Cuando era pequeña solía pensar que cada una de las estrellas que hay en el cielo era una luz que encendía algún ser querido. Como si desde aquel mundo que tan lejano nos parece en tiempo, pero al que tan vinculado estamos de por vida, también encendieran la mesita de noche para poder leer una media hora antes de ir a dormir. Recuerdo, de hecho, que salía a la terraza de mi casa y desde ahí veía cómo un astro brillaba con más fuerza que el resto. La miraba y obligaba a mis pupilas a convertirse en filos de aguja con su luz. Quería retenarla y acercarla. O tal vez sólo pretendía sentirla más cerca, como si nunca se hubiera ido a otra vida.
Qué hacía una niña pidiéndole respuestas al cielo, me pregunto muchas veces. Pero si soy honesta, incluso ahora lo sigo haciendo a veces. En alguna ocasión me encuentro con alguna señal que me indica el camino de vuelta. Otras, la mayoría, me tropiezo con más incógnitas. Da igual lo que ocurra o pase, que me imagino que ella está ahí encendiendo la lámpara de su mesita de noche para leerme en un lenguaje en braille de estrellas un poema de Bécquer.
Y a veces incluso, cuando la noche está confusa y mi corazón cerrado (¿o es al revés?) me ofrece un espectáculo de luces. Ella, tan reina del teatro y de las artes, tan admiradora de sus zarzuelas; tiende en el cielo un escenario y coloca bien los focos para alumbrarnos. Nunca he entendido por qué lo llaman las “Lágrimas de San Lorenzo” si precisamente cuando yo las veo casi escucho su risa de fondo, como una música que viene desde lejos. El caso es que no puedo evitar volver a ser aquella niña que esperaba todas las noches salir a su encuentro.
Pocas veces he contado esto. De hecho, la primera vez fue hace pocos años y le pedí después a mi madre poder llevarle flores. No se me ocurre mejor manera para recordarle que pétalos y luz. Que todos ellos lo llamarán lluvia de perseidas pero yo creo que aquello son algo más que lluvia de meteoros, prendidos, buscando cobijo en el cielo. Creo que es ella volviendo a ser la reina del guateque, haciendo de cualquier excusa una fiesta. Vuelve a ser aquella mujer que sonríe en las fotos de blanco y negro y peina a mamá con dos trenzas intentando que aquella niña revoltosa pareza un pelín más buena. Ya sabes, todo eso de que si no lo eres, al menos hay que parecerlo.
Miro la lluvia de Perseidas y me siento refugiada en las mujeres a las que por sangre y con orgullo me parezco. Qué gala de vida has montado desde ahí arriba, abuela. Porque estoy segura de que aquella estrellita a la que miraba de pequeña, eras tú. Dándome luz y diciéndome que aguantara las tormentas. Cuántas veces he escuchado eso de “ahora tienes que ser fuerte”. Cuando no lo soy, o al menos no tanto como me gustaría. O al menos no tanto como tú lo eras.
[ FOTOGRAFÍA: GUILLAUME MARTÍNEZ ]