No son uno, son legión. Cada vez hay más chiflados del fitness a los que les pone sudar en grupo. Acudimos a una de estas masivas orgías deportivas para vivirlo y contártelo.
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Entrar en el Madrid Arena y escuchar el musicón que retumba en el pabellón, me hace volver al 1 de enero de 2006 (qué bonitos son los viajes en el tiempo imaginarios). En aquel entonces yo era más joven (diez años más, para ser exactos), el edificio aún no tenía ese halo de maldición que le colgaron tras la tragedia y el motivo de celebración era otro bien distinto. Pero la sensación de euforia era exactamente igual entonces que ahora, con una pequeña gran diferencia: el gintonic y las pastillas de aquella fiesta de año nuevo han sido sustituidas por las barritas energéticas y el Gatorade de este evento fitness. Los años pasan, los hábitos cambian.
Son las 15.30 de la tarde cuando llego a las inmediaciones del recinto. En el pabellón de al lado (el Palacio de Cristal) se celebra una feria de acuarios y terrarios, y pienso que todo el mundo tiene su público. Entro en el Madrid Arena, me acredito y empiezo a sentir ya el subidón del house que sale de los altavoces: ‘¡vamos, vamos, ahora es el momento; no desfallezcas!’ grita alguien desde el escenario. Bienvenidos al estimulante mundo de Les Mills live by Reebok.
Desde la primera planta del pabellón el espectáculo es extremadamente bello: a mí, que me gusta más la simetría que a Pitbull un buen cadenón de oro, el paisaje humano que tengo ante mis ojos me produce un éxtasis interior que solo Kim Jong-un puede experimentar ante sus milimétricos desfiles militares. Un millar de personas mueven los brazos, ora un lado ora al otro, se agachan y giran al mismo tiempo. ¿Te acuerdas de aquel video del ‘Thriller’ de Michael Jackson bailado por unos prisioneros filipinos? Pues algo parecido pero con menos condenas perpetuas encima. Todo es de una plasticidad estremecedora. Podría pasar las 4 horas que dura el evento fitness como espectador pasivo, pero aquí hemos venido a sudar, y mirando no se queman calorías.
Hace un rato que los legionarios del Body Jump disparan sus consignas ‘Arriba Madrid’, ‘Siente la Música’ ‘Más rápido’, ‘Aguanta, aguanta’… Las frases se repiten como un mantra; los láser y el ritmo housero crean una atmósfera apropiada. En la pista, la gente suda y sonríe, sonríe y suda; se abraza, aplaude, se animan unos a otros… Bajamos al ruedo con idea de que la ola nos atrape y sintamos ese frenético y delirante frenesí.
Nos metemos en el centro, aparcamos el botellín de agua en un océano plástico que acabará tragándose la nuestra. Una lástima porque la habíamos cogido cariño, y sobre todo, porque en 10 minutos vamos a necesitarla más que Lory Money necesita un nuevo ‘Ola Ke Ase’ para resucitar).
Nos incorporamos a la clase de Body Jump en un momento crucial: a punto de iniciar una nueva serie. Al que no haya pisado un gimnasio en su vida, esto le puede sonar a física cuántica, pero el que controla un poco sabrá que este tipo de clases obedecen a la repetición de una secuencia encadenada de pasos, o sea, que en esto hay más de conteo que de contoneo: 1,2,3,4, salto, patada, salto, patada; 1, 2, 3, 4, bajo, atrás, bajo, repito. Por ejemplo. Y así todo. Si sabes contar, sabes bodyjumpear. Primero viene el movimiento sencillo, luego se combina, después se completa la secuencia y al final se repite todo desde el principio. Cuando llevas media hora, tienes tal coordinación y movilidad que podrías ser una de las coristas de Beyoncé: ‘I’m a single lady, I’m a single lady…’. En serio. Flipas. Y luego están los arrítmicos que se han ganado el cielo a base de contorsiones innecesarias, giros a destiempo, y pasos que parecen ataques epilépticos. Un mazao de gym con menos ritmo que un disco de Luis Eduardo Aute, se afana por seguir el compás. Es un reto para ellos y un peligro para los demás, pero lo importante es participar. Y él está participando. Tal vez demasiado: ‘¡Esa piernaaaaaa!’ grita alguien antes de hacer un ‘Matrix’ para esquivar la coz. Mientras, sobre el escenario, el maestro de ceremonias y sus correligionarios se mueven como si estuvieran programados. ¿Seguro que no son androides?
Cinco minutos. Es el tiempo que llevo ‘las manos hacia arriba, las manos hacia abajo’ (Melody dixit) y sudo como si llevara dos horas en una sauna turca (guiño para la imaginación calenturienta de nuestros lectores gays). El subidón cardiaco es importante y el emocional, por inercia, también: en estos momentos el corazón está bombeando sangre a mi cuerpo a una velocidad que ni un futbolista con coche nuevo. La sensación de euforia es total. La gente alrededor siente lo mismo, y a punto estoy de abrazarme a una señora que no he visto en mi vida. ‘Uuuhhh… qué guayyy; aplauso, aplauso, aplauso; ¡te quiero titi!’. Tal vez desde fuera todo parezca un poco hinchado pero desde dentro la energía se siente. Y hablamos de la energía de 1.000 personas al mismo tiempo. ¿Te acuerdas de esas teorías que decían que si todos los chinos dieran una patada en el suelo a la vez el resto del mundo temblaría? Pues algo así. Te sientes bien, te sientes poderoso, te sientes presidente de Corea del Norte. No es postureo, es química: cuando hacemos deporte, nuestros músculos comienzan a contraerse y relajarse y envían al cerebro una serie de sustancias químicas. El cerebro interpreta esto como un momento de estrés, como si estuviésemos luchando con algún enemigo o tratando de huir y libera sustancias químicas como el BDNF y las endorfinas (conocidas como ‘hormonas de la felicidad’). La finalidad de estas sustancias químicas es minimizar la incomodidad del ejercicio y bloquear la sensación de dolor. El resultado: sensación de euforia y plenitud.
La clase de Body Pump llega a su fin y es el turno del Body Combat. Como me siento más poderoso que ‘Thor’ y más salvaje que ‘Lobezno’, estiro un poco, bajo pulsaciones (sin relajar del todo), y me preparo para el agitado ritmo de esta disciplina inspirada en las artes marciales. Rachel Newsham y Dan Cohen, estrellas de Les Mills, suben al escenario y empieza de nuevo el espectáculo sincronizado. ¡Ay si Kim Jong-un nos pudiera ver!