Cualquier estudioso de las tendencias que se precie reconoce, sin ningún género de duda, que lo más in, lo que arrasa, lo que inflama las redes sociales en este 2016 no se trata de Pokemon GO. No, lo que más lo peta este 2016 a escala global es la masacre indiscriminada.
Día si, día también, las personas nos desayunamos con una nueva liada parda en una capital europea, un americano haciendo justicia desde el campanario de una iglesia o la enésima balasera en un centro comercial. ISIS ha perdido la exclusividad de los mártires y majaretas de todo pelaje y condición parecen animarse cada vez más a eliminar aleatoriamente al prójimo antes de inmolarse.
“El mundo se ha vuelto loco, menos mal que aquí estamos más tranquilos” se oye cada vez más en las conversaciones de los españoles de bien. Chiflados matando inocentes a diestro y siniestro, sin aprecio por su propia vida armados ya no con armas semi-automáticas, sino con cuchillos, hachas o incluso camionetas de reparto. Pero no, el mundo no se ha vuelto loco. El mundo siempre ha estado loco. Y aquí, en España, no hemos estado para nada más tranquilos. ¿Les da a ustedes la sensación de que sí? ¿De que no estamos en las medias europeas y mundiales de número de chiflados violentos? Pues sí, lo estamos desde tiempo inmemorial pero tenemos cierto complejo. Así lo refleja Jesús Palacios en su imprescindible ‘Psychokillers‘ (Temas de Hoy, 1998), un libro publicado durante aquella moda de los asesinos en serie que inaugurara ‘El silencio de los corderos’ y ‘Henry, retrato de un asesino’, en la que parece lamentarse de nuestra falta de glamour a ese respecto, incide en la idea de que nuestra cultura popular es más rural que urbana y que eso evita la existencia de criminales retorcidos dejando sólamente testimonio del caso de Manuel Delgado Villegas “El Arropiero”, que estuvo matando gente de 1964 a 1971, o el de José María Jarabo Morris, el elegante, drogadicto y violento playboy de los cincuenta que mató a toda la familia y al servicio de un perista madrileño. En el recuerdo de la Generación JASP están también los asesinatos de mendigos perpetrados por Francisco García Escalero que llegó a la escalofriante cifra de 12 víctimas sin que se pueda saber, a día de hoy, si se llevó por delante a alguna persona más entre finales de los 80 y comienzos de los 90. Pese a todo lo expuesto por Palacios, que denota ese maravilloso rasgo de toda una generación de nerds que parecen afectados por la nostalgia de una cultura popular que nunca vivieron y que necesitan recuperar, la verdad es que no somos ajenos ni al fenómeno del “psicópata asesino” que colecciona víctimas (Tenemos varios casos de ‘mataviudas’, ‘mataviejas’, ‘mataniños’ y otros tantos de envenenadoras y asesinas afectadas por el Mal de Munchaüsen que, sin querer, dan matarile a todos sus familiares) ni tampoco al del tipo que coge una escopeta, azada o arma similar y se convierte en una celebrity criminal de camino al manicomio o institución para criminales peligrosos (También es verdad que no es lo mismo ser ‘Zodiac’ o ‘El asesino de Green River’ que ‘Los Hermanos Izquierdo’).
El fenómeno del chalado que un buen día agarra un arma, sale a la calle preso de una furia asesina y finalmente se acaba quitando la vida no es algo que la NRA, los videojuegos violentos, la musica heavy-metal, el rol o ni siquiera los fans más acérrimos de Alá hayan inventado. Esto es más viejo que obrar sentado. Y, es más, ha sucedido muchas veces en este nuestro amable y campechano país. ¿Sorprendido? Relájese, no caiga atenazado por el pánico y ponga en perspectiva los sucesos noticiosos con esta simpática narración del origen del asesino de masas. Deléitese conociendo cuales han sido las mayores fechorías cometidas en nuestro país y, ante todo, utilice su espíritu crítico para escrutar cada caso y poder culpar de tales atrocidades a la política exterior de la UE, los putosmoros, el heteropatriarcado, la legalidad vigente sobre tenencia de armas, los videojuegos de rol o cualquier otra cosa que haya oído en el programa de Carlos Herrera.
Historia del Asesino de Masas
El psicólogo Carl G. Jung relata en su libro ‘Psicología y religión‘ cómo vio en primera persona, a principios del siglo XX, a las primitivas tribus de Africa occidental preparando para la batalla a ciertos hombres mediante una danza guerrera, que partían a ella en estado de trance. No solo preparaban a los guerreros para aprovechar su estado, sino que, a su vez, tenían un “ritual de enfriamiento”, a fin de que no se auto-destruyera y pudiera volver a su vida corriente. El guerrero pasaba, tras esto, varios días alejado de la tribu y de su familia, hasta que podía ser reintegrado de manera segura a su vida ordinaria.
La expansión colonial del Imperio Británico trajo el descubrimiento y popularización en el imaginario occidental a través de las obras de Kipling de los primeros asesinos de masas asimilables a los actuales. Originarios de Malasia, Java y algunas zonas de la India, recibían el nombre de “mengamuk” en Malasia, perdurando hasta hoy día la adaptación en inglés, “amok”, para denominarlos.
El suceso se daba cuando un hombre caía víctima de una deshonra social, como una infidelidad o grandes pérdidas en el juego, tras un periodo de introspección depresiva, (que los malayos denominaban el sakit hati, o la incubación, donde se planea el acto), el amok se lanzaba a la calle armado con un kris y comenzaba a apuñalar hasta la muerte a todo lo que se cruzaba en su camino, para finalmente, recaer en un periodo de amnesia y confusión y suicidarse, o que algun otro se lo acabase cargando.
Incluso antes de la invasión británica en la India, el portugues Gaspar Correa escribe en 1503 sobre los amok que se utilizaban en las guerras contra Calcuta. Cuenta como existían comandos enteros de guerreros amok, con un complejo entrenamiento ritual, donde se les preparaba para la muerte y se les confiaba a un destino superior si morían en el combate. “Aquellos que sobrevivían eran malditos y se veían a si mismos como a hombres muertos. No paraban hasta que conseguían la propia muerte tras provocar una gran desgracia, y como gente desesperada, se comportaban como diablos, antes de ser acuchillados, y mataban antes a mucha gente, entre ellos mujeres y niños.”
En Europa no se tiene constancia de un fenómeno similar hasta 1903, cuando se documenta el caso del profesor Ernst Wagner, discípulo de Nietzsche y dramaturgo sin éxito. Una noche se armó con dos revólveres y comenzó matando a su familia para dirigirse hacia la calle y comenzar a disparar aleatoriamente a los peatones, matando a 14 personas, 2 reses de ganado y dejando 12 heridos.
Los EE .UU. no tendrían su primer caso de amok hasta 1927 en Bath, Michigan. Andrew Kehoe, un profesor de la escuela local, detonó más de media tonelada de dinamita y pyrotol (un explosivo incendiario desarrollado durante la Primera Guerra Mundial) con un temporizador matando a 45 personas e hiriendo a 58. La mayor parte de los muertos fueron niños de 7 a 12 años, bajo cuyas aulas Kehoe fue acumulando los explosivos poco a poco durante un año. Antes de detonar la escuela, Kehoe asesinó a su mujer y detonó e incineró su granja, donde había atado a todos sus animales para que también murieran en el incendio. Tras la explosión de la escuela Kehoe se acercó con un camión repleto de metralla que detonó cuando se encontraba cerca de las personas que habían acudido a ayudar tras la tragedia, matando a otras tantas personas (incluidos supervivientes de la primera explosión) además de a si mismo.
Al parecer Kehoe estaba molesto por un impuesto sobre la propiedad que se había recaudado para levantar la escuela. Las dificultades financieras que le provocaron el pago del impuesto le habrían llevado, según él, al embargo de su granja. Como se calculó a posteriori, el valor de los explosivos que había utilizado para su masacre era ampliamente superior al de su deuda.
El amok ibérico
“Paulino Fernández, eres un tío grande, dejando muy alto el pabellón español”. Patrullero Mancuso en ‘La Matanza de Lugo‘.
Quien sabe si una vez más por causa de nuestro secular retraso o por nuestra tendencia a ocultar y silenciar todo hecho luctuoso en la medida de lo posible por vergüenza, desconocimiento o por miedo a represalias adicionales por parte de las autoridades, el primer caso de amok no se documentaría en España hasta 1980. Es en Liermo (Cantabria), un pequeño pueblo de apenas ocho casas. Ángel Campo Solana, decide comenzar el día abriendo fuego contra ocho de sus vecinos, matando a siete de ellos. Ángel, con amplia experiencia en la caza, abatió a alguno de ellos a la carrera. Disparó a dos hermanos, a la mujer de uno de ellos y, en resumen, a todos los escasos habitantes de Liermo con los que se topó. Al parecer la razón fue, no podría ser de otra manera, una disputa de lindes donde no especularemos si cabía algún resquicio de componente paranoide. Minutos antes de empezar su racha homicida, fue visto tan tranquilo cortando leña en el exterior de su casa. Tras acabar con los habitantes del pueblo, se dirigió a un cementerio cercano y se disparó a si mismo, tras sentarse sobre un nicho.
Viajamos ahora a 1989 para nuestro siguiente caso, mencionado en el fantástico ‘Pop Control‘ de Miguel Ibáñez y que inspiró la canción de Patrullero Mancuso ‘La Matanza de Lugo’. El protagonista, Paulino Fernández Vázquez, un humilde labrador. El lugar, Sorribas, una pequeña aldea perteneciente al municipio de Chantada, cerca de Lugo.
A las 15:30 de un martes y tras comer con su mujer y su hermano (“Yo le noté raro; pero como todos los días, es que era así”, declararía su hermano), Paulino cogió un cuchillo empleado para la matanza del cerdo, bajó a la calle y apuñaló a un vecino, Jesús Gamallo, que logró zafarse y escapar a su casa donde en una conmovedora muestra de carácter gallego se presentó a su mujer exclamando “O Paulino matoume”. La mujer avisó a la Guardia Civil al momento y Jesús acabaría sobreviviendo a sus heridas. Mientras tanto, Paulino continuaba su terrible periplo cafre asesinando a toda una familia. Dos hombres armados con machetes se le enfrentaron y Paulino fue capaz de matarlos a ambos. Atacó a otra vecina mientras cortaba leña y le arrebató el hacha, con la que continuó la matanza. No se detuvo hasta herir a todos y cada uno de los 13 vecinos con los que se encontró, matando a 6 de ellos, antes de volver a casa. Su hermano, que había sido alertado por el jaleo, logró escabullirse antes junto con la mujer de Paulino. Antes de que llegase la Guardia Civil, Paulino tuvo tiempo de sentarse un rato en la cocina de su casa, antes de prenderla fuego para luego ir a tumbarse en su propia cama, donde fue encontrado muerto una vez extinguido el incendio.
El siguiente caso resenable es en 1996, el día de la procesión del Corpus Christi en Herreros de Rueda, León, otro pequeño pueblo de 43 habitantes. Jesús Andrés Iglesias, un huraño agricultor que vivía casi recluido, espera pacientemente apostado en el balcón del segundo piso donde residía. Justo debajo de su domicilio se había improvisado un altar en una mesa de picnic para dar misa en la calle. Cuando toda la gente estaba reunida y el cura comenzaba la ceremonia, Jesús Andrés se asomó al balcón y abrió fuego sobre la multitud con una escopeta de postas, matando a la hija del alcalde y a otros dos hombres en el acto. Mientras recarga, la gente huye en desbandada. La Guardia Civil del pueblo acude al lugar de los hechos y son recibidos a escopetazos. Un guardia de 26 anos fallece al instante y su compañero es gravemente herido. Pasarán horas hasta que se presente la Guardia Civil de León y el Seprona (?) que son también recibidos a tiros. Disimuladamente, los agentes logran escamotear una escalera de mano bajo el balcón de Jesús Andrés, que aprovecharán para trepar. Miden con habilidad el momento de la recarga para precipitarse sobre Jesús Andres y abatirlo de un disparo en la cabeza.
No podríamos acabar una reseña de los asesinos de masas ibéricos sin el más infame y notorio caso de asesinato de masas patrio, nuestro particular Columbine garrulo: la masacre de Puerto Hurraco.
El 26 de agosto de 1990, dos hermanos, Antonio y Emilio Izquierdo, se dirigieron en un Land Rover hacia el pueblo de Puerto Hurraco (Badajoz) donde procedieron a abrir fuego sobre sus habitantes, comenzando por dos niñas de 14 y 12 años. Las niñas pertenecían a una familia rival, los Cabanillas, con la que los Izquierdo mantenían rencillas que se remontaban 30 años atras, debido a disputas por unas lindes. Poco después de comenzar estas disputas, uno de los Izquierdo asesinó a cuchilladas a Amadeo Cabanillas que pretendía a una hija de la familia Izquierdo. Después de esto, un incendio supuestamente provocado acabó con la vida de la madre de Antonio y Emilio. La venganza se instaló en el corazón de los Izquierdo supervivientes, dos hermanos y otras dos hermanas, no muy apreciados en el pueblo. Se decía que durante el incendio “los Izquierdo salvaban de las llamas el televisor, el frigorífico y los muebles mientras la madre se tostaba en una de las habitaciones de dentro”. Tras disparar a las ninas, los hermanos Izquierdo continuaron disparando a todo lo que veían por el pueblo, llegando a un bodycount total de 9 víctimas.
Sin embargo, hay una diferencia notoria entre los hermanos Izquierdo y el amok tal y como lo hemos descrito. Los hermanos, una vez liquidada su tarea, escaparon tranquilamente al monte, donde fueron detenidos. Nunca mostraron arrepentimiento e incluso manifestaban abiertamente orgullo por su trabajo. Según la versión de los habitantes locales, apoyada por la prensa y la opinión pública, los dos hermanos Izquierdo, fronterizos con la subnormalidad, eran meras marionetas de sus dos hermanas mayores, que instigaron la masacre azuzando a los dos adobes. Cualquiera que tan sólo haya cotejado de medio lado las fotos de hermanos y hermanas, se verá prácticamente obligado a apoyar por esta vez el procesamiento sumarísimo al que llegó la opinión pública. Toda la secuencia histórica está fielmente recogida por Carlos Saura en su película ‘El Séptimo día’ (2004) que nació con polémica ya que la Junta de Extremadura negó al director los permisos necesarios para rodar en la región debido a que el suceso había marcado negativamente a la comarca donde se produjo el incidente y que también había inspirado la canción ‘Veraneo en Puerto Hurraco’ del grupo Def Con Dos.
Más cercano en el tiempo encontramos el caso de un amok que se obligó así mismo a convertirse en asesino en serie. Alfredo Galán, más conocido como ‘El asesino de la baraja’ porque iba dejando naipes al lado de sus víctimas. Tuvo una carrera criminal de 54 días (que comenzaría el 24 de enero de 2003 cuando disparó sobre el portero de un edificio de la calle Alonso Cano de Madrid) donde alcanzó la escalofriante cifra de seis asesinatos. En un principio, como estas cosas entendemos que pasan solamente en el agro, la policía pensó que todo se debía a una trama de ajustes de cuentas. Gran sorpresa se llevaron las autoridades al descubrir que Galán respondía al desconocido perfil de “veterano de Guerra que sufre un brote”. Debido a nuestras leyes sobre armas es complicado que alguien se arme hasta los dientes en un casco urbano sin llamar la atención de alguien y, como confesaría el asesino, solo contaba con una pistola Tokarev de fabricación rusa que había distraído de los controles aduaneros a su vuelta de los Balcanes. Su intención, al parecer, era haberse traído un AK-47 o similar con suficiente munición para organizar una escabechina.
En este apartado también habría que reseñar todos aquellos asesinatos de familias a cargo de alguno de sus vástagos. El 1 de agosto de 1994, un adolescente de 16 años llamado Cyril Jaquet, mataba a sus padres usando una pistola Mauser-Wecker que pertenecía a la colección familiar. La madre recibió tres disparos a quemarropa cuando cerró tras de sí la puerta del domicilio y el padre, un poco después, las ocho balas restantes que quedaban en el cargador. Según la investigación policial todo se debía a una riña por unos suspensos. Cyril se delató así mismo porque, durante el sepelio de sus padres, no dejó de sonreír y tener una actitud de lo más relajada. Otra de las fuentes policiales consultadas afirmaba que Cyril planeaba asesinar a más gente ese mismo día pero que fue detenido antes de que pudiera cometer algún crimen más. Al ser menor cumplió dos años en un centro de menores y quedó en libertad al alcanzar la mayoría de edad. La noticia retomaría interés cuando Cyril Jaquet participó junto a su pareja en un reality llamado ‘La vuelta al mundo en directo‘ (emitido en Antena 3 y suspendido al poco tiempo) y alguien dio la voz de alarma sobre la identidad del concursante.
Algo parecido le pasó al murciano José Rabadán, “el asesino de la katana”, que en abril del 2000 troceó con una espada japonesa a sus padres y a su hermana en el domicilio familiar. Cuando fue preguntado por el asunto dijo que quería probar la experiencia y largarse a Barcelona sin el control paterno. Rabadán mantuvo correspondencia desde la cárcel con muchas adolescentes (cosas de la edad). Entre ellas dos vecinas de San Fernando (Cádiz) también menores que, poco después, apuñalarían hasta la muerte a una compañera de instituto. En dichas misivas se fantaseaba también con la posibilidad de haber llevado a cabo un asesinato de masas en plan videojuego.
Más cercano en el tiempo, y para terminar, tenemos el Crimen de Olot. El 14 de diciembre de 2010 Pere Puig Puntí, vecino de la localidad y albañil de profesión, se dirigió hacia el Bar La Cuina de l´Anna donde desayunaban Joan Tubert y Ángel Tubert, propietarios de la empresa donde trabajaba antes de ser despedido, y les disparó certeramente con un arma de caza matando a ambos. Después se dirigió hasta una oficina de la Caja del Mediterráneo donde mató a dos trabajadores de la entidad. Al ser detenido por los Mossos Puig Puntí dijo: “Yo ya estoy satisfecho”. En su bolsillo se encontró una lista de las personas que quería matar esa mañana pero que no encontró en su camino.