Seguramente la legislatura de Donald Trump sea, a la larga, la que acabe por cambiar el mundo en muchos sentidos. Por lo pronto, la irrupción de Trump ha servido para normalizar el periodismo conspiranóico y convertir al sensacionalismo de mierda de toda la vida en una cosa llamada ‘post-truth’ (posverdad) que, quieras o no quieras, parece una nueva escuela periodística, una suerte de cruce entre el análisis de algoritmos y el ejercicio tradicional de la desinformación. En cierto modo, no hay que ser muy listo para llegar a esta conclusión, Donald Trump está reescribiendo nuestra relación con la realidad porque, no lo olvidemos, Trump siempre se ha aprovechado de su mala relación con la realidad. Un ejemplo: Pese a que su holding (¿Tiene un holding? ¿Abre y cierra empresas? ¿Es un mero especulador?) hacía aguas por todos lados la imagen que proyectaba era la de un tipo que estaba por encima del bien y del mal. Detrás de esa imagen de rico desprejuiciado al que le importaba todo un bledo –leyes federales incluidas- existía (existe) un entramado complicadísimo de dinero, abogados y operaciones de márketing que ha sostenido su figura a flote por encima del desastre evidente que, gracias a la especulación inmobiliaria (y a cierta flor en el culo) lo ha sujetado financieramente hasta completar la huída hacia adelante más bárbara de la historia y que le ha llevado a ocupar el puesto de Presidente de los Estados Unidos de América.
Si se detienen mínimamente en los detalles se darán cuenta de que todo forma parte de una calculadísima improvisación, de un tipo que se mete en una campaña presidencial para refugiarse en la política y que acaba, en contra de todo pronóstico, ganándola gracias a que se alían factores chalados como una crisis económica brutal (elegantemente minimizada por los medios), la eliminación paulatina de lo público y lo privado y la explosión de un medio de comunicación llamado internet.
Pero la legislatura de Trump también ha cambiado, para siempre, la escenificación política. Los gestos. Durante años los asesores de imagen han insistido en la necesidad de cuidar los detalles hasta el absurdo. En España el difunto Jesús Gil contrató a un asesor para que reformara su imagen pública y dar el salto a la política. Lo despidió en menos de una semana porque le sugirió que tenía que bajar el tono de sus declaraciones y ponerse otro tipo de corbatas. También, contra todo pronóstico, Jesús Gil y Gil se hizo con la alcaldía de Marbella, ganó la de Estepona para otro de sus hijos y, lo que es más sorprendente, se movió como un político profesional para ganar la de Ceuta en 1999 con un voto tránsfuga de una concejala del PSOE llamada Susana Bermúdez. ¿Le preocupaba a Jesús Gil la política ceutí? Dicen, las malas lenguas, que lo que le preocupaba más era poder hacer negocios con el puerto franco de la ciudad.
Gil llegó a la alcaldía de Marbella en junio de 1991 y, en julio, ya tenía un programa en Telecinco llamado ‘Las noches de Tal y Tal’ que será recordado por la imagen del recién nombrado alcalde hablando de sus cosas e hilando un discurso político conocido en España como ‘ni de izquierdas, ni de derechas’ que se basa en afirmar cosas muy derechas como si fueran ideas cargadas de lógica (“¿Para qué queremos los sindicatos, eh?”) desde un jacuzzi rodeado de muchachas en bikini. Una imagen absurda que, sin embargo, Trump ha multiplicado por un millón, casi sin querer. Bien sea organizando cenas con mandatarios extranjeros en su complejo Mar-a-Lago de Florida o haciendo un tour electoral cuando ya ha ganado las elecciones.
Hombres acostumbrados a los gestos personalistas que funcionan. Otra historia de Jesús Gil: cuando era presidente del Atlético de Madrid una procesión de gente le esperaba en la puerta de la entrada del palco del Vicente Calderón. Atendía personalmente a todos los que podía y sus solicitudes. Desde una anciana que le pedía dinero en efectivo (la misma, cada quince días) hasta la de gente con equipos de fútbol infantiles que no tenía dinero para las equipaciones o personal que, aduciendo falta de líquido, solicitaba al ‘Presi’ (o ‘Don Jesús’) un par de entradas que, en la mayoría de los casos, acababan en la reventa.
La foto de la asesora presidencial Kelly Ann Conway sentada sobre sus rodillas en uno de los sofás del Despacho Oval mientras Donald Trump recibe a unos representantes de los Estudiantes Negros de Institutos y Universidades ya ha dado la vuelta al mundo. Es un gesto inconsciente de alguien que, quizás, no esté a la altura del lugar o del momento, que posiblemente no sea consciente de la trascendencia de la reunión o que no sabe la diferencia entre estar en su propio despacho y en un despacho que pertenece a todos los contribuyentes.
Me ha dejado atónita esta foto. Es #KellyanneConway, asesora de #Trump, en el Despacho Oval, con líderes negros de todo el país. pic.twitter.com/SZdCy2SsmK
— Almudena Ariza (@almuariza) 28 de febrero de 2017
Da igual, podemos elevar el grito fariseo y hacer que nos rompemos las vestiduras, que nos indignamos mucho y gritar que ya está bien, que alguien inicie la ceremonia del impeachment pero lo cierto es que no tiene trascendencia más allá de certificar que Miss Conway es una analfabeta funcional, a su jefe todo este asunto les trae al pairo y que no creen que haya diferencia entre dirigir una nación o una empresa. ¿Hay diferencia? Es evidente que para Trump y su equipo no hay ninguna diferencia, es más, se han pasado toda la vida compitiendo con el sistema, aprovechándose de sus claroscuros, tirando de legalismos y componiéndoselas bastante bien hasta la fecha. No creo que Trump tenga mucho respeto por el gobierno de una nación que ha sido incapaz de cobrarle impuestos durante dos décadas. En definitiva para The Donald esto solamente es como una de esas adquisiciones de empresas a las que está acostumbrado, una pelea fiera y criminal donde los periodos de negociación son, en realidad, calculadas dilaciones para seguir haciendo lo que a uno de la da gana combinadas con la colocación de idiotas en puestos relevantes para que sean ellos los que, llegado el momento, se lleven los palos. Sean Spicer como portavoz, por ejemplo, o Kelly Ann Conway pidiendo que se favorezcan los negocios textiles de la hija de su jefe y saltándose como 400 leyes federales. La imagen de Conway, como la de otros asesores y consejeros del presidente, solo ayudan a mejorar la imagen de Trump.
Pero si con algo va a acabar Trump es con la ironía postmoderna aplicada a la política. Al menos en los Estados Unidos. En España eso es, más o menos, imposible. Seguimos tomándonos a Mariano Rajoy a pitorreo pese a que va por su segunda legislatura (+1 año de prórroga) y da la sensación de que podría quedarse en el poder hasta 2030.
¿Qué sentido tiene una serie como ‘Veep’ y un personaje como Selina Meyers si ya la realidad ha superado con diferencia los sketches más bestias de la serie? ¿Hasta donde tiene que subir el nivel ‘House Of Cards’ para ser creíble? ¿No ha perdido el sentido una serie cuya principal baza es mostrarnos los tejemanejes de un político poco limpio en un tiempo en el que el presidente de los Estados Unidos tiene una cuenta de Twitter donde pone verde al personal y aumenta el presupuesto militar diciendo que hay que volver a ganar guerras?
En el último Saturday Night Live anterior a las elecciones Kate McKinnon y Alec Baldwin interrumpieron el sketch recurrente que venían haciendo durante todas las elecciones para salir a la calle y pedir el voto de los estadounidenses. Se puede decir que Lorne Michaels, productor del programa, se acababa de dar cuenta de que su programa solo había beneficiado a Trump pese a haberse mantenido crítico…tanto es así que, como gracieta, lo había llevado como invitado de su programa. Repasen los programas de comedia anteriores a las elecciones y se darán cuenta de que el 90% de los sketches contienen alguna mofa sobre las pocas posibilidades que tenía Donald Trump de llegar a la Casa Blanca. Nótese como el tono de desesperación y de incredulidad iba subiendo a medida que los sondeos daban a Trumpster como ganador. ¿Se acuerdan de todas las críticas que recibió Jimmy Fallon por hacerle una entrevista amable a Trump?
Bill Maher (‘Real Time with Bill Maher’), John Oliver (‘Last Week Tonight with John Oliver’) o Trevor Noah (‘The Daily Show’) han pasado de la broma a tomar un papel abiertamente militante en contra del nuevo presidente americano. En todo flota una sensación de responsabilidad civil pero, también, cierto resquemor por no haber visto llegar al monstruo, por haber calculado mal las facultades mediáticas del oponente. Hay cierto sentimiento de que les han timado, de que han sido engañados por un estafador.
En todo caso: los tres son cómicos y dirigen programas de comedia por lo que no son los indicados para ejercer de analistas políticos. La mejor postura, como siempre en estos casos, vino de dos cómicos negros: Michael Che y Dave Chappelle. Ambos coindicen en su vaticinio: “Los blancos no pueden sorprendernos”.
En este punto no hay que olvidar que Michael Moore ya anda pidiendo que se forme “La resistencia” o hace llamadas a unirse a una especie de movimiento civil (junto a cómicos como Patton Oswald) para enfrentarse a Trump. Trump ha acabado con el ‘Obamacare’, ha iniciado una guerra contra los medios de comunicación que no le son afines (algo a lo que estamos acostumbrados aquí pero no en Estados Unidos), ha cerrado las fronteras de su país a la inmigración y se ha pasado por el forro las leyes sobre visados, ha cambiado el paradigma del gesto político y ha colocado a idiotas en puestos estratégicos a sabiendas de que lo importante es lo que el público no ve. Pese a todo, y aunque no se lo crean, lo peor es que Trump ha acabado con las risas y que, de aquí a que se acabe su legislatura, tendremos que cambiar nuestra relación con la realidad y el humor.