Hay días en los que hasta cuesta recordar cómo eran las cosas antes de Internet, cómo consumíamos cultura, nos relacionábamos o nos informábamos antes de la popularización de la Red. Damos por asumido todo el caudal de datos actual, la accesibilidad instantánea, cuando en realidad se trata de algo recentísimo. Sin embargo esa época existió, vaya si fue así. Los 90 fueron ese histórico, bello momento en el que la cultura popular vivió su último suspiro de prehistoria digital, y pensar ahora mismo en las batallas del britpop, la génesis de las nuevas series (‘Twin Peaks‘, ‘Seinfeld‘…), el cine de Hal Hartley o Tarantino, los libros de Easton Ellis o Spanbauer, las novelas gráficas o las figuras mediáticas de la década pasa forzosamente por asociarlas a la radio, las revistas, los periódicos, las librerías y las tiendas de discos, los bares y el lento, el laborioso boca-a-oreja. Por última vez.
Sin embargo me resisto a que parezca que quienes vivimos esa década éramos una suerte de trogloditas o discapacitados de la información, sin posibilidad de acceso o conocimiento más allá de lo comercial o lo legal. Al contrario, en mis recuerdos de aquellos años abundan momentos mágicos en los que de la necesidad se hacía virtud, y el ingenio se agudizaba con los medios existentes. Como cuando mi tío Carlos, empeñado en ver el mayor hype de principio de la década (‘Twin Peaks‘) antes de que Telecinco se implantase en Navarra (la llegada de las televisiones privadas fue un lento proceso dividido por territorios) mantuvo durante meses a un familiar de San Sebastián encargado de grabarle cada capítulo semanal y enviárselo por correo en cinta de VHS. De esa manera mi familia y amigos pudimos seguir la serie a la vez que los demás sin perder la intriga por culpa de molestos spoilers (por supuesto, ni idea de ese palabro por aquel entonces) gracias a esa cinta que pasaba de casa en casa. No es exactamente igual que una descarga o streaming pirata pocas horas después de la emisión de un capítulo de ‘Game of Thrones’ en otro continente, pero lo iguala en audacia y se acerca en inmediatez. Recuerdo también con nostalgia mi costumbre de programar ‘Flor de Pasión’ de Juan de Pablos con uno de esos temporizadores de enchufe que te permitía grabarlo en una cinta de cassette a la hora exacta de la emisión. Al día siguiente, camino de la universidad, te oías ese proto-podcast tan ricamente con el iPod analógico de toda una generación, el inigualable Walkman.
Otros sistemas de difusión musical más conocidos, como la grabación de cintas recopilatorias son también obvios ancestros de las actuales playlists en línea, tan importantes para los musicófagos de los 90 como simple y llanamente cualquier papel con información escrita sobre música: desde la más sublime reseña escrita en los primeros números de la revista ‘Mojo’ sobre una banda que con suerte escucharías meses después si el disco se llegaba a distribuir o lo emitían en la radio, hasta la pura y dura lista del catálogo de Del Sur o Escridiscos, listados de nombres que leías por el puro placer de imaginar qué serían o cómo sonarían. Por supuesto la selección personal de ciertos críticos era esencial, y quizá mi recuerdo más entrañable son los ‘No me Judas Satanás’ de César Martín en la revista Popular 1: su idiosincrasia, ausencia de pelos en la lengua y multiconexiones entre pop, cultura basura, porno, cine, drogas, literatura, y rock and roll eran mejor que cualquier fanzine, y lo convierten para mí en un maravilloso precursor de lo mejor de la era dorada de los blogs, a la altura de maravillas digitales posteriores como Bedazzled o Dangerous Minds: textos en los que apuntabas o subrayabas nombre tras nombre con la esperanza de, algún día, poder llegar a ver/leer/escuchar aquello igual que ahora haces clic con inusitada -milagrosa- inmediatez. Unos siete años me costó poder conseguir una copia original en VHS de ‘This is Spinal Tap’ en un viaje a Londres tras casi una década leyendo a Martín escribir sobre dicho clásico. En otro de esos viajes me hice con la Wikipedia musical en papel del momento: ‘The New Rolling Stone Encyclopedia of Rock & Roll’, un tomazo de 1.800 entradas -2000 páginas- en las que buscar información esencial sobre cualquier artista.
¿Instagram? Lo más parecido a sus filtros era hacer fotos con una Lomo y rezar por ver qué salía… para enseñar a los amigos y ya. Ciertamente las redes sociales son algo que tiene muy poca prehistoria analógica más allá de ciertos tablones de anuncios en los que en algunas comunidades académicas de los 80 y 90 se dejaban mensajes y entablaban conversaciones mediante papelitos. Pero hasta de algo parecido tengo un rudimentario recuerdo: una serie de mensajes escritos intercambiados con una misteriosa chica en la mesa de una de mis aulas en la universidad (UPV Vitoria, abril 1994): un día leí que alguien de otro curso o grupo había escrito ‘People are still having sex’ sobre dicho pupitre (en referencia a un viejo hit de baile del año 91) y yo respondí debajo con un comentario sobre la canción. A los dos días había una respuesta suya y entablamos una conversación flirteante que duró un par de semanas y con perspectivas de vernos… hasta que nuestra charla fue borrada por el inmisericorde servicio de limpieza y nunca recuperé el contacto -a pesar de mis subsiguientes mensajes sin respuesta- en lo que podría haber sido el primer ligue por chat analógico de la prehistoria de Internet.