Regresa #FirmaInvitadaDon con José Sotonovo: ” Tengo 34 años y soy periodista. Supe que quería serlo desde que era pequeño, cuando me enteré de que había gente que se ganaba la vida escribiendo sobre cine. Pensé que si yo pagaba por verlo, que te pagaran por hablar de ello tenía que ser la hostia. Así que entre unas cosas y otras acabé en laSexta Noticias. Con esto cubro más o menos de dónde vengo, lo de a dónde voy lo tengo poco claro y quién soy a veces no lo sé ni yo”.
[ Ilustración: Guacimara Vargas]
Armario
“¿Qué es el armario?” me preguntaste, y yo no supe de inmediato qué contestar.
Acababas de leer una entrevista que le hacían en un medio a Ricky Martin donde él contaba cómo ser homosexual no reconocido le impedía relacionarse con los demás, incluso hacer amigos, por miedo a que descubrieran lo suyo.
“Si así sufrió él, no me puedo imaginar lo que tiene que ser para alguien que vive en un entorno más cerrado y homófobo”, dijiste. Sí, él lo explicó muy bien: el armario no es ocultar que te gustan los hombres o las mujeres o ambas cosas a la vez o ninguna en concreto o cualquiera de sus variantes, el armario es todo lo demás.
Sí que te puedo decir así, bote pronto, que no fue decisión mía meterme ahí. Recuerdo las risitas de los demás cuando pedía que me regalaran un pequeño pony por mi cumpleaños y cosas así, como cuando oía lo de “mariquita”, y otra vez las risitas, sin saber a qué cojones se referían.
Ya te adelanto que siempre fui un poco pavo y menos espabilado que mis compañeros de colegio. Cuando hablaban de lo buena que estaba una chica intentaba participar, recuerdo ahora, sin demasiado entusiasmo. No era por homosexualidad, porque también me pasaba con ellas cuando comentaban lo guapo que era tal o cual actor. Cuando tenía apenas seis años las personas sólo me caían bien o mal. No recuerdo hoy haber tenido entonces ningún deseo sexual. Entendía lo que era “estar bueno” como otros conceptos aprendidos culturalmente y de memoria. Sabía lo que era follar, no que era querer follar con alguien. Y sabía que tenía que tener muchas novias porque según las vecinas de mi madre y algún familiar yo era muy guapo y tenía que tenerlas a todas loquitas, por algo estaba todo el día jugando con ellas. Por lo visto el resto me conocía mejor que yo y tenían claro que yo era mariquita mucho tiempo antes de que yo lo supiera. Ya te decía arriba que siempre tuve la sensación de que todos eran más listos que yo.
Yo no entendía por qué, pero por lo visto aquello estaba lo suficientemente mal como para ser una preocupación pero no tanto como para provocar respeto e impedir que fuera un chiste. Y yo no era un chiste. No quería ser un chiste.
Al final resultó que los muy cabrones tenían razón. Me empezaron a gustar los hombres, algunos hombres. Me gustaban algunos de los que veía en los anuncios de perfumes y en algún deporte que emitían por la tele. Pero no me gustaban LOS HOMBRES. Yo era normal. Luego me gustó uno que vi en una película que trajo mi madre una noche. Le habían recomendado ‘La pasión turca’, que en mi casa siempre hemos sido muy de cine español, y la alquiló en el videoclub. Aquello debía ser 1995 y en el salón de mi casa apareció Georges Corraface. Tú no lo sabes porque eres muy joven, pero cuando ese actor apareció en la pantalla, puteando a Ana Belén, algo se removió en mi interior. ¿Sabes la escena aquella en la que se la tira mientras a ella le golpea el colgante en algo de metal? Esa escena fue mi primera paja. Por respeto a mis recuerdos, por miedo, qué coño, no he vuelto a ver la película, así que es probable que la escena sea un desastre completo y ahora mismo sea el hazmerreír del mundo por esta anécdota. El caso es que aquella noche me metí en la cama y sentí que al tocarme como me habían hablado mis amigos aquello molaba. Al terminar (¿cómo termina un niño una paja?) la sensación fue algo menos agradable: era culpa. Por lo que sabía hasta entonces yo no era gay porque ser gay estaba mal y tampoco me gustaban los hombres, sólo algunos. Que tú ahora lo lees y piensas que me estaba haciendo trampas al solitario, pero yo sólo tenía 11 años y que mi primera paja hubiera sido recordando a un turco tirándose a Ana Belén era el menor de los problemas que se me avecinaban.
Sin todavía saber qué me pasaba, lo único que tuve claro enseguida es que no podía contárselo a nadie. Así fue, amiga, como empecé a construirme clavo a clavo, madero a madero, un armario que, aunque grande al principio, iría haciéndose más pequeño a medida que yo crecía.
Había visto a mi madre torcer el morro, ponerse triste y después enfadada el día que le conté, entre risas, que mis compañeros me habían dejado una nota de amor de otro compañero, Javier. A él le habían dejado otra parecida con mi nombre. A los dos nos pareció cachonda la ocurrencia, pero por lo visto aquello no tenía la menor gracia. Recuerdo cómo me cogió la nota y la blandió delante de la profesora pidiéndole que aquello no volviera a pasar. Otro clavo. Yo no quería enfadar a mi madre siendo aquello y estaba claro que era mejor callar, y otro clavo más, y no contárselo siquiera a mi tío y a su novio porque, total, no lo iban a entender.
Entonces es cuando aprendí a no mirar. Si iba por la calle y un hombre me llamaba la atención yo apartaba la mirada o la fijaba en el suelo para después intentar adivinar si mi madre se habría dado cuenta. “Esta vez no, qué alivio”. También aprendí a callar. Me di cuenta de que nadie me preguntaba si tal o cual actor o amigo me parecía guapo como sí me lo preguntaban de ellas y entendí que si decía que sí todos se ponían muy contentos alrededor y me dejaban en paz.
Yo seguía haciéndome trampas y me negaba a creer que fuera homosexual. A ver, cuando veía porno me fijaba en el pavo más que en la tía, pero no por deseo sino para aprender a moverme cuando llegara el caso.
Tampoco me gustaba aquel repetidor que nos metieron un año en clase. Vale que era guapo y de jugar al fútbol se le había quedado un cuerpo de puta madre, pero si lo miraba no era por deseo, sino porque quería aprender a ser como él.
Y todo esto lo decía en voz alta.
Según me fui haciendo más adolescente y poniéndome más cachondo me resultó más complicado ocultar las miradas furtivas. Cuando me daba cuenta de que me había quedado mirando a algún tío siempre miraba de reojo por si alguien se había dado cuenta. Así que como Ricky Martin, pero más gordo, más feo y con menos talento, empecé a relacionarme peor, no menos, peor, con la rabia que ello contrae. En mi caso estaba enfadado con el mundo porque nadie me conocía de verdad y sin embargo no dejaba a nadie hacerlo. Vivía con miedo a que me descubrieran, así que empecé a callar. La vida es más fácil si sabes qué temas evitar. Ahora a veces me dicen que soy muy ingenioso respondiendo, claro, llevo toda mi vida cambiando de tema para evitar pisar arenas movedizas. Luego la cosa empeoró y ya no solo hubo que evitar ciertas conversaciones, sino también lugares e incluso amigos. Yo no era gay, pero mi mejor amigo sí y él se llevaba todas las hostias por mí. Nunca te lo he dicho, Sergio, pero muchas gracias por haberlo hecho. Muchas gracias por no haber sido tan cobarde como yo y haber sido valiente y libre desde que te recuerdo. Perdóname por todas las hostias que te llevaste y por todas las bromas a tu costa que centraron la atención en ti y me dejaron a mí en paz. Perdóname por no haber estado a tu altura y gracias por no haberme juzgado nunca.
No fuiste la primera persona a la que le dije que era gay, aquello fue una madrugada borracho volviendo a casa. Estuve a punto de volver a responder que no, pero llevaba tanto vodka encima que dije que sí. ¡Fue tan liberador! El armario ya era demasiado pequeño y me asfixiaba dentro. No lo abrí de una patada en la puerta. Lo hice poco a poco, con cuidado y hasta bien mayor. Cada vez que abría la puerta un poco más notaba el aire fresco que entraba. Qué liberador es ser libre y poder relacionarte de una forma tan ¿normal? con la gente que te rodea. Tú no lo sabes porque lo has hecho siempre y lo tienes interiorizado, pero qué sensación más bonita es la de mirar a un hombre por la calle y luego mirar a tu amigo para comprobar que a los dos os ha gustado. Fue así como empecé a hablar cada vez mejor, más tranquilo y con más gente. Un día, por fin, se lo conté a mi madre y fue maravilloso, pero eso ya te lo cuento otro día.