Al bueno de Filípides le costó la vida inventar el Maratón. Tras la paliza de correr los 240 kilómetros entre Atenas y Esparta para pedir ayudar en balde, dos días después, tuvo que regresar corriendo los 40 de Marathon a Atenas para contar a sus conciudadanos que habían vapuleado a los persas en lo que se conoce como la Primera Guerra Médica. Tras gritar “¡Alegraos atenienses, hemos vencido!”, se desplomó y nunca despertó. La primera muerte súbita de la que se tiene constancia en la historia.
Desde la Antiguedad hasta nuestros días, las maratones han seguido generando una serie de anécdotas tan increíbles como las que te contamos a continuación. ¡Descárgate gratis nuestro Especial Fitness para conocer estas y otras historias!
Textos LUIS INTERIOR
Revista Don 02x02
Especial culto al cuerpo
Revista Don se reinventa con un nuevo formato, diseño y periodicidad. En el segundo número de esta nueva etapa, los gimnastas olímpicos Ray Zapata y Néstor Abad copan la portada de un número especial dedicado al culto al cuerpo que vivimos estos días con el fitness y el running como protagonistas. Anda, entra, cuídate.
A pelo da más gustito
A los corredores africanos se les conoce como ‘los carteros’ ya que muchos de ellos se dedicaban a repartir cartas ¡corriendo! Es el caso del etíope Abebe Bikila, que antes de petarlo en los Juegos de Roma de 1960, regentaba una empresa en Adís Abeba. Bikila ganó el maratón en la capital de Italia primero descalzo y cuatro años después en Tokio con unas zapatillas Puma. Siempre se pone de manifiesto que corriendo calzado mejoró su propio récord olímpico, pero no dicen que las zapatillas de la época eran finísimas, casi de papel. ¿Qué hubiera hecho a pelo? ¡Nadie lo sabrá!. Bikila se quedó paralítico tras un accidente de tráfico y participó como paralímpico después en tiro con arco desde su silla de ruedas.
Las dos españas
Abel Antón hizo corriendo a Martín Fiz lo que Abraham Olano pedaleando a Miguel Induráin dos años antes: robarle la carrera en el último suspiro. Martín Fiz tiró durante todo el maratón del campeonato del Mundo de Atenas en 1997. Cuando quedaban dos metros, Abel Antón, aprovechó su mayor energía al no haber hecho ni un solo relevo y acabó adelantando y ganando la prueba. Fiz entró a cinco segundos. Abel estaba totalmente en su derecho, fue su estrategia; pero en Don preferimos otro tipo de deportistas. Transcurridos unos años de frialdad lógica, su relación no se resintió hasta el odio y guerra total. Las dos Españas.
Ganar o morir
El 9 de enero de 1968, el atleta japonés Kokichi Tsuburaya no bajó a desayunar con el resto de compañeros que preparaban el maratón de los Juegos de México. En su habitación, junto al cuerpo inerte había una cuchilla de afeitar, un charco de sangre y dos notas: “Siento mucho crear problemas a mis instructores. Os deseo mucho éxito en México” y “Estoy demasiado cansado para correr más”. Su aflicción comenzó con su tercer puesto en las Olimpiadas de Tokyo 64. Lo que su país consideró una heroicidad, en una prueba que ganó Abebe Bikila, Tsuburaya lo consideró su gran deshonra al ser superado, ya dentro del estadio por el corredor inglés Basil Heatley. Su calvario se agravó por las lesiones entre las dos citas olímpicas. No pudo superarlo.
2.195 metros reales
Los JJ.OO. de 1908 dieron para mucho. A la reina Alejandra, esposa de Eduardo VII, se le antojó que el Maratón diera comienzo en el Castillo Windsor, así que añadió 2.195 metros a los 40 km. con los que la prueba se estrenó en 1896. A partir de 1921 ya se hizo oficial la distancia hasta nuestros días. Si la reina hubiera preferido otro deporte, el desgraciado de Dorando Piertri habría ganado la prueba. Tardó diez minutos en completar los últimos 350 metros dentro del estadio al caer presa del agotamiento extremo. Grogui. Fue ayudado a levantarse varias veces y ante las quejas de los americanos, fue desposeído de un título que todos le otorgan a él. Hasta Sir Arthur Conan Doyle escribió sobre esta gesta.
¡Sal de mi puta carrera!
Las imágenes de Kathrine Switzer intentando ser apartada por un juez fuera de control en el Maratón de Boston de 1967 son ya parte de la cultura popular del siglo XX. Esta pionera corredora se inscribió con sus siglas en un maratón reservado para hombres porque se decía que las mujeres no podían enfrentarse a dicha distancia. En mitad de la carrera, el juez Jock Semple (que después le pidió perdón alegando exceso de celo en la aplicación del reglamento) intentó apartarla de manera violenta en pleno trote. El empellón posterior que se lleva el papafrita de Semple por parte del novio de Switzer, Tom Miller, es digno de ver. Pese a actos de valentía como el de esta pionera, el maratón femenino no fue olímpico hasta 1984 en Los Angeles. ¡Muy fuerte!
El mejor corredor de la historia
Como dice el gran experto Pablo Arqued, los atletas de ahora tienen menos glamour. Como lo que dice Pablo en relación al running va a misa en esta santa casa, pongamos al keniata Eliud Kipchoge como ejemplo. Es el mejor de la historia, una máquina sin igual y último ganador de la medalla de oro en un maratón. En Río hace unos meses. Kipchoge es millonario, pero lleva una vida monacal y duerme en casitas modestas compartiendo habitación cuando está de concentración. Pensándolo bien, que le den al glamour. Amamos a Kipchog aunque sea un rollo de atleta.
La tramposa
La gran estafa de las maratones sucedió en Boston en 1980 cuando Rosie Ruiz se coló en la prueba a dos kilómetros de la meta. Eran otros tiempos y nadie se percató en un principio. Y eso que llegó con paso firme, tranquila, y ¡sin sudar! Las dudas llegaron después: Rosie cruzó la meta en 2:31:56, la mejor marca de una mujer en Boston hasta la fecha y la tercera mejor marca de la historia. Los demás corredores y, sobre todo, Jacqueline Gareau que iba en cabeza, se dieron cuenta que todo fue una farsa de una persona con la cabeza desamueblada. Dos estudiantes corroboraron que la vieron escabulliser de entre el público a la carerra. Dos días más tarde, los organizadores cortaron la Avenida Commonwealth para que Gareau pudiera cruzar la meta.
El James Dean del atletismo
“Hoy es un gran día para morir! “El mejor ritmo, es el ritmo suicida”. Gracias a frases de este tipo y una actitud salvaje en todos los ámbitos de su vida, Steve Prefontaine, es uno de los corredores más populares de la historia del atletismo. Estaba zumbado, era un guaperas, gastaba un bigote colosal, su entrenador era Bill Bowerman y no dejaba de ir a ninguna fiesta salvaje. Un auténtico fucker. Un espíritu indomable. Y su estilo al correr no tenía parangón. Se dice que corría para paliar su desaforado apetito sexual, que no reprimía al terminar las carreras. Necesita sexo después de correr, incluso en el mismo vestuario, para bajar el subidón de adrenalina. Su evolución hubiera sido correr el maratón, pero falleció a los 24 años en un accidente de tráfico. Se convirtió en una leyenda.
