El actor y director Gustavo Salmerón ha rodado, posiblemente, la mejor película del año. Se titula ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’ y es un documental de resultado cómico y raíz algo amarga que gira alrededor de su madre, Julia. Una mujer que ha decidido no renunciar a ninguno de sus sueños por locos que resulten.
En estos tiempos locos la mejor comedia del año es un documental. Se titula ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’ y es el primer trabajo largo como director de Gustavo Salmerón. Si todo el mundo conoce la máxima de que el mejor material para una primera novela son las experiencias de su autor Salmerón la ha hecho suya rodando un documental que gira alrededor de Julia Salmerón, su madre, y su arrolladora personalidad. De hecho el título atiende a los que han sido los tres deseos (cumplidos) de la madre del director: tener muchos hijos, tener un mono como mascota y ser la dueña de un castillo. A partir de ahí se entreteje un relato sobre una familia numerosa organizada como el ejército de Pancho Villa, un marido perdidamente enamorado y superado por dicha circunstancia y los intentos de Gustavo Salmerón por encontrar una caja con las vértebras de su bisabuela que están perdidas entre las pertenencias de la familia.
No me cabe duda de que si Wes Anderson viera ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’ se replantearía muy seriamente volver a rodar ‘The Royal Tenembaums’ (2001) y que Jaime Chávarri puede estar contento de que su ‘El desencanto’ (1976) haya encontrado 41 años después a una heredera de su legado.
En el documental de Chávarri el protagonismo basculaba hacia la presencia de Felicidad Blanch, madre de los chicos Panero, desde un punto de vista trágico al que su prole daba el punto sardónico. En el caso de la película de Salmerón parece la figura de Julia, la madre de los chicos Salmerón, la que anima al despiporre y a tomarse la vida según viene sin renunciar a ningún apetito. Curiosamente son los hijos, y el marido, los que intentan poner cordura en el asunto pero son incapaces de acotar la visión vital de la madre que crece y crece y no para, que ocupa con su espíritu cada rincón de las casas que ocupa con un afán recolector y coleccionador (casi un Síndrome de Diógenes) que da sentido a cada cosa que encuentra y acumula (“Todas las cosas, aunque estén viejas, tienen una parte de ti” dice Julia). Con ese mismo espíritu la personalidad de la matriarca emerge como alguien que siempre ha renunciado a renunciar y que ha conseguido todo lo que se ha propuesto como dejar un belén montado durante nueve o diez meses (escucha cintas de cassettes de villancicos todo el año), organizar para sus hijos fiestas de disfraces a la menor ocasión o embarcar a toda la familia en la simulación de su propio funeral en el que se empeña en vestirse con un hábito de monja.
Gustavo Salmerón ha hecho un ejercicio de ternura posiblemente sin parangón que sustenta, en cierto modo, un discurso sobre vivir la vida como a uno le da la gana, con naturalidad y como a uno le brota de dentro, sin tener en cuenta las convenciones que nos rodean. Un discurso sobre hacerse feliz y hacer felices a los demás aunque sea por los caminos más insospechados. Un canto a no conformarse, en contra de la vulgaridad y articulado a través de una mujer completamente fascinante que, sin embargo, no entiende por qué a la gente le gusta tanto el documental que protagoniza.