“En ‘Tiburón’ no pasa nada hasta que aparece el tiburón. Va de un pueblo aburrido, donde la gente está de vacaciones y, de pronto, aparece ese bicho ahí que se come a la gente. Si se comiera a mucha gente sería previsible y, si apareciera mucho, sería aburrido y todo perdería credibilidad. Spielberg hace todo el relato real porque el bicho solo aparece cuando parece que tiene hambre. Se ajusta muy bien a la realidad: el tiburón solo siembra el terror cuando tiene hambre. Mientras tanto la gente se aburre y sigue con su vida”. Así explicaba ‘Tiburón’ un director español bastante alejado del género y parece que David Mitchell, el autor de ‘Relojes de hueso’, ha aplicado para su novela porque es una novela fantástica donde apenas pasan cosas fantásticas, donde lo mágico se entrelaza con lo real de una forma natural o, al menos, de la forma ‘natural’ en la que pensamos que van ocurriendo las cosas en la vida real. De todas formas, que nadie se lleve a engaño, ‘Relojes de hueso’ es una novela fantástica. En el sentido más amplio del adjetivo ‘fantástico’.
De todas formas la novela de Mitchell se aleja bastante de ser un productor o engendro (según calidades y gustos) de la novela impulsada por el fenómeno ‘nerd’ y la instauración de los géneros fantásticos en la cultura de masas. Frente al fenómenos de las sagas y las novelas río, de la instalación de las estructuras narrativas de lo infantil-juvenil y de sus personajes en cuentos para adultos (unas veces, como en Harry Potter, porque la autora decide hacer madurar a los personajes a la vez que lo hacen sus lectores y otras por la necesidad de mantener el tono cursi y afectado, como en ‘Crepúsculo’…seamos serios, los personajes de esta famosa saga son imposiblemente idiotas de principio a fin por más que se casen o tengan chiquillos) ‘Relojes de hueso’ es una novela para adultos. No porque el tema que toque lo sea o porque tenga mucha enjundia su punto de vista –por más tontainas que nos pongamos tampoco su ‘El Atlas de las nubes’ era muy enjundiosa por mucha filosofía que le queramos poner- si no porque Mitchell no cae en la tentación de hacerla fácil en ningún momento y decide tratar al lector como un ser maduro que va a ser capaz de seguir una lista larga de personajes y unos acontecimientos que se nos ofrecen entremezclados y agitados en una mezcla que se va decantando poco a poco y capítulo a capítulo hasta que, al final, podemos observar todas las capas y entender su mecánica interna. El ejercicio contrario hubiera sido negativo y hubiera sido plano, muy plano. La forma elegida por Mitchell se nos antoja algo complicada pero tiene la virtud de convertir una narración en un juego emocionante donde el lector se sumerge en un escenario donde tiene que adivinar las reglas de funcionamiento. En este sentido ‘Relojes de hueso’ está más cerca de ‘La Torre Oscura’ de Stephen King que de “Los juegos del hambre’ de Suzanne Collins.
La otra pregunta que le asaltará a usted mientras disfrute de esta novela es a qué género fantástico pertenece. Ya le decimos que es complicado porque tiene un poco de todo y para todos. Nos vamos a ahorrar los spoilers, evidentemente, pero según la narración avanza le parecerá que está leyendo un guión de la televisiva ‘Utopía’, sumergiéndose en ‘Encuentros en la Tercera fase’ o disfrutando de algo de H.G. Wells o Julio Verne. La mezcolanza, necesaria, esa que tan bien usa David Mitchell y con la que escribió las recomendabilísimas ‘Escritos fantasmas’ y ´El Atlas de las nubes’ –tremendamente mal adaptada al cine, aunque solo sea por lo inabarcable de la narrativa- está por completo presente así como, claro está, la ternura y el buen sentido con el que el autor transmite la humanidad de sus personajes y que quedaba aún más patente en ‘El bosque del cisne negro’.
‘Relojes de hueso’ es una emocionante narración, ya decimos, que traspasa el tiempo y el espacio (pasa por dos siglos y se detiene en algunos años) , que nos traslada a un montón de lugares diferentes, de escenarios diferentes, de personajes diferentes que se han construido desde el realismo. Una gota de género en el marasmo de la realidad es lo único que necesita un libro de ciencia-ficción para convertirse en fantástico y, a la vez, para ser realista, para ser reconocido por los lectores como realista, es decir, para cumplir la máxima de que la obra artística tiene que ser una representación lo más fidedigna posible de la realidad. Mitchell quiere jugar de tú a tú con el lector, no se saca conejos de la chistera –o se saca los justos- para justificar luego que el género fantástico se basa en el truco o en establecer unas normas propias de un mundo ajeno donde todo puede ocurrir.
¿Quieren más argumentos? Dios mío, vamos a jugar muy fuerte ahora: se parece un poco a la narrativa tan maja de ‘Stranger things’. ¿No han visto la famosa serie de televisión? Visiten a su médico, es posible que lleven días muertos.
PD: Y disculpen que no demos ni una sola pista sobre la trama pero es que no queremos escacharrársela.