Sevillana con acentillo, poetisa valiente de las que declaman a pelo, Carmen Camacho es una superventas del verso con 8 libros publicados y traducida a un puñado de idiomas, que ya es difícil en los tiempos que corren. Mientras haya gente que sea gente, sí se puede, dice ella.
Dice la web: “Carmen Camacho trae desde Sevilla el mayor antiespectáculo del mundo”. Igual no es la mejor manera de venderse, ¿o sí?
En la sociedad del espectáculo, nada me puede interesar más que el antiespectáculo. (De la poesía me atrae, la antipoesía). Decir de viva voz, verbo en sí, dado al aire, sin más: es la idea. Vivir eso, directa y discretamente. Aquí no hay representación. Ni venta. Hay goce mismo -para quien lo goce, claro, y guste de la palabra dicha, del estricto spoken. A mí me encanta-.
También dice “No sabe cantar, no sabe bailar, pero no se la pierdan”. Eso decían de Lola Flores cuando llegó a Nueva York… ¿tan grande se ve?
¡Premio! Me encanta que identifiques la referencia. Es una broma con guiño no tanto a la más grande –sobre el tamaño de nuestras divas hay debate- sino a lo más pop, a nuestro acervo popular reciente. La frase entronca con la idea de antiespectáculo de la que antes hablábamos. Y me divierte mucho, como inmenso contrapunto antitópico. No me parezco a La Faraona ni en el blanco de los versos.
Salir y declamar así a pelo, ¿no da un poco de vértigo?
Eso es lo antishow y el punto que me apetece. A veces el recital al uso es un coñazo, pero no porque la poesía sea un coñazo –si es coñazo no es poesía- sino porque quien la lee se olvida de decir lo que ha escrito, con su música, intención y cochura. Recuerdo, cuando niña, a mi tío abuelo recitar en los festejos familiares. Lo hacía en árabe. Con el tiempo me enteré de que aquello que recitaba no eran poemas, sino los números; se había aprendido los números en árabe y sencillamente contaba, en alta voz, dulcemente, ya está. Todavía me recuerdo con la boca abierta.
Durante los últimos diez años he investigado todo lo que he podido en torno a la hibridación de la palabra con otras artes y disciplinas. Mi camino ha sido hacia el túétano, del ruido al silencio. Eso me provoca. Toma de tierra, la obra de poesía escénica, danza contemporánea y grito estilizado que en la actualidad realizo junto al cantaor Juan Murube y la bailarina Raquel L. Lobato está en esa línea y frecuencia. La música o la danza para la poesía aquí ya no es red, sino abismo.
¿Qué ha pasado con la poesía en los últimos años para que pase de ser carne de carpeta de instituto a tendencia cool?
Sucede el mercado y su pasmosa capacidad para convertirlo todo en cosas. Me encantaría que la poesía o cierta poesía saliera de veras de las catacumbas y regresara a su madre, que es cualquier hablante. Eso es posible, he asistido al milagro de la multiplicación de la gracia y las gentes en no pocas ocasiones. Pero si eso se hace a costa de producción en serie, sucedáneos, edulcoraciones, packaging zombi y gatos por liebres, mala cosa. Desacralizar el sacrosanto parnaso va por otro lado, mucho más feliz. La poesía, estoy con Teillier, no se vende porque no se vende.
Su obra se ha traducido al armenio, al rumano, al griego… Siendo la poesía el arte de la palabra, ¿traducirla no es matarla un poco?
Porque es imposible, la traducción de poesía me parece fascinante. Cómo traducir lo intraducible, es el reto. Los buenos traductores vienen provistos de cordón umbilical, placenta y líquido amniótico, se dejan concebir por el poema. Una buena traducción de un poema es un poema nuevo. Yo he visto a mis propios poemas amplificar sus sentidos por una sola palabra bien elegida del francés o el italiano.
Y hablando de idiomas y países, ¿hay algún rasgo distintivo en la poesía española?
Me gusta su heterogeneidad actual, aunque no creo que se trate de un bien endémico. Me apasiona pensar en todo lo que me queda por conocer; ganas dan de mudarse a cada país hispanoamericano para meter los dedos en su ahora, ¡cuánto inabarcable se está haciendo en la poesía en español! Y sí que identifico desde siempre un rasgo distintivo, el primero: el lenguaje. La materia prima en sí, desde la que se hace arte –la poesía es rayana al arte, más que a la literatura, según yo la entiendo- es única y amplísima. Imprime además un ritmo propio –así le quepan calcos de otros idiomas-, y sentidos fundados capa a capa. Las lenguas hacen única la poesía en cada idioma.
Has vendido ocho libros de poesía en la era del whatsapp. O sea que si se puede, ¿no?
La poesía es la única prueba irrefutable de la existencia del ser humano. Mientras no todos seamos –del todo- replicantes o vainas verdes, sí se puede. Para ello no hace falta ser más o menos culto, sino más o menos gente. Mientras haya gente que sea gente, sí se puede.
Un poeta de referencia.