Viví casi cuarenta años (años arriba, año abajo) al lado del circuito del Jarama, en un poblado obrero construido por el RACE para dar vivienda a sus trabajadores. La vida de aquella comunidad estaba vinculada con las instalaciones de su complejo deportivo (golf, hípica, tenis, piscinas…) y también con el circuito y su leyenda. Con esa torre de control que es un cubo acristalado y que sirve para saber lo que ocurre en uno de los trazados más míticos del motor de todo el mundo. Un circuito pequeño en el que, en tiempos, se celebraron carreras de todo tipo: Formula 3, Fórmula 1, Sport Prototipos, campeonatos mono marca (SEAT, Renault, Talbot…incluso algunas de modelos específicos), motos etc. Todo lo que tuviera entre dos y cuatro ruedas era sensible de tener su campeonato de velocidad.
No era raro que los chavales del barrio tuviéramos las habitaciones decoradas con posters y pegatinas que nos daban en el Jarama. Lauda, Villeneuve, Piquet, Reutemann, Hunt (este también decoraba las habitaciones de alguna vecina adolescente), De Villota…no era raro vernos con camisetas de marcas de tabaco que eran las que patrocinaban a los equipos por aquel entonces y que la gente, durante muchos meses al año, fumara marcas como Rothmans o John Player Special o Gitanes gracias a las ingentes cantidades de cigarrillos que las azafatas repartían durante los grandes premios.
Mi padre me llevaba al circuito de viernes a domingo cuando había campeonatos importantes. Así conocí a muchos de mis ídolos. Una vez entrevisté a Adrián Campos y a Luis Pérez Sala para la revista de mi colegio. Adrián me regaló una caja de helados Avidesa, su patrocinador.
Siempre me gustaron las motos. Más que los coches. La Formula 1 era más importante y tenía más “glamour” pero las motos eran otra cosa. Todo tenía un aspecto más amateur y, durante muchos años, fue un campeonato entrañablemente pobretón. Los mecánicos de los equipos llevaban monos astrosos y las manos llenas de grasa. Muchos pilotos privados participaban en el campeonato viajando de circuito en circuito en caravana (incluso Randy Mamola, un gran campeón sin problemas de presupuesto, eligió este método) tirando de patrocinadores locales, sin más mecánicos que ellos mismos o con dos o tres amigos con los que trabajaría en algún taller.
Atesoro muchísimas anécdotas de aquellas visitas al circuito. Yo, que fui un niño un poco tímido que se sonrojaba con facilidad, sufría una especie de transformación cuando llegaba el Gran Premio de España de Motos al Jarama (por edad he visto carreras de 50cc, 80cc, 125cc, 250cc y 500cc y 750cc ¡incluso vi la única carrera de sidecars que se celebró en el Jarama!). Chapurreaba inglés (la primera persona con la que crucé dos palabras en inglés fue con los pilotos americanos Kenny Roberts y Randy Mamola), me colaba en cualquier parte para reclamar un autógrafo o una fruslería –pegatina, gorra, muestra de producto etc.- y, por estas cosas, la mayoría de los pilotos me conocían como uno de los niños más pesados a los que tenían el desplacer de conocer. Me volvía a casa con bolsas repletas de todo lo imaginable (un mecánico, una vez, me regaló una bujía para que le dejara en paz) y con la revista del campeonato llena de los listados con los tiempos de cada manga de entrenamiento y pintarrajeada de autógrafos.
He de reconocer que el peor reto de todos era Ángel Nieto. Lo conocí como piloto y como jefe de equipo. Una estrella. Lo vi correr carreras de 250 cc. En las que no tenía nada que hacer pero que calentaba adelantando a otros pilotos en la vuelta de reconocimiento. Por el simple placer de agradecer la presencia a los fans que aguantaban el calor o el frío o la lluvia (según tocara) para ver las carreras. Nieto venía de un tiempo en el que había pocos aficionados y todavía se celebraban carreras en circuitos urbanos. Nacido en Zamora pero trasladado a Vallecas con solo un año, Ángel Nieto siempre quiso ser mecánico de motos y, luego, labrarse una carrera como piloto. Su trayectoria es la de muchos de los deportistas españoles de élite de aquella época: gente que, gracias a su talento innato, destacó en un deporte que comenzó practicando por cuestiones laborales. Manolo Santana fue recogepelotas, Seve Ballesteros trabajaba como caddie y Ángel Nieto fue mecánico antes que piloto. Todos en deportes que no eran ni siquiera populares y que, en la mayoría de los casos, no contaban con instalaciones públicas suficientes para fomentar su práctica.
Monos de cuero, cascos de corcho y madera y rodilleras también de madera. Motos ajustadas por el propio piloto, cuidadas y puestas a punto por el tipo que luego tenía que cabalgar la máquina en un asfalto irregular y mal cuidado sin ninguna garantía de seguridad. Cilindradas pequeñas, motores rabiosos. Nieto, con su cara y su pinta de golfo vallecano, se crió en el antiguo campeonato de España donde la mayoría de los pilotos compartían una situación precaria y donde la elegancia del pilotaje no era condición sine qua non. Se entrenaba y se pilotaba como se vivía, un poco a salto de mata. Muchos pilotos de aquella época llegaban a este o a aquella carrera llevando su moto en el tren con ellos o a lomos con la misma moto con la que competían. Esta precariedad no acabó hasta mucho tiempo después. Uno de los grandes rivales de Nieto, Ricardo Tormo (campeón del mundo de 50cc en 1978 y 1981), tuvo un accidente casi mortal cuando probaba las mejoras de su Derbi (la moto con la que iba a correr el campeonato del Mundo) en el Polígono de Martorelles cercano a la fábrica de la marca. Un Simca 1200 circulaba por la misma zona que no estaba convenientemente acotada. Fue en 1984. En ese momento solo el circuito permanente del Jarama tenía, en nuestro país, las infraestructuras suficientes para organizar una prueba del Campeonato del Mundo. Tormo tuvo que retirarse prematuramente. Fuera de nuestro país tampoco es que la cosa estuviera mejor: Santiago Herrero, la otra promesa del motociclismo español de la época de Nieto y el que estaba llamado a ser el primer piloto en ganar un Campeonato del Mundo, moriría en el circuito de la Isla de Man en 1970, corriendo una carrera de 250cc a lomos de una OSSA de fabricación española (la primera en montar un entonces revolucionario chasis monocasco), cuando en una curva la rueda delantera se quedó pegada un asfalto que no se había secado a tiempo para la carrera. Todos los años había accidentes mortales que lamentar en alguna categoría.
El estilo de pilotaje de Nieto sí destacó en el extranjero. Agresivo, nervioso, siempre raspando para sacar con el pilotaje lo que la máquina no podía darle. No es de extrañar que fuera tan fan de Valentino Rossi. Ángel Nieto siempre hizo virtud de estas carencias. De no tener una caravana donde tumbarse entre carrera y carrera, de no tener el apoyo de patrocinadores. Su experiencia como mecánico le dio lo que necesitaba y las escapadas, las carreras amateurs por la Casa de Campo y la necesidad de hacer de aquello una profesión y labrarse un porvenir todo lo demás. El casco blanco, con aquella línea negra atravesándolo y aquellas dos alas del mismo color a los lados se convirtieron en la marca de la casa. De 1969 a 1984 Ángel Nieto tendría tiempo de ganar 13 campeonatos mundiales en las categorías de 50 y 125 cc. Montando Derbi, Kriedler, Bultaco, Minarelli y Garelli. Sin quitarse la espina de haber sido campeón mundial en el cuarto de litro (sí fue campeón de España, alcanzando un triplete espectacular en 1972 donde se alzó con la victoria en 50, 125 y 250 cc.) y de ser uno de los pocos pilotos en alcanzar, en una misma temporada, dos campeonatos mundiales (50 y 125 cc. En 1972 también). Los dos últimos pilotos en conseguir un “doblete” fueron Freddie Spencer (250cc y 500cc en 1985) y Jorge Martínez “Aspar” (80cc y 125cc) en 1988. Tras aquello ninguno de los dos volvería a ganar un Campeonato del Mundo.
Ángel Nieto fue un renovador del motociclismo. No solo por la forma de pilotar si no por su implicación en la puesta a punto de la moto. Algo que ahora es natural pero que, entonces, solía quedar a la elección de los mecánicos que dictaban las opciones del piloto y ajustaban como querían la mecánica. Nieto, no. Nieto hizo grandes a sus motos, sin querer diseñó a los nuevos equipos y que, ni decir tiene, fue el gran impulsor del motociclismo en un país que, por los años 60, contaba con una generosa cantidad de marcas autóctonas (Bultaco, Montesa, Derbi, Ossa, Luben) pero que carecía de la afición y de la infraestructura con la que cuenta en la actualidad y que ha dominado durante años un Campeonato del Mundo profesionalizado desde nuestro país y arrebatado de las manos de Bernie Ecclestone que se cargó la categoría de los 80 cc y que a punto estuvo de cargarse el mismo campeonato y convertirlo en una versión de dos ruedas de la aburridísima, en la actualidad, Formula 1.
Se nos ha ido Ángel Nieto en un accidente de quad, él que llevaba años sin correr en moto y que juraba que llevaba años sin darle al puño. ¿Qué sentido tenía correr cuando ya no podías ganar? Porque ganar, pese a que Nieto lo ha disimulado siempre muy bien, fue el extra que hizo a Nieto superarse, la necesidad de ganar mientras que iban cayendo muchos records, mientras iba consolidándose como el segundo piloto más laureado de la historia después de su amigo Giacomo Agostini (15 campeonatos del mundo en las categorías de 350cc, 500cc). Ganar en la pista, en la carrera, desesperando a sus rivales que veían como el pequeño piloto español se reservaba en las mangas de entrenamiento con un “te dejo la pole y ya te pillaré el domingo (o el sábado si la carrera se corría en Assen donde la tradición protestante prohibió durante años que las misas coincidieran en horario con la competición y donde Nieto tiene el récord de ser el piloto que más carreras ha ganado allí).
Nieto se van entre los lamentos por no haber sido nunca galardonado con un Príncipe de Asturias, con la tristeza de que el Museo que se instaló en Madrid y que guardaba muchas de sus motos y muchos de sus trofeos y recuerdos cerrara de forma vergonzosa sin que nadie moviera un dedo por reabrirlo en una mejor localización. Parecía que le daba igual porque el motociclismo ya le había dado lo que esperaba que no era precisamente gloria deportiva y fama si no una forma decente de ganarse la vida. Jamás pareció darse importancia y, cuanto más crecía el motociclismo en nuestro país y ha ido creciendo el número de campeones españoles, menos importancia pareció darse.
Ángel Nieto siempre fue un hueso duro de roer. Para mi uno de los más grandes de mi infancia cuando lo perseguía por el paddock del Jarama para que me diera un autógrafo. “Ya está aquí el de todos los años, el sobrino de Salas” (Eduardo Salas, vecino y entrañable amigo de mi padre, encargado durante años de que el circuito funcionara junto a Andres Más, entre otros) era su saludo. Otras veces despistaba a todo el mundo diciendo “Ahora salgo” y se colaba en el Motor Home. No volvía a salir porque usaba una puerta trasera y se largaba del lugar. Por casualidad supe de su plan de fuga y me plantaba allí para saludarle. “¿Ya has ido a ver a Aspar?” me soltaba o “Vete a ver a Champi y que te de una gorra, dile que vas de mi parte”. Ni que decir tiene que me presenté en el box de Derbi y pregunté por “Champi” Herreros (último Campeón del Mundo de 80cc. Antes de la retirada de la categoría). “Me manda Ángel Nieto” le dije. La carcajada se escuchó en Valencia. Pero me dio la gorra.
Los chavales corríamos detrás de Ángel Nieto. Los del barrio se mataban por darle la mano y pasar medio minuto con él, agobiándolo, diciéndole que ganara la carrera. Si decías que vivías en “El Poblao del RACE” siempre se mostraba más amable porque sabía que eras el hijo de alguno de los currelas de por allí, de los que mantenían los wáteres limpios, de los que hacían que hubiera agua en las caravanas del paddock, de los que guardaban el lugar o, en mi caso, el hijo del maestro (mi padre daba clases en la escuela donde los caddies se sacaban el graduado escolar mientras trabajaban), el “sobrino de Salas” (quiero mucho a Eduardo y a su familia pero no es tío mío). Se nos ha ido nuestro primer campeón mundial, uno de los mejores motociclistas de la historia, un deportista que, de haber nacido en otro país, sería hoy loado como un auténtico “working class hero”. Un tipo que abrió el camino a las generaciones venideras, que tuvo una carrera ejemplar y que hizo que un país entero se despertara los domingos para ver las carreras. Se marcha una leyenda, un tipo que vivió como corrió: saliendo siempre de atrás. No esperábamos su muerte en un accidente así después de haberse jugado la vida mil veces en circuitos inseguros, en curvas dibujadas sobre bordillos de circuitos urbanos. Nadie esperaba tampoco que el hijo pequeño de una familia humilde, de un mecánico criado en el barrio de Vallecas ganara 13 campeonatos del mundo y se ganará el respeto de millones de aficionados en todo el mundo.
[ ILUSTRACIÓN: JORGE ESTEBAN ]