Allá por 1996 la cadena HBO estrenaba la serie ‘Arli$$’. Fue creada y protagonizada por el actor Robert Whul, un eterno secundario (una de esas caras conocidas a las que es casi imposible ponerle nombre sin mirar en Imdb.com) que, en esta ocasión, se metía en la piel de un ambicioso representante de deportistas y nos mostraba, desde dentro, los tejemanejes de eso de ser el encargado de dirigir la carrera de un talento que no tiene demasiado tiempo de pensar en las cosas que firma.
‘Arli$$’ fue una de esas series que se adelantó al boom de las series de televisión en el que vivimos. Una producción que HBO mantuvo en antena por puro prestigio y que, como otras producciones del canal, no necesitaba de la audiencia para sobrevivir por ofrecerse en un canal de pago. Recordemos que las antiguas opciones de pago se manejaban con un margen muy reducido de espectadores (posiblemente antes de Netflix) y que, en gran parte, las series comienzan a ser rentables (o no) cuando sus derechos se traspasan a cadenas en abierto que las emiten para grandes audiencias que son las que sirven para valorar su comercialidad. Podemos decir que ‘Arli$$’ no fue más que un éxito bastante discreto. Échenle la culpa a que las audiencias “pre-boom de las series” no estaban preparadas para una producción sarcástica e irónica basada en un humor doloroso provocado por personajes ambiciosos y ególatras y, por otro, que el mundo de los agentes deportivos no es que pareciera un contexto conocido y, por tanto, amable.
El caso es que ‘Arli$$’ le debe su existencia a otra serie fantástica que también se adelantó a su tiempo titulada ‘El show de Larry Sanders’ (1993). La serie, creada por el mítico cómico Garry Shandling, contaba los entresijos de un Late Night y la azarosa vida de su presentador. En tono y comicidad eran bastante parecidas y, tanto una como otra, eran máquinas para provocar o grandes adhesiones o enormes rechazos. Hay que decir que la producción de Larry Sanders también inspiró definitivamente las dos series metatelevisivas de Aaron Sorkin: la tristemente incomprendida ‘Studio 60’, que solo se mantuvo una temporada en antena, y ‘The Newsroom’ que ha creado una de las polémicas más estúpidas de los últimos años por ser acusada de cojear excesivamente del pie pro demócrata (en el fondo, no se olviden, el rechazo y las críticas fueron jaleadas por el Tea Party y sus medios afines).
A nadie se le puede escapar que ‘Arli$$’ o ‘El show de Larry Sanders’ fueron series que tampoco es que sentaran bien a la propia industria: en definitiva la segunda giraba en torno a la forma en la que tiene una gran estrella de manejar su ego e intentar que ser un absoluto desastre no invada demasiado tu vida privada (Un poco al estilo de ‘Louie’ (2010) de Louis C.K. o de ‘Curb your enthusiam’ (2000) de Larry David) asuntos en los que cualquier trabajador del medio podría verse reflejado para mal (incluso ‘Rockefeller Plaza’ (2006) recibió alguna queja malsonante de colectivos de guionistas) y la segunda hablaba de deporte o, a lo mejor, también podía extender la caricatura hacia los representantes artísticos y, en general, ser leída como una alegoría sobre el propio mundo del cine y la televisión (no les quepa duda de que así fue).
Con estos antecedentes, y alguno más, Mark Walhberg (y su escudero, el actor-productor-guionista-director Peter Berg) fueron capaces de desembarcar en HBO con ‘Entourage’ (2004). Una serie inteligente y muy divertida –aunque, en el fondo, no es del todo una comedia- sobre los avatares de una joven estrella en Hollywood. Otros tiempos. La cosa fue recibida con mucho menos rechazo. Por un lado porque ya estábamos inmersos en el mundo de las redes sociales y el concepto de fama ha cambiado un montón hasta el punto de que a nadie se le exige un mínimo de moral tradicional para triunfar (ni en Hollywood, ni en cualquier parte) y ya puede mostrarse como un borrachín, fumador de porros habitual, abiertamente juerguista y rematadamente promiscuo –un regalo, al parecer de la fama- sin temor a que los grandes estudios le cierren la puerta. Por otro, porque todo el mundo adivina que lo que cuenta ‘Entourage’, en cierto modo, es una narración con tintes biográficos del propio Walhberg (el tipo que dio el salto de modelo, a cantante de rap con el nombre de Marky Mark y, luego, al de respetado actor-productor y, por otro más allá, porque la cosa no se presentaba, en ningún caso, como bajonera o destructiva si no, más bien, como ciertamente amable y atractiva. Actores algo desconocidos o con carreras de baja intensidad (Kevin Connolly, uno de ellos, estaba semiretirado cuando recibió la oferta para interpretar a Eric) mezclados con brillantes cameos episódicos de gente como Andrew Dice Clay o Sasha Grey le daban a la serie el necesario toque de picante (Grey ha encauzado su carrera hacia el cine convencional –ver el film de terror protagonizado por la actriz en Revista Don 09 –y Clay ha vuelto a primera plana con papelones en ‘Vinyl’ (2016) y, anteriormente, en ‘Blue Jasmine’ (2013, Woody Allen) lo que no deja de ser un aviso de que hay vida en Hollywood después del cine porno y las clínicas de desintoxicación, respectivamente) sin caer en convertir el asunto en algo digno de aparecer en un próximo volumen de ‘Hollywood Babylonia’, los maravillosos libros de Kenneth Anger sobre los peores escándalos de la historia de Hollywood.
Tras el éxito de ‘Entourage’ y con la necesidad de HBO de volver por sus fueros para no dejarse comer la tostada por los recién llegados, la dupla Walhberg-Berg, ha conseguido desembarcar con éxito de nuevo mezclando todo lo que, a priori, podría ser identificado como fracaso: ‘Ballers’.
Pese al tímido éxito de ‘Arli$$’ resulta que la serie va de un representante de deportistas, bueno, más bien de un ex deportista que trabaja con deportistas en activo para atraer su dinero a fondos de inversión rentables. Que HBO se decantara por Dwayne Johnson tampoco parecía una buena opción. Walhberg y Johnson trabajaron juntos en ‘Dolor y dinero’ (Michael Bay, 2013) que, para este que escribe, es la mejor película que ha rodado Bay en su vida. Johnson estaba espectacular (también opino que es su mejor papel), sin duda, pero había dudas sobre si el ex luchador profesional metido a actor sería capaz de aguantar el tirón de una serie completa y afrontar un papel dramático y mucho más complejo de sus habituales. Por suerte para nosotros Dwayne Johnson es el menor problema que tiene ‘Ballers”, si es que tiene alguno porque, hasta la fecha, en la que llevan emitidas una temporada y media el asunto chuta a todo gas. Una serie interesante, entretenida, muy bien rodada y con entidad propia desde el primer episodio. La producción crece episodio a episodio mezclando muy bien los intríngulis del negocio deportivo visto desde la perspectiva de los jugadores y los directivos y también el avance de los personajes, sobre todo del principal, que deja entrever las dificultades de haber sido una estrella media de un deporte que genera millonarios y encontrarse en la situación de estar casi en la ruina.
Si los aficionados del deporte se quejan de que no hay muchas películas buenas de deporte porque es complicado captar la intensidad de los deportes de equipo (por eso siempre habrá mejores películas sobre boxeo o sobre atletas individuales) producciones como la película ‘The Damned United’ (Tom Hooper, 2009) nos demostraron que, a veces, no hace falta enseñar mucho del juego para entender el juego o disfrutar de la historia. La película inglesa es, posiblemente, la mejor película que se ha hecho sobre fútbol y, apenas, contiene tres planos donde se vea un partido. En ‘Ballers’ pasa un poco igual. No se ha visto una secuencia sobre fútbol americano y, sin embargo, se entiende muy bien como se manejan los equipos, qué puesto ocupa cada jugador y, en definitiva, de qué va el asunto.
Por ahora ‘Ballers’ marcha muy bien. Tiene a un buen protagonista, tiene a unos buenos secundarios (destaca Robb Corddry que parece felizmente encasillado en un eterno papel de ‘tío aparentemente convencional que, a partir de la primera cerveza, se convierte en un animal party y los papeles de Omar Benson Miller, John David Washington o Troy Garity son espectaculares) y un malo fantástico: Andy García. Sí, amigos, cuanto más se aleja García, por edad, de su empeño en ser encasillado en papeles de galán latino muy inmerso en la cultura norteamericana mejor está este hombre. En la flojilla (y no porque no lo intentaran) ‘Vamos de polis’ (Luke Greenfield, 2014) ya hacía un malo tremendo. Esperamos más de él en esta faceta.
En definitiva, ‘Ballers’ puede disfrutarse aunque no hayas visto en tu vida un partido de fútbol americano porque va de las cosas que rodean al deporte y a la fama. Resume muy bien el ambiente hortera que rodea a los deportistas profesionales, el camino de peligro que una persona sin ninguna formación –personal o académica- reciba de pronto cientos de miles de dólares se ve obligado a recorrer antes de la retirada y los peligros que acechan cuando los focos se apagan. Una buena comedia, aparentemente realista y bastante profunda en el sentido en el que las cosas lo son ahora. No esperen que sus grandes preguntas sobre el sentido de la vida, el universo y todo lo demás sean contestadas en ‘Ballers’, más bien esperen a que otras preguntas más urgentes (¿Qué hacer si el chiquillo me sale un CR7 o un Messi?) que, seguramente, tengan ustedes más prisa por resolver. Lo que podía parecer vacío (esa mezcla de Miami y personajes tontorrones) o un poco ligero se traslada al espectador como interesante e, incluso, inteligente. No se la pierdan que vale la pena echar el rato.