[ Ilustración: Guacimara Vargas]
Por los pasillos del antiguo edificio del Grupo Zeta en Madrid, sito en la calle O´Donnell, pululaban la historias sobre cómo se levantó semejante imperio mediático. Uno, que venía de una editorial más pequeña y más joven, se quedaba embelesado de ver por los pasillos a ministros del primer Gobierno de ZP y antiguos confidentes del caso GAL intentando vender los resto del naufragio a la revista Interviú y al entonces director, Manuel Cerdán, acompañándolos a la calle con un golpecito en el hombro y un “esto ya no interesa”.
Las historias más divertidas giraban alrededor de la ciudad de Barcelona, ciudad donde Antonio Asensio había abierto la puerta de sus primeras publicaciones. Todas aquellas historias contadas por gente como Pepe Oneto, Juan Carlos de la Iglesia (entonces director de MAN), César Lucas (el mejor fotoperiodista que ha tenido nuestro país dentro de nuestro país) o Mariano López daban buena cuenta del salto de calidad y prestigio que había dado el grupo y como, por aquel entonces, a comienzos del nuevo siglo, no quedaba ni un resto de, me van a perdonar el adjetivo, ni de aquello que se llamaba ‘canallismo periodístico’, ni de ninguno de los viejos canallas.
Grupo Zeta vino de muy abajo. Lo cuenta muy bien Ramón Boldú en su ‘Memorias de un hombre de segunda mano’ (Glénat, 1993). La ciudad, por aquellos años, queda bien retratada en su faceta más cruda (y más festiva) por Nazario Luque en sus dos volúmenes de ‘Anarcoma’ (La Cúpula) y en la más descarnada por Martí en su ‘Taxista‘ (Glénat). ‘El Víbora’, ‘Rambla’ o la revista ‘Ajoblanco’ dieron buena cuenta de forma directa o tangencial y testimoniaron lo que se movía por la capital catalana por aquel entonces una ciudad más vieja, portuaria, patibularia, removida por las tensiones burguesas, foco de inmigración mal asimilada, policías franquistas y donde la heroína amenazaba con llevarse por delante a toda una generación.
El centro de la Barcelona con más sabor estaba en lo que ahora se conoce como ‘El Raval’ pero que antes era conocido popularmente como “Barrio chino”. Fue este barrio el que más aceleradamente, mucho más que la zona de Poble Nou (que sufrió la ampliación de la Avenida Diagonal), sufrió una paulatina desintegración con la llegada de las reformas del plan urbanístico que vino con la conversión de Barcelona en ciudad olímpica. ‘En construcción’ (2001), el documental de José Luis Guerín, da testimonio de como la gentrificación de un barrio, que se había dejado morir lenta pero inexorablemente, siempre está unida a un discurso sobre el progreso y el beneficio de sus ciudadanos y de la industria turística –hablamos de 2001 y no de 2017 en el que ya estamos dándonos cuenta de los errores que hemos cometido en esta materia. 16 años de reflexión, para llegar a una conclusión evidente. No está mal-.
Carmen de Mairena fue uno de los muchos personajes que pululó por esa Barcelona pre-olimpíca. No fue una de las actrices principales, ni mucho menos. Se puede decir que fue una de tantas. Cantante de copla del montón, primero, y transformista después, que tenía que completar sus ingresos como artista con cualquier trabajo ‘normal’. La historia de Carmen, sin embargo, sí es la historia de mucha gente. No importa que ella tuviera una biografía artística vulgar para que, con el paso del tiempo, su recorrido humano haya tomado tintes literarios: ser homosexual (y pobretón) en el franquismo te condenaba a entrar y salir de comisarías donde te desfiguraban a palos. También de tener la mala suerte de entrar en el radar de violadores de uniforme o de niños bien que, para divertirse, bajaban a los barrios marginales a repartir palizas. La Carmen, ya transexual, que se pone ciclos de hormonas y pechos de la forma más chiflada posible por amor (no revelaremos nada), que se prostituye y que, sin querer, se convierte más aún en víctima de sí misma, del ambiente, etc. Es más literaria ahora que por aquel entonces. La Carmen de Mairena a la que se le pone la etiqueta de ‘friki’ gracias al descubrimiento de un reportero sin escrúpulos y se convierte en fenómeno mediático solo alarga la vida de malas decisiones.
Carlota Juncosa, como muchas otras personas, quedó cautivada por ese personaje televisivo. Pensó que Carmen era así las 24 horas del día, que se encontraría a alguien con ganas de contar su vida, que estaría agradecida de que su historia fuera narrada. Sin embargo ‘Carmen de Mairena, Una biografía’ es el relato de un fracaso. También de toda la decepción que Carlota sintió cuando conoció a Carmen. De sus desacuerdos, de su falta de entendimiento, de la frustración de no poder tener un diálogo coherente y, sobre todo, de los personajes que giran alrededor de la vida de Carmen de Mairena: un representante, un amante que dice no serlo, antiguos amigos, sableadores profesionales, familiares ausentes…y todo esto en un ambiente de ruina económica muy jodida y muy evidente, en un escenario de abandono, mala alimentación y falta de higiene evidente. La autora intenta sonsacar a Carmen y Carmen se niega. Está cansada, harta, se pudiera decir que acorralada. El trabajo de Carlota Juncosa queda en una especie de libro de notas con ilustraciones, en un estado de ‘pre-libro’, de investigación de campo que espera que alguien lo ordene y le de sentido. Sin embargo este estado previo y que pudiera entenderse como temporal es, en realidad, el libro mismo. La narración de los hechos que llevan a la imposibilidad de escribir una biografía al uso dan como resultado un texto ilustrado que transmite toda la tristeza del entorno de Carmen de Mairena.
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Como lector, y como personita, puedo decir que me identifico con Carlota Juncosa. Algunas veces, uno quiere entrevistar a alguien, en su cabeza tiene una idea bastante clara de cómo es y, de pronto, cuando te pones delante te da el vértigo de darte cuenta de que te has confundido y de que el error es solo tuyo. La admiración de Carlota Juncosa por Carmen de Mairena, además, parece nacer del dichoso ‘postmo’ del que ninguno estamos vacunados: observamos un fenómeno mediático en la distancia y esa distancia nos permite construir mitos sobre su importancia, su trascendencia, su peso en la cultura popular. La distancia nos permite, además, los guiños a la audiencia. Carlota había hecho un fanzine previo donde salía Carmen y la invitó a la presentación pensando que ella se sentiría halagada. Cuando tuvo la oportunidad de hacer su biografía y pudo acercarse a Carmen sintió que se había estado engañando.
‘Carmen de Mairena, una biografía’ es un libro raro, un estupendo trabajo de campo que, finalmente, ha dado los resultados apetecidos: conocer a la artista. Quizás no en su mejor momento y quizás no con el enfoque que, previsiblemente, quería darle la autora pero, finalmente, el trabajo puede defenderse por sí solo.
Lo mejor es que es un testimonio contemporáneo de una parte de la historia de Barcelona que ha desaparecido y que no volverá más. La Barcelona de Carmen de Mairena y de su círculo cada vez es más prescindible y resulta tan vergonzosa que, poco a poco, se ha ido eliminando de las crónicas de la ciudad. Ya no está Ivá, ni su ‘Makinavaja’, ya no está la ‘Anarcoma’ de Nazario y la pobreza y la delincuencia han tomado caminos diferentes a los que estábamos acostumbrados a ver.
Piensen en esa Barcelona y en el tiempo pasado como en el Planeta Krypton de Superman que fue destruido y que solo es un recuerdo borroso para el superhéroe. Esa Barcelona es el planeta Krypton de Carmen, un lugar ya ruinoso. Carlota Juncosa nos ha invitado a darnos una vuelta por sus ruinas. No estaría de más que aceptáramos la invitación leyendo su ‘Carmen de Mairena, una biografía’. Vale la pena.