#FirmainvitadaDon cumple su séptima entrega y lo hace con un ¿cuento? de Dani Bordas titulado: “El plan B”. Un texto que invita a reflexionar sobre las ilusiones y también sobre todo esto que cuenta su autor: “Tanta fama tiene la primera, que poco se habla de la segunda Edad del Pavo del hombre. Una etapa en la que, otra vez, uno está perdido y, por supuesto, insoportable. Menos mal que todo pasa. O eso espero”. Sobre el autor poco podemos decir que no sea público y notorio y, por eso, preferimos que sea él el que hable de sí mismo: “Soy un tipo que junta letras. De las de escribir y de las de la hipoteca. También hago anuncios, viajo y compro juguetes. Las dos primeras cosas con el visto bueno de mi mujer, la última ya menos. Puedes seguirme en @DaniBordas. No sé para qué, pero puedes”.
[ Ilustración: Guacimara Vargas]
El Plan B
Ya no me recuerdo tranquilo.
Igual suena tremendista, pero así es. No hay época posterior a la lejanísima infancia en la que no haya estado agobiado por algo: los estudios, la tontería, elegir qué ser y quién ser (como si se pudiese), dónde vivir burbuja inmobiliaria mediante, qué muebles poner, qué comer, qué beber…
Pero, mira, bien. Bien porque siempre pensé que para vivir el Sueño Español había que sufrir hasta encontrar tu sitio en el mundo y, en torno a la treintena, poner el piloto automático a velocidad de crucero, criar a tus hijos (una parejita de rubiales, aunque tu mujer y tú tengáis el pelo más negro que el corazón de Cristóbal Montoro), comprar una segunda residencia en la playa o salir de vez en cuando a poner cara de entendido en alguna bodega de estas que diseñan ahora los arquitectos famosos.
Lo que sucede es que ves aproximarse los cuarenta y que a duras penas pagas la hipoteca de tu primera y única casa, que los niños son morenos y con mocos y que el vino no te gusta una mierda. Un desastre que, por alguna razón, comparto con la inmensa mayoría de las personas que conozco (menos lo del vino). No sé si a ti también te pasa que quedas con tus amigos y después de los qué tal, bien, bien, como siempre; vienen los bueno, bien no, regular, mal… yo qué sé, cualquier día me busco un plan B y lo mando todo a tomar por culo.
¿Un plan B?, preguntarás. ¿Qué plan B?, cotillearás.
Y se producirá un silencio incómodo. Y una desazón tan grande como la de esas veces que te da por mirar al cielo y pensar en lo lejos que están las estrellas y que el Universo se expande a una velocidad de miedo.
Estamos todos igual: desencantados, cansados de subir a contracorriente un río del que desconocemos su largura y si, al final, habrá una apacible laguna llena de lo que sea que coman los salmones. Y lo peor (¡lo peor!) es que estamos a menos de la mitad del carrete. Llevamos cuatro días jugando a ser mayores y ya estamos hartos. De jugar y de ser mayores. De aguantar tonterías, de levantarnos pronto y acostarnos tarde, de que nunca nada salga bien. Males propios, me temo, de una generación acomodada con el suficiente tiempo libre para pensar y atormentarse con lo que creíamos que tenía que haber sido y no fue. Y para darle vueltas y vueltas a la cabeza buscando alternativas que solucionen todos nuestros problemas. El famoso Plan B.
Como no he venido aquí a mentir no me avergüenza reconocer que mi Plan B pasa por ser millonario. Vale que aún no tengo clara la manera. Robar no sé, se me olvida echar La Primitiva y no hay nada que sepa hacer que dé dinero. Quizás la solución pase, como decía un amigo, por encontrar un patrocinador. Alguien interesado en pagar por conservar mi arte bebiendo cerveza o leyendo tebeos. Está difícil, te comento, y por eso me atormento pensando alternativas al mundo de la publicidad, que es a lo que me dedico.
He barajado mil opciones, y niente. Agua.
(Dentro cuadro para darle un toque científico al asunto)
Y más, muchas otras cosas más que me convencen todavía menos. Incluyendo imposibles como hijo de papá o cobrar una pensión no contributiva decente.
En fin, no sé en qué punto estarás tú ahora mismo, supongo que si has leído hasta aquí, buscando una caja de Lexatin o comprando en otra pestaña del navegador un par de metros de soga para acabar con este sufrir pendiendo de las ramas de un olivo. O no. A lo mejor estés disfrutando desde tu atalaya de paz, la que conquistaste el día que te diste cuenta de que el Plan B es el mismo que el A, pero sin refunfuñar tanto.