El terremoto de México contado en primera persona por el español Agustín Ariztipuño, residente en la Colonia Condesa de Ciudad de México, uno de los barrios donde el temblor hizo más estragos.
El Oxxo tiene la puerta medio abierta. Están vendiendo agua embotellada a los clientes que hacen una gran cola ordenada.
— ¡No abuses! ¡no te lleves tantas botellas, wey!
— Son para los rescatados…
— ¡No mames! Eres un pendejo…
¡Pam! ¡pam! – dos disparos al aire y la gente sale corriendo.
En el silencio se escucha un fa sostenido fantasma de una guitarra eléctrica.
Hoy es jueves 21 de septiembre del año 2017, escribo esta crónica desde el exilio de Polanco, seguro sobre cimientos estables, dejando atrás las colonias más afectadas por el sismo. Hace dos días estaba en Condesa, justo 32 años y 2 horas después de la onomástica telúrica de los 80 y se repitió un temblor que ha dejado la ciudad de México patas arriba.
— ¡Agus! ¡Agus! ¡Abre la puerta!
TOC; TOC; TOC
Estaba viendo la tele, tumbado en la cama casi dormido cuando las persianas verticales comenzaron a moverse, a vibrar. ¡Creí que eran los espíritus ancestrales de mi vieja casa defeña! Pero era demasiado incluso para ellos. Y en caso de que fueran ellos también me pareció preocupante. De repente se escuchó un gran ruido, lo que luego supe que fue un golpe de mi edificio contra el de al lado, y mis entrañas supieron que algo andaba mal. Soy muy listo. Nada más levantarme y poner los pies en el piso noté claramente como el suelo se movía, oscilaba como un disco en un viejo tocadiscos. Es un terremoto pensé claramente confundido ya que mi experiencia en sismos es muy europeamente limitada. ¡Dios!. Las cuatro paredes se doblaban, el cemento adquiría una propiedad que nunca hubiera imaginado, plegándose y contrayéndose, como un acordeón.
— ¡Agus! ¡Agus!
No más me puse los pantalones, suelo dormir desnudo y nadie quiere ver a su vecino en bolas en una evacuación, luego supe lo irresponsable de mi conducta. No fue fácil, el movimiento me hacía zozobrar, pero no consiguió tirarme. La grieta de la pared apareció de repente, crecía rápidamente, zigzagueaba como una culebra por mi recámara, se me heló la sangre y el suelo se convirtió en arena.
— ¡Agus! ¡Agus! ¡Joder, abre la puerta!
Normalmente cierro mi cuarto con pestillo, esa tarde no iba ser diferente, y mi compañera de piso gritaba como una loca, oía su voz angustiada pero el tiempo se había detenido. Mi cerebro reptiliano dominaba la situación, un sentimiento que jamás había conocido de supervivencia me impulsaba hacia el exterior. Era miedo. La tercera pared cruje, sostiene todo el peso del edificio, la grieta se abre y empieza a fracturarse.
Y no es la imagen de tu casa desmoronándose lo que más tarde recordarás, no es la grieta ni la fractura, es ese sonido que te agredió sin previo aviso, ancestral, apocalíptico, único, súbito, y violento, lo que más tarde recuerdas.
Un aullido de las almas del caldero de satán, la banda sonora de las puertas del infierno, el crujido hormigonado de una columna vertebral que quiebra los cimientos de mi optimismo. No saldré vivo. Y ahí, en ese momento, volví a escuchar la voz dulce de mi roomy, estaba preocupada por mi…
— ¡Agus! ¡Agus! ¿Estás bien?…. Ábreme…
Abrí la puerta y sólo puede articular dos valiosas palabras…
— ¡C O R R E! ¡C O R R E!
Corrimos como alma que lleva el diablo. Luego supe que no seguimos nada la norma de cúbrete, agáchate y agárrate frente a temblores. Es más nos pareció haberlo hecho exageradamente bien. Los reyes del desalojo, … Nada más lejos de la realidad. Voy descalzo pero enseguida estamos en la escalera. Vivimos en un primero de 16 plantas. Es mejor salir que buscar el triángulo de la vida, un supuesto derrumbe nos dejaría en la peor posición, pasarían días hasta llegar a nosotros, pero de eso ya hemos hablado y tenemos un plan. Lourdes llega a la calle, nos abrazamos y tratamos de alejarnos.
El gruñido nos persigue. Ese sonido … Los cristales saltan por los aires, las paredes se desgarran, los niños lloran agarrados a sus madres, que a su vez también lloran … Todos corremos en torrente imperfecto hacia el Parque México, sobre nuestras cabezas amenazan otros 16 pisos, pero son múltiples las caídas de objetos en la calle … Pensamos que será mejor esquivar árboles que edificios y corremos al centro del parque. Por fin una decisión acertada. Los edificios caen, al menos dos a nuestro alrededor.
Todo es zona de guerra, dantesco, la muchedumbre, los gritos, nosotros fuimos los últimos en salir pero nos alejamos los primeros, no hay que arriesgar y en un segundo se va la luz, ¡PUM! Y todo Condesa entra a sombras, acompañado de explosiones y ruido de helicópteros. Retenemos la respiración, se escucha el quinto chacra del planeta, la megalópolis azteca se torna apocalíptica y nos acurrucamos en una esquina, atentos y vivos.
Allí en la Plaza México, en el centro neurálgico de los expats foráneos, güeros, blancos, americanos y europeos, todos esperamos noticias … El sismo fue de 7.1 con epicentro a 60 kilómetros de Ciudad de México, con una diabólica exactitud matemática de 32 años, en el aniversario y con sólo dos horas de desviación. Maléfico y susceptible dato expuesto a la adoración de milenaristas y amantes de la conspiración, todos en clara tendencia de extinción.
Eduardo, un amigo de Lourdes, nos actualiza los datos telúricos del evento. El salió de un edificio de 30 plantas, estaba en la décima y aún no había recobrado el color. Había sido horrible. Ahora éramos tres esperando …. No sé muy bien que esperábamos, nada iba a mejorar. Pasamos dos o tres horas sentados en la calle, con pinta de hippies o empleados ociosos, mirando los edificios con miedo de quedar aplastados o platicando de cómo sobrevivir en un escombro. Ayudamos a algunos ancianos desorientados, cargamos baterías Android y Apple, incluso repartimos algo de agua que teníamos, pero a nuestro alrededor los grupúsculos se transformaban en brigadas, que de repente salían corriendo gritando silencio o pidiendo agua y medicamentos. Todo se precipitaba.
Aparecen bomberos, policías, y militares pero son los miles de brigadistas voluntarios los que organizan las largas filas de abastecimiento y desescombro … Mantenemos la posición y cerramos filas entre los tres con algo de cerveza, vapeo y conversación. Son las 7 de la tarde, ya han pasado cinco horas desde el temblor pero esta vez CDMX parece paralizado, ardiendo, gaseado, atropellado y sangrando.
Levanto la cabeza y creo ver un ángel con barba que empuña una Stratocaster, seguro que Fender, y que sigue una armonía que acompaña con su solo de guitarra. La catástrofe está bajo sus pies, cientos de personas, angustias y miedo. Sigue tocando en el piso de arriba como si nada fuera con él. Puro blues. Le miro y le sonrío, él posa para la foto que le hago.
Lourdes, Eduardo y yo decidimos que no podemos quedarnos allí, es peligroso. Decidimos salir de la zona cero e ir a casa de un amigo a Polanco, zona segura. En la colonia Hipódromo Condesa las calles se organizan concéntricamente en una elipse que deja el parque en el centro. Eso nos sitúa en el epicentro, como a una rata de laboratorio que debe buscar la salida por sus múltiples caminos y no todos llegarán a la salida. La prueba del laberinto.
Los primeros intentos de salida son un fracaso. Encontramos una estampida por fuga de gas y corrimos; en la otra calle no nos dejaron pasar, peligro de derrumbamiento; ya en una buena, hay gritos pidiendo silencio, puño en alto nos hacen callar y oímos el silencio del rescate, ese vacío de sonidos, la búsqueda de vivos … nos golpea el alma. Nosotros sólo queremos salir de allí, los edificios que antes había en la avenida Ámsterdam ya no están, una fila de voluntarios brigadistas cargando piedras es lo que hay.
Rocas, concreto, tuberías, alambres, PVC, cables y maderas, nadie diría que eso son las entrañas de nuestros edificios… – Pues sí wey – me digo, eso es lo que hay dentro de todas las casas. Una pareja de güeros nos pregunta si somos del barrio y nos pide ayuda. Necesitan gatos hidráulicos para sacar a gente atrapada en la calle Yucatán, se acaba de caer el edificio y era una fábrica textil antigua. La gente está atrapada en los escombros. Intentamos ayudar mandándolos a mi garaje a por los gatos de los coches. Ellos se van corriendo pero me hacen prometer que volveré con mi coche y con más gatos. Lourdes y yo nos hacemos cargo y aceptamos la misión que luego se volverá imposible.
La esquina de Yucatán es una pesadilla. Es todo un escombro pero ya hay cientos de voluntarios y militares que nos obligan a desviarnos por otra calle, ya no hay más salidas. No se puede pasar. Eduardo estaba en DF de visita, sólo iba a estar unos días y le ha tocado este sismo, ya la ciudad es grande como para vivir una catástrofe natural, pues así es. Lourdes y yo nos abrimos camino con paso firme, aplomo en la trayectoria, vigilante y mirando al fondo. Ya es de noche, luces, sirenas, voces, aplausos y demás se van quedando atrás. Finalmente encontramos una brecha que nos deja alejarnos de Condesa. El Paseo de Reforma nos recibe con una calma inusitada, una paz agitada, la tranquilidad de salir de la zona cero es adictiva, te atrapa. Sorprende la serenidad del Paseo, hay electricidad, los semáforos funcionan, hasta hay bares abiertos, ¿Dónde estamos?, ¿Qué ha pasado?… No tenemos explicación, sin embargo aceleramos el paso y cada vez estamos más lejos de la guerra.
Camino a la casa de un amigo en Polanco, ninguno de los tres piensa en alto, solo reflexionamos. CDMX está erguida sobre la antigua capital azteca de Tenochtitlan, desarrollada desde el centro (Zócalo) que fue un puro lago hacia afuera y así las colonias aledañas también descansan sobre terrenos pantanosos. Nunca nadie debió poblar estos terrenos, o al menos nunca nadie debió edificar casas sin protecciones o al menos se debería modernizar las antiguas casas de esas colonias. No importa, nadie va a arreglarlo, es muy difícil, es muy complejo y se ayudará a restaurar la ciudad pero nadie cogerá el toro por los cuernos y solucionará definitivamente el problema. Ni que decir del Presidente Peña Nieto, se quedará todo otra vez en un chiste malo. La capacidad de sufrir del pueblo mexicano absorberá todo el dolor y muerte por los milenios venideros. Como siempre.
Una ciudad de grandes contrastes no nos decepciona. Condesa y el Centro arden y en Polanco cenamos calentitos.
Después de una hora llegamos a Polanquito, estamos agotados, ya todo a nuestro alrededor ha cambiado. Al llegar al portal de la casa comenzamos a llorar, es desgarrador, sin sentido y catártico. Nos recomponemos, México está de pie pero nosotros estamos sentados.
Son más de 140 muertos en la ciudad, nos parece poco, hemos visto mucho más caos que eso, pero nos reconforta ver que los rescatistas aún siguen sacando gente viva. La noche es larga frente al televisor, nadie quiere dormir, es miedo otra vez. Replica.
A las cuatro de la mañana Eduardo se ducha, se va en el vuelo de las siete. Lleva el alma encogida, ha sido un día largo y le da pena dejar atrás a sus compañeros de catástrofe pero él no es residente y su familia le espera preocupada. Le abrazo.
— De esta noche siempre nos acordaremos.
— Pues sí wey – me contesta con una gran imitación del acento chilango.
La noche pasa pesada. Por la mañana me levanto de golpe, pensando que había sido una pesadilla, pero no, aquí sigo en una casa desconocida.
— Lourdes, Lourdes.
— Agus, ya te despertaste, vamos a Condesa a ver cómo está la casa.
El día siguiente es mucho peor. Hay miles de personas, mucho más que ayer, y parecen mucho más organizadas. CDMX se echa a la calle y sacan poco a poco todas las urgencias. Centros de acopio, comida , agua, café, tacos, etc…
Lourdes y yo arrastramos nuestros rolleys por Condesa y Roma, nos alejamos de la zona del desastre, en contra dirección de las miles de personas que entran para ayudar a las brigadas, voluntarios y profesionales, perros y policías. Una amable mexicana nos ofrece agua, Lourdes bebe aturdida por el desalojo y el polvo del ambiente.
Los dos lloramos, nos miran, destacamos con nuestras maletitas de viaje, al fin y al cabo somos unos de los damnificados, fresas y pitucos, pero afectados de lleno. Mi casa se ha declarado en riesgo de derrumbe, alcanzamos a agarrar lo básico y nos echan. Cerrado. No pasar. Arrastramos la Samsonite a través de la muchedumbre, nos hacen paso, ya casi estamos fuera.
El día después es peor, le digo a Lourdes. Ya por la noche ella se va de la ciudad, a Monterrey, mi amigo Geo le espera en un lugar más seguro. Le doy un abrazo fuerte, nos miramos, han sido dos días horribles.
— Y el gato, Agus, al final no lo llevamos…
— Joder, Lourdes, fue imposible…
Me quedo mirando la TV, son ya más de 270 muertos, llueve y es de noche, es 21 de Septiembre y estoy solo esperando que algo pase. Miro por la ventana, las gotas de lluvia se deslizan suavemente por mi ventana. Borroso, al fondo, sin definir del todo, se puede apreciar un conocido logotipo, es el Oxxo, ..Tengo que bajar a comprar agua.
POR AGUSTÍN ARIZTIPUÑO