18 concursantes y 2 más por llegar el jueves elegidos en un casting televisado que tuvo a 100 finalistas durante dos días viviendo en las dependencias de la famosa casa de Guadalix. Un comienzo aparentemente espectacular al que se le vieron en exceso las costuras. Los 18 participantes, y nos olemos que los dos próximos, ya estaban seleccionados antes de esta puesta en escena donde se mezcló la estética de ‘1984’ (la película y el spot publicitario que Ridley Scott dirigió para Apple), la del juicio de los malos de ‘Superman II’ y se vio cierta intencionalidad de aunar conceptos tan alejados como la selección de la clientela a la puerta de una discoteca y la gestión asamblearia. Al parecer esa es toda la Revolución que puede ofrecer GH en esta edición ‘Revolution’, que es la 18ª del programa y la más longeva de todo el mundo.
Este que escribe reconoce que allá por 1999 cuando fue preguntado por la posibilidad de éxito del formato en nuestro país (entonces era yo un joven guionista de una cadena infantil y juvenil de sólo 23 años) dijo, sucintamente, no esperar mucho del invento. Con Internet todavía dando pasitos y viendo dos o tres vídeos VHS con fragmentos bastante chuscos del formato que se acababa de estrenar en Holanda (fue el primero), llegué a la conclusión de que aquella mezcla de ‘The Real world’ (uno de los primeros realitys de convivencia que se estrenó en MTV y el formato sueco ‘Expedition Robinson’ (que luego se adaptaría con diversos nombres y que en España tuvo un accidentado aterrizaje en la cadena amiga como ‘Supervivientes’, superando sorpresivamente varios cambios de horario, día de emisión e incluso una especie de semi cancelación por baja audiencia) no llegaría a cuajar. ¿Razones? Las ventanas y la intimidad. Argumenté que en Amsterdam la gente vivía de cara a la calle, en casas con enormes ventanales y que, intuía, en su cultura nuestro concepto de intimidad era diferente, que aquí la gente era más católica y teníamos más vergüenza a mostrarnos en público. Ya, era yo por aquel entonces un poco resabido y un poco menos idiota que ahora. No tuve en cuenta que en nuestro país somos un poco cotillas y que había triunfado un tiempo atrás un formato muy amable llamado ‘Vivir cada día’, que justamente, consistía en seguir la vida de gente corriente. Lo emitió Televisión Española, la única tele de aquel entonces.
Los años han pasado raudos y las ediciones de GH han ido cayendo una tras la otra sin ser capaces de recuperar el exitazo de la primera edición, que tuvo unos números de audiencia escandalosos, sólo superados o igualados por la primera edición de ‘Operación Triunfo’. Ha sido un formato unido durante mucho tiempo a la personalidad de Mercedes Milá y, curiosamente, también a sus cambios, a su avance profesional. Milá convirtió GH en un formato casi de autor. Pepe Navarro duró sólo una temporada, la tercera (en la segunda hubo un bajón de audiencia y Telecinco quiso asegurarse de que la telegenia de Navarro ayudaría), pero también aportó lo suyo. Aportó cierta marrullería descarada que se instaló para siempre.
El formato ya no se parece en nada a lo que vimos aquella primera vez. Es el mismo pero, en realidad, no es el mismo. Básicamente porque España, esta España nuestra, ya no es la misma. Un dato: en la primera edición los concursantes decidieron saltarse las normas del programa y eliminar lo que tendría que haber sido el momento candente del programa, las dichosas votaciones para saber quién abandonaba la casa cada semana. En la actualidad eso sería, simplemente, imposible. Los concursantes vienen ya enseñados y saben que esas solidaridades ya no gustan a la audiencia. No es que seamos peores, es que hemos sido educados, durante algunos años ya, en la creencia de que la tele es sólo un juego, una ficción creada en la vida real en la que nadie sale herido. ¿Muere alguien de verdad en una película? Pues en los realitys tampoco.
Que este tipo de programas se hayan convertido en picadoras de carne y hayamos visto durante todos estos años la caída a los infiernos de algunos concursantes (incluso el presunto suicidio de uno de ellos), no es algo que impida seguir en la creencia de que es sólo diversión. El placer morboso que regala el reality show –cada vez menos reality, por cierto- es tan alto que preferimos mirar para otro lado. Gran Hermano ha pasado de ser un “experimento sociológico” que nos enseñaba de aquella manera el sentir general del país y sus valores (¡concursantes enamorados! ¡concursantes solidarios! ¡gente chistosa! ¡gente de buen corazón!), a convertirse en un ring de la WWF, un majestuoso Royal Rumble, un ring donde muchos luchadores se zurran la badana porque sólo puede quedar uno en pie. Es lo que la prensa inglesa seria (un país donde GH y sus derivados arrasaron) llamó de forma un poco pedorra “dignificación de la villanía de la gente corriente”. Toma ya.
El programa ha ido resbalando en la certeza de que cuanto mejores son los malos, mejores son los resultados de audiencia. No olvidemos también que Telecinco usa GH como un alimentador de su franquicia estrella, ‘Sálvame’, y como una especie de tubo de ensayo donde se prueba la aparición de futuras estrellas mediáticas. Una estrella mediática curiosa, que no hace nada más que respirar, que no tiene nada que aportar y que la gente, sin embargo, no puede dejar de ver. Los concursantes son conscientes, claro, y trabajan en esa dirección: intentar captar el mayor número de minutos de atención, no tener miedo al enfrentamiento con otros concursantes y comportarse de la manera más egoísta posible. Saben que, de lo contrario, serán acusados con dureza por el público, que normalmente es dirigido hacia la convicción de que los que públicamente se comportan de manera bondadosa suelen ser unos hipócritas de tomo y lomo y se les acusa de “no pringarse” o de ser unos “bienquedas”. Esto es interesado, claro, porque se suele preferir a la gente un poco lianta, un poco gritona y, sobre todo, esto es importante: AUTÉNTICA. Claro, no hay nada más auténtico que la maldad.
Tampoco gusta la gente demasiado educada o que hace alarde de leer porque suelen ser sospechosos de “querer dárselas de listos”, corren el riesgo de ser encasillados como unos clasistas que miran a la gente NORMAL por encima del hombro. Sí, es triste, GENTE NORMAL es el sinónimo de ANALFABETOS para algunos productos televisivos. Todo el mundo sabe que los empollones son poco telegénicos. También que en un programa donde la gente se pasa hablando las 24 horas del día (cuando no hay mucho que hacer la gente se reúne a charlar) el material de relleno para enlazar romances y broncas tiene que versar sobre cosas que interesen A TODO EL MUNDO. Lo que ha matado a la tele ha sido ese dicho de que “LA TELE TIENE QUE SER PARA TODO EL MUNDO” que automáticamente justifica toda la mierda que nos metemos por los ojos. Si las discusiones de la casa versan sobre temas aburridos o el nivel de las conversaciones es alto, es posible que resulten demasiado farragosas y que la gente cambie de canal. Tiene mucho más éxito gente que hace alarde de ignorancia (todos los años nos regalan algún concursante que no sabe cuál es la capital de Portugal o Francia… lo que provoca mucha risa), se tira el pisto sobre los kilos que levanta o los diálogos giran alrededor de confesiones picantonas. ¿Se imaginan a 20 personas discutiendo sobre Aristóteles? ¡ME ABURRRROOOOOOOOOO! Lo que hubiera sido revolucionario, REVOLUTION del todo, habría sido meter 20 catedráticos de diversas materias.
Poco que decir del casting porque, a estas alturas de la película, ya nada puede cogernos de sorpresa. Hay un chico de Tenerife que es artista conceptual y que dice que quiere convertir su paso por el programa en “UN FLUXUS” (tranquilos, no es una enfermedad, es un movimiento de artes plásticas fundado a mediados de los 60), un cocinero que parece que está muy metido en su papel de majareta profesional y un italiano hippy que dice que lleva sin ponerse unos zapatos desde hace 30 años. También hay una chica de Zaragoza que tiene un burro, una muchacha que nos recuerda a ‘Fresita’ (ganadora de la quinta edición que llegó a la tele americana gracias a su pelea con una vaca lechera), un uruguayo ex jugador de baloncesto que ha tirado la toalla en su papel autoimpuesto de llevar la voz cantante y, en general, gente que se dedica a esto y a aquello pero que en el fondo no parece muy llamativa según los cánones actuales: rock and roll attitude un poco impostada y aprendida de ver ‘Mujeres, Hombres y Viceversa’, una ropa tremendamente parecida (Zara y H&M, tampoco es que vayamos a pedirle peras al olmo al personal) y un espíritu que resumió muy bien una pregunta que Jorge Javier Vázquez, estrella indiscutible de Telecinco y persona que queremos conocer en Don, le hizo a uno de los concursantes sobre por qué había dicho en los castings que era único, que era uno entre un millón. El muchacho no supo responder otra cosa que le gustaba mucho bailar, que era muy majo, que le gustaba conocer a gente nueva y que era muy divertido. Como verán la cosa va de personalidades arrolladoras y curiosas, de gente tremendamente especial porque, como saben, a nadie le gusta pasarlo bien.
El comienzo no ha podido ser más soso, pese a los esfuerzos de Jorge Javier Vázquez por informarnos de que estaba siendo la mejor noche de su vida, y no nos ha podido dejar con una sensación peor que la de que no hay nada nuevo bajo el sol y que esta temporada de GH durará más que el invierno de Juego de Tronos, pero que no nos traerá muchas cosas de interés. Sólo depositamos nuestras esperanzas en que Facebook y Twitter alimenten este rollo con los consabidos club de fans y sus peleas. Esperaremos a todas las trampas que se saltan el formato descaradamente y a que salten los primeros barullos, que es para lo que estamos frente a la tele. Porque la tele revolucionaria ya no quiere mostrar nada sorprendente, ni ejercer de educadora o de canguro. La televisión ya no es nutritiva y se ha convertido en un pobre reflejo de una parte de la realidad, posiblemente de la menos amable. Eso vende. Dicen. Ya ni se esfuerzan por regalarnos una faceta nueva de la vulgaridad que no conociéramos y se quedan en la superficie de la misma. Una pena. A costa de buscar el hecho diferencial, de querer divertirnos con un circo de freaks, el programa se ha instalado en una tontorrona normalidad revestida de gran espectáculo. A lo mejor es momento de llenar aquel plató de gente menos preocupada por salir en la tele o de echar el cierre. Ya saben, una revolución suele comenzar instalando una guillotina en un sitio bien visible.