Gregorio Esteban Sánchez Fernández, que luego sería conocido como Chiquito de la Calzada, comenzó su andadura profesional cantando por los bares de Málaga. Tenía solo ocho años. El niño cantante es una estampa reconocible del flamenco. Camarón comenzó así. Los Chichos comenzaron así, por ejemplo. Menos Los Chunguitos, nietos de Porrina de Badajoz, que ya habían vivido el gran flamenco desde dentro, que lo habían mamado.
Porrina fue objeto de una broma por parte del sandunguero yerno de Franco, el Marqués de Villaverde. El cirujano y exportador de motos Vespa (tenía la exclusiva para España de esta marca) organizó una fiesta e invitó a Porrina para que cantara. Para hacer la gracia le dijo a los policías de paisano que controlaban el acceso que detuvieran al cantaor en cuanto apareciera por allí para provocar el regocijo entre los invitados. Porrina se presentó vestido como acostumbraba (gafas de sol, pelo engominado, traje de color chillón y abrigo largo carísimo) y los policías le echaron el alto. Porrina habló así:
-“Yo soy el Marqués de Badajoz. El tal Porrina viene ahí detrás”. Luego siguió andando.
La pareja acabó deteniendo al Cónsul de la India que por su tez morena encajaba en la descripción de “sujeto de etnia gitana”. El Marqués acabó provocando un incidente diplomático.
El flamenco está lleno de estas anécdotas. El flamenco cuenta las penas con gracia. Chiquito las contaba a cuenta gotas. No era lo suyo. Su humor no era el de Paco Gandía o el de otros humoristas, sobre todo andaluces, que entendieron el humor como una cosa que hacía más gracia contada desde abajo (“En mi casa pasábamos tanta hambre que…”) que desde arriba (“Van un cojo, un mariquita y un ciego y…).
Chiquito contaba pocas veces que lo había pasado mal. Muy pocas. Soltaba pequeñas anécdotas chungas en las muchas entrevistas que le hicieron pero parecía haber entendido a la perfección aquella frase majestuosa del actor Antonio Gamero que José Luis Garci puso en boca del actor Paco Vidal en ‘El crack’ (1981): ‘No les cuentes las penas a los amigos que los divierta su puta madre’.
Mi preferida: Chiquito iba de cantaor en un cuadro flamenco que era contratado por señores ricos para fiestas privadas. Cuando la cosa se alargaba y ya solo quedaban los flamencos y el señorito y este comenzaba a quedarse dormido bajaba el volumen del cante y, cuando el anfitrión se despertaba un poco, lo subían para que diera la sensación de que la fiesta seguía y seguía. ¿la razón? Se cobraba por horas y había que permanecer sobre el escenario, entreteniendo a un solo tipo, el mayor tiempo posible.
El humor de Chiquito, sin embargo, se labró más bien en una suerte de surrealismo costumbrista que no parecía que pudiera ser invención de este malagueño al que la fama sorprendió cuando era muy mayor gracias a un programa llamado “Genio y Figura” (de donde saldría Paz Padilla) con el que Antena 3 quería rellenar la programación del verano del 94. La idea era mantener la emisión de aquel programa, muy parecido a “Saque bola” que fue un exitazo en Canal Sur, en las fechas estivales y luego dispararle en la cabeza. Sin embargo, al final de ese verano, toda España estaba imitando a Chiquito de la Calzada. Al año siguiente Chiquito de la Calzada y Pepe Caroll, presentador del programa también fallecido ya, estaban haciendo una gira juntos. El resto es historia viva de nuestro país.
Un tipo pequeño, con el pelo peinado hacia atrás con pinta de camarero de chiringuito (pero sin gota de engaño en la cara) y vestido con pantalón de vestir y camisas llamativas estaba reescribiendo la historia del humor de nuestro país con unos chistes sin principio ni final (algo que bordaba Paco Gandía) cuya gracia era, justamente, el señor que las estaba contando con una mezcla de español pronunciado de una forma muy sui géneris y la inclusión de palabras inventadas (jarl, grijander, condemor, fistro, diodeno…), coletillas diversas que repetía toda España (¿Te das cuén?, Cobarde, Pecador de la Pradera, nacer después de los dolores, hacer la caída de Roma…) y brillantes comparaciones (‘Tienes menos detalles que el salpicadero de un seat panda’).
Chiquito parecía una mezcla de Andy Kauffman y el Takeshi Kitano cómico. Con la salvedad de que Chiquito no tenía un discurso que envolviera su vis cómica (algo que tienen ahora todos los cómicos y que la crítica agradece con fuerza) y que todo parecía una suerte de improvisación y de algo indefinible que parecía completamente intransferible y, a la vez, tan popular, cercano y asegurador del éxito social que era imposible no imitarlo todo el tiempo.
Chiquito exploró, al parecer sin querer, facetas indómitas del mecanismo de hacer reír explotando hasta el histerismo un particular modo de moverse (que él insistía que era un legado de sus tiempos en Japón) con una capacidad increíble de llamar la atención con las cosas más nimias. Nadie, que yo recuerde, ha sido capaz de mezclar con tanta agudeza el costumbrismo y el surrealismo. Un surrealismo sin academia, sin manual que lo explique.
Decía @wificola, un tuitero malagueño, que Chiquito vivía en Japón cuando en algunos pueblos de España no se había descubierto la minipimer. Imagínense a un Chiquito sin idea ninguna del idioma japonés desenvolviéndose entre esa gente con la simple ayuda de su astucia, de su mímica y de algo tan importante como caer bien de primeras. Con esa sorpresa loca de pensar que alguien que vestía y calzaba como Chiquito te iba a caer bien nada más abrir la boca aunque no supieras a ciencia cierta qué te estaba queriendo decir.
Si algo hizo grande al humorista y cantaor malagueño fue justamente eso: que creías que te iba a caer mal, que iba a ser un rancio insoportable y, de pronto, estaba revolcándote por el suelo con un tipo que, seguramente, no sabía pronunciar ‘stand up comedy’ (ni falta que le hizo).
Eso fue lo sorprendente de la vida de Chiquito de la Calzada y de su arte: un tipo con pinta de cuentachistes de una sala de fiestas de Torremolinos abría la boca y parecía el más contemporáneo de los humoristas. Si otros, como el humorista Manolo de Vega, se labró la imagen de tipo amenazante que era gracioso y que contaba con la participación continua del público en esas performances en las que no sabías cuando iba a soltar una bordería de cagarte encima, lo de Chiquito parecía que no necesitaba de la participación del respetable, ni nada que se le pareciera demasiado: uno se imaginaba a Chiquito siendo gracioso las 24 horas del día sin necesidad de que nadie lo viera actuando. De hecho ni siquiera tenía que ser procaz, hacer chistes verdes o humor negro propiamente dicho. El color del humor de Chiquito de la Calzada era el de los estampados de sus camisas.
Chiquito no hacía humor de sí mismo, no hacía humor sobre nadie en realidad, solo salía al escenario y hacía de Chiquito pasito adelante y pasito detrás, cogiendo el micrófono sobre el pecho, sorprendiendo a cada segundo. Chiquito era el humor de Chiquito, un humor lleno de capas y de sorpresas como lo de vivir en Japón o lo de haber participado en un episodio de ‘Vacaciones en el mar’. Esas cosas que te hacían pensar: ¿Qué?
La vida acabó recompensando a un artista honesto y trabajador cuando ya era mayorcito. A un tipo que fue marchitándose al fallecer su mujer con la que nunca tuvo hijos. A un personaje entrañable que se multiplicó en películas de cine (‘Aquí llega Condemor El pecador de la Pradera’, ‘Brácula. Condemor II’ y la lacrimógena y entrañable ‘Papá Piquillo’) donde explotó su vis cómica de la forma irregular en la que los grandes cómicos acaban por protagonizar películas. En las dos primeras haciendo pareja con Bigote Arrocet, otro cómico de vis pura y muy personal, y en la tercera compartiendo escena con un monete que no fue capaz de robarle ni una sola escena (algo muy difícil porque los monos son los ladrones de escenas de la naturaleza).
Chiquito se ha ido yendo poquito a poco. Con sus pasitos cortos. Teniendo a todo un país pendiente de su estado de salud. En estos tiempos en los que la gente ha renunciado a querer a los demás y prefiere no identificarse con el otro por miedo a perder en el proceso algo de su grandísima personalidad ha sido bonito comprobar que el cariño hacia Chiquito seguía intacto, que podía saltar por encima de la situación política.
Chiquito llegó a nuestras vidas un verano en el que no teníamos nada que hacer y llenó nuestra vida de sorpresas: reflotó la audiencia de una cadena llamada Antena 3 que por aquel entonces luchaba por no desaparecer, nos enseñó que lo importante (a veces) no es la calidad del chiste si no la forma de contarlo y abrió nuestras miras con respecto a nuestro propio idioma. Han pasado 23 años desde entonces y el “chiquitismo” sigue presente en nuestro vocabulario y se cuela en nuestras conversaciones continuamente. Imitar a Chiquito sigue siendo algo habitual y algo que habrá que explicar a las generaciones venideras. Cuando nuestros familiares nos aparquen en una residencia de ancianos habrá inquilinos como nosotros que seguirán imitando a Chiquito de la Calzada. Inquilinos con tatuajes medio borrados que fueron testigos del nacimiento de una estrella imposible. Siempre seremos unos pecadores de la Pradera que nacieron después de los dolores. Unos fistros, vaya.
Hoy nos duele el diodeno y no le vamos a pedir a papá que nos lleve al ‘circor’. Quien quiera vernos que ‘venga a la casa’. Nos hemos quedado como si nos hubieran cambiado el graduado escolar por una etiqueta de Anís del mono. Estamos tristes y a la vez alegres como los flamencos buenos. Tristes porque se ha ido alguien insustituible que nos hizo reír y alegres porque Chiquito, en cierto modo, estará siempre con nosotros.
Recuerden que a Chiquito no le vimos enfadado más que una sola vez: cuando demandó a Pepe Navarro y Florentino Fernández por haber montado todo un emporio alrededor de las imitaciones de su persona. Otro detalle a tener en cuenta: perdió la demanda pese a que se hubiera merecido que le hubieran dado parte de los beneficios.
Descanse en paz, Chiquito de la Calzada, rey de Málaga. Te queremos mucho y nos dejas un poco solos. Te recordaremos más allá del alzheimer y los años. Te lo prometemos. No hubo forma de etiquetar tu humor y de ponerle coto. A nuestra tristeza hoy le pasa lo mismo solo que es un poco más pequeña que tu talento. Hasta luego, Lucas. Hasta la vista, cobarde.
[ ILUSTRACIÓN: GUACIMARA VARGAS ]