¡Ya estamos aquí! Los preparativos del Burning Man son interminables aterrizados ya en USA. Llegamos a Reno, la ciudad más cercana a Black Rock City, vía Londres y San Francisco. Pasamos horas y horas en la realidad paralela que es el Wall Mart rodeados de freaks que también van al festival adquiriendo las provisiones para la ida de olla que se avecina (recordad que no se puede comprar ni vender nada dentro y que estás en mitad del desierto).
Las primeras horas ya revelan el trip psicodélico gracias a un taxista ucraniano pacifista y con un inquietante sombrero en el salpicadero.
Este año tardamos siete horas en entrar a Burning Man. La caravana impresiona pero es parte del viaje. El primer año asusta, luego ya gusta. Una locura. Sobre todo cuando comenzamos a ver algunas de las primeras obras de arte en el interior del festival. De una u otra manera todos trabajamos en preparativos durante el año para esta semana, pero unos más que otros. Como por ejemplo el árbol Ténéré, realizado con luces led que cambian de color, un poderoso símbolo de la naturaleza, que atrae a muchos buscadores de luz. Es todo un viaje sensorial estar una noche como la de hoy tumbado en este lisérgico desierto bajo la luz de este árbol. O una instalación, cuyas espectaculares vidrieras están hechas con ositos de gelatina. Viaje hacia lo micro.
¡Happy Burn!