueva ciudad deportiva, extender el contrato de patrocinio de automóviles al staff técnico, coordinar los rodajes publicitarios o decidir la política a seguir ante cualquier conflicto. El Barcelona era una maquinaria grandiosa que marchaba en dirección y ritmo distintos a los que Guardiola imprimía al equipo. Pero aun con las dificultades mencionadas, la sintonía deportiva con Laporta era completa. Y el equipo lo ganaba todo.
Sin embargo, a principios de 2010 Guardiola supo que su porvenir en el Barcelona no sería sencillo. Sandro Rosell era el principal aspirante a presidente en las elecciones del verano de aquel mismo año. Favorito indiscutible, Rosell había sido vicepresidente deportivo del club desde 2003 hasta 2005, cuando dimitió por discrepancias con Laporta, y regresaba para ser su sucesor, algo que consiguió por una abrumadora mayoría absoluta.
Bajo el mandato de Laporta, el entrenador venía de ganar los seis títulos posibles: Liga, Copa del Rey, Champions League, Supercopa de España y de Europa y Mundial de Clubes. Pero la llegada de Rosell a la presidencia añadió un factor nuevo a la ya compleja gestión del club y sus dificultades burocráticas: la animadversión, el rencor. En privado, el nuevo presidente se refería a Pep como «dalái lama». No parecía confiar en él, a quien creía totalmente entregado a Laporta, y le carcomía el sextete que había conseguido su predecesor «antes de hora». La distancia entre presidente y entrenador aumentó tras la primera gran decisión de Rosell, que logró que la asamblea de socios compromisarios votara a favor de emprender una acción judicial contra Laporta. Rosell, hábilmente, se abstuvo. Para Guardiola, aquello supuso el principio de un largo adiós.
Durante cuatro años, Pep exigió el máximo rendimiento a los jugadores, lo que provocó inevitables roces. A pesar de que algunos continuaban entrenándose impertérritos, había quienes empezaban a bajar los brazos porque se consideraban los mejores del mundo, como demostraba la ristra de títulos conseguidos. Más de un miembro de la plantilla ya solo se motivaba en los encuentros grandes y buscaba excusas para evitar los partidos feos y fríos de enero y febrero en campos inhóspitos. Además, algún jugador recién fichado desmerecía la confianza recibida.
A pesar de que el conjunto seguía funcionando, Pep dijo un día: «Cuando vea que los ojos de mis jugadores ya no brillan, será hora de irme». En el inicio de 2012, algunos ojos estaban apagados.
Guardiola se marchó porque se sentía desgastado. Aunque se dijo a menudo en Barcelona que en su decisión había influido la negativa de Sandro Rosell de apoyarle en una teórica remodelación de la plantilla, que incluía el despido de jugado- res como Piqué, Cesc y Alves, el entrenador me desmintió con rotundidad este punto: «No es cierto. No habría tenido ningún sentido. Me fui del Barcelona porque me había desgastado por completo. Se lo anuncié al presidente en octubre de 2011 y no hubo ningún cambio posterior de opinión. No pedí remodelar la plantilla: no habría sido lógico porque ya había decidido irme. La única verdad es que aquel año ganamos cuatro títulos y jugamos mejor que nunca, con el 3-4-3 contra el Real Madrid o el 3-7-0 que hicimos en el Mundial de Clubes. Jugamos de maravilla, pero yo estaba al límite del desgaste y no veía claro qué nuevas vueltas tácticas podía darle al equipo. Por eso me fui. No hubo nada más».
Se fue a Nueva York en busca de sosiego, lo que no resultó fácil a causa de las balas que le llegaban desde Barcelona.
El año sabático estuvo lleno de propuestas de clubes que aspiraban a contratarle. El Manchester City de su colega Txiki Begiristain insistió mucho. Se reunió en París con Roman Abramovich, que estaba dispuesto a todo e incluso había empezado a remodelar la plantilla del Chelsea con jugadores del gusto de Guardiola, como Hazard, Oscar y Mata. Una delegación del Bayern asistió, el 25 de mayo de 2012, al último partido de Pep en el Barça, la final de Copa del Rey contra el Athletic Club, en Madrid. Fue su última victoria con el Barça (3-0), el último título conseguido.
Aquel día, los representantes del Bayern no se reunieron con Guardiola, pero sí con su representante. Hacía seis días que el equipo de Múnich había sufrido una dolorosa derrota, perdiendo la final de la Champions League en el Allianz Arena ante el Chelsea en la noche aciaga de los penaltis fallados. Fue un golpe durísimo que cerraba una temporada agria y amarga. Una semana antes, el 12 de mayo, en la final de Copa disputada en Berlín, el Borussia Dortmund les derrotaba por 5-2. Se trataba del mismo equipo que había conquistado de forma brillante su segundo título consecutivo de liga y había relegado al Bayern a ocho puntos. En pocas semanas se habían perdido tres títulos: Liga, Copa y Champions. Tras la derrota en la cruel final europea, Heynckes prometió a su esposa que solo seguiría «un año más». Los directivos del Bayern opinaban igual. Había que buscar un sustituto. Les inte- resaba Guardiola, y seis días más tarde viajaron a Madrid para dejarlo claro.
A Pep también le interesaba el Bayern. Un año antes, a finales de julio de 2011, poco después de haber conquistado de manera brillante (por 3-1) la Champions League ante el Manchester United en Wembley, el Barcelona disputó la Audi Cup en Múnich. A Pep le gustó la ciudad deportiva de Säbener Strasse, más pequeña y con menos medios técnicos que la del Barça, que le mostró el propio Heynckes. En un aparte le comentó a Manel Estiarte: «Me gusta esto. Algún día podría entrenar aquí».
A Estiarte no le sorprendió la afirmación porque unos meses antes ya había escuchado la misma frase en referencia a otro gran club. Fue al día siguiente de eliminar al Real Madrid en semifinales de Champions: Guardiola y Estiarte habían viajado a Mánchester para ver en directo a su rival en la final de Wembley. El 4 de mayo de 2011, sentados en la tribuna de Old Trafford, presenciaron el Manchester United- Schalke 04 que llevaría al equipo de sir Alex Ferguson a una nueva final. Encantado con el ambiente de aquel partido (ganaron 4-1), Pep le dijo a su amigo: «Me gusta este ambiente. Algún día podría entrenar aquí».
Guardiola es un mitómano que siente veneración por los grandes nombres del fútbol europeo y por los equipos legendarios. Es por ello que a Estiarte no le extrañó el apasionamiento de su amigo. Esta vez, por el Bayern. Tampoco le sorprendió el sentimiento de admiración hacia Uli Hoeness y Karl-Heinz Rummenigge cuando los cuatro tomaron café. Cruzaron palabras corteses y de mutua admiración. El Bayern acababa de contratar a Jupp Heynckes para gestionar la segunda fase de sus planes (la primera la ejecutó Van Gaal) y Guardiola venía de conquistar otra Champions con el Barça y todavía se sentía con fuerzas, por lo que no imaginaban que iban a compartir destino en un futuro inmediato.
Al contrario de lo que se ha dicho, Pep no les dio su número de teléfono. Era julio de 2011 y todavía no entraba en sus planes abandonar el Barça, ni mucho menos dejar un número de contacto. Al entrenador que había ganado todo lo imaginable con un estilo de juego que enamoró al mundo entero no le hacía falta dejar sus datos en un papelito. «No fue exactamente como se ha explicado en la prensa: habíamos jugado un partido amistoso contra el Bayern y nos encontramos a Kalle [Rummenigge] y Uli [Hoeness] y hablamos un momento. Les expresé mi admiración por su equipo y elogié al Bayern como gran club que siempre ha sido, pero nada más. Jamás había imaginado entrenar al Bayern. Ni lo pensé en aquel momento, ni ofrecí mis servicios. Unos años después ha ocurrido, pero porque el fútbol tiene estas cosas, no porque yo lo pensara ni lo provocara», explica Pep.
En primavera de 2012 la situación había cambiado sustancialmente, como ocurre tantas veces en el fútbol. Vacío y exhausto pese a haber ganado cuatro títulos más, las Supercopas de España y de Europa, el Mundial de Clubes y la Copa del Rey, Guardiola se despedía del Barcelona. Llenos de energía pese a perder todos los títulos, Hoeness y Rummenigge sabían que a Heynckes solo le quedaba un año más al frente del equipo y empezaban a buscar el recambio. Fueron a por Guardiola en la final de Copa del Rey de Madrid para dejar constancia de su interés. Se vieron con el representante de Pep y pusieron las cartas boca arriba: Heynckes ya les había comunicado que se iba y querían a Pep para el año siguiente.
En octubre, en una de las charlas por Face Time que realizaban cada pocos días, Guardiola le dijo a Estiarte: «Prepárate, Manel. He elegido el Bayern». Ambos han sido deportistas de primera categoría mundial y campeones olímpicos. Sin embargo, son muy diferentes y quizás por eso se complementan de manera magnífica. Guardiola fue un extraordinario futbolista al que le gustaba pasar desapercibido sobre el campo. Jugaba muy lejos de la portería rival y movía a su equipo como nadie. Antes de realizar una acción ya había pensado en la siguiente. Todos sus movimientos iban destinados a situar a sus compañeros en la posición óptima, a facilitar sus ventajas. Para Guardiola, el éxito consistía en organizar al equipo.
Estiarte, sin embargo, fue «el Maradona del agua», un waterpolista único, con un talento formidable para solucionar partidos. Durante siete años consecutivos, entre 1986 y 1992, fue elegido mejor jugador mundial de waterpolo. Ganó todos los títulos posibles, conquistó todas las medallas que existen y le concedieron las máximas condecoraciones. Era un goleador insaciable, un killer del área. Jugó 578 veces con la selección española, con la que marcó 1.561 goles y participó en seis Jue- gos Olímpicos. Resolvía individualmente los partidos y por esta razón también le llamaban «el Michael Jordan del agua». Había sido máximo goleador en cuatro Juegos Olímpicos consecutivos y en todas las demás competiciones, pero no conseguía ganar el oro con España. Hasta que un día cambió.
En una de sus reflexiones, cuando ya había trabado muy buena amistad con Guardiola, comprendió que si continuaba jugando de manera individualista, buscando el gol sin pensar en el equipo, quizás seguiría siendo un hombre de récords, pero nunca conseguiría el oro olímpico. Así, tras quedar subcampeón en los Juegos Olímpicos de Barcelona, modificó su manera de jugar.
Hizo una dura autocrítica, aparcó su egoísmo de goleador y se puso a disposición del colectivo. Se ofreció a defender como el que más, empezó a combinar con los compañeros y renunció a las acciones individuales. A partir de entonces, la selección ganó el título olímpico y el mundial de forma consecutiva, aunque Estiarte dejó de ser el máximo goleador de los torneos. Su sacrificio personal significó el éxito de todos.
En el Barcelona durante cuatro años y ahora, en el Bayern, Guardiola dirige el equipo y Estiarte se mantiene en la sombra. Sabe mejor que nadie lo que siente un goleador y cómo se debate entre sus legítimos deseos individuales y las necesidades del colectivo. Años después de haber sido como Maradona o Michael Jordan, su principal característica es la discreción. Olfatea el ambiente, intuye lo que puede suceder, se anticipa a la siguiente jugada y brinda al equipo sus experiencias, como el centrocampista que da pases de gol al delantero. Y, por encima de todo, protege y ayuda a Pep en todo lo posible.
Por todo ello es una persona muy importante para el entrenador. Le pregunté a Pep por esa importancia y me respondió sin dudarlo: «Mira, los entrenadores estamos muy solos y lo que queremos tener a nuestro lado es fidelidad. En los momentos de soledad, en aquellos en que las cosas no van bien, que son momentos que siempre existen y siempre existirán, el entrenador quiere tener cerca a gente en la que poder creer y confiar. Manel siempre ha sido eso: fidelidad. Más allá de lo mucho que me ayuda, del trabajo concreto que hace, de la cantidad de cosas que hace por mí, cosas que me molestan o me fatigan, y que él despacha, más allá de todo esto, en Manel tengo a alguien en quien apoyarme en los momentos malos o de duda. ¡Y también en los buenos momentos! Para poder compartir esos momentos con él, hablar, repasarlos… É l fue el mejor en su deporte y tiene una intuición especial y aunque el deporte sea otro distinto, finalmente el deportista es muy similar en una u otra especialidad. Manel tiene esa intuición para saber si vamos bien o no, si hemos perdido tono o pulso, si el vestuario es tuyo o no, si hay una fuga de agua, cosas de este tipo… Esto solo puedes saberlo con una intuición especial que sabe leer miradas y gestos. Y eso Manel lo tiene. No solo fue el mejor del mundo en su deporte, sino que posee esa intuición especial. Los buenos son buenos porque tienen esa intuición. Los demás deportistas lo hacen de manera mecánica; los verdaderamente buenos poseen ese plus intuitivo para sobresalir. Bien, pues Manel tiene ese plus».
Cuando habla de Estiarte, habla de un espejo: «A veces le digo: “Manel, siéntate, dime cuál es tu feeling, tus sensaciones”. Además, él es muy sincero y listo. Al principio me lo decía todo, pero cinco años después me conoce mucho más y ahora filtra mucho más esas sensaciones. Sabe cuándo ha de decirme las cosas y cuándo no. Por todo eso le necesito a mi lado. Y por eso me gusta estar con él. Bueno, aparte de eso somos amigos, claro. Pero básicamente, fidelidad absoluta y que habiendo sido lo que ha sido, el Maradona del agua, es capaz de currar como nadie sin importarle la trascendencia de lo que ha de hacer».
En octubre de 2012, en Nueva York, Maria, Màrius y Valentina, los tres hijos de Pep, todavía sufren un poco para aprender inglés y adaptarse a la escuela. Al entrenador catalán le suena el teléfono a menudo con propuestas para dirigir equipos de fútbol. El City de Txiki Begiristain es insistente. Abramovich ha desplegado todos sus encantos: quiere a Pep y va a construir un Chelsea a su medida. Le dará lo que quiera. Los alemanes son muy serios: no hacen grandes promesas ni pronuncian una palabra de más.
«Prepárate, Manel. He elegido el Bayern.»
Elegir al Bayern no implica firmar el contrato inmediatamente. Significa abrir un proceso negociador para llegar a un acuerdo económico y mantener algunas charlas sobre el juego. Muy pronto, Hoeness dará la respuesta: «No os preocupéis, encontraremos el dinero».
El Bayern ha decidido no tener deudas bancarias. Primero determina la inversión necesaria y a continuación se lo comunica a sus socios, quienes aportan los fondos necesarios. Así lo hacen en este caso: Pep es la inversión y los socios ob- tendrán pronto el dinero para llevarla a cabo.
Hablan de fútbol, de cómo y con qué tipo de futbolista jugar, y no hace falta más. Pep, Uli y Kalle se entienden de inmediato si la conversación incluye un balón. Debaten sobre Mario Gómez, Luiz Gustavo y Tymoshuck, y Pep afirma que no quiere que el Bayern se desprenda de Toni Kroos. En diciembre se firman los contratos en Nueva York, durante la visita del presidente Hoeness al domicilio de Guardiola, y en enero se hace público el acuerdo. El Bayern no tiene la delicadeza de avisar previamente a Heynckes, que se siente molesto con sus amigos Hoeness y Rummenigge. De hecho, ambos dirigentes han cumplido la misión de buscar sustituto al técnico, quien según sus propias palabras pretendía dejar el Bayern en la primavera de 2013. Sin embargo, les falta comunicarle con antelación quién será su sustituto.
Guardiola ya ha informado al Manchester City, al Chelsea y al AC Milan de que no será su próximo entrenador. La cadena televisiva Sky Italia revela que Guardiola será el nuevo técnico del Bayern y el club muniqués tiene que adelantar el anuncio definitivo del acuerdo con Pep el 16 de enero de 2013. A Heynckes no le hace ninguna gracia enterarse de este modo y en Barcelona hay quien aprovecha para decir que Guardiola ha elegido un destino muy cómodo. Poco puede imaginar nadie en ese momento que Heynckes colocará el listón tan alto con la consecución del trébol de títulos, lo que le consagrará como un entrenador legendario en el Bayern.
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