Vaya por delante una verdad como un templo: Yo no era amigo de Sergio Algora. Lo digo porque, a lo mejor, mientras leen este texto tendrán la sensación de que éramos grandes amigos o amigos a secas. Lo que es verdad: coincidí con Sergio Algora tres o cuatro veces en Zaragoza y, en las cuatro ocasiones, sentí que éramos amigos de toda la vida, que era un menda al que, sin dudarlo, entregaría uno de mis riñones si le fueran necesarios.
Creo que todo el mundo está, de algún modo, conectado con Sergio Algora. Al menos toda una generación de fans de eso llamado ‘indie español’ y, claro está, de muchos que, sin interesarles mucho la música, descubrieron en Sergio a una de esas personas que nace para ser un referente, el protagonista de cientos de anécdotas ajenas (ser protagonista de tus propias anécdotas no tiene ningún misterio pero aparecer como protagonista en dichos pasajes del recorrido vital ajeno sí lo tiene) y, claro está, a un gran artista de la letra y de todo lo demás.
Piensen, piensen, seguro que en alguna anécdota se les ha colado como protagonista Sergio Algora o una de las canciones de El Niño Gusano o La Costa Brava. Yo creo que en la lista de ‘elementos unificadores de España’ tendría que incluirse el apartado ‘Sergio Algora’. Esto es un poco exagerado, claro, es una frase (medio) bonita que, si uno se detiene a analizar, no tiene ningún sentido. Pero así parecía la forma de dirigirse del ciudadano Algora, al menos pública y artísticamente (en lo otro no puedo opinar), con una mezcla de belleza y carencia de sentido práctico que, en el fondo, no lo tenía y parecía pasar porque sí o, por el contrario, era todo parte de una mecánica emocional, sentimental y vital que Sergio Algora se llevó consigo.
Si yo digo, por ejemplo, que Sergio Algora es un elemento unificador de España ustedes pueden creerlo o no, pero créanme cuando les digo que, al menos, es una frase que queda bien allá donde la pongas y que tiene que ver con una cosa que, creo, Algora manejaba muy bien: sacarle el sentido a las cosas sencillas y convertir una noche cualquiera en una aventura (casi) sin final. También tenía otra: hacer que gente que no lo conocía mucho escriba de él unas notas como si lo conociera de toda la vida.
A Sergio comencé a conocerlo a costa de las anécdotas que correteaban libres por las calles de Zaragoza, ciudad con la que me une un fuerte lazo sentimental. Todo el mundo parecía conocer a Algora y todo el mundo parecía haber visitado al menos una vez un bar llamado ‘El fantasma de los ojos azules’. Sus amigos, los de verdad, cuentan también cientos de anécdotas que se superponen las unas a las otras y que, en conjunto, conforman un collage que, estoy seguro, se asemeja bastante a la figura íntima y pública de Sergio Algora. Ricardo Vicente, Fran Nixon, Sergio Vinadé, Andrés Perruca, Pedro Vizcaíno, Enrique Moreno, Eduardo Baos, Willy Maciá, Bigott o Aloma Rodríguez (La autora del estupendo ‘Los idiotas prefieren la montaña’ que es una biografia-novela-conversación con Algora, a la que tampoco conozco pero conozco su libro) me han hecho alguna vez el regalo de contarme cómo era Sergio Algora. Son ellos los que deberían estar dándole a la tecla. Iban ustedes a disfrutar mucho. Hay tanto material que es imposible resumirlo.
Yo diré que mi primer contacto con Algora se produjo en su bar. Bebí mucho. El segundo contacto se produjo después de subirme a un escenario para presentar una actuación de Carlo Coupé. Estaba tan nervioso que la cosa quedó rara. Solo se escuchaban las carcajadas de Sergio que, al bajarme del escenario, me felicitó profusamente diciendo que se había reído mucho. “Eres un genio”, me dijo. Bebimos mucho después. Y luego nos vimos dos veces más, todas en Zaragoza, donde estuvimos con más gente que me volvió a presentar a Sergio Algora. En las dos ocasiones dijo acordarse perfectamente de mi. Nunca supe si era verdad. Lo que si era verdad es que siempre me sentí extrañamente apreciado por él, como si en ese tiempo que compartíamos, de cuando en cuando, fuera una parte imprescindible de todas las cosas que estaban pasando. Las cosas pasaban con Sergio. Era capaz de que las cosas pasaran. Eso también es verdad. De hecho creo que gran parte de su legado artístico es recordarnos que tenemos que hacer que las cosas pasen.
La carrera como músico de Sergio Algora se reparte entre El Niño Gusano, Con muy Poca gente y La Costa Brava. Se puede decir que tuvo que recabar mucho más éxito del que tuvo en realidad, que por justicia El Niño Gusano y La Costa Brava tendrían que haber llenado estadios durante años. Nunca sabremos si llegaron demasiado pronto o demasiado tarde pero, la verdad, es de justicia reconocer que la gente no entendió la propuesta o que, en realidad, las diversas discográficas no supieron vender convenientemente el producto que tenían entre las manos. Cuando pudo pasar, simplemente, no se dio el salto del aprecio de la crítica en general y el de la amplia minoría a la popularidad que recabaron en ese momento y en la actualidad otros grupos nacionales (independientemente de su calidad o propuesta). Desgraciadamente su carrera como escritor (poeta, dramaturgo…) tampoco tuvo la repercusión que uno espera de su calidad, de su visión tan divertida y tragicómica de la vida.
Lo que sí es verdad es que Sergio siempre fue libre, todo lo libre que se permitió ser. Un músico local (de Zaragoza…no se olviden, esa ciudad fue la cuna de Héroes del Silencio que sigue siendo un referente en el mundo hispanohablante) que se asomó a la escena nacional abriendo la puerta donde está serigrafiada la palabra ‘prestigio’. Desgraciadamente ‘prestigio’ no quiere decir, la mayoría de las veces, ‘grandes audiencias’.
Nueve años después de su desaparición sigo teniendo la misma sensación de tristeza cuando me acuerdo de Sergio Algora. Guardo ese tiempo que pasé con él en la caja vieja de puros donde guardo las mejores anécdotas de mi vida, aquellas felices que merecen ser guardadas, las épicas a sabiendas de que son mías pero tienen un protagonista que no soy yo. Recordaré siempre a la gente haciéndole pasillo a Sergio en los bares, dejando que pasara, ya saben, esas cosas que solo le pasan a la gente de verdad importante.
Como no lo conocí mucho y nuestros caminos siempre se cruzaron de manera casual puedo seguir engañándome todos los días y pensar que, en cuanto vuelva a Zaragoza, me lo voy a encontrar y me voy a poder tomar un par de botella de champán (“¡Champán para todos!”) con él y va a decirme que se acuerda perfectamente de todas las veces que estuvimos juntos. Sé que sus amigos de verdad tienen un hueco que el tiempo no ha podido tapar. Los demás podemos repartirnos su legado infinito, escuchar sus historias y reivindicar, de cuando en cuando, que es una figura central para todos nosotros.
Si pudiera elegir, saldría de la bolsa del canguro convertido en Sergio Algora. Lo tengo claro.