Terminó la primera temporada de ‘Westworld‘ con la sensación de que la cosa había ido de menos a más. O mejor: de más a menos y, después, a más otra vez. De hecho el último episodio de la primera temporada era la confirmación de que sus productores habían estado unos cuantos episodios mareando la perdiz para acabar con un remate espectacular en el que se cerraban varias incógnitas pero se abrían otras tantas.
A todo esto: manejando, paralelamente, el presupuesto de la serie para reservar los fondos suficientes que hicieran de los últimos episodios un festival de tiros y efectos especiales que hacían que la narración circulara desde lo que parecía el leit motiv principal (las implicaciones morales de crear robots con conciencia y la reacción de estos robots ante sus creadores) a la acción pura y dura reflejada en un festival de violencia gratuita, tiros y efectos especiales que nos sumergía por igual en el espíritu de las películas ‘Almas de metal’ (Michael Crichton, 1973) y su secuela ‘Mundo futuro’ (Richard T. Heffron, 1976) y un claro homenaje a los replicantes de ‘Blade Runner’ (mención incluida de uno de los robots a la liviandad e indefensión de la carne humana de sus creadores).
La serie, clara apuesta de HBO por tirar la casa por la ventana frente a las producciones de Netflix de Sci-Fi que miran el centavo (Por decirlo claro, ‘Altered Carbon’), ha pasado de ser denominada como “fracaso” a crear todas las expectativas necesarias para convertirse en un éxito y abrazar el mainstream, más o menos y si la cosa no se tuerce, a mediados de esta segunda temporada. No es de extrañar: ‘Westworld’ está viviendo su propio efecto ‘The Leftovers‘, esa serie que nadie quería entender en sus primeros episodios, que levantó ácidos comentarios y malos gestos pero que, poco a poco, ha ido siendo reconocida como una de las mejores de la última década.
En la nueva entrega de la serie veremos más acción posiblemente porque no hay otra manera de que la cosa avance habiendo agotado el filón de la moral robótica al descubrirse todo el pastel (tranquilos, no les haremos spoilers) y tener que buscar otros horizontes menos reflexivos.
En todo caso (este párrafo es un spoiler): se esperan sorpresas. Muchas. En la anterior temporada se jugó la carta de desordenar temporalmente las tramas (algo justificado desde el punto de vista de unos robots de entretenimiento que nacen y mueren todo el rato y que no saben donde están) en un juego que recordaba a ese intento fallido que era ‘Inception’ (Christopher Nolan, 2010).
La trama principal seguirá sosteniéndose sobre la tripleta robótica de excepción: Dolores (Evan Rachel Wood), Maeva Millay (Thandie Newton) y Bernard Lowe (Jeffrey Wright) que se encuentran, todavía, en diferentes etapas de confusión con respecto a su propia naturaleza y a las medidas a tomar con respecto a la engañifa que ha sido, hasta ahora, su existencia. Unos niveles de confusión que dieron buenos resultados en la anterior entrega pues repasaban por partida doble el crecimiento de los personajes y servían para explicar mejor su naturaleza. ¿Hubo cierto repaso de más? Pues un poco, la verdad. Pero no olvidemos que ‘Westworld’ nace con intenciones de saga y que, si sigue creciendo, se quedará con nosotros unas cuantas temporadas pues las posibilidades de ampliar los horizontes son infinitas a poco que sus creadores ofrezcan dos o tres escenarios nuevos (en teoría debería de ser uno por punto cardinal ya que sabemos que hay un parque oriental en el este y todavía nos faltarían uno en el norte -¿vikingos?- ¿mundos medievales como en las películas?- y uno en el sur -¿África?-).
En fin, seguiremos disfrutando de los robots y las amplias posibilidades para el crecimiento de este parque temático chalado que, ahora sí, está haciendo las delicias (completas) de los telespectadores. Los juguetes de tamaño natural creados para ser asesinados y/o violados (siempre en el orden que prefiera el cliente) han vuelto para quedarse y reclaman venganza.