No nos engañemos. La característica principal de la Marca España no es precisamente la innovación, al menos no en el campo tecnológico. Es cierto que el español es amigo de ingeniárselas y buscar inusuales soluciones, sí, pero suele ser más para intentar prosperar a costa del esfuerzo de los demás.
La burbuja inmobiliaria de los últimos años ha sido un buen ejemplo de ello. A lo largo de más de una década, bancos, cajas de ahorros, medios de comunicación, políticos y constructores ayudaron a hinchar los precios de la vivienda y a acometer obras públicas de dudosa utilidad. En muchos casos, esas actividades cruzaron la línea de lo legal. En otros fueron impecables con el ordenamiento jurídico, pero totalmente ajenos a criterios de oportunidad, de interés público o del más mínimo sentido común.
El resultado de todo ello ha sido una clase media arruinada, rescates bancarios con dinero público, constructores enriquecidos gracias al sudor de los demás y un juego de mesa que acaba de ver la luz recientemente: el Ladrillazo.
Creado por Francisco Fernández y Alejandro Pérez, el Ladrillazo es fruto de más de tres años de investigaciones y trabajo, tanto en lo que se refiere a los contenidos como a la mecánica, la jugabilidad y el diseño.
A medio camino entre un juego de rol o de cartas Magic, los participantes asumen el papel del «conseguidor», esa figura tan española que se dedica a poner en contacto a los propietarios de los terrenos, a los constructores y a los políticos, al tiempo que compadrea con los dueños de los medios de comunicación para que convenzan a la opinión pública de que lo que Madrid necesita es, por ejemplo, un macro complejo de juego, sexo y drogas en Alcorcón.
En el Ladrillazo, el objetivo de cada «conseguidor» es amasar la mayor fortuna haciendo negocios inmobiliarios y ponerla a salvo en un paraíso fiscal antes de que, como sucedió en el caso español, se agote el dinero. Un capital que se va dosificando turno a turno en forma de sobres a través de un expendedor opaco que recuerda a una creación de Santiago Calatrava.
Además de un divertido entretenimiento, el Ladrillazo es un valioso archivo de todo lo sucedido en la última década en España. En él se dan cita políticos como Esperanza Aguirre, Rita Barberá (Q.E.P.D.), Alberto Ruiz-Gallardón, Paco Camps, Zapatero, constructores como Rafael Gómez alias «Sandokán» o Paco Gómez de Astroc, proyectos urbanísticos como el Aeropuerto de Castellón, Eurovegas y Marina D’Or. Tampoco faltan las «mamandurrias» esas iniciativas con fondos públicos de dudosa utilidad, como la candidatura olímpica de Madrid, la Expo del Agua de Zaragoza, la boda Real, el Centenario del Quijote, el Fórum de las Culturas o el Master Series de Madrid.
Como explican Francisco Fernández y Alejandro Pérez, el Ladrillazo no solo tiene una parte lúdica, sino que a través de él se pueden hacer análisis sociológicos del país. Por ejemplo, la importancia que para la aparición de la burbuja inmobiliaria tuvo el descubrimiento y comercialización de un medicamento revolucionario: Viagra.
Muchos de los constructores, políticos y propietarios de terrenos implicados en la especulación inmobiliaria de los últimos años pertenecen a la que puede denominarse «generación Viagra». Hombres de 60 y 70 años que en otra época habrían estado para sopitas y buen vino pero que, gracias a la pastilla azul, vivieron una segunda juventud. Y de qué manera, además.
Por primer vez en la historia de la humanidad, los hombres de esa franja de edad ya no se limitaban a cuidar de los nietos o viajar con el Imserso. De posición acomodada y con una renovada vida sexual, esas personas se veían capaces de conquistar a mujeres mucho más jóvenes que ellos o salir airosos de bacanales en las que las drogas y las prostitutas se transportaban en helicóptero y volquetes. De esta forma, igual que unos aprovechaban esa segunda juventud para pasarlo bien, otros obtenían favores y cerraban sustanciosos negocios gracias a esos bríos renovados.
Editado de manera independiente por sus autores, el Ladrillazo está a punto de agotar su primera edición. La tirada de dos mil ejemplares, una cifra muy por encima de las que se manejan para un juego de estas características, se ha vendido en pocas semanas gracias a que el Ladrillazo es mucho más que un simple juego. Es una radiografía del país y una forma menos dolorosa de entender de dónde vienen estos lodos.