[ ¿Cómo era el mundo justo antes de la llegada de Internet? Iniciamos con ‘Agridulces noventas’ y el mundo del cine una serie de reportajes y testimonios para analizar cómo fue la última gran revolución cultural, el llamado indie de los 90, antes de la llegada de Internet: cine, música, libros, tecnología, moda, cómic, series, … bajo el la etiqueta #Cultura90sPreInternet ]
En el 96 la revolución indie iniciada a mediados de los 80 y que había ido creciendo silenciosamente gracias al empuje de directores como Steven Soderbergh, Quentin Tarantino, Hal Hartley, Ang Lee o Robert Rodriguez, había sido convenientemente absorbida por el establishment. El concepto indie mutó gracia al empuje de una productora formada por dos hermanos ávidos de conquistar Hollywood (Bob Weinstein) y de hacer dinero (Harvey Weinstein) llamada Miramax sobre la que había puesto sus ojos la todopoderosa Disney que acabaría absorbiéndola a ella y a todo su catálogo y embarcando a los implicado en una batalla legal y financiera donde se dirimió la frontera entre lo artístico y lo crematístico. El pequeño festival de Sundance fundado por Robert Redford se convirtió en una cita mundial y las proyecciones pequeñas, las presentaciones humildes y los discursos a favor de una profunda reforma de la cultura de Hollywood quedaron rápidamente aplastadas por la llegada de ejecutivos de diferentes estudios que convirtieron a la cita en uno de lo mayores mercados audiovisuales del planeta. Miramax había cambiado tanto el concepto de indie que ‘El paciente inglés’ se convirtió en el éxito indie de la temporada pese a tener un presupuesto de superproducción y entrar, casi desde su preproducción, en la lista de favoritas para el Oscar. Acabaría alzando la estatuilla frente a una película de estudio (‘Jerry Maguire’) y tres independientes: ‘Shine’ (Scott Hicks), la británica ‘Secretos y mentiras’ (Mike Leigh) y ‘Fargo’ (Joel y Ethan Coen). Todas ellas se ajustaban mucho más al significado primero de la etiqueta de indie.
1996 supuso también el regreso del cine de género a nuestras vidas: ‘Independence Day’ se convirtió en uno de los taquillazos de la temporada, la divertidísima y vibrante ‘Twister’ nos devolvió el cine de catástrofes, ‘Jóvenes y brujas’ el rollo de las posesiones y un acercamiento bastante pop a la estética siniestra, ‘Abierto hasta el amanecer’ supuso la vuelta a la fascinación por la serie B y ‘Scream’ abriría la puerta al culto al cine juvenil de terror de los 80 e inauguraría una línea de producción dedicada a rescatar a destripadores, acosadores, chicas monas, chicos guapos…
‘The Phantom’ demostró que el mundo, sin embargo, no estaba preparado para las películas de superhéroes, todavía, y ‘La isla del Doctor Moreau’ fue la chifladura de la temporada que quedaría reflejada años mas tarde en el documental ‘Lost soul. El viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau’.
También fue un año de revelaciones y de cambios: Peter Jackson saltó el charco para hacer su primera película americana, ‘Atrápame esos fantasmas’, y Baaz Luhrman comenzaría a cambiar el concepto de cine musical (y juvenil) con ‘Romeo+Julieta’ que fue convenientemente destrozada por la crítica y tratada de ‘absurda’ e ‘incomprensible’.
En la comedia se lleva la palma ‘Mars Attack’, ese tour de forcé de Tim Burton, repleta de referencias, descacharrantes, el lado sardónico de ‘Independence Day’, una película que se tomaba todo a pitorreo. Por detrás queda ‘Terminagolf’, el primer largo protagonizado por Adam Sandler y la base de todo lo que ha sido su producción cinematográfica comica posterior además de ser el año de debut de los Hermanos Farrelli con ‘Vaya par de idiotas’. Una película que sacaba lo peor de los dos, que rayaba, como todo lo que hacen, con el peor gusto posible y que, sin embargo, por pura desquicie tiene en su reparto a un recuperado Woody Harrelson, a un ‘no todavía chalado’ Randy Quaid y a un Bill Murray, haciendo de malo, en total estado de gracia.
El cine independiente
Le vamos a echar la culpa de todo a Quentin Tarantino y su ‘Reservoir Dogs’ (1992). El director americano se presentó en Sitges para presentar la película y alguien, posiblemente el director zaragozano Miguel Ángel La Mata, levantó la liebre de que el título era clavado a ‘City of Fire’ del director hongkonés Ringo Lam. Una película protagonizada por Chow Yun-Fat, actor fetiche de John Woo con el que ya había hecho ‘Una mañana mejor’ (1986), ‘Honor, plomo y sangre’ (1987) y la más brillante aún ‘El asesino’ (1989). Tarantino, que ya había llegado a nuestro país con el contrato que le unía a Miramax en el bolsillo, se deshizo elegantemente del comentario diciendo que ‘era un homenaje’. A Tarantino le vamos a echar la culpa de la fascinación que occidente descubrió en el cine oriental en los 90 y que ya había echado raíces con el descubrimiento anterior que Lucas, Coppola, Schrader o Corman (en facetas tan diferentes como críticos, fans, productores o distribuidores) habían hecho de Akira Kurosawa. E los 80 se celebró el cine –y por ende la cultura- proveniente de Japón fue de una forma más estética que técnica (ahí está ‘Black Rain’ (Ridley Scott, 1989) o ‘Mishima’ (Paul Schrader, 1985) que era una biografía firmada por un americano fascinado por el honor y el sentido de la muerte japonés y que tenían su matriz en ‘Yakuza’ (Sidney Pollack, 1974) cuyo guión fue firmado por los hermanos Schrader).
Tarantino fue el director que rompió la barrera entre el cine independiente y el comercial o, mejor, llamó la atención de los grandes estudios. Fue una explosión imprevisible que tuvo su matriz y su caldo cultivo en el Festival de Sundance, fundado por el actor Robert Redford como una pequeña reunión de cineastas, que en los años posteriores mutaría en un mercado de valores, de títulos y de fiestorros de pequeñas productoras detrás de las que se escondían majors como Disney.
Jim Jarmusch, Hal Hartley, John McNaughton, Spike Lee, Alex Cox, Allen Shawn, Rob Nilsson y otros tantos habían sido directores de prestigio (y poco público) en los 80 y vieron como una generación de advenedizos comandados por Quentin Tarantino, Todd Solondz, Paul Thomas Anderson, Gus Van Sant, Ang Lee, o Danny Boyle (entre otros) eran recibidos en los despachos importantes y abrían las cajas fuertes de los grandes estudios para rodar películas bajo la premisa del amor al cine. Muchos de ellos se aprovecharon de la admiración de aquellos alumnos aventajados y han podido desarrollar carreras excelentes dirigidas, claro está, a las grandes audiencias. Incluso popes como Woody Allen se beneficiaron de ese temporal cambio de modelo en el que los grandes productores no tuvieron miedo de entregar toda (o casi toda) la libertad creativa a los autores y encadenó una década gloriosa de calidad en su filmografía (‘Alice’, Maridos y mujeres’, ‘Balas sobre Broadway’, ‘Poderosa Afrodita’, ‘Todos dicen I love You.’…).
Para el aficionado, para el cinéfilo, para el chalado del cine fueron buenos años. Sin Internet. Pero buenos años. Mucha filmoteca, mucho videoclub, mucha lista de correo (correo de verdad, un señor te enviaba un catálogo de cintas pirateadas y podías elegir una selección a precios competitivos) y muchos festivales. Festivales muy pequeños que servían para ver cosas que llegaban a las salas con cuentagotas. En nuestro país hay que agradecerle a Canal + primigenio que se convirtiera en la casa del cine y ofreciera películas que no habían llegado a las salas en ciclos tan interesantes como ‘La película preferida de…” o en ciclos dedicados a la Troma o a Gus Van Sant (esta cadena estrenó, antes de su llegada a sala, ‘My own private Idaho’ junto a un programa especial y su ópera prima ‘Mala noche’). Internet, antes de la distribución P2P, nos sirvió en un primer momento para recabar información fresca de lo que se cocía en el mundo y para recibir pistas de lo que había por ahí (hablamos de un Internet, ciego y casi mudo, sin capacidad para soporte de vídeo y con un soporte de sonido basado en el midi)
‘Pulp Fiction’ (1994) fue la responsable de que las distribuidoras y las productoras convinieran que el cine indie era un verdadero negocio. La gente, además, percibió la película como un clásico instantáneo y, desde entonces, la ha convertido en una medida de calidad y en una referencia cultural absoluta. Mientras tanto todo lo que oliera a Tarantino se convertía en un éxito, desde lo que recomendaba en entrevistas hasta su forma de rodar que fue copiada hasta la saciedad (como él hizo con John Woo, Jean-Luc Godard o Ringo Lam). Robert Rodriguez y su ‘El Mariachi’ (1992) es un claro ejemplo.
En estos años pudimos ver una serie de películas fantásticas que, de no haber existido esa explosión de cine, jamás habrían visto la luz o se habrían estrenado en circuitos muy pequeños, la mayoría de ellas hubieran tenido una distribución mínima y habrían pasado años hasta llegar al mercado de vídeo doméstico.
Kevin Smith nos regaló ‘Clerks’ (1994) , ‘Mallrats’ (1995) y “Persiguiendo a Amy’ (1997). Un película casi escolar que abrió de par en par las puertas del cine europeo y se convirtió en trilogía, luego en cuatrilogía y luego en una saga (la tercera parte está anunciada para 2018 o 2019). Un cine independiente y a la vez comercial como el que llevaba tiempo haciendo Richard Linklater (‘Slacker’ es del 91…la menos comercial de sus propuestas) o John Dahl que seguía la línea del noir con ‘La última seducción’ (1994) y que un año antes había estrenado la buenísima ‘Red Rock West’. Los hermanos Coen tuvieron también una fantástica década con ‘Muerte entre las flores’ (1990) y ‘Barton Fink’ (1991), ‘El gran salto’ (1994) y ‘Fargo’ (1996) o ‘El Gran Lebowsky’ (1998). Paul Thomas Anderson se estrenó con ‘Sidney’ (1996) y se consagraría con ‘Boogie Nights’ (1997) y Todd Solondz nos daría a todos la vuelta al estómago con ‘Bienvenidos a la casa de muñecas’ (1995) y ‘Happiness’ (1998). También vimos en nacimiento cinematográfico del hombre que has sido más fiel al estilo de película ‘hecha a mano’ y de factura ‘artie’ como es Wes Anderson con su ‘Academia Rushmore’ (1998) y de ese chalado que se llama Harmony Corine que firmaría el guión de ‘Kids’ (1995) que fue dirigida por Larry Clark, hombre que en esa misma década estrenaría la curiosa ‘Más allá del Edén’ (1998) y John Mcnaughton le daba una vuelta de tuerca al género de terror con ‘Henry, retrato de un asesino’ (1990).