Anoche se emitió el ‘Salvados‘ más esperado del año, al parecer. Jordi Évole entrevistaba a Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat de Catalunya, y los ánimos estaban caldeados desde comienzos de la semana pasada.
Nuestro país pasa por una de sus etapas más irreflexivas e incontinentes. Digamos que solo es un reflejo de un mundo irreflexivo e incontinente que, tras el estupor inicial (no se engañen ustedes, el estupor es algo pasajero), se ha acostumbrado a que haya en la Casa Blanca un presidente de los Estados Unidos que hace declaraciones irreflexivas e incontinentes cada dos horas.
¿Saben? Hirohito fue el primer emperador japonés que se dirigió a sus súbditos. Ni siquiera lo hizo de manera directa: grabó el discurso de rendición y se pasó por la radio. Era la primera vez que los japoneses escuchaban hablar a su máximo dirigente. Dice la leyenda que algunos no pudieron soportar que su Emperador, de naturaleza divina, tuviera voz e mortal y optaron por el harakiri ante semejante afrenta. Eran otros tiempos. Hay que decirlo: ni tanto (como Trump), ni tal calvo (como Hirohito).
El personal, una semana antes, estaba dividido entre los que esperaban un masajito de Évole a Puigdemont y los que se inclinaban por defender la honestidad y la profesionalidad de Jordi Évole. Vaya por delante: no he visto el programa muchas veces, la verdad. No me interesa mucho la mezcla de periodismo y entretenimiento. Pero siempre he creído que el ejercicio de Évole ha sido honesto y profesional en el sentido en que creo que Évole cree en lo que hace y en cómo lo hace. Otra cosa es que el resultado, como espectador, no me convenza. Creo, y esto es una opinión personal, que el ejercicio de informar tiene que alejarse lo más posible de lo que, como ciudadanos, intuímos como necesario. El periodismo es un trabajo bastante ingrato, así en general, y por desgracia tendría que seguir siéndolo.
Una vez, en otro medio, definí el arte de entrevistar como el arte de pelear a navaja. El objetivo del entrevistador es buscar elegantemente la zona intercostal para clavar el cuchillo y el objetivo del entrevistado es salir vivo del combate. A mayor elegancia para hacerlo mejor es el resultado porque hay normas. Si te saltas las normas eres un mierda. No hay que saltarse las normas. Nunca. No hay que ser capcioso, no hay que ser malicioso, no hay que intentar brillar por encima de tu víctima/entrevistado, no hay que jugar miserablemente con sus flaquezas. La norma también dice que no te puede embaucar o que se vaya de rositas. Hay un mal indicador que es la sensación de que se te ha ido vivo. Un entrevistado, uno de los listos, siempre alargará las respuestas para que, protegiéndose en que el tiempo es limitado dejarte con la mitad del cuestionario (la parte jugosa) sin contestar. Hay otros que se van por las ramas o que te venden sus logros o que quieren hablar de otras cosas que les interesan más. Una vez entrevisté a Loquillo y me dijo: “Lo que menos me interesa ahora es hablar de música”. Y le dije: “¿Y qué hacemos ahora, Loco? Porque me he recorrido Madrid de punta a punta en autobús para hablar de tu disco”. Hablamos de política y de música y tomamos café.
A veces les dejas y se van vivos. A veces porque te caen bien. Hay que evitar que te caigan bien. Por lo menos hasta que termine la entrevista. No hay que compadrear. A no ser que sea necesario.
El vídeo que resume las contradicciones de Puigdemont
Lo malo es volver a tu casa, mirar las notas y repasar la grabación y darte cuenta de que no has estado hablando de nada. Mascullas: “¡Se me ha escapado vivo!”. Junqueras demostró la semana pasada en “El Objetivo” que era capaz de hablar de cualquier cosa excepto de lo que le estaban preguntando. En todo caso: un entrevistador no es un juez. Un plató o el lugar donde se celebra una entrevista no es un juzgado. El trabajo de informar nada tiene que ver con juzgar o prejuzgar. Si el entrevistado pone muchas pegas o si pone demasiadas normas tampoco es bueno acudir a la cita porque se corre el riesgo de convertirte en un megáfono, en un elemento de propaganda. Se requiere cierta honestidad. Se requiere que los guantes no escondan puños americanos, que nadie le ponga un taco de corcho a la punta de los florines, que se permitan las preguntas tras la rueda de prensa, que las comparecencias no sean a través de un plasma, que no se pacte el cuestionario con antelación. En definitiva: la entrevista necesita de honestidad por ambas partes.
Lo que Évole hizo ayer fue honesto. Un ejercicio periodístico sin más ocurrencia que la de repasar concienzudamente la hemeroteca. También el ejercicio de Carles Puigdemont que acudió libre y sin presiones al encuentro de “Salvados”. Quizás demasiado libre, al parecer. Quizás demasiado confiado. Mucho más si tenemos en cuenta el momento que atravesamos y que su presencia, requerida, conllevaría una serie de preguntas espinosas sobre su gestión del Procés. Alguien que acude a un duelo debería, al menos, de saber si este se va a celebrar a pistola, a espada o a puñetazos y la sensación es que Puigdemont esperaba una pelea de almohadas. Dar por hecho que Jordi Évole podría ser complaciente o amable es mucho dar por hecho. Más que nada porque el espacio se titulaba “Una hora con Puigdemont” y había que llenar una hora de contenido. Sesenta minutazos. ¿Saben? A mi Paulina Rubio me despachó en quince y tuve tiempo para que me contara que Antonio Orozco le parecía un fabuloso artista y para que me definiera su disco “Pau-Latina” como “una mezcla de funk, de soul, Latino, un poquito de trance, un poquito de disco, una mezcla de House y todas las cosas ricas”. O algo así. Bueno. Si hubiéramos estado una hora seguramente habríamos tenido que acabar hablando de cosas que no le harían gracia como alguno de sus ex, algunos de los rumores sentimentales que rodeaban su vida o, a lo mejor, haber ahondado más en cómo se hizo el disco “Pau-latina”. Mucho más.
El error de Puigdemont es acudir a una entrevista sin preparación previa confiando, como decía Blanche DuBois en “Un tranvía llamado deseo”, en la amabilidad de los extraños. Confiando en la posibilidad de que Évole estaría a favor de la entrevista amable. Mucho confiar. Quizás el equipo de prensa del político se confió demasiado, de otras entrevistas donde su tono fue afectuoso o más complaciente o, y este es un gran error, en que a Évole le pesaría la necesidad de aportar su granito de arena, de bajarle la temperatura a la actual situación política, de proyectar una imagen más simpática del entrevistado. De que sintiera la necesidad de empatizar con la causa en la que se ha embarcado Carles Puigdemont.
A su equipo no le habría costado nada entender que, seguramente, la dichosa pregunta sobre la votación en el Parlament sobre las celebraciones de sendos referéndums de indepedencia en Kurdistán y el Sahara Occidental se acabarían colando. Máxime cuando Puigdemont votó en contra. La pregunta era obligada porque es interesante cuando se plantea. Sinceramente, estoy seguro de que Puigdemont sabe lo que votó en el pleno en el que se decidía por la abolición de la tauromaquia en Catalunya. Seguramente porque la decisión del Parlament ocupó muchas horas en los medios. Abrió telediarios y ocupó portadas. Sin duda, pese a lo humano del asunto, la relevancia de que el Parlament se mostrara a favor o en contra de la celebración de un referéndum en Kurdistán fue nula. Tanto es así que el President de la Generalitat ni siquiera se acordaba de este asunto.
Lo que vieron ustedes anoche fue un ejercicio de periodismo y un ejercicio de dejadez. Évole hizo su ingrato trabajo (preguntar) y Carles Puigdemont dejó de hacer el suyo. En realidad no pasará nada. No se preocupen. Nadie saldrá dañado. Todos los días un político va a una entrevista confiado en sus posibilidades de triunfo y vuelve a casa desarbolado como un gorrión que se ha estrellado contra una puerta de cristal. Las cosas seguirán un poco igual. Mucho más en esta maraña informativa donde, todos los días, pasa algo nuevo. En el tiempo de los emperadores hieráticos como Hirohito la información se repartía de forma avariciosa y, en estos tiempos, se regala y hay tanta donde elegir que lo que no parece importante (como una votación sobre el Kurdistán) queda sepultado por la siguiente ola.
Un cargo político no puede ser una estrella de rock que contesta lo que quiere o lo que no quiere, ni puede despachar una entrevista acumulando vaguedades sin ninguna conciencia sobre el efecto de sus palabras. No puede parecer torpe o dubitativo, tiene que ser siempre un rival digno. Se agradece que, en estos tiempos, un político salga de su zona de confort, de sus medios habituales y de su lista de periodistas de cabecera pero, también, hay que echarle en cara al Presidente, y a su equipo, que subestimaran al rival y que pensaran que, a lo mejor, “Salvados” sí pertenecía a esa zona de confort. No fue el caso.
Évole defendió anoche mejor el derecho a la información de su audiencia (un publico que vayan ustedes a saber qué estudio de mercado podrá definir en términos cuantificables) que Puigdemont el de los catalanes a ser informados sin medias tintas sobre la situación en la que están (y estamos). Sinceramente, el “¿Y la europea?” que le cascó Rajoy a Alsina en aquella entrevista flotó en el ambiente anoche. Con los mismos pobres resultados.
El periodista hizo su trabajo limpiamente. No se puede hablar de encerrona, de malas maneras o de que haya faltado a las reglas. Simplemente trabajó más y mejor que su confiado entrevistado.
Lo que sí han cambiado son las tornas: hoy, los que creían que Évole se dejaría utilizar como un megáfono, le tendrán en sus oraciones y los que defendían su intachable profesionalidad, pero que en realidad pensaban que Évole serviría de megáfono, lo tendrán en muchísima menos estima. Sepan que no solo la política hace extraños compañeros de cama, el ejercicio del periodismo también. Ahora le toca al conductor de “Salvados” recibir aplausos donde antes había abucheos y ser tachado de “traidor” por los que defendían su estilo. El Évole ciudadano se sentirá mal por unos días y tendrá que soportar algún insulto cuando vaya por la calle, el Évole periodista sabrá que esas cosas van en el sueldo. ¿Saben? Bajar la temperatura, empatizar, contemporizar, amainar el ruido…todos los sinónimos que ustedes quieran para “aportar nuestro granito de arena” para que la cosa no vaya a más es responsabilidad de todos ustedes. Entre los que me incluyo. Un buen titular, por principios, tendría que estar escrito para que no le estropee el desayuno a nadie. Si está escrito para cortarles la digestión no se fíen. Y, por supuesto, si sospechan que les van a intoxicar no hagan click.