Tras seis temporadas ‘Girls’ se despide habiéndose consagrado como una de las piezas indispensables de la cultura popular de la última década. Será difícil no volver la vista atrás y contemplar a la serie creada por Lena Dunham como un interesante caleidoscopio a través del cuál se podrá explicar como eran los pasos de la gente que se incorporaba a la edad adulta allá por la segunda década del siglo.
Porque hablamos de adultos. Adultos neoyorquinos (blancos…estoy hay que remarcarlo un poco para que se entienda bien…son blancos), que, como dice su creadora en el primer episodio de la sexta temporada: “Se definen por las cosas que odian” y “están tan ocupados definiéndose y buscando el éxito…”.
Si no te gusta ‘Girls’ es, básicamente, culpa tuya. Los trabajos de autor se definen por establecer un canal de comunicación entre la persona que los lleva a cabo y la persona que los recibe. Es una relación íntima: el autor, aparentemente, te regala una cosmovisión de su entorno con el que contesta a una serie de preguntas, normalmente, existenciales y tú solo tienes que decir si las respuestas te gustan o no. Si no te gusta Lena Dunham (o Woody Allen, o Pedro Almodovar o Claire Denis o Sally Potter) difícilmente te pueda gustar ‘Girls’ que responde, previsiblemente, a la forma de ver la vida que tiene Lena Dunham.
La serie ha crecido con Dunham. Es una proyección de su propia proyección como artista, incorpora descaradamente todas sus vivencias y, por lo tanto, envejece a la vez que su creadora. Nada en contra porque, voy a repetirlo, es un trabajo de autor. Estaremos de acuerdo en que el joven Almodóvar no tenía como referencia a Pina Bausch o a Caetano Veloso en sus primeras pelícuas. A Lena Dunham le ha pasado lo mismo: la serie resulta, en esta última temporada más reflexiva, menos juguetona, ligerísimamente más oscura, más centrada en el drama que en la comedia e incluye el ‘My sweet lord’ de George Harrison en la banda sonora que es como un rasgo adulto en una serie cuyo discurso siempre ha estado por ‘lo moderno’.
Incluso comienza a renegar del postmodernismo que la encumbró y que la usó de referencia (mucho en nuestro país, algunos pensaría que demasiado incluso en un país como España donde las referencias culturales que manejan las autodenominadas élites –esto se siente y se percibe pero nunca se dice porque está feo definirse con superioridad- son tan pocas) y suena a que ‘Girls’ quisiera abrir y cerrar una etapa, un arco que abría unido la evolución de indie a hipster, de hipster a postmoderno y, de postmoderno, a esto de criticar la apropiación cultural y, como bien dice Lena Dunham, estar muy ocupado definiéndose. Un fenómeno cultural que, gracias a Internet, ha llegado a nuestro país con apenas unos días de atraso sobre su explosión en tierras americanas.
No haremos spoilers pero el primer capítulo se abre con un bofetón en la cara a ciertos medios digitales y a su forma de contratar que habrá picado en más de un rostro (tranquilos, la mayoría son duros como el cemento) y sigue un corto pero intenso camino donde Hannah –el personaje protagonista interpretado por Lena Dunham- vive esta cosa rara de madurar o, mejor, de cambiar de rumbo.
Por ahora el mejor síntoma de todo esto (además de incluir a George Harrison en la banda sonora) es el episodio tercero de esta nueva temporada. Un episodio donde Hannah se enfrenta a un escritor al que ha acusado de ser un acosador sexual. Una historia con tantas aristas, como una resolución tan compleja y un final tan abierto que es posible que se esté hablando de él durante años. Por cierto, no se nos ocurre mejor manera de definir este asunto que como lo ha hecho la Dunham: mostrando todas sus contradicciones. Chapeau. Sobre el asunto no he sido capaz de llegar a ninguna conclusión. Bueno, sí: Me parece una puñalada trapera meter a Philip Roth en la movida. Incluso innecesario. Incluso excesivo. Un derrape que podría establecer conclusiones falsas: Bien el personaje de Hannah, y toda la generación a la que representa, es tan inmadura que no puede defenderse ante un ‘adulto’ o, quizás peor, nuestra generación es benévola y complaciente, no tiene matices, es tan inocente que cualquier idiota puede manipularla o, terrorífico, somos una generación dada a la generalización porque no tenemos tiempo para reflexionar.
Fuera de eso, de algunas conclusiones de trazo algo grueso –‘Girls’ es tendente en algunos aspectos de su discurso a acotar con rotulador gordo- la serie se presenta igual de fresca que hace seis temporadas pese al obligado giro de los personajes. En definitiva, Lena y ‘Girls’ y todas las mujeres de Girls (Shoshanna, Marnie y Jessa) se nos están haciendo mayores y todo huele a que su creadora querrá cerrar todo dejando más o menos colocadas a las compañeras para que nos quede buen recuerdo de ellas. Es normal, se lo merecen. Han sido más de seis años de existencia que, en años televisivos, es como hablar de 60 años (más menos).