Cuando Joe Mantegna estaba rodando ‘Desafinado’ (Manuel Gómez Pereira, 2001) en nuestro país compartió una anécdota estupenda sobre Woody Allen: En una de las escenas de ‘Alice’ el director neoyorquino dio acción y, después, mientras la escena se desarrollaba dejó de atender al monitor, dio la espalda a los actores y solo quiso escuchar el diálogo. “¿Cómo era posible que sepa como va a quedar la escena si no nos está mirando?” se preguntaba Mantegna. Mia Farrow, por aquel entonces pareja de Allen, le dijo que no se preocupara, que solo necesitaba escuchar el diálogo porque, en los ensayos, ya mecanizaban todos los gestos y los tenía memorizados. Días después de aquello se presentó en casa de Mantegna un mensajero de la productora con una carta de producción. La abrió y en ella se le informada de que el Señor Allen quería volver a rodar esa escena en la que se había dado la vuelta. Completamente contrariado, pero sin querer llevarle la contraria (la dichosa carta es un gesto protocolario que siempre huele a amenaza de despido y es un diplomático aviso de que algo no va bien), el actor se presentó en el set a la hora acordada para volver a rodar la escena. Antes se acercó a Allen que le dijo: “La escena me encantó pero creo que vamos a rodarla otra vez porque no me gusta la ropa que llevabas”. Sin entender muy bien si aquello era un capricho, una maniobra de control mental o una genialidad Mantegna volvió a rodar la escena con normalidad.
¿Se le permitiría esta boutade a otro director? Seguramente no. La cuestión de esa permisividad no reside tanto en el hecho de que Allen sea un tipo venerado si no en lo meramente crematístico: sus presupuestos son muy bajos y se puede permitir uno o varios retoques durante el rodaje sin que se resientan los beneficios. Si los presupuestos son bajos es porque trabaja con equipos muy reducidos y, sobre todo, porque las estrellas se pegan por trabajar con él. Son las estrellas las que aseguran la viabilidad de los proyectos, paradójicamente abaratan el precio del presupuesto y, sobre todo, hacen atractiva la película para los distribuidores que saben que, salvo sorpresa, conseguirán sus mayores recaudaciones en Europa (España y Francia) y en Hispanoamérica (Argentina, preferentemente). Finalmente el prestigio de Allen en Europa es el que convierte a sus películas en un imán para estrellas cinematográficas que trabajan a precio de coste a cambio de la posibilidad de ganar un Oscar o, de forma más realista, un premio en un festival europeo como Cannes, Donosti o Venecia. Cabe decir que este que escribe se sorprendió mucho al saber que Vittorio Storaro había sido el director de fotografía de ‘Café Society’ teniendo en cuenta la leyenda negra que acompaña al prestigioso italiano de trabajar por horas y retrasar los rodajes poniéndose puntilloso para aumentar la cuenta a su favor (Por ejemplo: en ‘Taxi’ (Carlos Saura, 1996) llegó a exigir que los huecos del asfalto de la Plaza de Colón se rellenaran con cubos para crear espejos y no mojando el firme con un camión cisterna del ayuntamiento) ha trabajado en una película de medio-bajo presupuesto como esta cuando, la verdad, tampoco anda necesitado de fama.
Es por estos detalles que una película como ‘Café Society’ ha llegado a rodarse en unos tiempos en los que la percepción es que se hacen, cada vez, menos películas interesantes y que todo el talento se dirige al consumo televisivo. Se puede afirmar que ‘Café Society’ es refrescante no tanto por ser muy novedosa en sus planteamientos, que no lo es, como por ser una película clasiquísima, una película de toda la vida.
Viendo ‘Café Society’ he tenido la sensación de ser ese padre que espera a que se duerman los niños para poder quitar Boing, Clan TV o Disney Channel y ver una película ‘para mayores’. Bendito Woody. Otra vez el mejor.
La historia no podría ser más alleniana: una comedia amarga sobre Bobby (Jesse Eisenberg), un joven que decide trasladarse a Los Ángeles para trabajar junto a su tío Phil (Steve Carell) que es el representante de actores más importante del Hollywood de mediados de los años 30. En la oficina de su tío conocerá a Vonnie (Kristen Stewart) de la que se enamorará y con la que mantendrá una intensa relación que es la que desencadena el resto de la película. Como es imposible no escribir sobre Woody Allen (o de cine) sin caer en frases hechas se puede decir que ‘Café Society’ es como una divertida muñeca rusa. Lo que el ogro de ‘Shrek’(Andrew Adamson y Vicky Jenson, 2001) llamaría ‘una cebolla con muchas capas’. Lo mejor que se puede decir de la película es que sus tramas son, más bien, muchas posibles películas, un poco al estilo de ‘Magnolia’ (Paul Thomas Anderson, 1999); filmes que podrían desarrollarse como películas independientes pero que, en ‘Café Society’, se van conformando como piezas de una misma narración que, poco a poco, van entroncando en una única historia sobre el paso del tiempo y sobre los cambios que nos acontecen en ese paso. La historia de Bobby y Vonnie, por tanto, se va completando con la historia de los padres del protagonista (Jeannie Berlin y Ken Sttot), la de su hermano gangster Ben (Corey Stoll) y la de su hermana Evelyn (Sari Lennick) y el marido de esta, Leonard (Stephen Kunken). Este grandísimo background se completa con la relación de amistad que el protagonista tiene con otro matrimonio de exitosos profesionales hollywoodienses: Steve (Paul Schneider) y Rad (Parker Posey). Estos últimos sirven como contrapunto al costumbrismo judío brooklyniano que despliega Woody Allen.
Un reparto estupendo (no hay nadie que chirríe) conformado por estrellas y secundarios (o muy secundarios) que funcionan por las mismas premisas de dirección actoral que hacen que directores como Pedro Almodovar, por poner un conocido ejemplo, Truffaut o Tarantino imprimen a sus actores: Ellos ‘interpretan’ el papel y son los actores los que hacen una interpretación de esa interpretación. Un juego ‘dramático’ de espejos que consiguen que sea imposible que, sin esfuerzo, el espectador identifique a una peli de Almodovar con Almodovar y así sucesivamente. Un sello personal que conforma toda una filmografía. Aquí haremos un pequeño inciso: Carell, en alguna escena, nos recuerda cariñosamente a Michael Scott (el jefe de ‘The Office’). Un gesto entrañable para un actor que, tras su espectacular trabajo en ‘Foxcatcher’ (Bennet Miller, 2014), anda reivindicándose como actor de producciones dramáticas.
Por lo narrativo circulan, sin vergüenza ninguna, los temas principales de Woody Allen. Tanto los viejos (enredos de pareja, relaciones humanas, torpeza, existencialismo) hasta los nuevos (el paso del tiempo, la prespectiva de la vejez). No se puede no hablar de influencias externas. La película parece muy influida por la obra de Philip Roth –o quizás hay una maduración intelectual de Woody Allen hacia la tristeza vital de Roth y a su visión, que identificamos con lo judeo-estadounidense, amarga de eso de hacerse viejo y, en lo cinematográfico, mucho a ‘El juego de Hollywood’ (Robert Altman, 1992) en lo que a desprecio por Hollywood y la ciudad de Los Ángeles tiene la película. Un desprecio mucho más amable que el mostrado por Woody en títulos anteriores, casi una colleja cariñosa.
Pero es imposible no decir, y volvemos a caer en las frases hechas, que ‘Café Society’ solo es comparable con el cine anterior de su autor y que toda la película está influenciada y retroalimentada por las películas anteriores del director. Es inevitable pensar en ‘Días de Radio’ (1987), ‘La rosa púrpura de El Cairo’ (1985) ‘Balas sobre Broadway’ ( (por lo del hermano gangster y por la estética) pero tampoco en ‘Delitos y faltas’ (1989), ‘Maridos y mujeres’ (1992) pero, seguramente, lo más sorprendente de todo sea que el conjunto recuerda mucho a la teoría de la deconstrucción explicada en ‘Desmontando a Harry’ (1997) ya que en esta película conocemos mejor a su protagonista gracias a su entorno, a que su historia se va construyendo con trozos de otras historias que, esta vez, han sido convenientemente separadas para ofrecer el sentido completo en el tramo final de la película. También en un detalle que no pasará desapercibido: ¿Se acuerdan que al comienzo de este artículo hemos hablado de que Allen introduce cambios en rodaje? Bien, los que se acerquen a ver ‘Café Society’ descubrirán esta manía del director porque, en esta ocasión, no ha tenido empacho en que sean evidentes: fíjense bien en que hay un personaje que desaparece nada más comenzar la cinta, otro que apunta maneras y que se desvanece y, finalmente, descubrirán que haciendo gala de un sentido bastante academicista del montaje (es decir, un corte de narración muy del estilo de la “Nouvelle Vague”) se le privará a usted como espectador de conocer una de las transiciones de los personajes principales sin que, de ningún modo la historia general se vea afectada para nada. ‘Café Society’ sigue funcionando y da la sensación de estar viva, en tanto en cuanto, parece que acaba de montarse hace cinco minutos y eso, claro está, sin que se resienta la narración.
Si es paradójico que, con su edad (recordemos que Billy Wilder fue apartado de la dirección por este motivo), siga rodando; si es paradójico que tras todos los escándalos siga al pie del cañón, si es paradójico que en un panorama cinematográfico donde se está alimentando peligrosamente el blockbuster juvenil que absorbe el 90% del presupuesto de cualquier gran estudio (a veces con solo un par de títulos), la homogeneización es tal que los multicines ofrecen la misma película en varias salas a la vez este tipo siga en pie pese al cambio de los gustos y que está de moda (es una moda cíclica no le hagan mucho caso) decir que nunca nos gustó Woody Allen lo paradójico de verdad, lo que les llamará la atención es que una película con una premisa tan sencilla, con una construcción tan amablemente clásica parezca tan moderna. Lo mejor que podemos decir es que no hay nada malo en hacer cine para niños y jóvenes pero que Woody Allen hace cine para adulto. Tampoco hay nada malo en ello, la verdad. Aunque a veces lo parezca. Tras un verano en el que he visto ‘Suicide Squad’ o ‘Nerve’ (al menos a la primera acudí con muchísimas ganas) viendo ‘Café Society’ he tenido la sensación de ser ese padre que espera a que se duerman los niños para poder quitar Boing, Clan TV o Disney Channel y ver una película ‘para mayores’. Bendito Woody. Otra vez el mejor.