Hay que reconocerle a Ricky Gervais sus capacidades innatas para la supervivencia. Allá por los 80 Gervais era el 50% de Seona dancing (el otro era su amigo Bill Mcrae), una formación que hacía canciones romanticonas a golpes de teclados y sintetizadores. En 1983, cuando Gervais tenía 22 años, London Records –nada más y nada menos- les publica dos singles y apuesta oficialmente por la promoción del dúo que, en el marasmo de grupos que hacía el mismo estilo de música que ellos, desaparece de las listas de éxitos y de la faz de la tierra. Bill y Ricky se separan en 1984. Paradójicamente, ese mismo año, una radio de Filipinas piratea una versión de ‘More to lose’ que se convertiría en un éxito instantáneo y que, aún hoy, sigue pinchándose en nuestra ex colonia.
Desde entonces Ricky Gervais lo intentó todo. Hombre multidisciplinar se dedicó a seguir conectado con el mundo de la música convirtiéndose en el primer manager de Suede, cuando nadie conocía a Suede y, después de eso, pasó a trabajar para el London University Union (una organización que se dedica a montar eventos culturales y deportivos para los alumnos) y de ahí, en los años posteriores, comenzó a trabajar como cómico en la radio primero y en la TV después.
De aquella travesía por el desierto volvería con el guión de ‘The Office’ debajo del brazo (las experiencias de Gervais como frustrado oficinista) y la amistad de Stephen Merchant que se ha convertido en su colaborador indispensable.
‘The Office’ fue un éxito a escala internacional, una producción de la BBC2 que, como todas las producciones británicas, contó con dos temporadas de seis episodios cada una y un especial de navidad de dos episodios. La serie llamó la atención de HBO que compró los derechos para la versión norteamericana con los resultados que ustedes saben.
Desde entonces el éxito de Gervais se ha multiplicado y le ha permitido convertirse en uno de los referentes de la comedia internacional.
En ‘The office’ Gervais interpretaba a David Brent, el jefe de una distribuidora de papel y material de oficina, con un problema de conexión con la realidad. Un personaje machista, racista, analfabeto, petulante, con problemas para entender el mundo…y todo, al parecer, sin darse cuenta. Sí, Brent es uno de esos tipos que te suelta lo del ‘no soy racista pero…’ para hacer una declaración abiertamente racista o se cree que es capaz de ligar con una supermodelo. La incómoda mezcla de realismo, idiotez y crítica social que Gervais consiguió imprimir a su serie ha sido repetida y copiada en un millón de ocasiones y a él le debemos que el humor haya subido un punto (o varios) en irreverencia normalizando, en cierto modo, el mal gusto y reinvindicando el chiste incómodo como parte de su arte y parte de nuestros derechos como audiencia.
Quizás lo más incómodo de todo lo que hace Gervais es que, en el fondo, descubrimos que hay un tipo plenamente insatisfecho que canaliza su mala hostia, sus complejos etc. a través del humor para no salir a la calle a apuñalar gente. Échenle un vistazo a ‘Extras’ y se darán cuenta de que es incapaz de dejar pasar las cuentas pendientes y de ajustarlas, por ejemplo, con la propia BBC, con algunos compañeros de profesión etc.
Ricky Gervais se ha convertido en un cómico despiadado que no tiene pudor en reírse de los demás abiertamente y, a veces, ha tenido terribles resbalones en esa dirección: se ha ido apartando paulatinamente del centro de la broma para dedicarse a señalar a la humanidad ya sea en ‘An idiot abroad’ o en ‘The Ricky Gervais show’ donde la gracia principal reside en reírse de las reflexiones de un paleto inglés típico representado por Karl Pilklintong, productor y actor asociado a Merchant y Gervais.
Tras la aparición, algo escandalosa (no mucho, la verdad), de Ricky Gervais en los Globos de Oro, donde se dedicó durante algunas ceremonias a dar palos a diestro y siniestro. Unas veces de forma acertadísima y otras demostrando cierta tendencia a mofarse de cualquier cosa (o personita) que no provenga de la cultura anglosajona.
Vehemente y agresivo, excesivamente vehemente y agresivo, Ricky Gervais se ha autoproclamado portavoz de algunas causas de ese modo un poco torpe en el que restas más que sumas. Es más, su postura ante el Brexit, por ejemplo. Pasó de no ver venir la catástrofe a bromear sobre ella y estar ahora establecida en una especie de discurso del converso que tiene que justificarse por no haberse tomado el asunto en serio.
Este ‘David Brent: life on the road’ (produce Netflix) es una continuación de las aventuras de su personaje en “The Office” donde no aparecen otros personajes de “The Office” (no sé si por un asunto de derechos, fechas o por aislar aún más el personaje) y que transcurre 20 años después de que terminara “The office”. Brent trabaja en otra empresa, es vendedor de productos sanitarios, y parece decidido a recuperar sus ansias por convertirse en estrella del rock. Para ello ha decidido reunir a su banda, Foregone Conclusion, pero como los músicos originales no han querido participar se rodea de unos nuevos. Por si fuera poco, además, se ha convertido en el manager, a tiempo parcial, de un rapero en ciernes con bastante más talento que él. La película es un documental falso que recrea la estúpida gira del grupo por los alrededores de Londres y todos los errores y desastres económicos que rodean al asunto además de remarcar la desesperante desconexión de la realidad que dibuja al personaje.
El giro, interesante, está en la escalofriante reflexión que Gervais introduce en “David Brent: life on the road”: El mundo es un sitio peor ahora que hace veinte años. Las cosas han cambiado para mal y la gente es más violenta, airada y corta de miras que entonces. Es aquí donde David Brent pasa del villano que era hace 20 años a ser una víctima de un mundo cruel donde ha perdido el respeto de los que le rodean y donde su actitud es despreciado no desde la racionalidad si no desde la molestia que parece provocarnos, últimamente, la gente que decide salirse de la fila y caminar a su aire.
El resultado es una suma de lo mejor y de lo peor del cómico: es divertida y descorazonadora a la vez y, esto es interesante, Gervais ha tomado nota del éxito de la versión americana de “The office” y ha alterado su percepción (y la nuestra) sobre su personaje haciéndolo más humano, un poco menos casposo y, sí, incluso deslizando algunos detalles tiernos del mismo con la misma fórmula con la que Steve Carell interpreto al jefe de “The office”: resaltando que era un idiota que solo se hacía daño así mismo, que era inofensivo y que solo era desesperante por el hecho de que era algo idiota e infantil. El filo que le quita Gervais a su personaje se lo suma, por no perder comba, a esa velada critica cabrona que hace del mundo de la música en un estilo parecido al de “This is Spinal Tap” que, en el fondo, es la matriz de donde sale “The Office”.
Ya advertimos que se pasa un buen rato, que es entretenida y que, a la vez, pone los pelos de punta, que a ratos resulta descorazonadora y, a la vez, tierna y que hay que soportar el protagonismo de Gervais que, libre de cualquier control sobre la producción, ha decidido darse un autohomenaje y deja poco resquicio para el lucimiento de los otros actores. Quizás sea esta una de las pocas pegas que le hemos encontrado a “David Brent: life on the road”.